El físico Francis Crick en su despacho / MARC LIEBERMAN

El físico Francis Crick en su despacho / MARC LIEBERMAN

Ciencia

Francis Crick y el test del chismorreo

El físico británico, Premio Nobel por sus hallazgos sobre la estructura del ADN, decía que la clave de un descubrimiento científico está en aquello que seduce a cada persona

4 diciembre, 2020 00:00

En el mundo científico existen muchas especialidades, pero en esta larga, amarga y agobiante hora pandémica miramos hacia algunas de ellas con impaciencia, para que quien sea dé con la panacea que nos saque de este laberinto tortuoso; esto es, una vacuna eficaz que nos libere de la enfermedad. Sin hacer un sondeo, les propongo que se pregunten cómo es vista en nuestro tiempo la figura del científico: ¿Con respeto o con desdén? ¿Con gratitud o con recelo? ¿Con esperanza o con escepticismo? ¿Con unanimidad o con fuerte división de opiniones? 

En cualquier caso –dejo al margen a los encandilados que haya por las pseudociencias–, no es razonable idealizar a los científicos, ni venerar de modo ciego a los más grandes; tampoco se trata de ser, claro está, iconoclastas. ¿No es mejor sentir cierta curiosidad por esas personas, casi siempre escondidas detrás de fórmulas y conjeturas, y acercarse a sus propósitos de vida y trabajo? La idea sería sacar siempre lo mejor de cada ser que nos rodee, y promoverlo con entusiasmo y ganas.

Francis Crick durante una clase magistral

Francis Crick durante una clase magistral

Echemos un vistazo a un científico concreto de carne y hueso: Francis Crick. Nació en 1916, en un pueblo pequeño del centro de Inglaterra (en la región de las Tierras Medias Orientales, East Midlands). Su familia estaba empleada en una fábrica de zapatos. Estudió Física con becas y se licenció con 21 años de edad, sin particular brillantez. Al poco de iniciarse la Segunda Guerra Mundial le dieron un empleo civil en el Ministerio de Marina. Su cometido acabó siendo diseñar minas magnéticas y acústicas, y lo hizo con gran eficacia (eran lanzadas por avión al fondo marino de los canales navegables del Báltico y del Mar del Norte, llegaron a hundir o a producir serios daños a cerca de mil barcos mercantes enemigos). Era la guerra. Cuando acabó tenía 29 años, estaba casado y tenía un hijo. Pero no sabía qué hacer, qué camino profesional tomar.

Como el propio Crick diría años más tarde, algunos científicos “trabajan tanto que no tienen tiempo para pensar seriamente”. A él no le quedó más remedio que pensar seriamente sobre su futuro. Sopesó dedicarse al periodismo científico porque no se veía en su propio campo, la física. Aquellos ocho años no habían pasado en vano. Al cabo de unos meses acabó por decidirse a acometer un salto de área. ¿Cómo se produjo?

Adelantaré que ese joven alcanzaría en 1962 el Premio Nobel de Fisiología y Medicina, junto a otros dos colaboradores, por “sus descubrimientos sobre la estructura molecular de los ácidos nucleicos (ADN) y su importancia para la transferencia de información en la materia viva”. En su libro What Mad Pursuit, publicado en 1988 y editado en español al año siguiente por Tusquets con el título Qué loco propósito, da su visión sobre la experiencia del descubrimiento científico. Ahí explica que un día tomó conciencia de que al hablar con sus amigos oficiales de la Marina siempre le entusiasmaba contarles los últimos avances debidos a la penicilina y otros antibióticos. Así se sacó de la manga lo que llamó el test del chismorreo: una prueba para aclarar qué era lo que más mueve y seduce a cada persona.

DNA Model Crick Watson

Modelo de la estructura del ADN realizado por Crick y Watson

Chismorrear equivale a cotillear, a hablar con indiscreción o malicia de alguien y sus asuntos. No era este el caso de Crick. Él empleó el término gossip, que incluye además otro sentido. El diccionario Collins lo recoge así: casual and idle chat; esto es, una charla informal, despreocupada, ociosa. Observó que él fijaba su interés principal en dos áreas, siempre hacia el misterio de la vida y de la conciencia: la frontera entre lo viviente y lo no viviente (Biología Molecular) y el funcionamiento del cerebro (Neurobiología). Optó por la primera de ellas.

