La editora de Acantilado, Sandra Ollo, en su editorial

La editora de Acantilado, Sandra Ollo, en su editorial LENA PRIETO

Letras

Anagrama, Acantilado y Tusquets: la “segunda generación”

Para ser un buen novelista no es imprescindible ser inteligente, pero ayuda, como muestran los casos de los dos Erofeiev, Simenon, Gide y Banville, y varios editores de Barcelona

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Se dice que para ser un buen poeta o un buen novelista no es imprescindible ser inteligente (aunque ayuda, seguro), y conozco muchos ejemplos que confirman esa idea (ejemplos que no voy a dar, pues no se gana nada ofendiendo). A lo mejor basta con ser listo y aplicado, o tener una relación natural, privilegiada, con el lenguaje, o con el espíritu del tiempo o con la sentimentalidad de las generaciones. O basta con tener gracia.

Parece lógico que ser inteligente sea de gran ayuda para todo, y para todos, pero puede ser también un hándicap…. Bueno, sí, puedo dar dos ejemplos, ya que son extranjeros y están muertos, nadie se ofenderá. Simenon y Erofeiev. (Con “Erofeiev” me refiero al gran Venedikt, no a Viktor, que es un novelista nada desdeñable, pero también un gran tonto.)

Simenon fue (o mejor dicho, es, ya que la literatura no muere, o muere más despacio) un magnífico novelista, no es escandaloso en absoluto que a propósito de El caso Saint-Fiacre (Acantilado) el inteligente Banville afirmase (lo dijo en 2014, pero estos días, no sé por qué, vuelven a la prensa aquellas frases) que las novelas de Simenon “son magistrales: mejores que Camus, mejores que Sartre. Son la verdadera ficción existencialista del siglo XX”.

De El caso Saint-Fiacre en concreto decía Banville: “La trama es absurda, como siempre. La trama, en Simenon, es ridícula. Pueden imaginarle cuando había escrito ya alrededor de dos tercios del libro, pensando: ‘Oh, será mejor que vuelva a la trama’, y luego él, ya sabes, se apresura”.

Veredikt Erofeiev, el mejor

Sí, novelas soberbias, a pesar de la trama tan débil. André Gide, que era un escritor claramente inteligente (aunque no tanto como Valéry, ante cuya inteligencia Gide literalmente se paralizaba como una liebre ante los faros de un coche) elogiaba y asediaba a Simenon. Lo cual por cierto a éste le halagaba, pues ningún otro escritor de la, digamos, “alta cultura”, tomaba en serio a aquel autor de novelitas de kiosco de estación de tren. Y se diría que Gide le asediaba como se asedia un enigma, como se concentra un matemático para resolver un problema, en este caso el problema de cómo demonios se las arreglaba aquel novelista de inteligencia digamos relativa para ser tan bueno, y pese a las tramas “absurdas”.

Si además de las novelas de Simenon uno lee sus caudalosas autobiografías, el misterio se hace aún más profundo y oscuro, cuánta palabrería y qué ausencia tan total de sentido del humor,  y qué vacío, qué poca, qué poca… Pero…

Simenon escribió, dicen, 300 novelas. Veredikt Erofeiev sólo una, breve, magistral, Moscú-Petushki, y afirmaba haber escrito otra, titulada Sostakovich (sobre el compositor y director de orquesta), pero que se la robaron en el tren. Lo cual suena a excusa de borracho.

El escritor Fernando Pessoa

El escritor Fernando Pessoa BIQUIPEDIA

Su sistemática autodestrucción suicida por vía del alcoholismo le llevó a la esterilidad. El alcoholismo no necesariamente implica estupidez, ahí tenemos los casos de Pessoa o de Joseph Roth, escritores tan sumamente inteligentes y alcohólicos sin remisión. Pero se podría afirmar que tan enconada lucha por autodestruirse no es un signo de inteligencia, precisamente. El caso es que pese a esa falta de inteligencia vital dejó esa novela maravillosa, o “poema en prosa” como él la definía, hilarante, conmovedora.

