El hombre frente a las creaciones cibernéticas / PIXBAY

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Ciencia

Norbert Wiener y la nave del futuro

El creador del término ‘cibernética’, doctor en Lógica Matemática con apenas 18 años, desarrolló en sus escritos científicos los principios por los que se rigen las invenciones

24 diciembre, 2020 00:10

¿Pueden imaginarse a un chico que con 18 años ya fuese doctor en Lógica Matemática? Es el caso de Norbert Wiener, nacido en 1894. Estudió luego con las enormes figuras de Bertrand Russell, G. H. Hardy, David Hilbert y Edmund Landau. Con sólo 25 años, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) le encargó organizar y dirigir su Departamento de Matemáticas. Durante su infancia fue escolarizado en casa por Leo, un emigrante polaco que llegó a ser profesor de Lenguas eslavas en Harvard y que tradujo al inglés la obra completa de Tolstoi. Leo era su padre, un hombre culto, exigente, severo, autoritario, siempre presente.

Al poco de entrar en el MIT (“un hogar para el intelecto”, lo llegó a calificar, donde pasó 35 años de su vida; siempre en contacto con progresos científicos y tecnológicos), propuso una máquina procesadora de información digital. Nadie le hizo caso. Faltaban veinte años para el primer ordenador basado en circuitos electrónicos. Valga decir que Weiner se interesó vivamente por el Autómata Ajedrecista, del gran inventor e ingeniero español Leonardo Torres Quevedo, fallecido en 1936.

Norbert Wiener

Norbert Wiener

Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó en el diseño de sistemas de defensa antiaérea. También desarrolló estudios de prótesis sensoriales para reemplazar miembros amputados y brazos artificiales, en particular. E ideó aparatos para paliar la sordera. En 1948 y en su libro Cibernética o el control de conocimientos en animales y máquinas, Wiener introdujo el neologismo cibernética (el arte de gobernar una nave, de la voz griega kybernetes). Se trata de una ciencia híbrida orientada a fijar medios de control sobre nuestro entorno para la mejora del nivel de vida y asegurar la “continuidad de cualquier modo de vida civilizado, en el futuro”.

Voy a destacar un manuscrito de Wiener concluido en 1954, pero que permaneció inédito hasta 1993; casi 30 años después de su muerte. Se trata de Inventar. Sobre la gestación y el cultivo de ideas (Tusquets). En esas páginas, el padre de la cibernética partía de que “vivimos por obra y gracia de la invención” y planteaba los principios por los que se rigen las invenciones, en las que siempre aparece un componente aleatorio. Y destacaba la convergencia de cuatro climas en todo su proceso: el intelectual, el técnico, el social y el económico.

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¿Por qué ciertos períodos históricos son fructíferos en invenciones y no siempre coinciden con las épocas fértiles en ideas que han preparado el terreno para aquellas? Las mejores ideas son concebidas en el intelecto de científicos individuales, y cuanto mejor entrenados estén, más probable es que surjan; en especial, allí donde se valore el trabajo intelectual y se confíe en él.

Norbert Wiener admiraba la capacidad de formular lo esencial y descartar lo accesorio o no significativo. Encarnaba la relación más vigorosa que se pueda imaginar entre la matemática pura y la aplicada, los desarrollos matemáticos y los logros ingenieriles. Como matemático culto y sensible, consideraba que el lenguaje es “un poderoso órgano de invención y descubrimiento”. El hijo del profesor Leo Weiner declaraba: “No podemos actuar impunemente como si el grueso de la literatura y las reflexiones que representan los logros y especulaciones del pasado no estuvieran ahí”. Por esto creía en la necesidad de adaptar el viejo espíritu de la erudición lingüística, histórica y literaria; valores que no perecen.

