Estatuas de Isaac Newton y Leibniz en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford

Estatuas de Isaac Newton y Leibniz en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Oxford

Ciencia

Newton contra Leibniz

El filósofo alemán, creador del cálculo infinitesimal y de la lógica de lo incierto, se enfrentó al padre de la ley de la gravitación y defendió la probabilidad como certeza

15 octubre, 2021 00:00

Leibniz es una de las mentes más claras y poderosas de la historia de la humanidad. Se aplicó intensamente a la matemática y a la filosofía, pero, en la idea de que todo está en conexión con todo, se interesó por las demás ciencias y siempre estuvo dispuesto a penetrar en los misterios de la Naturaleza. Avanzó los estudios de dinámica y alentó los de geología con su obra la Protogaea, una teoría sobre el origen de la Tierra y los pliegues geológicos. Tenía 27 años de edad en 1673, cuando presentó en la Royal Society de Londres una máquina calculadora que permitía hacer sumas, restas, multiplicaciones, divisiones y raíces cuadradas. Años después escribió una Explicación de la aritmética binaria que anticipaba la relevancia que tendría el sistema binario en el futuro mundo de la informática. “Para obtener todo de la nada, uno es suficiente”, sentenció. Ortega lo consideraba como el filósofo que mayor número de principios máximamente generales había empleado.

Era un hombre firmemente convencido del provecho del idioma universal simbólico de las generalizaciones algebraicas y se afanó por reducir al mínimo el número de axiomas. Un párrafo suyo significativo de su visión de la armonía preestablecida, que aparece en el Diccionario Filosófico de Ferrater Mora, dice: “El cuerpo entero de las ciencias puede ser comparado a un océano, que es continuo en todas partes, sin hiatos o divisiones, bien que los hombres conciban que hay partes en él y les den nombre según su conveniencia”. Sus obras completas aún andan en curso de ordenación y se prevén unos 120 volúmenes. Casi la mitad de sus textos fueron escritos en latín; el resto sobre todo en francés, mucho más que en alemán.

Retrato del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz (1729) / CHRISTOPH B. FRANCKE

Retrato del filósofo y matemático Gottfried Wilhelm Leibniz (1729) / CHRISTOPH B. FRANCKE

Leibniz nació en el electorado de Sajonia, en la ciudad de Leipzig. Recibió el nombre de Gottfried Wilhelm en el seno de una familia luterana. Su padre era profesor de filosofía en la universidad  y murió cuando él tenía seis años. Su madre, hija de un profesor de derecho, era una mujer culta. Se doctoró precozmente en leyes y desestimó hacerse profesor. Viajó entonces a Francia en misión diplomática, fue asesor político, y se estableció durante cuatro años en París, donde trabó relación con el astrónomo neerlandés Huyghens (1629-1695), quien vio en él un talento portentoso que quiso encauzar hacia las matemáticas. Viajó también a Holanda, donde conoció a Spinoza y al padre de la microbiología van Leeuwenhoek. Se instalaría luego en Hannover como bibliotecario, donde fijó su residencia hasta su muerte. Promovió sociedades científicas y fundó la Academia de Ciencias de Berlín. Tuvo siempre entre ceja y ceja un plan para reunificar las iglesias cristianas, en su constante voluntad por reconciliarlas.

Tendría 29 años cuando descubrió el Cálculo Infinitesimal, siguiendo desarrollos propios. No sabía nada de los trabajos de Newton, quien había ocultado sus hallazgos. No obstante, Leibniz sería acusado de plagio con notoria mala fe. En su libro Veinte matemáticos célebres, el profesor extremeño Francisco Vera, el primer profesional español de la Historia de la Ciencia, compara a ambos genios envueltos en la polémica sobre la primacía de su descubrimiento. Vera denuncia la soberbia y las maniobras arteras de Newton y recoge el testimonio del astrónomo John Flamsteed (1646-1719) que calificó a Newton de “insidioso, ambicioso y excesivamente ávido de alabanzas”. La notación de Leibniz es mucho más sencilla y eficaz que la de Newton. Y es la que utilizamos; se le debe en particular el signo de la integral.