El físico Massey, su antiguo jefe en la Marina, fue uno de sus confidentes y no sólo le hizo dos cartas de presentación, sino que le recomendó visitar a Maurice Wilkins, quien había iniciado el mismo recorrido desde la física a la biología antes de acabarcompartiendo con Crick el Nobel. En 1947 comenzó a estudiar Biología y a trabajar en un laboratorio a las órdenes del físico Lawrence Bragg (ganador junto a su padre, del premio Nobel de Física, con sólo 25 años). ¡Qué gran constelación!

Crick decía que en biología prima “la acción continuada de la selección natural” y que no hay nada parecido a la relatividad ni a la electrodinámica cuántica. En su estudio comparativo entre ambas ramas del saber escribió: “Se cree que las leyes de la física son las mismas en cualquier parte del universo. Es improbable que esto se pueda aplicar a la biología. No tenemos ni idea de en qué se parecerá la biología extraterrestre (si existe) a la nuestra”. Su idea clara establecer puentes entre disciplinas, desde la convicción de que los temas híbridos suelen ser fértiles y que “si una disciplina científica permanece pura, normalmente languidece”.

Stained glass window in the dining hall of Gonville and Caius College, in Cambridge (UK), commemorating Francis Crick,

Ventana de Cambridge en homenaje a Francis Crick

En 1951, Crick conoció al biólogo estadounidense James Watson, quien sería su más estrecho colaborador: “Éramos rápidos en reconocer el éxito cuando lo veíamos y en sacar lecciones tanto de los éxitos como de los fracasos”. Dos años después publicaron un artículo en Nature proponiendo la estructura en doble hélice de la molécula del ADN, algo que se acabó confirmando y les valdría el Nobel: a ellos dos y a Wilkins, pero no a Rosalind Franklin cuyos brillantes análisis cristalográficos por rayos X, con sus patrones de difracción, fueron decisivos para alcanzar el hallazgo; la química británica Franklin había muerto en 1958, con 37 años de edad, y los premios Nobel no se dan a título póstumo.

Cabe remarcar la importancia el factor suerte en toda actividad humana, pero en ciencia el azar favorece a las mentes preparadas. ¿Qué mérito tenemos, se preguntaba Crick, pasados los años? En todo caso, “la persistencia y el deseo de desechar ideas cuando éstas se convierten en insostenibles”. La falta de satisfacción con nuestras ideas fue “lo que hizo posible que nos diéramos cuenta de dónde estaba el error”. Se marcan las diferencias al vivir con la idea de que el error siempre está al acecho y aborrecer la complacencia infantil que se instala en forma de narcisismo, necio y opresor a la vez. Es un error, insistía, “confiar demasiado en los propios razonamientos”, también cuando son negativos y sugieren que no vale la pena probar según qué cosas, porque inevitablemente fallarán.

Watson Crick Watson 1953COURTESY OF A. BARRINGTON BROWN, GONVILLE AND CAIUS COLLEGE : SCIENCE PHOTO LIBRA

Crick y Watson en 1953 / BIBLIOTECA CIENTÍFICA CAIUS COLLEGE

Es vital “no quedar atrapado por las propias ideas equivocadas”. Hay que saber tomar algún distanciamiento con las propias propuestas, no ligándose en exceso a ellas. Y ser conscientes de que, al investigar, los intentos por obtener provecho fallan o bien al atascarse en callejones sin salida o por abandono prematuro. No debería caer en saco roto esta otra observación, que muchos de sus colegas olvidan: “Aprendí que si tienes que hacer una crítica a un trabajo científico, es mejor hacerlo firme pero suavemente; y precederla de un elogio de sus aspectos positivos”. 

Y añadía: “Lamento no haberme acogido siempre a esa regla. Desafortunadamente, a veces me he dejado llevar por la impaciencia y me he expresado de un modo brusco y devastador”. Debo explicárselo a mis estudiantes en este curso extraño que nos ha tocado vivir para estimularles. En 1973 Francis Crick se instaló en Estados Unidos, en San Diego, y se dedicó a la neurociencia (según su test del chismorreo, la segunda alternativa que entonces pospuso) hasta su muerte en 2004.