Antonio Álvarez de la Rosa

Antonio Álvarez de la Rosa

Letras

Antonio Álvarez de la Rosa: “Gustave Flaubert era un pesimista lúcido”

El profesor de la Universidad de la Laguna, ganador del Premio Málaga de Ensayo, explora la obra del gran novelista francés del realismo literario en una monografía que combina la sabiduría con el libro de viajes y la crónica impresionista

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Catedrático de Filología Francesa en la Universidad de La Laguna, Antonio Álvarez de la Rosa ha sido galardonado con el XVI Premio Málaga de ensayo por Flaubert a la carta: una brújula en el laberinto (Páginas de Espuma). Lejos de la prosa académica, Flaubert a la carta es una apasionante invitación a descubrir la obra del escritor francés. Con una estructura similar al del relato de viaje, Álvarez de la Rosa recorre los lugares que habitó  y, al mismo tiempo, las páginas de sus novelas o su correspondencia. Un viaje geográfico y literario en busca de uno de los más grandes escritores realistas de todos los tiempos.

¿Por qué Flaubert y no Balzac, Stendhal, Víctor Hugo o Proust?

El libro es una autobiografía intelectual que trata de encontrar la coherencia de mi forma de ser y de estar en el presente. Llevo escribiéndolo, en la cabeza y en papel, desde hace medio siglo, desde que maduré a la sombra de Flaubert. Como estudiante de Filología francesa, leí, por supuesto, Madame Bovary. Me pareció, supongo, una más de las tareas obligatorias, algunas más gratas que otras. No hubo ningún flechazo juvenil. Solo años después, cuando descubrí su correspondencia, empecé no solo a darme cuenta de la hondura de su pensamiento provocador, sino a descubrir que sus cartas debieran ser, como mínimo, el vademécum de toda persona preocupada por la manipulación de la lengua, es decir, del pensamiento y, desde luego, para quien aspire a ser escritor. “Si usted supiera con precisión lo que quiere decir, lo diría bien”, le sermonea a Leroyer de Chantepie, una de sus corresponsales a la que, por cierto, nunca llegó a conocer personalmente.

Me veía en el espejo de Flaubert, pensaba en él, leía sus biografías me vitaminaba con su ironía, sus convicciones, su ética o su lúcido pesimismo. Así me fui enriqueciendo y encontrando sentidos y sinsentidos a la vida. Sus cartas han sido una de mis brújulas. Los cimientos de Occidente, es decir, lo conseguido con la Ilustración, están siendo torpedeados. Sobre todo en esta época nuestra de hipertrofia nacionalista. Sus reflexiones son buenas para el pensamiento crítico. A mí, al menos, me han servido para perder el miedo y no perder el rumbo. Por los demás escritores que cita también siento, por supuesto, admiración.

El novelista francés Gustave Flaubert

El novelista francés Gustave Flaubert DANIEL ROSELL

Este ensayo tiene algo de relato de viajes. ¿Qué importancia tienen los lugares, a la ahora de acercarse a Flaubert?

Aunque no he sido consciente reconozco que, en efecto, hay un cierto aroma a libro de viaje a los lugares flaubertianos. En diciembre de 2021 acudí a Ruán, su ciudad de nacimiento, para entregar a Yvan Leclerc, presidente de los actos de su bicentenario, un ejemplar de El hilo del collar, mi antología de su correspondencia que se acababa de publicar en España. El humus literario de Flaubert ayudó a que, años después, germinara en mí la pasión académica, en primer lugar, y después el espejo en que quería verme reflejado. En el deambular por las calles de Ruán pensé en la idea de mantener esta conversación imposible entre Flaubert y un passeur de su obra para dar a conocer la vigencia de su pensamiento.

¿Qué nos descubre la correspondencia a la hora de entender a Flaubert?