Editores inteligentes

Y te diré que si yo tuviera que elegir entre Moscú-Petushki y Ulises de Joyce, que era inteligentísimo, me quedaría con la del ruso. Bueno, los rusos suelen ser mejores…

Los poetas no necesariamente han de ser inteligentes. Los agentes literarios pueden no ser inteligentes, mientras puedan pastorear a sus autores y relacionarse con los editores, les basta. Los traductores pueden no ser demasiado inteligentes, basta con que sean concienzudos, perseverantes, y dominen su idioma. Los periodistas culturales no tienen por qué ser inteligentes –quizá esta divagación sea una prueba fehaciente de ello, no lo discutiré—, aunque serlo ayuda, sin duda.

Para ser un buen editor es imprescindible, dime uno que no lo sea. Piensa en los de Barcelona. Barral lo era, ¿quién lo duda? Lara lo era, aunque en determinados aspectos fuese algo tosco. El prematuramente fallecido Claudio López Lamadrid lo era, sin duda. Esther Tusquets reconozco que en el trato personal no me parecía gran cosa, pero, pensando en sus acertadas decisiones editoriales, cambié de opinión.

Portada de las 'Memorias' del editor y poeta Carlos Barral

Portada de las 'Memorias' del editor y poeta Carlos Barral LUMEN

Mario Muchnik lo era. En Lo peor no son los autores cuenta cosas altas y bajas, y otras particularmente inolvidables, como que el motivo que tuvo para levantarse después de sufrir una gran adversidad –que creo recordar que fue perder su editorial e incluso su nombre como marca editorial— fue asegurarse de que su padre, al que adoraba, seguiría circulando hasta el fin de sus días en un coche Mercedes (si no recuerdo mal) pasase lo que pasase. Y lo consiguió, dejándose aconsejar (signo de inteligencia, en un tipo por lo demás algo infatuado) en Frankfurt, y publicando De parte de la princesa muerta.

Tres empresas barcelonesas

A Claudio López apenas lo traté, a los otros que he citado no llegué a conocerlos. Ahora pienso en tres editores a los que sí he conocido: Herralde (Anagrama), Beatriz de Moura (Tusquets), el difunto Vallcorba (Acantilado). Tres personas notoriamente inteligentes y que hace décadas fundaron y levantaron empresas personalísimas, a la medida de su personal voluntad y gusto, cada una con la marca de su fuerte personalidad.

Seguramente signo superior de inteligencia, cuando se trata de cosas editoriales, es velar para que la obra, que es digamos a la vez comercial y civilizatoria, se proyecte más allá de uno mismo cuando flaquean las energías, eligiendo sucesores o colaboradores ideales. En estos casos suele recurrirse a un hijo, al que se forma desde pequeño para que en el futuro esté a la altura de la tarea. A veces el hijo mantiene en alto el pabellón, a veces no.

Jorge Herralde, editor de Anagrama

Jorge Herralde, editor de Anagrama

Estos tres grandes editores no han tenido hijos. Pero los tres han sabido hacerlo, de manera que cuando ellos no están, o se retraen, la marca tan personal no se desvirtúe ni se desplome, sino al contrario. Veo sólo inteligencia en haber sabido llamar y encomendar responsabilidades muy golosas, pero que a muchos les haría temblar las piernas, a Juan Cerezo (Tusquets), a Sandra Ollo (Acantilado) y a Silvia Sesé (Anagrama).

Así tres empresas editoriales barcelonesas fundamentales han sabido incorporar sangre joven, mediante una elección sabia. No me parece que sea un fenómeno tan común ni que no merezca celebrarse.   

En fin, aquí acaba esta divagación. El lector sabrá disculpar que sea un tanto dispersa, pero él sabe que es agradable pensar, recordar y escribir al vuelo de la pluma, sin norte ni estructura, sin tesis que defender ni urgencia de demostrar nada. Ya hace mucho tiempo que los sabios antiguos lo demostraron todo.