La ingeniería de la felicidad
Los sistemas de referencia con los que operan nuestros cerebros no nos vienen dados genéticamente. Deben ser aprendidos y se conquistan a partir de una herencia cultural
15 mayo, 2020 00:10Con la ciencia no se puede negociar, pero hay que tratar con ella de cerca para delimitar el poder de los datos y de los hechos. Lo podemos hacer de muchos modos, integrando siempre perspectivas con método, rigor e imaginación. A este proceder se llega con una visión cultural de la ciencia, sabiendo escoger la información que le damos al cerebro (nuestro órgano rector). Tan excesiva, y a menudo superflua, es la información que inunda la atmósfera que esta operación selectiva resulta de capital importancia.
Mateo Valero, director del Barcelona Supercomputing Center, ha escrito hace poco, con Josep Martorell y Ulises Cortés (también profesores e investigadores del BSC), que “los datos extraídos de los dispositivos móviles de cada individuo, bien usados, pueden contribuir a mitigar el impacto del COVID-19 en la salud individual y colectiva, ya que a través de ellos podemos trazar los movimientos y contactos físicos de los individuos”. Sabedores de que es imperioso equilibrar el derecho a la privacidad, con las libertades y el deber social (a fin de minimizar daños ante los rebrotes estacionales del virus), esos autores piden a sus lectores un voto de confianza en las autoridades democráticas (que ya tienen nuestros datos fiscales, de padrón y la mayoría de nuestras historias clínicas). Pero los gobernantes deben explicar en qué medida estos datos que procesan ahora suponen beneficios individuales y sociales, y no caerán en el marco del totalitarismo que siempre canta, con bombo y cinismo, sus bondades.
Al fondo, las empresas dueñas de las redes sociales continúan imparables capturando nuestros registros. Los peligros nos empujan a esquivar riesgos y a ser más gregarios. El debate entre seguridad y libertad es inseparable del desarrollo tecnológico, más aún en estas condiciones de acecho. ¿Cómo plantearlo? En función del sistema de referencia que adoptemos.
Human Brain, una obra de J.M. Bourgery
El ser humano debería ser el principal centro de interés, pero se suele desatender su realidad por una deformación ideológica. Los sistemas de referencia no vienen dados genéticamente, deben ser aprendidos y se conquistan a partir de una herencia cultural. Por esto se puede decir que somos modificables y educables. En busca de claves dirijo la mirada al neurobiólogo José Manuel Rodríguez-Delgado, quien insistía en que los genes no inventan ideas. Nacido en Ronda (1915) y fallecido en San Diego (2011), dirigió el departamento de Neuropsiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale, donde fue catedrático de Fisiología durante más de veinte años.
Rodríguez-Delgado fue uno de los pioneros en la inaudita implantación de electrodos en el cerebro para estimular algunas de sus zonas. Descubrió un mecanismo para controlar de forma remota el cerebro de animales con el fin de investigar alternativas terapéuticas al tradicional tratamiento de la depresión y del párkinson. Prefirió dedicarse al cerebro en lugar de al corazón, al entender que el hombre y su entorno son un artificio del cerebro; soporte material que lo dirige todo, pero que no contiene todos los elementos precisos para formar la mente y la personalidad.
El profesor José M. Rodríguez Delgado
El cerebro se ve modificado de continuo por la información que viene de fuera. No era infrecuente que el profesor Rodríguez-Delgado dijera a su auditorio: “Ustedes son parte de mí mismo y yo parte de ustedes”. Sabía que era posible influir en quienes le escuchaban con atención, modificando eléctrica y químicamente la profundidad de sus cerebros. Al hacer una exposición seguía las tres reglas de Ramón y Cajal: tener algo nuevo que decir, decirlo y callarse cuando se ha dicho. Consciente de lo que significa vivir, sentía la responsabilidad de obrar en armonía con lo mejor de cada hombre y con el medio ambiente. Su pensamiento partía de la base de que el hombre no está determinado por la fatalidad y debe aprender a ser libre. Al ser un producto artificial de la civilización, lo que seamos dependerá de nosotros mismos.
Siguiendo a Ramón y Cajal, Rodríguez-Delgado entendía que la tarea humana de mayor repercusión es conocer las bases físico-químicas de la memoria, de los sentimientos y de la razón, y conquistar así su propio cerebro. El objetivo de la ciencia, para el profesor malagueño, era la felicidad personal y social. En su afán educativo, escribió ensayos como Control físico de la mente, Mi cerebro y yo o La felicidad. Ésta, decía, no está en el medio ambiente, sino en el cerebro: “La felicidad humana es un valor relativo que depende de la interpretación mental de la realidad que nos rodea. Si comprendemos los mecanismos mentales será fácil encontrar la felicidad y disminuir el sufrimiento innecesario”. Ante la rotunda evidencia del placer y del dolor, aguarda una ingeniería de la felicidad y ésta requiere un cerebro activo.
Es oportuno señalar que a comienzos de 1975, nueve meses antes de morir Franco, la Fundación Juan March organizó un ciclo de conferencias que dejaron huella. Rodríguez-Delgado las dictó bajo el título Control físico de la mente y creatividad humana. Había regresado a España tres años antes, con el proyecto de dirigir el Centro Ramón y Cajal y el departamento de Fisiología de la Facultad de Medicina la UAM. Habló de método y de las posibilidades y límites de los controles cerebrales (con implicaciones éticas y pedagógicas), de la falta de visión a largo plazo en los gobernantes (quizá mayor ahora que en aquella fecha), de la necesidad de estructurar ideas y de buscar soluciones que solo podían ser globales.
Su objetivo era la preparación del hombre futuro para ayudarle a ser libre y a que asuma conciencia de sus propios actos. Educar a los niños en la responsabilidad y en la libertad supone –a su juicio– promover una conducta social, que es distinto a impartir una educación permisiva que consienta y disculpe la agresión por ser una reacción natural. Delgado, en cambio, creía que la aceptación permisiva de la violencia hace que los patrones agresivos de respuesta se fijen en el cerebro. La cuestión es no ser en exceso ni autoritario ni tampoco permisivo.
Podemos vivir centrados en la fórmula nosotros solos, como individuos o miembros de un grupo. Pero también podemos abrirnos a una lógica evolutiva, en la que participar sin perder nuestra originalidad. ¿Soportaríamos una reflexión sobre nuestros propósitos en la vida? ¿A dónde quiero dirigir mi existencia? Ciertamente, todos tenemos distintas habilidades, caracteres diferentes, percepciones subjetivas, aunque también hay personas no tienen suficiente consciencia de sí mismos.
Rodríguez-Delgado defendía la ambición de adquirir conciencia y un destino personal, social o incluso cósmico. Y abundaba en la idea de que nuestras acciones diarias labran la estructura material de nuestro propio cerebro. El afán de participar con generosidad en un bien común –concluía– nos dará la recompensa de vivir liberados de instintos ancestrales, y participar en otras vidas fuera de las fronteras de tiempo y espacio. Y, así, trascender hacia el futuro de los seres que amamos. Hace casi medio siglo este científico, místico y pragmático, hizo estos planteamientos acerca del control remoto del cerebro y la creatividad humana. Superar las manipulaciones deterministas con firmeza, y tomar nuestra vida en nuestras manos, sigue siendo un objetivo necesario en el actual cosmos evolutivo, en medio de esta enfermedad que nos ataca a todos de forma disruptiva, global y sin hacer distinciones.