'Cartas a Raymond Queneau' de Iris Murdoch

'Cartas a Raymond Queneau' de Iris Murdoch

Letras

'Cartas a Raymond Queneau' de Iris Murdoch

Letra Global publica un texto que apareció en la revista Granta en español en 2015, las cartas apasionadas que la escritora y filósofa Iris Murdoch escribió dirigidas al intelectual francés Raymond Queneau

Publicada

Letra Global con Iris Murdoch. Tras un acuerdo con la prestigiosa revista Granta en español, publicada por Vegueta, nuestra publicación presenta una selección de los mejores textos, una muestra de la literatura contemporánea, con los mejores creadores. Granta en español, que dirige la editora Valerie Miles, ha logrado una gran repercusión gracias a la atención y al mimo de escritores de todos los continentes.

Granta en Español, es émula de la revista británica Granta, y se publicó por primera vez en mayo de 2003 por iniciativa de los editores Valerie Miles y Aurelio Major, motivados por la necesidad de interpelar y trasvasar las literaturas que han ido surgiendo en países hispanoparlantes y angloparlantes en los lustros recientes.

El texto seleccionado es Cartas a Raymond Queneau, de Iris Murdoch, que apareció en el número 15 de Granta en español, que llevó el título de Matar el tiempo. 

La traducción corre a cargo de Ana Mata Buil.

Cartas a Raymond Queneau

14 de julio de 1946

Eastbourne Road, n.º 4                                                                                 

Chiswick

Londres, W4

Bueno, en fin (por lo de su carta del 10 de julio): lo siento en el alma si le he causado, aunque sea por un instante, algún problema o bochorno añadido. En todo caso, le agradezco que me haya escrito con tanta sinceridad. Y por favor, no crea que «espero» nada de usted... más allá de su amistad duradera. En eso sí confío. Ambos nos hemos expresado la sincera «sympathie» que nos tenemos, y sigue existiendo, ¿verdad? En cuanto al resto, nuestros caminos discurren por lugares muy dispares y no veo motivos por los que nuestra relación pudiera ser un inconveniente para alguno de los dos. Por favor, por favor se lo pido, no se agobie por ello. Soy más que consciente de que su situación moral y emocional debe de ser de lo más desdichada: lo comprendo perfectamente. No seré yo quien le complique más las cosas. Sabe que me preocupa todo esto; me siento muy cercana a usted y, desde luego, eso no cambiará, pero no creo que haya motivos para agobiarse por ello. 

Intento trabajar, pero Londres me saca de quicio más que nunca. He terminado de leer El ser y la nada, gracias a Dios, con gran admiración y algún atisbo de crítica. Termina justo donde yo querría empezar; supongo que ahora tendré que reflexionar por mí misma. (¿O cree que debo esperar a que Sartre publique su «Ética»?) Me da la impresión de que MacKinnon, de Oxford, atraviesa una especie de crisis espiritual y no quiere verme. Menuda panda de neuróticos tengo por amigos. He avanzado un poco con la lectura de Pierrot y considero que es la única ocupación reconfortante en un mundo que se tambalea.

Muchas gracias por enviarme Les Ziaux, que todavía no he tenido tiempo de leer. Trabaje mucho en Aviñón, pero no se atormente demasiado. Le deseo de todo corazón que encuentre fuerza para solucionar sus problemas.

Ahora y siempre seré su tranquila, tierna y devota lectora y amiga.

Iris

PD. Mi apellido termina en H, no en K. Pax tecum...

-

24 de abril de 1947

Eastbourne Road, n.º 4

Chiswick

Londres, W4

Me alegré mucho de recibir noticias suyas, o mejor dicho, de no recibirlas, de no saber de usted. Qué rabia que Dial Press se lo haya pensado dos veces en el último momento, ¿no? Aunque supongo que sólo implica que lo retrasan, ¿verdad? Confío en que Lehmann se dé prisa con el proyecto para nuestra isla. Me puede la impaciencia de verlo en inglés. También confío en que su obra de teatro vaya bien. Pero, sobre todo, me muero de ganas de leer Gueule de Pierre III. (Si el diablo quisiera comprar mi alma, creo que con lo que más me tentaría sería con la capacidad de escribir tan bien como usted. Aunque cuando pienso en mis encuentros anteriores con ese personaje, reconozco que no le han faltado otras ofertas casi tan tentadoras...)