En España el lector conoce a Flaubert, sobre todo, sus novelas, pero mucho menos la importancia de sus cartas. Las librerías ofrecen casi siempre Madame Bovary y, menos, La educación sentimental. Es difícil ver en los anaqueles El hilo del collar (Alianza, 2021), mi antología, donde se reproducen 400 de sus 4500 cartas conservadas, que van desde su infancia hasta dos días antes de morir, y que, además, es la primera editada en España. Tras su lectura tenemos una idea bastante clara del pensamiento de Flaubert, de sus muchos aciertos y de sus pocos errores, de sus muchas dudas y de sus escasas convicciones, de su idea maestra de que no hay que concluir, que la conclusión  es una de las grandes enfermedades del espíritu humano, el ridículo y habitual “esto es así y se acabó”.

'Madame Bovary'

'Madame Bovary' ALIANZA EDITORIAL

La importancia literaria de la correspondencia de Flaubert está más que documentada. Es como un diario en el que revela la construcción de su carpintería novelesca. La nómina de escritores, pensadores, críticos y lectores que han alabado su contenido es demasiado grande para detallarla. Kafka, además de sentir una rendida admiración por La educación sentimental, acabó convirtiendo las cartas de Flaubert en su libro de consulta, resultado de una identificación total. El Flaubert de las cartas, escritas a las tantas de la noche, tras jornadas agotadoras en busca de la “palabra justa”, esuna persona que no se esconde para expresar su visión del mundo y los seres humanos, mientras que el Flaubert, autor de ficciones, procura que el lector no perciba sus ideas para no condicionar su enfoque.

Es decir, en las cartas encontramos el pensamiento de Flaubert.

Además de ser uno de los grandes novelistas del siglo XIX, aún muy vivo y coleando, Flaubert es un pensador. Incluso cuando comenta la actualidad de su tiempo consigue bucear por debajo de las marejadas. Intuyó que la ficción es el mejor mirafondo si se quiere desvelar la realidad. “Para que algo sea interesante, hay que mirarlo durante mucho tiempo”, le escribió a su amigo Alfred Le Poittevin, años antes de publicar Madame Bovary. Flaubert es un pesimista lúcido que, en todo caso, creyó en el ser humano individual, pero no, desde luego, en la masa. Alguien convencido de que podemos conocer la condición humana, pero no cambiarla, que el ayer es el hoy menos sus circunstancias. Su visión del mundo, acorde con su teoría de la impersonalidad del creador, no está explícita en su obra de ficción, pero en el envés de lo narrado anida su visión de la sociedad, el intríngulis inalterable del poder y la condición humana, de entonces, de ahora y, me temo, de mañana también. Esa forma de vernos, pesimista quizás, pero lúcida también, salpica toda su obra, desde la temprana correspondencia a cada una de las novelas. Si Hugo fue un humanista, un idealista, casi un utópico, convencido de ser un faro para el pueblo, Flaubert, fue su antítesis.

¿Cuánta influencia tuvieron en él autores como Voltaire y Montaigne?

Hace muchos años empecé a leer a Voltaire siguiendo los consejos de Flaubert. Desde joven fue un rendido lector del autor del Candido. Recuerdo la carta en la que, a la altura de sus veinte años, le dice a su amigo Louis de Cormenin: “He leído Cándido veinte veces, lo he traducido al inglés y sigo leyéndolo de vez en cuando”. En el fondo, le interesó sobre todo el Voltaire pensador más que el escritor de teatro. Admiró su sentido de la justicia y su capacidad para burlarse de la estupidez humana. Respecto a Montaigne, mi currículum lector es diferente. El culpable fue Carlos Pinto Grote, médico y poeta, un amigo mayor que yo, que me aconsejaba tener sus Ensayos en la mesilla de noche. Siempre me atrajo su manera de embarcarme en la interrogación, su capacidad pedagógica. Supe después que, en efecto, Flaubert fue un persistente lector de Montaigne, porque sabía que es inagotable. 

'Cuentos completos' de Flaubert

'Cuentos completos' de Flaubert PÁGINAS DE ESPUMA

Me gustaría preguntarle sobre la influencia de Cervantes y El Quijote en Flaubert.

