Simone Weil
Simone Weil lee a Karl Marx
Página Indómita y Bauplan publican Sobre el trabajo y Conversación con Troski, dos textos críticos con el socialismo soviético donde la filósofa y activista francesa describe su interpretación del marxismo y sus ideas sobre la revolución social
Dos ediciones recientes, Sobre el trabajo. Textos escogidos (Página Indómita, traducción de Luis González Castro) y Conversación con Trotski (Bauplan, traducción de Carlos Muñoz), nos permiten descubrir y explorar lo que pensó Simone Weil (París, 1909 – Ashford, 1943) sobre el marxismo y el mundo del trabajo. Reflexionando sobre lo que son las revoluciones, y sobre todo lo que deberían ser, recogemos auténticas perlas de pensamiento en Sobre el trabajo: “Sería inútil dar la espalda al pasado y no pensar más que en el futuro. Creer que esto es siquiera una posibilidad construye una ilusión peligrosa. La oposición entre el porvenir y el pasado es absurda. El futuro no nos aporta nada, no nos da nada; somos nosotros quienes, para construirlo, hemos de dárselo todo, darle nuestra vida misma. Pero para dar hay que poseer, y no tenemos otra vida, otra savia, que los tesoros heredados del pasado y digeridos, asimilados, recreados por nosotros. De todas las necesidades del alma humana, ninguna es más vital que el pasado”.
Por supuesto que Weil no está abogando por un tradicionalismo político siempre falsario y utilitario; de hecho, tanto el conservadurismo como el falso socialismo burocratizado contribuyen especialmente a generar el desarraigo que denuncia. Un desarraigo que, por cierto, experimentamos en nuestras propias carnes habitando este tiempo obsesionado por un futuro desertizador.
Simone Veil
La diferencia entre las islas de pasado y las tradiciones coercitivas queda suficientemente clara: “El amor al pasado nada tiene que ver con una orientación política reaccionaria. La revolución, como todas las actividades humanas, extrae su savia de una tradición. Marx lo percibió tan bien que, al hacer de la lucha de clases el único principio de explicación histórica, remontó esa tradición a los tiempos más lejanos”. Sin una vivencia del pasado, una vida aceptable es imposible, y eso es precisamente lo que las racionalizaciones burocráticas se llevan por delante.
Una de las principales ventajas de los artículos de Simone Weil es la rapidez y la perspicacia con la que percibió las limitaciones y contradicciones de la sociedad soviética. En 1937, parece que aún sin conocimiento de las primeras grandes purgas del período, escribe: “Este es el verdadero problema, el más grave que afronta la clase obrera: encontrar un método de organización del trabajo que sea aceptable a la vez para la producción, para el trabajo y para el consumo. Tal problema ni siquiera se ha empezado a resolver, porque no ha sido planteado; de modo que si mañana tomáramos las fábricas, no sabríamos qué hacer con ellas y, tras un período más o menos largo de vacilación, nos veríamos obligados a organizarlas como lo están actualmente”.
'Sobre el trabajo'
En eso fue más intuitiva que, por ejemplo, Walter Benjamin, que contaba con una trayectoria técnica mucho más extensa. El propio Lenin, en sus últimas intervenciones, ya muy deteriorado, entre 1923 y 1924, ya dejó claro que era preciso caminar hacia el socialismo imitando los logros de las potencias capitalistas, reorientados hacia un sentido racional, para no generar carestía ni reproducir la desigualdad precedente, pero sus advertencias cayeron en saco roto y el Partido ya lo controlaban los partidarios de la autocracia vesánica.
La revisión de la filósofa parisina se centra sobre la racionalización del mundo del trabajo, es decir, su taylorización: “La racionalización ha servido sobre todo para la fabricación de bienes de lujo, y para esa industria doblemente de lujo que es la industria bélica, que lejos de construir, destruye. Ha servido para aumentar considerablemente la carga de los trabajadores inútiles, aquellos que fabrican cosas inútiles o que no fabrican nada y que son empleados en servicios de publicidad y otras empresas de este tipo, más o menos parásitas”.
A su modo de ver, el comunismo soviético se ha acabado convirtiendo en un capitalismo taylorista, que continúa deshumanizando al obrero y que genera un estamento burocrático parasitario. Como vemos en los textos incluidos en Conversación con Trotski, la revolución socialista se ha de dirigir contra las burocracias y los gerentes, y no contra la burguesía, al fin y al cabo inofensiva si no ha sabido convencer y acompañarse de los militares y la policía. El elemento imperialista y alienador siempre es burocrático, y por esta razón el socialismo soviético ha acabado convertido en una farsa. La burocracia es expansionista per se. Con estas observaciones, Simone Weil se anticipa muchas décadas a las críticas de los años cincuenta y sesenta.
'Conversación con Troski'
En otros pasajes, Weil es de una actualidad desconcertante. En un momento como en el nuestro, en el que la deconstrucción de los museos es una moda omnipresente y una pedantería frecuente, leemos lo que Weil escribió en 1943: “Cuando un pintor de verdadera valía es incluido en un museo, se confirma su originalidad. Lo mismo debería ocurrir con las diversas poblaciones del globo terrestre y con los diferentes entornos sociales”. Cuando deconstruimos un museo devaluamos la vida, porque el museo es maleable y puede evolucionar, pero el nihilismo, no.
Sus apuestas siempre parten del pensamiento de Marx pero para darle completamente la vuelta: “En nuestra sociedad, la diferencia de educación produce, más que la diferencia de riqueza, la ilusión de desigualdad social. Marx, que casi siempre es enérgico cuando se limita a describir el mal, condenó acertadamente como una degradación la separación del trabajo manual y el trabajo intelectual. Pero ignoraba que, en cada dominio, los opuestos tienen su unidad en un plano que los trasciende”. Este texto es de 1940-41, momento en el que el misticismo cristiano ha teñido toda su escritura. Sobre el trabajo termina con estas palabras relacionadas con esta cuestión: “Es fácil definir el lugar que debe ocupar el trabajo físico en una vida social bien ordenada. Debe ser su centro espiritual”. Es decir, que sin trascendencia se deshumaniza todo el mundo del trabajo, y por lo tanto no hay socialismo posible.
Desde luego se equivocaron completamente quienes definieron a Simone Weil como una escritora trotskista, aunque se reuniera con Trotski para conversar el 31 de diciembre de 1933. Weil valora a Marx como un analista honrado, pero de algún modo lo juzga fallido: “Se ha preferido creer que Marx ha demostrado que en un futuro próximo se constituirá una sociedad socialista antes que buscar entre sus obras si se puede encontrar un mínimo intento de demostración. Es cierto que Marx analiza y desmonta con una lucidez admirable el mecanismo de la opresión capitalista, pero tal y como habla de ello apenas podemos imaginarnos cómo, con los mismos engranajes, podría transformarse el mecanismo tanto como para que la opresión se desvaneciera progresivamente”.
Los soviéticos han entregado el poder al aparato burocrático, exactamente igual que en tiempos del Zar, porque no han reorientado suficientemente el mundo del trabajo, y solo han sabido crear un “imperialismo de clase”. El mal absoluto son las burocracias sindical, industrial y estatal, que trabajan para la guerra y no para la dignificación de la vida del obrero.