Stonehenge: el mito inagotable
Las teorías históricas sobre el monumento megalítico no cesan. La última de ellas vincula su origen con una roca del altar que existía en las islas Orcadas. Ciencia y leyenda continúan disputándose el misterio de las piedras sagradas de Inglaterra
Dos veces he estado en Stonehenge, el conjunto megalítico de la llanura de Salisbury (reconozco que esas dos han sido en la única vida que he vivido, pues no estoy enfermo de delirios de reencarnación como un aprendiz de druida descacharrado, susceptible de impresionarse ante ciertos temas). La primera vez fue hace cuarenta y cinco años, tras una buena caminata desde la localidad más cercana, y pude estar a mi gusto entre las rocas. Luego, conforme han ido llegando más visitas, se han ido poniendo trabas al acceso, tal como ha ido ocurriendo con otros monumentos como las pirámides de Teotihuacan, que también he ascendido dos veces (no sin cierto canguelo a la bajada), pues necesariamente ha habido que preservar esos lugares, más frágiles de lo que parece, del turismo masivo al que atraen, magnéticos, aunque no sean de piedra imán.
¿Impresiona estar entre los dólmenes? Sí, y mucho. Para empezar, son más altos de lo que uno diría; para continuar, y pasando de la magnitud espacial a la temporal, acongoja saber que esas piedras fueron erigidas aquí hace cientos de generaciones, mucho antes incluso de que surgiera esta lengua en la que escribo o la otra, madre suya, el latín; de hecho, antes de que se hablara cualquier forma de indoeuropeo, incluso de protoindoeuropeo. Ni siquiera sabemos qué hablaban o gruñían las gentes del Neolítico que crearon Stonehenge. Escritura no tenían, o se perdió. Si las paredes oyen, estos dinteles de piedra hace mucho que han dejado escapar el eco entre sus jambas.
Lo que sí queda constituye una nutrida bibliografía, un cúmulo de libros sobre Stonehenge que, puesto uno encima de otro, y a razón de un único ejemplar por título, alcanzaría a la cúspide de uno de estos menhires. Componen ese montón libros serios y panfletos más propios de vendedores de crecepelo, obras de arqueología y de astronomía, modelos matemáticos y hasta novelas, como la titulada precisamente Stonehenge, del autor de best-sellers Bernard Cornwell. Periódicamente, además, se publican diferentes estudios en revistas especializadas que vienen a cimbrear la antigua construcción unos meses hasta que otro estudio, ya asentado el asombro, viene a contradecirlo, oponiendo una teoría alternativa.
Es lo que sucedió este año cuando estudiosos británicos y de Australia volvieron a menear el círculo de piedra con la propuesta, bien sustentada en pruebas y análisis geológicos, de que la piedra conocida como altar de Stonehenge no procede, como otras del mismo complejo megalítico, de las colinas Preseli en Gales, como se creía, sino, aquí viene la sorpresa, del norte de Escocia, más concretamente de donde esta acaba en cuanto isla de Gran Bretaña y un poco más allá se convierte en archipiélago: la cuenca de las islas Orcadas. ¿Y cómo llegó hasta el sur de Inglaterra, a más de 700 kilómetros en línea recta esa roca? Los investigadores argumentan que no por tierra (en trayecto que en cualquier caso sería bastante más largo, adaptándose a la orografía), sino por mar, costeando el litoral (también de este modo se superarían con creces los 700 kilómetros; de hecho, estaríamos hablando de una cifra próxima a los 1.000, si no superior).
Está por ver que las navegaciones del Neolítico permitieran estas proezas con una carga nada despreciable, y más aún queda dilucidar por qué quienes fueran los que construyeron Stonehenge (a lo largo de muchísimos años) se tomaron la molestia de traer la roca desde tan lejos. Lo cierto es que en las Orcadas hay importantes restos neolíticos que respaldan la idea de que Stonehenge, contemporánea de aquellos asentamientos, tiene elementos en común con la tecnología y las creencias de quienes sembraron de lo que hoy son restos arqueológicos aquellas islas (especialmente, la mayor de ellas). Pero dejemos para más adelante la conexión de las Orcadas y vayamos ahora, de momento, a otros relatos míticos o exposiciones científicas.