Maupassant, en su artículo necrológico, fue el primero en afirmar que Flaubert era "un hijo de Cervantes".  Conocedor de las profundidades estéticas y filosóficas de los clásicos, Flaubert se tortura, se flagela, a la búsqueda de una escritura digna de sus venerados maestros. De ahí su famoso anhelo de la forma perfecta, aquella que se aproxima a la idea que pretende expresar, nazca de la lectura o del contacto con los mejores. Pero, a diferencia de Don Quijote, no se desconecta del mundo real, a pesar de las infinitas horas pasadas en bibliotecas. En ellas busca protección contra la mediocridad y detecta las grandes fallas tectónicas que agrietan el mundo, los problemas esenciales de siempre. El Quijote fue su lectura fundacional. Le acompañará a lo largo de su vida. Aparece en su epistolario una admiración inquebrantable y su una adhesión vital y artística hacia el ideal de un arte inimitable. 

Los escritores, señala usted en un momento del ensayo, “son los que mejor mienten al decirnos la verdad porque la literatura, al igual que cualquier ser humano, se nutre de la irrealidad, la otra cara de nuestra moneda vital”. ¿Es este decir la verdad a través de la mentira lo que hace que Flaubert no haya perdido actualidad?

George Sand supo olfatear la revolución novelística de Flaubert, que es como un anuncio de lo que ocurrirá en el siglo XX y en lo que llevamos del XXI. Los escritores siguen siendo herederos de su obra novelística y de su concepto de la literatura, que fue desgranando a lo ancho de su correspondencia. Hay un antes y un después de él. La educación sentimental, absolutamente incomprendida en 1870, encuentra a dos lectores como Proust y Kafka. En la enorme lista de receptores de su obra están James Joyce, Borges, Nabokov, Sartre, Vargas Llosa, Roland Barthes, Claude Simon, Italo Calvino, Pierre Michon y muchísimos más. A Flaubert no es que se le recuerde, es que se le tiene siempre presente. En cuanto al realismo y a la ilusión de realidad, me parece evidente que para él un escritor nunca debe ofrecerle al lector una representación fiel de la realidad. Más bien debe mostrarle su interpretación, su recreación.

'Salambó'

'Salambó'

¿Qué importancia daba a la indagación estilística? ¿Sigue siendo un autor moderno?

Sin ninguna duda. Para no abrumar al lector interesado con una bibliografía amazónica, pero sí para conseguir que se interese por la famosa forma y fondo, que son la misma cosa, me permito recomendar La orgía perpetua, de Vargas Llosa. Desde su pasión de novelista y su frialdad analítica fue capaz de sintetizar, a partir sobre todo de Madame Bovary, las creaciones estilísticas que convirtieron a las novelas de Flaubert, y a su correspondencia, en insoslayables. Sus hallazgos sn la expresión del un tiempo singular o específico; el tiempo circular o la repetición; el tiempo inmóvil o la eternidad plástica; el tiempo imaginario; las mudas del narrador; el estilo indirecto libre; el monólogo interior, etc.

Hábleme de Louise Colet y de George Sand, dos autoras con las que Flaubert mantuvo un estrecho diálogo.

Las cartas a estas escritoras –una de primer nivel, las otras dos sepultadas bajo siete losas en la Historia de la Literatura- ocupan un espacio sobresaliente. Son tres mujeres muy diferentes, pero unidas, desde la curiosidad del lector de hoy, por el hecho de haberle inspirado una reflexión. Las cartas a Louise Colet, además de los ardores amorosos, muestran el nacimiento de un escritor, son el diario doloroso de sus angustias ante los retos de la escritura; en las dirigidas a Marie-Sophie Leroyer de Chantepie aparece ya el autor de Madame Bovary, reconocido por la crítica y famoso a su pesar, dado el proceso judicial que le acarreó la publicación; las intercambiadas con George Sand son el reflejo de su madurez como escritor, de la coherencia ideológica y de la ternura escondida.