Página del título de Théodicée en una versión de 1734

Página del título de Théodicée en una versión de 1734

Leibniz fue también el primero en hacer un desarrollo teórico sistemático de los determinantes. Enfocó la probabilidad como un criterio objetivo de verdad, una nueva lógica de lo incierto. Y se preguntó: “¿En un conjunto, cuántas combinaciones de un tamaño determinado, o de todos los posibles tamaños, contiene un subconjunto dado de elementos?”. Desde esa óptica combinatoria, cualquier razonamiento se reduce a una combinación ordenada de números, palabras, sonidos o colores. Siempre coherente y dispuesto a reconocer la verdad contenida en cualquier punto de vista, su filosofía fue ecléctica, cuajada con rigor, claridad y veracidad. Su inteligencia estaba continuamente activada, con una formidable exigencia de concisión y densidad en la expresión, sin palabras huecas.

Con su obra Monadología, introdujo el término mónadas; se trata de sustancias simples y sin partes, que encierran en sí toda su realidad. Hoy lo podríamos vincular con el genoma de las células. Leibniz asignaba a Dios la noción completa de todas las mónadas. Entendía que todo lo posible que no sea contradictorio está destinado a existir; de este modo: si Dios es posible, existe. A los principios de identidad y contradicción, unió el de razón suficiente. Nada sucede en la realidad sin que haya una razón para que acontezca, y nada puede explicarse de la realidad si no se halla una razón suficiente que lo explique. De este modo, Leibniz distinguía entre verdades de razón (necesarias y a priori, aparte de toda experiencia) y verdades de hecho (que se fundan en la razón suficiente); no era necesario que Colón descubriera América, pero es un hecho.

Primera página del manuscrito de la Monadología.Formuló el valor de conjeturar como un arte que “se basa en lo que es más o menos fácil, o más o menos factible porque el latín facilis deriva de faciendo que significa factible palabra por palabra”. ¿Cómo era aquel genio? Afable y conversador, un gran ejemplo a seguir. Se guardan escasos grabados suyos, siempre con una colosal peluca con tirabuzones que nos tira para atrás. No se trata ya de lo que Julián Marías denunció como "rencor contra la excelencia", que, en efecto, busca reducir lo superior a lo inferior, con pasión por la destrucción de los mejores. Es la liviandad en que estamos instalados. Entregados a juzgar según imágenes engañosas, ignoramos que las estrafalarias pelucas se iniciaron en Francia con Luis XIII, en el siglo XVII, y arraigaron en la corte del Rey Sol, Luis XIV de Francia (1638-1715), cuyo reinado duró 72 años.

Formuló el valor de

Quevedo (1580-1645), un hombre con melena y sin peluca, comenzó así su célebre soneto satírico: Érase un hombre a una nariz pegado. En este caso podríamos decir: Érase un hombre a una peluca pegado. A este propósito conviene recordar a Benjamin Franklin; inventor del pararrayos, de las lentes bifocales, de la estufa que lleva su nombre y que fue uno de los primeros en proponer el cambio horario para ahorrar energía. En 1776 tenía 70 años. Hacía 60 que había muerto Leibniz.

81 0s8sU6xL

En busca de ayudas económicas para la independencia de las colonias británicas zarpó del puerto de Filadelfia para dirigirse al de Nantes (Francia). Durante la travesía decidió hacer un signo de igualdad y de modernidad y arrojó al océano su peluca y se puso un gorro de piel para protegerse del frío. Unos años después de la Revolución francesa (1789), a las puertas del siglo XIX, el joven Napoleón Bonaparte optó por el pelo corto. Y la vida siguió dando vueltas. La idea del mejor mundo posible ha llevado a Manuel García Piqueras a escribir el libro Leibniz. Las matemáticas del mejor mundo posible (Nivola), cuya lectura me abrió el deseo de quitarle la peluca a Leibniz y hacerlo un poco más nuestro.