Por lo demás, me alegro de que tenga motivos para estar más contento, a pesar de que todavía no le saque todo el provecho. Son secretos... (sí, ya lo sé, a mí también me gustaría «hablar», pero quizá será mejor que no lo haga, por lo menos, de momento). También hay otras cosas que resultan casi imposibles de explicar, de exponer, por mucho empeño que tenga uno en hacerlo. (Otro problema del idioma.) Cuando se habla de esos temas parecen... un melodrama, o un intento de buscar la complicidad del otro. Sin embargo, por eso mismo me gustaría hablar con usted algún día con sinceridad y cara a cara (me refiero a hablarle de mis propias historias). Es importante para mí en muchísimos sentidos. Como símbolo, sí: un polo magnético distante aún por descubrir de mi propia mente incierta. Pero también como persona: una voz presente en mi vida, y más aún, como usted mismo, con su curiosa risa y sus gestos nerviosos. Puede que en París me comportase como una boba (perdóneme), pero mi afecto por usted era entonces, y sigue siendo ahora, el más sincero y tierno del mundo.

Después de muchas dudas sobre el trabajo, he decidido presentarme a dos ofertas el mes que viene: una de ellas es una beca de un año en Cambridge y la otra es un lectorado en filosofía en la Universidad de Liverpool. No sé qué posibilidades tengo de que me den alguno de los dos puestos de trabajo. Para la oferta de Cambridge hay que enviar la solicitud antes del 1 de junio: es decir, con el año bastante avanzado, lo que significa que si me quedo pendiente de eso, tendré que dejar pasar varias propuestas para las que podría presentarme ahora. Pero me encantaría ir a Cambridge. (Ahora mismo Oxford me resulta intolerable; sin embargo, no puedo evitar el deseo de «empezar de nuevo» en otra ciudad que sea exactamente igual que Oxford, pero distinta en todo.) De todas maneras, mucha gente va a solicitar esa beca, y me atrevería a decir que no me la darán. Así pues, me queda Liverpool, o si no, la Facultad Técnica de Bradford, o Dios sabe qué otra espeluznante tarea de chupatintas en alguna ciudad de ladrillos rojos en un páramo perdido de las midlands. On verra.

[...] Me gustaría hablar con usted (por ejemplo, esta tarde) y poder hacerlo tranquilamente, relajados, en la terraza de alguna cafetería del bulevar no sé qué, con gorriones saltando sobre la mesa y gente pasando por delante. Hablaríamos de Historia Universal y del Destino Humano, y de nuestra historia y nuestro destino, y de política y lengua (necesito tanto hablar y hablar), pero las posibilidades de que ocurra son remotas.

De todo corazón espero que le vaya mejor la vida. Le deseo todo bien. Perdóneme si digo las cosas de un modo poco acertado. Me preocupa muchísimo que sea feliz y resuelva sus problemas. Escríbame si tiene tiempo, pero no se preocupe si no lo tiene. Sabrá más de mí dentro de unos días. Fiat pax in virtute tua.

Su devota

I.

-

21 de septiembre de 1947

Eastbourne Road, n.º 4

Chiswick, W4

Querido mío, ya he vuelto a Londres, que Dios me ampare. Tengo esperando el típico montón de cartas que me sacan de quicio, entre otras, un manuscrito (una novela que escribí en 1944) que una editorial ha rechazado con mucha educación, y la petición de un grupo instruido para que dé una conferencia sobre el existencialismo en Londres en otoño. [...] Me he alarmado al leerla: a veces tengo la impresión de que lo de jugar a ser filósofa es un fraude y alguien me denunciará tarde o temprano. Como ve, ya empiezo a inquietarme por nimiedades. Aunque no todo son nimiedades: también he recibido algunas cartas inquietantes de amigos afligidos.

Me dijo un día que el amor entre un hombre y una mujer siempre creaba una especie de base para la vida. Sí. Y al mismo tiempo, qué pocas veces ocurre sin que sufra una de las partes, o ambas; exacto, sufren ambas, porque si uno sufre, los dos padecen. Aunque no sé… No puedo hablar en nombre de otras personas, sólo hablo por mí.

Decía en serio todo lo que dije anoche, pero no se angustie. Hablé con sinceridad y respeto. Confío y ruego que nunca nos hagamos daño. Ahora mismo estoy agotada; como si estuviera borracha de agotamiento y no tuviera nada para comer, ya sabe cómo puede sentirse uno. Mis padres están fuera jugando a las cartas. Es tarde. Lo único que deseo son cosas sencillas, soluciones sencillas. Ojalá pudiera verlo más a menudo y conocerlo mejor. Tal vez acabe conociéndolo mejor con el tiempo.

Volveré a escribir dentro de unos días, cuando no me sienta tan febril. Gracias por muchísimas cosas. Me alegro de conocerlo y me alegro de quererlo.

Y me encanta que le guste el príncipe Mishkin.

Le deseo que todos sus proyectos vayan de perlas.

Con mucho cariño.

Soy suya,

I.

