
El poeta y escritor Jaroslav Seifert
Aniversario de 'Toda la belleza del mundo'
Se cumplen 40 años de la publicación entre nosotros de una extraña autobiografía del poeta checo, Premio Nobel de Literatura en 1984, que sigue cautivando a los lectores y que permite descubrir a muchos otros escritores y la cultura centroeuropea
Íbamos ayer por la calle de paseo, Rosé y yo, nos cruzamos con una chica guapa y va él y dice:
--La más hermosa suele estar loca.
Y se puso a recitar de memoria, desde el principio, todo el poema de Seifert, que se titula Canción de amor, donde el poeta pretende tener presciencia: “Oigo lo que los demás no oyen… Suspiros bajo el sello de una carta… Oí al amor partir la primera vez que unos labios rozaron los míos…”. Poema que inesperadamente concluye con ese verso: “La más hermosa suele estar loca”. Es verdad.
--Como sabes –dijo Rosé--, a lo largo de mi vida he vivido por lo menos en treinta pisos de diferentes ciudades, y en cada mudanza he tenido que adelgazar mi biblioteca particular, reduciéndola, vendiendo la mayor parte de mis libros. Si vuelvo la vista atrás veo mis bibliotecas hundiéndose como un paquebote zozobrante en el océano del pasado. Pero nunca he querido desprenderme de Toda la belleza del mundo. Pienso tenerlo conmigo hasta mi último suspiro.
Caramba con Rosé, qué melodramático es mi amigo. Aunque es verdad que ese libro es una joya. Este es el 40 aniversario de su publicación entre nosotros.
Tres años antes de obtener, en 1984, el premio Nobel de Literatura, Jaroslav Seifert le puso ese título a su extraña autobiografía, tomándolo de un verso --¿de Nezval? Eso creo— que dice: “Toda la belleza del mundo está en la juventud”. Puede ser que sea el bonito título, tan prometedor, precisamente el que ha hecho posible que desde entonces se siga reeditando (en Seix Barral) y ahora mismo se puede encontrar en las librerías. En la portada viene una foto del Vltava serpeando a través de la ciudad de Praga, entre sus cúpulas, tejados, iglesias y santos voladores. Claro, resulta irresistible.
Un enigma
El poeta Jaroslav Seifert (1901-1986) parece que escribió esta autobiografía sin un proyecto previo muy definido, y que dejó fluir la pluma sobre el papel al albur de los recuerdos, y de más recuerdos que éstos aportasen, como cerezas por los rabillos. Va hacia adelante y atrás sin que le importe el orden cronológico, ni tampoco le importe volver a la misma época. Lo único que le preocupa de verdad es exaltar la memoria de los amigos muertos, especialmente los poetas, contar sus anécdotas y excentricidades.
Para el lector español la aparición, en estas páginas de tantos nombres desconocidos de escritores checos de la primera mitad del siglo pasado, y de barrios, plazas y calles de Praga, puede ser un incordio que le estorba la lectura, o precisamente lo contrario: le añade un velo de enigma… velo que puede sentirse tentado a descorrer buceando en la internet. Entonces la lectura de Toda la belleza del mundo no se acaba nunca.

Portada de 'Toda la belleza del mundo', de Seifert
Una de las épocas del pasado a las que Seifert vuelve una y otra vez es, como es lógico, los años ominosos del “protectorado” o sea de la invasión alemana durante la segunda guerra mundial, en la que perdieron la vida varios de sus amigos íntimos. Pero en conjunto ésta es una galería de retratos de personas, lugares y épocas con la que el poeta se adscribe a esa corriente de autores celebratorios, tolerantes, que celebran las cosas dulces de la vida y simpatizan con las debilidades de los demás, en vez de juzgarlos severamente. Pienso en autores como Joseph Roth, Leo Perutz, Bohumil Hrabal…
Abundan también las escenas de enamoramientos y fascinación ante las muchachas en flor. Seifert era un poco faldero. Contaré, para acabar este brindis al 40 aniversario de la vida entre nosotros de su autobiografía, una sola, pero característica anécdota de las muchas que cuenta:
Siendo joven vio en una librería de la plaza Venceslao a una chica que le gustó mucho. La estuvo siguiendo, a través de toda la ciudad, hasta por fin reunir el valor de abordarla. Ella se llamaba Kamila V. Empezaron a verse, en los parques públicos, donde él, inflamado, intentaba robarle un beso, encontrando una resistencia invencible. Harta de ese acoso, la muchacha no acudió a la siguiente cita y no volvieron a verse.
Décadas después llamó a la puerta de Seifert una bonita joven, portando varios de sus libros de poemas y pidiéndole que se los firmase. El anciano poeta accede y le pregunta a la visitante cómo se llama. Resulta que se llama Kamila V. y que es la nieta de aquella muchacha que resultó imbesable. Seifert piensa en hacerle una visita a la abuela, “pero en mi biblioteca tenía apoyadas mis dos muletas; al verlas, volví rápidamente a la realidad de hoy y olvidé las palabras bonitas que le habría querido decir”.
Pero el muy tuno ofrece a la nieta escribirle una dedicatoria personal en cada uno de los libros, siempre que ella le dé algo a cambio. Ella no tiene nada que regalarle, más que un beso: “De buena gana, sólo un poco torpemente, me ofreció sus labios y yo, sobre su boca un poquito entreabierta, húmeda y dulce, besé a mi propia juventud.”