En el Roman de Brut, de alrededor del año 1350 hay una vistosa ilustración que representa una figura de tamaño extraordinario en comparación con otros circunstantes, identificada con el mago Merlín. El gigante de la tradición galesa y artúrica coloca unos dinteles de lo que parece Stonehenge. Sin embargo, no hay menciones a Merlín en relación con estos megalitos en la mayoría de las fuentes artúricas, ni en el muy anterior Beda el Venerable (siglos VII-VIII) ni tampoco en Gildas o en Nennio (siglo IX). Pero sí en Godofredo de Monmouth en Historia de los Reyes de Britania (siglo XII), quien cuenta que al ser muerto Constantino por Conan aquel fue enterrado junto a Uther Pendragón: intra lapidum structuram sepultus fuit, quae haud longe a Salesberia mira arte composita, Anglorum lingua Stanheng nuncupatur (“en el círculo de piedras que, erigido con maravilloso artificio no lejos de Salisbury, se llama en la lengua de los anglos Stonehenge”, en la traducción de Luis Alberto de Cuenca).
Antes, en el libro de Godofredo (“una genial superchería” según el sabio Carlos García Gual) se cuenta cómo Aurelio Ambrosio, inmerso en una gran campaña de reconstrucción de Britania, quiso honrar a los barones y príncipes traicionados por el sajón Hengist y decidió alzar un monumento que los recordase para siempre. Fue elegido Merlín para tal proyecto y la tarea subsiguiente, gracias a su gran ingenio y dotes para el diseño de artificios. La respuesta de Merlín en la misma Historia es (de nuevo en la traducción de Cuenca): “Si quieres adornar el lugar donde yacen esos hombres con un momento perdurable, envía a buscar el Círculo de los Gigantes, que está en el monte Kilarao, en Hibernia. Hay allí una construcción que ningún hombre de esta época podría levantar, a menos que lograra combinar inteligencia y talento artístico. Las piedras son enormes y no hay nadie capaz de moverlas. Si se las coloca en la misma posición en la que están colocadas allí, esto es, en círculo, permanecerán en pie eternamente”.
Sigue una explicación de Merlín sobre el origen de aquellas piedras, según él con propiedades medicinales y previamente transportadas a Irlanda desde África por gigantes. Una expedición a Hibernia (Irlanda) se organizó al mando de Uther Pendragón, a la que acompañó Merlín. Tras entablar combate con los irlandeses que querían impedir el robo de sus piedras, y acaecida la victoria britana, los incursores no hallaron manera de abatir las piedras para llevárselas, hasta que Merlín dispuso un modo, con el que fue muy fácil hacerlo. Luego las piedras fueron acarreadas a los barcos que las llevarían a Britania, hasta su actual emplazamiento, para quedar como monumento fúnebre. Hasta aquí, el relato legendario de la Historia regum Britanniae.
¿Cuál era ese monte Kilarao (mons Killaraus) al que se refería Merlín? Parece que Killare en Westmeath, al pie de la colina de Uisneach, un antiguo lugar de ceremonias que se halla en el centro de Irlanda y suerte de ombligo del que partían las demarcaciones de las provincias. Se dice que bajo una piedra conocida como Ail na Míreann, ese hito divisorio de varias toneladas de peso, yace sepulta la diosa Ériu, que presta su nombre a Irlanda. Lo curioso es que la tal piedra, como otras de la colina, es una roca errante procedente de un glaciar, como dice algún estudio que son las de Stonehenge, lo cual haría que estas hubiesen llegado desde Gales hace 50.000 años de manera natural, no extraídas de cantera alguna, y luego fueran aprovechadas por los constructores de Stonehenge. Pero también investigaciones muy recientes hablan de que parte de las rocas pudieron haber sido trasladadas no de canteras galesas, como se creía, o arrastradas por el desaparecido glaciar, sino desmanteladas de una formación megalítica ya existente en Gales, en Wawn Mawn. Como se ve, teorías no faltan.
Más o menos contemporánea de la obra de Godofredo, en la Historia anglorum de Henry de Huntingdon se habla de las cuatro maravillas de Britania y se dice que la segunda de ellas se ubica en Stonehenge, “donde obras de asombroso tamaño se elevan como pórticos, de modo que estos se ven superpuestos sobre otros. Y nadie puede imaginar cómo las piedras fueron tan diestramente elevadas hasta tal altura, o por qué fueron erigidas allí”. Posteriormente, Stonehenge aparece mencionado en diferentes textos, incluidos poemas de importantes vates.
