Autores clásicos para algoritmos nuevos
El progreso de las sociedades, especialmente con el nuevo paradigma tecnológico, depende de la inteligente combinación entre las ciencias y las humanidades
2 septiembre, 2021 00:00Edward O. Wilson, catedrático emérito de Harvard, es un entomólogo --biólogo que estudia de los insectos-- que muy pronto se especializó en el conocimiento de las hormigas --lo que técnicamente se denomina un mirmecólogo--. Éstas, señaló, son “las criaturas más belicosas del planeta” y apenas han evolucionado en los millones de años que tienen de existencia. A su juicio, si dispusieran de armas nucleares habrían volado ya la Tierra. A Wilson, sin embargo, le importa el significado de la existencia humana y explorar el mundo real de una forma objetiva y convincente.
Para cada “desafío concreto del ambiente” se precisa flexibilidad para dar con las soluciones adecuadas. Así se expresa en Génesis (Crítica), un libro donde analiza el origen de las sociedades y reivindica las mejoras logradas por la acción conjunta de disciplinas como la psicología, la antropología, la paleontología, la biología evolutiva o la neurociencia. En otros ámbitos del conocimiento son también fructíferas las interacciones de otros saberes.
¿Cuáles? Vayamos ahora a la otra punta de los Estados Unidos, en la costa Oeste. Allí se encuentra otro centro universitario de excepción, punto de partida de Silicon Valley. Se trata de la universidad de Stanford, situada a algo más de 50 kilómetros de San Francisco en lo que fue una granja de cría de caballos. Fundada en 1890, unos 250 años después que Harvard, en esta institución confluyen múltiples acentos.
Un texto de uno de sus profesores, el alemán Hans Ulrich Gumbrecht está dedicado a la literatura. Ahora acaba de publicar El espíritu del mundo en Silicon Valley (Deusto), en colaboración con René Scheu (con quien mantiene una conversación que ocupa cincuenta páginas). Trata de cómo vivir y pensar el futuro. Desde la mentalidad cerrada y estrecha que nos circunda, cuesta entender la tendencia creciente en el ámbito de las tecnologías a ofertar trabajos a candidatos con formación en humanidades. Él, en cambio, destaca que, en los últimos años, Silicon Valley (sede de potentes compañías globales de tecnología) ha contratado a tantos graduados en Ingeniería como en Filosofía, Historia o Literatura.
La tarea de la inteligencia artificial es programar algoritmos de autoaprendizaje alimentados con datos. Si un algoritmo funciona bien en la práctica --señala este profesor de Literatura-- podemos extraer conclusiones sobre el lenguaje humano. Al analizar el lenguaje cultural busca un código que permita a los ordenadores entender en toda su complejidad los idiomas humanos. Una inteligencia integral. Por esta razón, los seminarios de humanidades no se contemplan como paréntesis o accesorios a las materias principales de los estudios tecnológicos, sino que permiten lecturas que contribuyen a la calidad y el éxito de su programación. Logran dar un enfoque correcto de la inteligencia humana. A este respecto, es básico considerar lo que explicaba Ortega y Gasset al comienzo de El Espectador: que la realidad se ofrece en perspectivas individuales, “lo que para uno está en último plano, se halla para otro en primer término”.
Este profesor de Stanford está proyectando un código que sea capaz de dominar el Ser en el mundo, de Martin Heidegger, a partir de la aspiración de programar la consciencia humana y captar su lenguaje dentro de ciertos límites. Aunque el ordenador no tenga ni idea de sintaxis, gramática o semántica, puede reconocer patrones y entender nuestra conversación. Para revisar a Heidegger cuenta con Bruno Latour, un especialista en Ciencia, Tecnología y Sociedad que propició durante años la interacción con los ingenieros de minas, en París.
Gumbrecht recuerda que tenía 14 años cuando su padre le anunció que pasaría los siguientes veranos en un continente diferente. Él solo. La suya era una familia acomodada. Lisboa es su ciudad favorita. Y de España dice que su ambiente cultural le entusiasmó: “Su literatura se convirtió en la única literatura nacional cuyos clásicos todavía aprecio y conozco”. De joven estuvo fascinado por Mao y Fidel Castro. Rechazaba leer a Heidegger por su filiación nazi. Ahora se dedica a extrapolar la desaprobación política de la hondura filosófica. Y tiene al filósofo alemán por fiel compañero. El escritor Thornton Wilder es también objeto de su admiración; en particular, la obra Our Town, una narración en tres tiempos de una historia en una ciudad imaginaria, Grover’s Corners, ubicada en el estado norteamericano de New Hampshire.
Otra sorpresa de la vinculación entre ciencia y humanidades es el profesor Robert Harrison, experto de Stanford en Dante, de quien dice que entendía la vida humana más de lo que se suele creer. El poeta italiano --afirma Harrison-- coloca un espejo delante de nosotros. Mirar nuestro presente desde su óptica medieval garantiza nuevos conocimientos. Pero para acceder a estos tesoros tenemos que superar obstáculos arraigados, como el desdén automático y la facilidad para distraernos. Todo ello dificulta la creatividad y la empatía. Y una profunda desconexión con el mundo familiar.
En una conferencia impartida en Stanford hace quince años, Steve Jobs pidió a los recién graduados que no dejaran que el ruido de las opiniones de los demás ahogase su voz interior. Para esto hay que tener voluntad de voz propia y coherencia. No quedar atrapados por dogmas que nos obligan a asumir argumentos que no admiten discusión y se prestan a represalias si no se acatan. Hay que hablar de la inteligencia moral, o de la moral de la inteligencia.
¿Tenemos una responsabilidad mayor hacia las clases menos educadas? Esta es una pregunta que se elude cuando estamos instalados en la ley de la selva, donde el más fuerte aplasta al débil y desprecia el comportamiento altruista. Pero se trata de una pregunta decisiva y por tanto insoslayable. Hay que determinar en qué medida un grupo social se beneficia del conjunto de interacciones que recibe.
Las comparaciones sistemáticas con personajes destacados o ricos manifiestan frustraciones. Los sueños de igualdad también ocultan resentimiento ante la excelencia que no se tiene. Baroja contaba a este respecto un chascarrillo: “Igualdad oigo gritar al jorobado Torroba, y se me ocurre preguntar: ¿quiere verse sin joroba o nos quiere jorobar?”. Cuanto más talento se concentra en un sitio o en una persona, se genera más riqueza (de la índole que sea). La cuestión es qué hacer con ella. La ignorancia lleva a la esclavitud y a la tiranía.