'El verano de Cervantes'

'El verano de Cervantes' DANIEL ROSELL

Letras

Muñoz Molina lee 'El Quijote'

El escritor jienense explora a fondo la gran novela de Cervantes en un ensayo brillante y documentado donde los hallazgos de lectura y los argumentos literarios quedan sin embargo diluidos por los pasajes de un memorialismo innecesario

Publicada

Con El Quijote sucede lo mismo que con algunos obituarios que leemos de vez en cuando en los periódicos. Existe gente que, a la hora de hacer el correspondiente elogio fúnebre (o la censura, que de todo hay en la larga historia de este género), subraya tanto los méritos como los títulos de nobleza del finado, a modo de último homenaje a su figura. Después están aquellos otros que, incapaces de sujetarse a sí mismos, dedican unas breves líneas al muerto para, sin empacho ni apuro, ponerse a hablar de sí mismos, con alguna mención circunstancial sobre el deceso, de modo que la despedida de quien ha pasado a mejor vida se convierte así en una obscena autoreivindicación que confunde lo esencial con lo accesorio.

El Eclesiastés, uno de los innumerables libros de la Biblia (cosa que aclaramos de forma preventiva e irónica: en estos tiempos nadie sabe bien quién puede ser su lector), ya advirtió hace siglos del demonio de la vanidad: Vanitas vanitatum, et omnia vanitas. Lo hacía en vano, por supuesto, porque a la hora de coger la pluma o de acercarse a un micrófono más pronto que tarde termina manifestándose el egocentrismo.

Salida de Don Quijote y Sancho en busca de aventuras (1618).

Salida de Don Quijote y Sancho en busca de aventuras (1618). LEONARD GAULTIER

De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre algunas editoriales salpicar los libros, con independencia de su género de partida, con pasajes testimoniales, confesionales o directamente autobiográficos. Se pretende así –o eso parece– que un autor, da igual si escribe una novela o un ensayo –cosa distinta, claro está, serían los diarios, las memorias o la historia personal–, acompañe lo que quiere decir con ejemplos de su vida.

El recurso, que es ancestral, está justificado en función del tema, el enfoque y, sobre todo, de la necesidad. Todos son factores subjetivos. Cada autor puede y debe escribir el libro que le plazca, pero de igual modo los lectores tenemos la libertad de juzgar si estos descargos de conciencia son fecundos o lastran libros con otro afán. La última obra de Antonio Muñoz Molina (1956) es un ejemplo de la dificultad de construir libros híbridos, en apariencia abiertos a todos los géneros, sin reparar en que en literatura, como en la vida, siempre subyace una jerarquía secreta.

Antonio Muñoz Molina.

Antonio Muñoz Molina. LENA PRIETO

El verano de Cervantes (Seix Barral) es un ensayo que versa sobre las múltiples lecturas de la gran novela cervantina. Un libro que, sin duda, tiene momentos deslumbrantes. Pero que, tal y como ha sido concebido por su autor, termina siendo irregular, sin que este juicio malverse sus logros, que son los derivados de una lectura inteligente, sabia y profesional. Nadie explica mejor a un novelista que otro, aunque el monopolio de la interpretación literaria sea con frecuencia un error y siempre una quimera.

Leer es un acto de creación, del mismo modo que lo es la escritura. Si se dominan ambos registros, que en realidad son las dos caras inseparables del mismo hecho, cualquier exégesis debería dar frutos interesantes. Muñoz Molina logra en este Cervantes estival la altura necesaria para transmitir a sus lectores toda la sofisticación del Quijote, pero inexplicablemente acaba diluyéndola con pasajes memorialísticos que en unos casos están justificados pero en otros son innecesarios y gratuitos.

Edición del 'Quijote' de la editorial Calleja (1881)

Edición del 'Quijote' de la editorial Calleja (1881)

La evocación en primera persona del descubrimiento personal de la novela –en una edición de Calleja de 1881, en la Úbeda de los setenta– viene, por supuesto, al caso; no tanto la rememoración de una juventud menestral, con anhelos políticos y contestatarios, que interrumpe y arruina la intensidad lograda gracias a los aciertos de la reflexión literaria.

Es el autor quien puede elegir con libertad los tonos y la proporción de los materiales de su libro. Los lectores debemos valorar si dicha mezcla funciona. Prescindir de las partes autobiográficas hubiera convertido El verano de Cervantes en otro libro distinto, más breve, pero también algo más cercano a lo que el autor dice que es su objetivo: acompañar a otros lectores del Quijote en sus lecturas. Servir de guía. Disfrutar del deleite de sumergirse en la mejor novela de todos los tiempos.