Spenser lo nombra (Stonheng) en su largo poema La reina de las hadas. Thomas Warton, Poeta Laureado del siglo XVIII, sigue el relato de Godofredo en un soneto en el que también se abre a las otras posibilidades de la construcción, más allá del mentado Merlín: druidas que enseñarían su saber “entre la mole de tu laberinto” o jefes vikingos. Y habla de la coronación de reyes en Stonehenge y de los restos enterrados de los descendientes de Bruto antes de finalizar con este dístico (traduzco más pendiente del ritmo que de la literalidad): “Atentos a trazar tu extraño origen, / pensamos en mil cuentos renombrados”. Michael Drayton lo menciona en un poema, y William Blake hace lo propio en su epopeya Jerusalén, la emanación del gigante Albión.
Wordsworth declara la grandeza del lugar en medio de la naturaleza y los ciclos anuales en un poema inspirado en su visita a la llanura de Salisbury que realizó en 1793, a los veintitrés años de su edad, cinco antes de la publicación de Baladas líricas. Robert Browning lo menciona en el verso “como un viajero curioso considera Stonehenge”. En “Cañoneo en el Canal”, Thomas Hardy nombra entre otros lugares ingleses la mítica Camelot y “Stonehenge iluminada por los astros”. Ya en el siglo XX, Siegfried Sassoon se pregunta: “¿Qué es Stonehenge? Es el pasado sin techo: / el mito ruinoso del hombre, su insepulta adoración / de lo desconocido al alba fría y roja, / su búsqueda de estrellas que abovedan / su exploración abocada al fracaso”. Su atractivo también lo sintieron el arquitecto Inigo Jones (que creyó que era un templo romano) y los dos mayores pintores de Inglaterra: Turner y Constable (sus lienzos lo atestiguan).
Volvamos a la nueva teoría sobre el origen de la piedra del altar de Stonehenge en las Orcadas. Aunque no se ha reflejado en ninguna de las elaboraciones de la noticia, y tampoco el artículo que ha ocasionado tanta polvareda publicado en la revista Nature y con una orientación hacia la geología, esto es consistente con el pasado neolítico del archipiélago escocés, lleno de restos arqueológicos de primer orden. El más conocido de ellos es Skara Brae. Sobre Skara Brae ha escrito George Mackay Brown, una suerte de poeta nacional (o regional) de las Orcadas. En los versos habla de los pobladores de esa aldea occidental, a quienes imagina humildes pagadores de tributos a señores poderosos que acarrean piedras para construir un círculo de piedra. La poeta nacional del conjunto de Escocia con el título de Makar (que significa nada menos que artífice, o hacedor, como le gustaría a Borges, o Fabbro, como Dante dijo del trovador Arnaut Daniel y Eliot de Pound), Kathleen Jamie, ha viajado en varias ocasiones a las Orcadas y ha dejado testimonio en crónicas de una visita a los Links of Noltland, a Maes Howe y a Skara Brae.
De ese poblado fascinante, Skara Brae, dice en su libro En casa: una breve historia de la vida privada el autor de numerosos libros de viaje Bill Bryson, que ha conocido todo tipo de edificios y de ruinas: “Lo que nunca deja de asombrar en Skara Brae es la sofisticación. Estas eran casas de gentes neolíticas, pero las casas tenían puertas con cerraduras, un sistema de alcantarillado y hasta, eso parece, una elemental fontanería con ranuras en las paredes para evacuar desechos”. Y enumera a continuación numerosos detalles que hacían de aquellas casas lugares confortables y secos que habitar en un paraje batido por el mar del Norte y los vientos inmisericordes que conforman su séquito. ¿Cómo eran estos moradores? De la distribución de los habitáculos y de otras pistas, Bryson deduce que “las casas, todas del mismo tamaño y diseño, sugieren una comuna bien avenida más que la típica jerarquía tribal”.
