El domador de moscas
No hay muchos novelistas como Diego Gary. Aunque la peculiaridad se la deba al dolor, al fin al cabo es una peculiaridad, que es lo único que cuenta en este mundo de fotocopias.
Es inevitable recordar que tanto la madre del autor, la actriz Jean Seberg, como el padre, el novelista Romain Gary, le dejaron huérfano de forma especialmente trágica y a edad temprana. Hace unos años, después de traducir, por encargo de Joan Riambau (editor de un buen gusto casi infalible), dos libros de Romain Gary, uno de los cuales, Europa, es una obra maestra al nivel de otras que le ganaron su merecida celebridad, como La promesa del alba o Les enchanteurs (de la que aún no hay versión en español, cosa asombrosa si tenemos en cuenta que se editan 80.000 títulos al año), traduje también la primera novela de Diego. S. o la esperanza de vida es una crónica novelada, nerviosa, entretenida, transida de angustia y de anhelo, lírica y hermosa de la busca de redención y amor en los bajos fondos de Barcelona.
Así pues, traduje S y estuve convencido de que Diego ya no escribiría nada más, pues el núcleo de sí mismo ya estaba expuesto con talento y claridad. ¿Para qué escribir más? Con lo pesado que se hace. Ya decía Ana María Moix que en realidad lo que nos gusta es leer.
Pero Diego Gary tiene un dominio evidente del idioma y un conocimiento sólido de la cultura. No podía, por consiguiente, quedarse callado, que es lo sensato. Y después de S vino Monsieur: el monólogo de un sujeto logorreico que aborda a un desconocido sentado en un banco ante Notre Dame, se sienta a su lado y sin más excusa le cuenta su vida, sus hazañas sexuales y los disparates a los que se presta para escapar de sí mismo.
Amor, dolor, locura
Y ahora acaba de publicarse Le dompteur de mouches, el domador de moscas, excelente título para un libro en cierto sentido emparentado con Europa. Europa contaba la peripecia de un diplomático asediado por los fantasmas de la Historia mientras comprende que está volviéndose loco. Pero si el embajador del Romain Gary más barroco y estilista está solo frente a los súcubos de su mente, El domador de moscas es una historia de amor, narrada en estilo seco, reducido casi a los huesos, en la que un varón "casi invisible a fuerza de ser anodino" es invitado por Elaine, la mujer herida, a ingresar en el mundo de locura donde se está hundiendo.
"Hacia el final de la cena, ella le habló de su locura. De la locura que le estaba aguardando. De la puerta que iba a abrirse sobre la demencia. Estaba convencida de ello. ¿Estaba dispuesto a franquear aquella puerta con ella? ¿A acompañarla a través de los laberintos en ruinas que ella iba a tener que recorrer en la noche?".
La respuesta que a renglón seguido formula el hombre "nulo y no logrado, vacío, ausente, sin porvenir" tiene mucho mérito, pues pocas invitaciones deben de cursarse más terroríficas.