En este caso se trata de una relación epistolar entre dos amigos que difícilmente podían serlo. La diferencia de edad –Flaubert nació en 1821 y Sand en 1804- y las trincheras ideológicas y literarias que cada uno ocupaba conforman visiones antitéticas de la vida y de la literatura. Flaubert empezó detestando la obra de Sand y acabó rendido ante su personalidad en un siglo que no se caracterizó por reconocer la igualdad entre los dos sexos. Un misógino, pero creador de uno de los grandes arquetipos femeninos de la literatura, frente a una luchadora por hacerse respetar como escritora y como mujer. Entre ellos hubo un monólogo ideológico cruzado, casi siempre irreconciliable, pero de ese encontronazo surge un diálogo que fascina por su clarividencia y por el respeto mutuo.

'La educación sentimental'

'La educación sentimental' PENGUIN CLASSICS

¿Era Flaubert conservador?

En absoluto. En medio de la fascinación por el progreso en el siglo XIX, rompe con las utopías sociales y con la ideología del progreso. En su obra de ficción los propagandistas del progreso son personajes nocivos, grotescos y pagados de sí mismos El cliché ideológico que le ha aplicado la posteridad nos lo muestra a un ciudadano antipático, enemigo de la modernidad, casi un reaccionario. Son incontables, por el contrario, las muestras que tanto en el terreno novelístico como en sus cartas, fue un hombre inconformista. No participó de la lucha política, entendida en el sentido habitual, pero en absoluto está conforme con el mundo que le toca vivir. No adopta una posición determinada, pero su forma de narrar y la ironía que despliega demuestran que es un insumiso. Muchas de sus opiniones parecen escandalosamente retrógradas, pero miradas al calor de nuestra época obligan a revisar nuestras convicciones o afirmaciones como, por ejemplo, "el pueblo soberano", "el sistema democrático" o "la calidad de la enseñanza". 

Fue además un lector excepcional…

Sí, antes de su tardío aprendizaje de la lectura, escuchaba historias y leyendas. De ahí que, subido sobre la voz del señor Mignot, el abuelo de su amigo Ernest Chevalier, viajara con don Quijote y con Sancho por los caminos de Cervantes. Se pasó la vida entre las paredes de la vivienda que ocupaba la familia en el Hospital de Ruán, dirigido por su padre, un prestigioso cirujano cuya bonhomía está muy presente en su vida. En contra de una cierta leyenda negra que retrata a un niño de escasas luces, Flaubert comienza a cimentar su vocación literaria a los 10 años.

'Flaubert a la carta'

'Flaubert a la carta' PÁGINAS DE ESPUMA

¿Lo seguimos leyendo?

Desde luego. Recuerdo un artículo en el que se contaban más de una veintena de adaptaciones de Madame Bovary en estos últimos treinta años. Por supuesto, no me refiero a los estudiosos de su obra, que comprueban la modernidad de Flaubert. Subrayo el hecho de que sigan apareciendo nuevas ediciones de sus obras de ficción y, por supuesto, de sus cartas.

Quiero terminar preguntándole sobre el rechazo hacia la fotografía de Flaubert.

Se negaba en redondo a que ilustraran sus obras. Le parecía que eso podría provocar una suerte de parálisis del imaginario, que era una forma de orientar la mirada del lector. De ahí que se niegue a considerar la fotografía como arte. De hecho, el editor de su novela Salambó, en busca del exotismo y, por supuesto, de un éxito de ventas, lo puso a prueba: le ofreció un buen dinero si autorizaba la ilustración de su novela. Su respuesta fue: “Nunca, mientras yo viva, me ilustrarán, porque el dibujo más pobre devora la más bella descripción”. Es curioso -por no decir contradictorio- que, desde el estricto punto de vista de su estética literaria critique y repudie la fotografía como un medio de expresión empobrecedor. Eso sí, no tuvo ningún reparo en utilizar las fotografías como fuente de documentación cuando pensaba en su novela Salambó.