'El encanto de la democracia' / THOMAS ROWLANDSON

'El encanto de la democracia' / THOMAS ROWLANDSON

Democracias

Cómo salvar la política de la democracia

Bernard Crick, un clásico del pensamiento político inglés, pronosticó que este sistema sería incapaz de establecer debates serenos y profundos

11 abril, 2021 00:10

¿Una contradicción? No, la política es algo previo a la democracia. Es algo evidente, desde el punto de vista histórico, pero se ha considerado que la democracia, la democracia-liberal que se ha desarrollado en Occidente, era un estadio superior, el triunfo, de alguna forma, de la política. Nada más lejos de la realidad. La política corre el riesgo de ser devorada por la democracia, en un momento en el que distintos colectivos pugnan entre ellos, sin que sea posible ahondar, con un debate sereno, en los retos y problemas sociales. Cobra vigencia, por todo ello, la obra de Bernard Crick, un clásico del pensamiento político inglés: En defensa de la política, escrito en 1962, publicado en España por Taurus, en 1968; reeditado posteriormente, en 2001, con una versión ampliada, por Tusquets, con traducción de Mercedes Zorrila y Miguel Aguilar.

El debate es ya algo raro, propio de otros tiempos. La voluntad de alcanzar acuerdos, prácticamente inexistente, y lo único que se pretende es ‘cazar’ al adversario político, buscando un golpe ganador. El propio Crick, formado en la London School of Economics, a partir de dos grandes referentes como el conservador Oakeshott y el socialista Laski, señalaba en un artículo sobre su obra en 2001, que había sido “tonto” pensar que el final de la Guerra Fría habría conducido “por sí mismo a la paz, la prosperidad y la libertad”. No, lo que ocurrió, mientras muchos bienpensantes observaban con interés cómo podrían evolucionar los países del llamado socialismo real en el Este de Europa hacia fórmulas sofisticadas de democracias, es que iban a triunfar las tesis de Shumpeter, un economista que siempre sale a flote.

Schumpeter

Schumpeter

Las nuevas democracias que surgían de ese congelador comunista, y las occidentales que pretendían ser las únicas referentes, acabaron bajo el modelo que señalaba Schumpeter: una competición electoral entre élites partidistas, como había constatado en Capitalismo, socialismo y democracia, una obra de 1942. Quedaba lejos, por tanto, el viejo ideal republicano “en el que habitantes y sujetos debían convertirse en ciudadanos activos, participativos y críticos”, en palabras de Crick.

Tradición y acción

Lo que apuntaba el pensador inglés, traumatizado por los lentos avances de los laboristas en el Reino Unido, por la falta de cambios reales en el sistema político y social, es que la política debía imponerse frente a esa competición electoral a la que se había reducido la democracia. ¿En qué sentido? En una doble consideración, que reivindica la tradición, --se supone que eso implica un punto de vista conservador—pero también la acción para que se lleven a cabo cambios tangibles.

Crick lo hacía explícito, al reivindicar “la primacía tanto histórica como lógica de la ‘política’ misma frente al término ‘democracia’, la necesidad de conservar la tradición política, entendida como la actividad de resolver disputas y determinar políticas por medio del debate público entre ciudadanos”. Y añadía que “la preservación de la acción política exige unir el pensamiento y la acción, recuperar el pensamiento político coherente, la argumentación, la especulación pública abierta, razonable e inteligente, no sólo en los espacios académicos, sino interior de las mismas sociedades”.

Edición en inglés de Defense of Politics

Edición en inglés de Defense of Politics

Es una petición que han reivindicado algunos políticos en los últimos años, --la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en un acto reciente en el Cercle d'Economia-- pero que no se cumple, o se rehúye. La defensa de la política se lanza para reclamar una mayor intervención pública, y se exhibe ese poder del estado como garantía para defender a los más débiles. Pero no se trata de eso. O no sólo de eso. No es un sinónimo de mayor gasto público. Lo que plantea Crick es que la deliberación sea siempre el objetivo, no un mero instrumento para justificar decisiones arbitrarias y rápidas. Es la esperanza en que se pueda gobernar con unos esquemas diferentes, en los que los grandes retos estén presentes y se conozcan.

La apelación a que lo que Crick llama “especulación pública abierta”, para que no se quede en los espacios académicos, choca con algunas realidades, como la española. Lo que ha ocurrido en los últimos años en España es lo contrario. Desde esos núcleos universitarios, un reducido grupo –no mayoritario—buscó el choque social con técnicas populistas, admitidas por ese mismo grupo de académicos. Es el principio del que partieron Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, con los postulados de Laclau en el frontispicio. Y es la negación de lo que pretendía Crick. Lo que se buscaba es lograr una hegemonía, con esa idea primigenia de los de abajo frente a los de arriba. No, lo que debe primar es el reconocimiento y la voluntad de mantener lo heterogéneo, la pluralidad, y buscar consensos a partir de esa realidad. Es la lección de Crick, es la idea de que la política está antes que cualquier sistema, y es más necesaria que la propia democracia.

La polis unitaria que rechaza Aristóteles

El autor de En defensa de la política parte de una evidencia: el dogmatismo que imperaba en el laborismo, que le llevó, pocos años después, a perder el poder. No lo recuperaría hasta que Tony Blair abrazara aquella denostada Tercera Vía, que había teorizado el sociólogo Anthony Giddens. Las políticas concretas de Blair y su falta de coraje frente a un capitalismo que se despojaba de su rostro social, siguen siendo objeto de crítica y de debate. El más contundente fue el historiador Tony Judt. Pero de lo que se trataba, lo que apuntaba Crick, es que el sectarismo ideológico no conduce a ninguna parte, y ese intento lo asimilaba con la destrucción de la política. “Renunciar a la política o destruirla es destruir justo lo que pone orden en el pluralismo y la variedad de las sociedades civilizadas, lo que nos permite disfrutar de la variedad sin padecer la anarquía ni la tiranía de las verdades absolutas”.

Defensa, Crick

Es una defensa, la de Crick, de una tradición británica. Bebe del empirismo de Locke, y también de Hume, de Burke, y, por supuesto, de Stuart Mill. Pero tiene claro que, en muchas ocasiones, ese apego a la tradición, esa apuesta por la reforma, sin romper nada, no deja de ser una posición conservadora para no llevar a cabo grandes cambios. No, lo que propone Crick es propuesta y acción, cambios sociales importantes, pero, eso sí, con la política por delante. Todo ello implica una búsqueda de consensos, acuerdos transversales, con cesiones mutuas, con voluntad de establecer objetivos compartidos, justo lo que no ocurre en las actuales democracias occidentales, en concreto ni en el conjunto de España, ni en Cataluña, con excusas para permanecer en las trincheras.

Crick se asombraba en 2001 sobre la simplicidad de sus postulados. Aunque admitía que era “desafiante”, precisamente, por esa simplicidad. “La tesis de mi libro hablaba de cargar de significado algunos lugares comunes: la política es la conciliación de intereses naturalmente diferentes, bien sean vistos como intereses materiales o morales, aunque usualmente son ambas cosas”. Y alude a un pasaje de La Política, de Aristóteles, en el que afirma que el gran error de su maestro Platón fue “escribir sobre estados ideales para encontrar un único principio de rectitud. Y deja hablar al propio Aristóteles:

“Hay (un momento en que) la polis, por ser tan unitaria ya no será polis, o en que es todavía pero una polis inferior, casi dejando de ser polis, como si una sinfonía la convirtiera en homofonía, o el ritmo en un solo golpe. (La verdad es que la polis es un agregado de muchos miembros).