-

24 de agosto de 1952

Siento la escena del puente: o mejor dicho, lo siento en el sentido de que, o no debería haberte dicho nada, o debería haberlo dicho mucho antes. Sentía un dolor inmenso cuando fui a verte a chez Gallimard el viernes; pero con la reticencia típica de los ingleses, y con tu frío modo de mantenerme a distancia, no pude decirte nada aunque me moría de ganas de estrecharte en mis brazos.

Por otra parte, si hubiera empezado a hablar antes, a lo mejor me habría pasado el resto de la velada (tal como fue todo) llorando, y quería evitarlo a toda costa. Sin embargo, me alegro de haberte dicho por lo menos una palabra. No me atrevo a confesarte la barbaridad que pronuncié en mi corazón y que te has ahorrado. Ahora te escribo esto en parte para (por una vez) aliviar mis sentimientos, y en parte porque te quedaste sorprendido (¿¿o fingiste sorpresa??) con lo que te dije.

Mira, te amo en el sentido más absoluto que existe. Haría cualquier cosa por ti, sería cualquier cosa que tú quisieras que fuese, iría a verte adonde fuese y cuando fuese, si tú lo deseases, aunque sólo fuera un instante. Me gustaría dejar constancia de esto de forma categórica porque puede que la ocasión de repetirlo no se dé en el futuro próximo. Si pensara que tengo la menor posibilidad de estar contigo, vis à vis de toi, pelearía con uñas y dientes. Tal como están las cosas, no sólo nos separan las barreras del matrimonio, el idioma, la Mancha y sin duda otras muchas, sino que también está el hecho de que no me necesitas de la misma manera que te necesito yo, algo que queda patente en el tiempo que estás dispuesto a dedicarme mientras estoy en París. Por lo que a mí respecta, esto es, d’ailleurs, agua pasada; cuando me dijiste una vez «recommençons un peu plus haut» ya era demasiado tarde para que yo hiciera algo semejante.

(Estaba escribiendo los párrafos anteriores en una zona tirando a proletaria, en un cruce de rue du Four, cuando una mujer borracha me ha puesto la mano en el hombro et me demandait si j’ecrivais à maman. J’ai dit que non. Alors elle m’a demandé à qui? Y no he sabido qué contestar.)

No quiero causarte problemas con este tema, o por lo menos, ¡no muy a menudo! Sé lo doloroso que debe de ser recibir una carta de este tipo, cuando uno se dice: «¡Ay, Dios mío!» y pasa la página. Puedo vivir sin ti, te lo aseguro: es necesario, y lo que es necesario es posible, así que no me queda otro remedio. Sin embargo, lo que te escribo ahora no expresa un estado de ánimo parisino momentáneo, sino simplemente refleja en qué posición estoy. Sabes muy bien qué significa que una persona represente un absoluto para otra: eso es lo que eres para mí. No pienso en ti en todo momento. Pero sé que no hay nada a lo que no estuviera dispuesta a renunciar si tú quisieras. Me alegro de habértelo dicho (¡recuérdalo!), por si alguna vez sientes la necesidad de gozar de una devoción absoluta. (Aunque una vez más, sé por propia experiencia que en momentos de necesidad, uno termina confiando en alguien a quien ha conocido el día anterior.)

No te angusties. Contarte estas cosas me quita un peso del corazón. El tono que tus cartas me han dictado depuis des années me convient peu. No te conozco lo suficiente para saber si es voulu o no. Del mismo modo que no estaba del todo segura de tu «sorpresa» en el puente.

Verte de manera tan impersonal en París, sentados en una cafetería cuando sé que vas a marcharte al cabo de una hora, es un suplicio. Pero lo comprendo y estoy preparada (supongo) para asimilarlo, porque no tengo alternativa. Si creyera que te apetecería verme en Siena, iría. Pero (sobre todo después de haberte escrito en estos términos) tengo muy pocas posibilidades de llegar a descubrir si te apetecería o no.

[...]

Sentir una devoción incondicional hacia una persona es algo que me ha ocurrido una, dos o tal vez tres veces en toda mi vida. Los otros objetos de mi adoración han desaparecido. Tú permaneces. No hay sustitutos para este tipo de sentimiento y es imposible confundirlo con otra cosa cuando ocurre. Si para algo sirve, es para poner en evidencia las imitaciones y sucedáneos.

