Ilustración sobre el 'safari' en Sarajevo

Ilustración sobre el 'safari' en Sarajevo FARRUQO

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Sarajevo, cruce de culturas, frente al ‘safari’ humano de ciudadanos occidentales contra los musulmanes

Tres décadas después de que el ángel de la muerte arrasara los Balcanes, la Fiscalía de Milán investiga a los ciudadanos occidentales que pagaron verdaderas fortunas para viajar a las afueras de Sarajevo y disparar contra seres humanos desde atalayas protegidas

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Las ruinas de la Biblioteca de Sarajevo muestran que el ensañamiento contra la cultura es una forma especial de barbarie; sus alacenas de papel son el custodio de la vida, pero también un cementerio, un memoricidio en palabras de Juan Goytisolo. Después de una tragedia humanitaria producto del odio, la literatura puede ser un lenitivo para los hijos de la injusticia. Así lo expresa Plegaria en el asedio, la novela rotunda del bosnio Damir Ovcina que utilizó su propia vida y la de sus vecinos para relatar el dolor de la ciudad sitiada por las milicias serbobosnias.

Ahora, tres décadas después de que el ángel de la muerte arrasara los Balcanes, la Fiscalía de Milán investiga a los ciudadanos occidentales que pagaron verdaderas fortunas para viajar a las afueras de Sarajevo y disparar contra seres humanos desde atalayas protegidas, participando en las masacres de civiles musulmanes.

Las milicias autoproclamadas serbias de Radovan Karadzic escoltaban a los “turistas del crimen” hasta las colinas que rodean Sarajevo, donde llevaban a cabo un macabro safari. Después regresaban a sus cómodas vidas.

Aquel antecedente criminal ha entrado en las sedes de los palacios de Justicia y lo hace significativamente, poco después de cerrarse otro gran genocidio, el mayor, en la Franja de Gaza. La investigación actual sobre los cazadores de musulmanes en Sarajevo nace en la denuncia del escritor Ezio Gavazzeni y de los abogados Nicola Brigida y Guido Salvini.

“La documentación incluye las pruebas que han permitido abrir esta investigación y revela que ciudadanos italianos y de otros países de la Europa occidental “viajaban a Sarajevo, pasando por Trieste, para matar a ciudadanos asediados”, explicó a Efe el letrado Brigida. La existencia de esos viajes fue conocida y obviada por las potencias de la Europa occidental. La fiebre islamofóbica en los Balcanes ya se trató públicamente en Sarajevo Safari, un documental del director esloveno Miran Zupancic estrenado en 2022, que dejó abiertos enormes interrogantes.

La voz de Ivo Andric

Las tropas serbias alzaron el sitio de Sarajevo cuando las naciones yugoslavas -Croacia, Serbia, Montenegro, Kosovo, Bosnia, Eslovenia o Albania- brotaban pujantes en la primavera de los pueblos.

Fue el momento de euforia en Belgrado, en cuyo laboratorio militar se creó la fanática Gran Serbia, el pan nacionalismo del más fuerte, con la misión de agrupar a la Yugoslavia desmembrada, uniendo a todos los ciudadanos de origen serbio bajo un mismo Estado.

Sarajevo es una cuna de belleza y tolerancia; su asedio fue un crimen contra la infancia del mundo, la eliminación de un vestigio cosmopolita reflejado en la película ¿Te acuerdas de Dolly Bell?, dirigida por Emir Kusturica, al ritmo de los sesenta y con música de Adriano Celentano, sobre la vida de un adolescente en un barrio marginal de Sarajevo.

La escritora norteamericana Susan Sontag llegó a Sarajevo en 1993, dispuesta a dirigir y producir Esperando a Godot, la obra de Samuel Beckett, convertida entonces en un grito de alarma a Occidente. Ella comprobó que, desde las Puertas de Hierro, el rincón del Danubio en la frontera serbobúlgara, hasta casi el Adriático, la Serbia de Milosevic había extendido su nación celeste.

El fin de semana partisano

Sobre la ruta del Neretva, la guerra de los Balcanes hundió el Puente de Mostar, la pasarela que unía a las tres culturas semíticas. El temor a la masacre había sido anticipado mucho antes por el premio Nobel Ivo Andric, en Un puente sobre el Drina; la ficción alertó sobre el contacto estrecho entre la cultura cristiana ortodoxa y la musulmana, anticipando que la hermandad podría convertirse en rivalidad enconada, hasta el estallido de un conflicto.

Y podría decirse que, ya en plena guerra, el pronóstico fue confirmado sobre el terreno por Priscilla Morris en la novela Mariposas negras, con la memoria del sitio de Sarajevo, cuando los días se hacían inciertos y los ciudadanos, musulmanes en su mayoría, mantenían la llama de la esperanza. Sus fuentes son verosímiles y expertas, lo que valida una obra novelada en unos términos que se los podríamos atribuir a Goytisolo en el arte de combinar el hecho con su forma metafórica.