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Ortega y Gasset deploraba en 1930 al especialista como bárbaro moderno: “Sabe muy bien su mínimo rincón del universo, pero ignora de raíz todo el resto”. Wiener decía desconfiar del experto como tal, un especialista sin visión de panorama. Remarcaba la necesidad de saber abandonar lo que debe ser dejado de lado y sostener lo que aún merece consideración. Hay un poderoso sentido práctico al asociar el elemento artesanal de una investigación y el científico. A propósito de Oliver Heaviside (solitario, íntegro y excéntrico físico e ingeniero inglés que predijo a principios del siglo XX la existencia de la ionosfera, una capa eléctricamente conductora en la atmósfera superior que refleja las ondas de radio, un tipo de radiaciones electromagnéticas), Norbert Weiner declaró que alguien que repudie honores y acepte la pobreza es invulnerable. Decía que los hombres de negocios recelan del científico que se preocupa más de su ciencia que de las recompensas materiales que pueda obtener. Y que, por tal razón, a los poderosos les satisface comprobar que “la nueva generación” –lo decía en 1954– “tiende a alejarse de la abnegación, de la pasión por el saber y todas esas cosas incontrolables”. No tengo claro que esto fuese exactamente así.

Científicos como William Thomson (el primero que llegó a la Cámara de los Lores, como lord Kelvin) fueron también industriales de primer orden. Él amasó una fortuna por sus prestaciones en el campo de la electricidad. O el célebre Thomas Alva Edison, de quien Weiner evocaba que hizo un laboratorio industrial (relacionado con el fonógrafo, la telegrafía múltiple y la luz incandescente) con una plantilla de técnicos en nómina. “En aquellos días en que la responsabilidad moral del patrón estaba menos delimitada, y antes de las conquistas sindicales, para Edison era fácil ser un patrón tiránico, y de hecho lo fue. Se cuidó mucho de que cualquier invención hecha en su laboratorio llevase su nombre, sin ninguna mención a los científicos particulares a quienes pudiera deberse la concepción y ejecución de la idea”, aseguraba.

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A Norbert Weiner le importaban la gestación de ideas a largo plazo, la presencia vigorosa de instituciones dedicadas a fomentar el interés público, los científicos entregados a su trabajo e incapaces de quedarse satisfechos sin alcanzar el mejor resultado del que fuesen capaces. Él creía que ser famoso, aunque no se perdiera la modestia, era una carga y una forma de aislamiento: “Esto no es menos cierto en el caso del sabio, un hombre que debería estar siempre en disposición de hacer algo nuevo”.

A su parecer, el científico puro era visto, tanto por el industrial como por el hombre de la calle, como alguien “de vida modesta y escasa influencia, una especie de poeta de la industria” al que se concede libertad de pensamiento porque no se le da mucha importancia. En el libro citado, Inventar, brindaba por el científico eficiente que opta por llevar una vida modesta, sabedor de que sólo con ésta puede efectuar su función de forma adecuada. En este contexto cobran especial relieve unas palabras suyas, pronunciadas por quien supo pilotar una nave del futuro, y que deberíamos tener muy en cuenta, tanto por ser juiciosas como por proceder de alguien que demostró saber bien lo que decía.

41hhhMkE1uLCon sana ambición, Wiener afirmaba que las escuelas no tenían que ser conformistas y deberían pretender algo más que nulidades bien acabadas. Ya fuese en los cursos de lenguas modernas, en los de clásicas o en los de matemáticas, la enseñanza media debería tener el peso que tuvo en el pasado. De no ser así, nuestra civilización caería de forma inexorable en una mediocridad bizantina, y nuestra ciencia estaría gobernada por funcionarios o empleados, no por hombres conscientes de su condición personal. Recálquese que todo esto lo dijo hace sesenta y cinco años y todavía nos sigue dando que pensar, aunque ocultemos la cabeza como un avestruz. Convendría que además de hacernos pensar implicase alguna clase de quehacer. El objetivo de la ciencia es elevar los niveles de calidad de la enseñanza y elevar nuestra calidad humana. Tenemos el reciente ejemplo de Corea del Sur que, tras salir de una dictadura en 1987, volcó con ahínco esfuerzos que hoy le siguen dando magníficos resultados en confianza, seguridad, solvencia, creatividad y holgura.

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