Ángel González: centenario

Ángel González: centenario

Letras

Ángel González: centenario de un poeta extraordinariamente corriente

El escritor, Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1985de cuyo nacimiento se cumple ahora el primer siglo, labró una obra plena de hallazgos verbales que discurre entre la ironía y la elegía y que trata, sobre todo, del amor

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En septiembre de 2025, el poeta Ángel González habría cumplido cien años. No llegó al siglo de vida, claro (ya sabemos que murió en 2008), pero su obra se mantiene lo suficientemente lozana como para que la recordemos en conjunto, ya que algún poema suyo se asienta firmemente en la memoria de cualquier lector de poesía, como es el caso de 'Para que yo me llame Ángel González', de su primer libro, Áspero mundo (1956), accésit del Premio Adonáis, que comienza: “Para que yo me llame Ángel González, / para que mi ser pese sobre el suelo, / fue necesario un ancho espacio / y un largo tiempo”. Abunda en ese debut el verso asonantado como en el inicial Claudio Rodríguez de Don de la ebriedad (1953). González consigue con ello uno de los más hermosos (y ciertos) poemas de amor de la literatura española de los últimos cien años, 'Muerte en el olvido'.

Este memorable poema, que podría ser una de las mejores composiciones de Pedro Salinas, el autor de La voz a ti debida y Razón de amor, comienza reconociendo que el protagonista de los versos es todo lo bueno que la amada ve en él “con mirada limpia”. Ese amor le cubre de virtudes y de atributos que emanan de quien lo ama y lo hace amado, su pensamiento lo hace inteligente; su sencillez, sencillo. Y entonces, en el décimo verso se produce un violento viraje señalado por un sangrado tipográfico y casi vital que desemboca en tres adjetivos contradictorios con lo visto por quien lo mira con tan buenos ojos: “Pero si tú me olvidas / quedaré muerto sin que nadie / lo sepa. Verán viva / mi carne, pero será otro hombre / –oscuro, torpe, malo– el que la habita…

'Ángel González' de Ricardo Labra

'Ángel González' de Ricardo Labra LUNA DE ABAJO

Fue su estreno, en la bisectriz de la década, testimonio de su pertenencia a la Generación del 50 como uno de sus más destacados poetas. Comparte las características del grupo integrado también por José Agustín Goytisolo, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y José Manuel Caballero Bonald, entre otros: conciencia social salvada de caer en lo panfletario por la forma, barroca en unos y juguetona en otros, como en el brillante caso del malabarista de palabras que fue él mismo, quien, maestro de la ironía, bebía los vientos por un calambur o una paranomasia (como Blas de Otero, de la generación anterior, con quien comparte algunos rasgos). Y ya que hablamos de amor, habrá que consignar que este es uno de sus grandes temas, recurrente desde sus inicios hasta dar en esa tonalidad elegíaca de su etapa final.

González se ganó la vida como profesor de literatura española en Albuquerque (Nuevo México), y dejó una obra poética que le granjeó los premios Príncipe de Asturias de las Letras en 1985 (galardón más que importante para un ovetense de nación) y, once años más tarde, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En 1997 fue elegido para la Real Academia Española, y en 2004, con el apoyo de un cercano valedor suyo, Luis García Montero, el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca, en su primera convocatoria. El actual director del Instituto Cervantes le dedicó en 2008 una narración biográfica, Mañana no será lo que Dios quiera, en la que expone lo sustancial de las primeras décadas de su vida. Por ejemplo, la tuberculosis, enfermedad lírica que padeció en 1943 y que, por mor del reposo impuesto, le llevó a leer poesía y a comenzar a escribirla. Lo deslumbró Juan Ramón Jiménez, se adentró en el 27 y luego llegó a apreciar a un poeta que al principio no le había llamado tanto la atención: Antonio Machado. 

'Poemas' de Ángel González

'Poemas' de Ángel González CÁTEDRA

Su poesía emplea el lenguaje coloquial, de la calle, lo que no quiere decir de ningún modo que no esté cuidada. De hecho, hay mucho oficio tras ella, mucho taller. “Es más difícil escribir con claridad que escribir en la oscuridad como hacen otros poetas, que cultivan el hermetismo, la oscuridad y ni ellos saben lo que quieren decir ni el lector les encuentra un sentido”, declaró una vez en una entrevista. 

Tras Áspero mundo, sus libros son Sin esperanza, con convencimiento (1961); Grado elemental (1962) con su posicionamiento político en 'Perla de las Antillas' o 'Camposanto en Colliure', que no obsta para la creatividad lingüística (“Gritaron: ¡a las urnas! / y él entendió: ¡a las armas!”, o “Tras largos años de servicio al Estado / y al onanismo –era de estado viudo–”); Palabra sobre palabra (1965), título que servirá como epígrafe de su poesía completa; Tratado de urbanismo (1967); Breves acotaciones para una biografía (1971) con momentos tan cáusticos como el de 'Final conocido'; Muestra de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1976) con los juegos de palabras de 'A mano amada' o 'Estoy Bartok de todo' más 'Calambur' o 'Ilusos los Ulisesp; Prosemas o menos (1985), con esa hibridación de prosa y poemas en la palabra baúl prosemas; Deixis en fantasma (1992); Otoños y otras luces (2001) y el póstumo y zumbón Nada grave (2008), teniendo en cuenta que estaba seriamente enfermo.

Prosaísmo, parodia, y lo que García Montero llamó “personaje moral”, serían las tres p que caracterizan la poesía de Ángel González. Ello es patente, por ejemplo, en la cuarta de sus 'Glosas a Heráclito', tan impactante, y que recuerda al Gil de Biedma de 'Triste historia'. Escribe González: “Nada es lo mismo, nada / permanece. // Menos / la Historia y la morcilla de mi tierra: // se hacen las dos con sangre, se repiten”. ¿Qué aporta hoy el poeta asturiano a sus lectores? Por encima de lo coyuntural de una época pasada en algunos de sus temas civiles, lo permanente del lenguaje en ebullición, que a veces puede ser menospreciado por chistoso pero que hay que recordar que es el que, con dobles sentidos y travesuras varias, emplearon Shakespeare o Quevedo, esos dos perfectos don nadies.