Mario Bunge, un sabio moderno
El físico y filósofo argentino fue enemigo de lo que consideraba el gran obstáculo para la creación de verdadero conocimiento: el pensamiento posmoderno
1 marzo, 2020 01:00Mario Bunge falleció en Montreal el martes 25 de febrero a la edad de 100 años. Hace poco tiempo, este importante físico, filósofo, epistemólogo y escritor respondió con humor cuando se le preguntó por el secreto de su longevidad: “La receta es mantener ágil el cerebro. Si uno deja de aprender, el cerebro deja de funcionar. También es importante no fumar, no beber alcohol, no hacer demasiado deporte y no leer a los posmodernos”.
Como se deduce de su respuesta, Bunge fue totalmente enemigo de lo que consideraba el gran obstáculo para la creación de conocimiento: el pensamiento posmoderno. No era el primero en denunciar el desmantelamiento de las ciencias sociales y los desatinos y logomaquias de muchos gurús del posmodernismo. Se alineaba en esta posición con otros críticos como Noam Chomsky, Eric Hobsbawm, George Steiner, Umberto Eco y, sobre todo, con Alan Sokal, físico que se alarmaba ante la “difusión de las teorías posmodernas que, aunque no influirían para nada en las ciencias naturales, ya que nunca les harán caso, sí en las ciencias sociales”. ¡Y así fue!
Muchas disciplinas sociales que se estaban construyendo sufrieron los embates de los corifeos de Lacan, Braudrilland, Kristeva, Feyerabend, con su anarquismo epistemológico, y otros. En muchos ámbitos posmodernos se daba por supuesto que las teorías científicas eran meros mitos o narraciones, y que los debates científicos se resolvían mediante la retórica y la formación de coaliciones, siendo la verdad sinónimo de “acuerdo intersubjetivo". Estos autores, con su “pedante artificiosidad” y el deliberado abandono de la ciencia social como conocimiento objetivo, fueron el blanco de Bunge que se convirtió en un ariete contra esas formas de entender la ciencia.
Portada de 'Cien ideas' / LAETOLI
Mario Bunge ha sido el gran adalid, casi combatiente, en pro de la defensa de la posibilidad de un conocimiento objetivo en las ciencias que estudian la sociedad. Su principal argumento es muy claro: el calificativo de científico de un determinado conocimiento no viene dado por la exactitud e inapelabilidad del resultado conseguido en un proceso de investigación. Su condición de científico se deriva del tipo de camino que se ha trazado para conseguirlo, es decir, por la aplicación de un proceso heurístico que esté universalmente aceptado como el hegemónico. Con esta definición general del conocimiento científico es totalmente defendible que las investigaciones sobre la sociedad atesoren la condición de científicas. A partir de esta idea repartió ácidas críticas, en ocasiones auténticos mandobles, a lo que denominaba en su argot argentino, macanas, es decir, disparates, tonterías y mentiras. En el libro Las Pseudociencias ¡Vaya Timo! (2014) lo deja claro: La superstición, la pseudociencia y la anticiencia, señala Bunge, no son basura que pueda ser reciclada: se trata de virus intelectuales que pueden atacar a cualquiera hasta el extremo de hacer enfermar toda una cultura.
¿Cuáles eran las formas contemporáneas de superstición?: “Unas pertenecen al oscurantismo tradicional: fundamentalismo religioso, ciencias ocultas, homeopatía, psicoanálisis (el psicomacaneo, como él lo define).. Otras al “oscurantismo postmoderno: “pensamiento débil”, retoricismo, construccionismo, existencialismo, y la filosofía femenina que considera la ciencia, y en general la racionalidad y la objetividad, como falocéntricas. Con estas frases se expresaba Bunge en su lección como doctor Honoris Causa en Salamanca, una de las veinte universidades que lo habían investido con este honor.
Bunge no hacía solo aceradas críticas a los que consideraba responsables de propagar los virus intelectuales. Gran parte de sus escritos hacían propuestas positivas y concretas de cómo mejorar la sociedad a través de la promoción de la ciencia. En Cómo criar y cómo matar la gallina de los huevos de oro desgrana con ironía los conceptos de excelencia y relevancia de la ciencia para preguntarse, finalmente, cuál es el objeto de la política científica. En este famoso discurso y otros escritos defiende que la solución al atraso de América Latina es la apuesta por la educación y por la investigación. Para ello, los gobiernos deben fomentar la ciencia básica para alimentar la técnica, invertir más en la investigación y desarrollo, promover la enseñanza a estudiantes de forma gratuita, y que las universidades se preocupen más por el conocimiento y menos por el dinero.
Expresa Bunge con estas ideas su histórica preocupación por la política y el bien común, ligada siempre a su ideal educativo. En su juventud, Bunge, muy posiblemente influido por la figura y la acción política y social de su padre, un congresista de ideas socialistas, escribió una obra titulada Temas de Educación Popular (1943) auténtico plan de acción para la creación de escuelas para la formación de obreros y clases populares en general. En su Argentina natal propone una línea de educación técnica diseñando un modelo de centro con todo lujo de detalles. Esta obra predice una posición que se mantendrá a lo largo de los años en las que puede deducirse un modelo de educación no elitista, eficiente y ligado a las necesidades sociales que lo enmarcan.
Portada de 'Mario Bunge, Vistas y entrevistas' / SIGLO XX
Cuando publicó su libro Filosofía y Política solidaridad, cooperación y democracia integral (2009), aportó una serie de conocimientos académicos, tanto de filosofía de la ciencia, como de su trayectoria personal. Crecer en Argentina "fue una buena experiencia", cuenta Bunge. "Fui puesto en la cárcel dos veces, no tuve documentos de identidad durante veinte años, (…) en realidad he estado escribiendo este libro toda mi vida”. Aunque para Bunge la política no es una ciencia sino una actividad, valoraba la acción política como un elemento decisivo en el ámbito del progreso llevado de la mano de la ciencia y la cultura.
Un tercer aspecto a destacar es su altura como filósofo de la ciencia, como epistemólogo y como metodólogo. Sus diferencias con Popper, Hayek y, sobre todo, con Kunh lo sitúan en un lugar destacado en el debate sobre la ciencia en la segunda mitad del siglo XX. De sus más de 400 artículos y cincuenta libros hay uno que debe ser citado por ser un clásico en la formación de investigadores, sobre todo de las ciencias sociales. Se trata de La investigación científica, su estrategia y su filosofía obra publicada en 1969 que tradujo de manera magistral Manuel Sacristán. La investigación sigue siendo, tras innumerables ediciones, una obra de referencia. La idea fundamental que subyace es la descripción del método científico, que no debe considerarse como una lista de recetas para dar con las respuestas correctas a las preguntas científicas, sino el conjunto de procedimientos por los cuales se plantean los problemas científicos y se ponen a prueba las hipótesis.
Mario Augusto Bunge ha sido posiblemente uno de los filósofos de la ciencia más importantes del siglo XX. Podría definirse como un materialista, un realista, un sistemista y, sobre todo, como un cientificista. “La acusación de cientificista me enorgullece", dice Bunge. "El cientificista es un tipo que sostiene que todo lo cognoscible se puede conocer mejor utilizando el método científico en lugar de la improvisación o de la especulación desenfrenada”. Es una suerte que lo estafaran cinco veces cuando intentó comprar, en otras tantas ocasiones, unas propiedades (“estancias”) en la Pampa argentina. Como dijo en la UBA durante el acto de presentación de su libro autobiográfico: Entre dos mundos” (2014), “se perdió un estanciero más y yo me tuve que dedicar a la física teórica”. ¡Menuda suerte tuvimos!