Primera edición de 'Don Quijote' (1605)

Primera edición de 'Don Quijote' (1605) JUAN DE LA CUESTA

Si su ensayo no lo consigue por completo, o sólo lo hace de forma parcial, es porque Muñoz Molina ha querido ligar el avatar personal de su autobiografía con sus hallazgos de lectura. Un defecto que, desde luego, no deja de ser en cierto sentido cervantino, dado que la Primera Parte del Quijote, además de la historia del ingenioso hidalgo, inserta novelas y relatos menores que nada tienen que ver con el delirio del caballero, cosa que ya no sucede en la Segunda Parte, que es –como bien dice Muñoz Molina– una novela distinta con los mismos personajes y el mismo título, publicada casi diez años después y en circunstancias muy diferentes.

El hecho de que El verano de Cervantes sea un libro impresionista, nacido de la fascinación, en lugar de un estudio académico, no obvia ni es excusa para que el novelista hubiera hecho constar, al menos de pasada, las fuentes y lecturas que le han ayudado en este donoso ejercicio. La literatura crítica cervantina es infinita y, si el lector necesita guía en algo, es en esto. Hubiera sido un acto de cortesía, similar al lenguaje de don Quijote cuando se refiere a una dama, por baja que pueda ser su extracción social, señalar qué títulos o autores nos ayudan a alumbrar mejor los perfiles de la novela. Cosa que no arregla la sucinta bibliografía incluida al final del libro, que impide adjudicar cada mérito concreto a su lector.

Presunto retrato de Cervantes atribuido a Juan de Jáuregui.

Presunto retrato de Cervantes atribuido a Juan de Jáuregui.

Sorprende también la insistencia en comparar a Cervantes con autores en otros idiomas, con preferencia por los anglosajones. Es sabido: una de las vetas más fecundas de interpretación del Quijote es la inglesa, amén de otras, pero en honor de la verdad cronológica no cabe sostener, como se hace en el libro, que el venerable soldado de Lepanto hace en su Quijote lo mismo que Joyce en el Ulises o Faulkner en sus novelas sureñas.

Sucede justo lo contrario. Son los novelistas posteriores, y es necesario recordarlo porque Cervantes ya fue suficientemente apaleado por la vida, quienes emularon sin cesar al padre de la novela, cuya estirpe no puede delimitarse sin las tradiciones literarias españolas, italianas y clásicas.

'Don Quijote de La Mancha y Sancho Panza' (1863).

'Don Quijote de La Mancha y Sancho Panza' (1863). GUSTAVE DORÉ

Acaso este ejercicio de comparación (a la inversa) tenga que ver con el pretérito: la generación literaria de Muñoz Molina –la famosa nueva narrativa de la Transición– minusvaloraba, muchas veces sin conocerla a fondo, la tradición española en favor de otras literaturas foráneas, con preferencia por la sobria narrativa norteamericana. Algo de eso entendemos que subyace cuando el escritor andaluz describe a don Quijote como “un performance artist”, en lugar de lo que es: un loco que dice su verdad y sabe quién es. Lo contrario a un actor que se interpreta a sí mismo.

Si estos reparos juegan en contra de un libro que hubiera podido ser perfecto, es justo resaltar también sus méritos. El verano de Cervantes deslumbra, sin mostrar esfuerzo, en los abundantes pasajes dedicados a reflexionar sobre los mecanismos de la obra literaria cervantina. Una tarea nada fácil que, aunque pueda ilustrarse estableciendo equivalencias efectistas con otros grandes escritores, como Montaigne, Stendhal o Flaubert, obedece al largo ejercicio como novelista de Muñoz Molina.

'El verano de Cervantes'

'El verano de Cervantes' SEIX BARRAL

Aquí es donde el libro vuela más alto. Su tesis principal –un escritor sólo aprende a escribir una novela escribiéndola, y éste es uno de los grandes espectáculos que nos brinda el Quijote– no sólo es exacta, sino fecundísima. A partir de esta evidencia, no siempre tan evidente, Muñoz Molina da una lección magistral sobre el arte de saber leer literatura. Cervantes –sostiene el novelista de Úbeda– empieza tanteando el territorio de la ficción en busca de un tono, un molde (sin molde), un estilo (que son muchos estilos). El Quijote fue una novela ejemplar que, poco a poco, sometida a la lumbre de la invención, fue mutando en otra cosa: una literatura en permanente alteración, igual que la vida misma.

El marco de lectura establecido por Muñoz Molina se torna luminoso gracias a esta idea. Sólo en el acto mismo de escribir, mediante el ensayo y el error, es donde un escritor como Cervantes encuentra la magia que hizo de lo que era un cuento menor la novela más universal del mundo (escrita además en un español colosal) sin dejar de ser, al tiempo, un farsa cómica, donde la retórica no mueve sino la risa (inteligente) de un escritor que, solo, con la pluma en la mano, tras fracasar en casi todo, nada tenía ya que perder y, quizás por esto, eligió la libertad sin renunciar a la compasión, y tuvo la galanura, por decirlo a su manera, de evitarnos el castigo de contarnos (salvo en los maravillosos prólogos de cada parte, que es donde corresponde) su vida. Poniendo toda la suya en don Quijote.