Ojalá pudiera ofrecerte algo. Si sale algo de esta novela (o de la siguiente), es todo tuyo: igual que cualquier otra cosa que tenga, si tú quisieras. Te amo, te amo absoluta e incondicionalmente. Doy gracias a Dios por permitirme decírtelo con todo mi corazón. Me resisto a cerrar esta carta porque sé que no volveré a mostrarme tan franca en el futuro. No porque mis sentimientos se hayan alterado, ça ne change pas, sino porque sentiré de manera más aguda la futilidad de esta clase de exclamaciones. En estos instantes, même malgré toi, me comunico contigo de una forma que tal vez no se repita. Me alegraría que las cartas que me escribes fuesen un poco menos impersonales. Mais ça ne se choisit pas. Yo también me he acostumbrado a escribir de manera impersonal, y ha sido un error. Querido mío. Me ocurre tan pocas veces el ser capaz de escribir una carta tan sincera y desde el corazón... Casi la penúltima fue una carta que te escribí en 1946. Te quiero tanto como entonces. Más, debido al paso del tiempo. 

Perdona si hay algo en esta carta que te resulte absolutamente «cansino». Acepta lo que puedas. Si hay algo en estas líneas que te proporcione placer o pueda darte consuelo en un mal momento, me sentiré halagada. Te amo con toda el alma, por eso no puedo evitar sentir que mis palabras tienen que «conmoverte» de algún modo, aunque no te des cuenta. Una vez más, no te angusties. Hay tantas cosas que me gustaría haberte dicho, y tal vez lo haga algún día. No quiero dejar de escribir... Siento que vuelvo a abandonarte. Mi querido, queridísimo Queneau...

I.

-

Londres

Metro

18 de septiembre

Bueno, pues ya estoy otra vez en este encantador y sobrio país, donde los políticos son bastante decentes y no hay inflación, y donde la gente se comporta de manera tranquila y sensata. No estoy encantada, pero me sentiré feliz cuando haya adelantado trabajo, lo que ocurrirá el viernes que viene, más o menos. Me marcho a Oxford el miércoles, porque trabajar en Londres es imposible, y quiero ordenar las ideas. [...]

Siento mucho cómo me comporté en París. Podría darte varias explicaciones, pero ¡qué más da! A estas alturas ya me conoces bastante y eres uno de mis mejores amigos, así que confío en que sepas tolerarme esas cosas de vez en cuando, y tomártelas como parte del juego. De todas maneras, lo siento. De pronto me desesperé al pensar cómo barre uno a las personas y las saca de su vida sin llegar a conocerlas de verdad. Me entró miedo de pensar que uno podría pasarse toda la vida sin llegar a... conocer a otra persona como es debido, o sin llegar a hacer algo, o ir a algún sitio, o escribir la novela que quería escribir… De repente, en París, me sentí muy mortal. (Además, el barrio de St Germain pone de los nervios, ¿verdad? Me di cuenta de que los encuentros azarosos me entristecían allí de un modo que no recuerdo haber sentido desde la época de Oxford.)

Es probable que en primavera vaya a París con mi madre, que es una romántica y nunca ha estado en Francia. Algún día me gustaría enseñarle París. Aunque entonces me comportaré con mucha sensatez. Una parte de mi fuego se ha apaciguado, o por lo menos se ha transformado. Desde que fui a Roma y lloré sobre tu hombro nada volverá a ser igual. ¿Has estado en Roma alguna vez? [...]

Ahora tengo que ponerme a trabajar, así todo volverá a ir bien. Escríbeme pronto, por favor, y cuéntame qué te ha parecido Italia. Te quiero mucho, Raymond.

De

I.

-

14 de enero de 1954

St Anne’s College

Oxford

Querido Raymond:

Muchísimas gracias por tu postal de Año Nuevo... ¡Qué recuerdo de París tan punzante, querido mío! Me alegré de tener noticias tuyas.

Mira, hace un tiempo que quiero pedirte algo. Chatto and Windus va a publicar una de mis novelas este año, dentro de unos meses, y para cumplir mi juramento y mi promesa de hace tiempo, me gustaría dedicártela. Primero pensé en guardar el secreto y sorprenderte con la dedicatoria y el libro a la vez, pero luego decidí que era mejor advertírtelo, por si acaso, por alguna extraña razón, te da vergüenza o te sientes incómodo por esta ofrenda. Confío de todo corazón en que no sea así... y en que aceptes mi regalo. Me haría muchísima ilusión. Así aunaría muchas cosas de mi pasado que aún son importantes para mí. Tú influiste en casi todas mis aspiraciones iniciales cuando quería ser escritora, y sin duda, este libro tiene ciertas afinidades con Pierrot. Y además de todo eso, tengo muchas ganas de dártelo.

(Pero ¿te gustará? ¡A saber!)

Tenía intención de escribirte una carta más larga... pero acaba de empezar el trimestre y me ha entrado la histeria de la filosofía. Confío en que te vaya bien el trabajo, y en que estés bien...

Bueno, bueno, mi querido Raymond...

Como siempre, con todo mi afecto,

Iris

Traducción del inglés de Ana Mata Buil