Los temores de Andric -nacido en Bosnia y residente en Belgrado- se confirmaron, cuando los soldados de Karadzic rodearon la ciudad. Los fines de semana entraban en juego los francotiradores occidentales que, a cambio de grandes sumas de dinero, practicaban la matanza del musulmán, un deporte criminal conocido entonces como el weekend chetnik (el fin de semana partisano de los ricos). Benjamina Karic, exalcaldesa de Sarajevo, va más lejos: “existía incluso una especie de macabro tarifario que consistía en que matar a un niño era lo mejor pagado”.

La ciudad de Sarajevo

La ciudad de Sarajevo WIKIPEDIA

Fue una expresión cruel del “declive de la valentía”, un concepto acuñado por Solzhenitsin -autor de Archipiélago Gulag, expulsado de la antigua Unión Soviética y Nobel de Literatura- que increpa todavía hoy a la inteligencia europea y deshace tópicos, como la amistad franco-serbia o germano-croata, dos envolventes del frágil eje franco-alemán en el interior de la UE, hoy desaparecido.

En pleno cerco de la capital bosnia, las ráfagas y los proyectiles de lanzagranadas cayeron sobre el bastión amarillo, el zuta tabija; los misiles serbocroatas hicieron blanco en los muros de la Casa Svrzo, ejemplo de la arquitectura otomana y hoy, todavía están melladas las paredes de la antigua sinagoga de la comunidad sefardí, diseñada por el célebre Karel Parik; el Puente Latino y la mezquita del Emperador forman parte de la misma memoria.

Bruselas se desconecta

Sarajevo, la ciudad herida, ha sido siempre un bastión de la civilización abierta, democrática y multicultural, frente al vendaval de la “tribu” y las garras del nacionalismo. Sus habitantes no olvidan, como lo demuestra el hecho de que la céntrica Voivode Putnika, que atraviesa el barrio moderno de Sarajevo, fue rebautizada por los sitiados con el nombre de “Avenida de los Francotiradores”.

Europa ha crecido hacia el Este, pero ha crecido sobre todo en autoritarismo, con ejemplos como la Hungría de Orbán y la expansión de las ideologías oscuras en los países nórdicos. Aunque el éxito de la derecha radical es multicausal, parte de su crecimiento se debe al rechazo de la globalización y de la inmigración, pero también a la desconexión de Bruselas con la ciudadanía.

El escritor Ivo Andric

El escritor Ivo Andric WIKIPEDIA

La flojera continental empezó en los Balcanes, con el reconocimiento de Croacia cuando la ciudad de Dubrovnik sufría un asedio serbio, Osijek estaba en llamas y Vukovar, en ruinas. La limpieza étnica llegó a su apogeo y los campos de concentración aumentaron en las zonas conquistadas por los serbios.

Tres décadas más tarde, el fantasma de la autocracia --aumentado por la guerra de Ucrania-- se cierne hoy sobre los estados de la Unión, y la experiencia demuestra que la insolencia de los autoritarios aumenta con las dudas de las democracias.

En pleno sitio de Sarajevo, uno podía observar que, en la antigua Yugoslavia de Tito, la democracia había sido una reparación superficial bajo el dictado soviético; y casi todo se resolvía a base de pactos atávicos.

La voracidad danubiana

Cuando se destapó el horror, Bruselas miró hacia otro lado, comprometida únicamente con la recién creada UE (1992). Prácticamente nadie -y mucho menos François Mitterrand y Helmut Kohl- respondió al grito del director dramático Harris Pasovich, el humanista bosnio de referencia, cuando pedía ayuda: “¡Si vosotros no lo hacéis por nosotros, hacedlo por vosotros mismos!”

Solo la OTAN pacificó los Balcanes y al poco tiempo el historiador francés Jacques Julliard preconizó así nuestro presente: “la guerra abrirá nuevos frentes, el odio triunfará, el fascismo renacerá y solo nos quedará contemplar una Europa que nosotros habíamos merecido amar”.

Julliard acertó. La guerra de los Balcanes fue la primera piedra en el zapato de Europa, como verdadero actor político; no supimos reaccionar y hoy pagamos aquel olvido. La necesidad de ampliar la UE taponó la cuestión perentoria de su reducción, como demostró el Brexit años más tarde.

Bosnia cierra al sur con la frontera de Croacia cerca del puerto de Dubrovnik, la antigua Ragusa. El visitante recorre el puente levadizo de la puerta de Ploce, bajo la hornacina de san Blas, patrón de la ciudad y acceso del Stradum, el paseo flanqueado por arcadas en punta, como extraído de un paisaje de Canaletto.

Treinta años después del drama de los Balcanes, el triángulo urbano, Split-Sarajevo-Dubrovnik, “sigue demostrando que la levedad del barroco dulce fue socavada por la voracidad danubiana” (Robert Kaplan).