La arqueología, y los datos que ofrece a los historiadores, depende muchas veces de hallazgos azarosos y casualidades. Es lo que sucedió en el siglo XIX en la isla Westray, también en las Orcadas, donde una tempestad desenterró de debajo unas dunas un asentamiento similar al de Skara Brae, el ya mencionado Links of Noltland, y de su misma antigüedad (y la de Stonehenge), aunque también se extendió, más allá del Neolítico, hasta la Edad del Hierro. Sus excavaciones arqueológicas comenzaron mucho más recientemente, hacia 2006, y han proporcionado una enorme cantidad de restos y utensilios que iluminan este sorprendente pasado mejor que Skara Brae, que fue saqueado mucho antes de que se pudieran salvar esos hallazgos (las excavaciones en Skara Brae son de los años treinta del pasado siglo).
También está en las Orcadas la cámara funeraria de Maes Howe, de unos cinco mil años de antigüedad igualmente, como otros restos de la zona declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999. El corredor del túmulo o cairn está alineado con el punto en el que se pone el sol durante el solsticio de invierno, y esa luz última se filtra en la cavidad e ilumina la pared opuesta, de manera similar a lo que ocurre en Newgrange, en Irlanda. Durante generaciones, allí se realizaron enterramientos, pero hará cuatro mil años el lugar cayó en desuso hasta que mucho después un grupo de guerreros vikingos que iban a la Cruzadas se refugió allí huyendo de una tempestad y dejó en la piedra, roca arenisca como la del altar de Stonehenge, numerosas inscripciones rúnicas. A cambio se llevaron lo que encontraron de valor. Fue hacia el siglo XII, como se cuenta en la Saga de los orcadadenses o Saga de las islas Órcadas (Orkneynga Saga). Después volvió a caer en el olvido.
Un territorio llano, batido por el viento y desarbolado es el de estas islas. Parecen ballenas, dijo George Mackay Brown. Maes Howe se encuentra en el centro de la isla o ballena principal. Hay cerca otros restos megalíticos, como el llamado Círculo (Ring) de Brodgar. También se halla próximo el crómlech de Stenness, con tres menhires principales, a unos once kilómetros de Skara Brae. Sobre sus habitantes, Jamie escribió en una crónica: “Se puede notar tanto su presencia, sus vidas cotidianas, como su absoluta ausencia. Hace que una recalibre su percepción del tiempo”.
Volviendo a Skara Brae, cómo omitir el hechizo que ha ejercido sobre muchos (como Stonehenge, por otra parte). Tomando su nombre del yacimiento, el grupo musical Skara Brae grabó un único disco, en 1971, que se ha convertido en mítico. Formaban la banda los hermanos Tríona Ní Dhomhnaill y Mícheál O Domhnaill (que luego integrarían The Bothy Band, Relativity y Nightnoise en viaje desde el folk más tradicional a la música New Age), más Maighread Ní Dhomhnaill, que más tarde se ha prodigado poco o muy poco, teniendo una voz extraordinaria. Completaba Skara Brae el guitarrista y cantante Dáithí Sproule, también originario del Ulster, la provincia de Irlanda más cerca de Escocia y, en consecuencia, de las Orcadas.
Además, el poeta barcelonés Juan Eduardo Cirlot, siempre vibrando el diapasón de su pecho con las ondas remotas de culturas y civilizaciones lejanas, mas con un sorprendente vanguardismo, escribió el poema 'Skara Bra-e', publicado en 1971, el mismo año que el lanzamiento del disco, en el volumen Narraciones de lo real y fantástico, editado por Antonio Beneyto. El comienzo ya da cuenta del estilo cirlotiano de la época: “Allá en Skara Bra- / e de las Orca- / das oceá- / nicas y pu- / ras viví y estuve muer- / to tres mil a- / ños como mu- / do le- / ño”.
Hasta aquí más o menos el asunto de Stonehenge y su posible relación con las islas Orcadas. Pero lo que adelantó Nature, aunque con motivos para ser verosímil, ha resultado ser solo una bonita teoría más. El diario The Guardian publicaba una refutación semanas después: otros científicos negaban en el Journal of Archaeological Science que la roca del altar de Stonehenge procediera de aquel archipiélago, y eso a partir del análisis químico y mineralógico, a pesar de que están atestiguadas múltiples comunicaciones entre las Orcadas y el monumento megalítico de la llanura de Wiltshire. Continúa el misterio.