Un ejemplar de 'De rerum natura' de Lucrecio

Un ejemplar de 'De rerum natura' de Lucrecio

Letras

Lucrecio o el poema imposible de imaginar

De rerum natura, la obra con la que el poeta latino expresa la filosofía de Epicuro, es un sofisticadísimo instrumento pedagógico que predica la mesura vital en sus seis libros, llenos de imágenes plásticas y sensualidad

4 marzo, 2024 19:00

La literatura latina es una masa de sombras. Los nombres de la mayoría de sus autores remiten a una lista de títulos como puertas que se abren a casas arruinadas, de las que solo nos quedan resúmenes parciales, comentarios precarios, aplausos o refutaciones pasajeras. Apenas un puñado de nombres se asocian a textos salvados del naufragio de las culturas. Incluso lo conservado por las fosas del tiempo ofrece  fragmentos extraviados, transiciones corruptas, desenlaces escamoteados. Casi nos suena más natural que La Eneida se perdiese que asumir que Virgilio muriese sin terminarla.

Lo incompleto domina sobre lo inacabado. Y aunque es mucho lo que se ha perdido, mucho nos queda: el ciclo de Catulo sobre Lesbia, lo mejor de Virgilio, Horacio completo, las prodigiosas elegías de Tibulo (enriquecidas por los billetes de Suplicia), los libros refundidos de Propercio o la extensa y metamórfica producción de OvidioY nos queda también la compensación melancólica (y un poco tristona) de sondear con la imaginación cómo podrían ser, a partir de las pocas pistas desperdigadas en los libros de terceros, los pasajes épicos perdidos de Ennio, las crudas elegías de Galo, las guerras germánicas de Plinio el Viejo o las tragedias de Cicerón. 

Claro que tampoco cabe aventurarse demasiado con la imaginación, porque en la mayoría de casos las noticias son escasas y casi ásperas en su contención. Si La Eneida se hubiese perdido entera conoceríamos su tema y conservaríamos noticias de la viva impresión que causó en sus contemporáneos, pero sería misión imposible reconstruir ya no digo sus versos, sino la atracción de sus descripciones o el tono inconfundible de sus escenasY existe por lo menos un caso, en el que si hubiéramos perdido el poema y contásemos solo con una sinopsis la empresa nos sonaría a algo descabellado, un vacile o un invento. Estoy pensando (como delata el titulo del artículo) en Lucrecio y su ambición de encapsular la filosofía entera de Epicuro en un poema de una extensión intimidante: De la naturaleza. 

Ilustración de Lucrecio en una edición 'De la naturaleza de las cosas' (1682).

Ilustración de Lucrecio en una edición 'De la naturaleza de las cosas' (1682). MICHAEL BURGHERS

Los miles de versos, distribuidos en seis libros, dedicados a la tarea de volcar la filosofía de Epicuro, no solo en su vertiente moral, sino también en su concepción física y la especializadísima teoría de la sensación que manejaba la escuela nos sugiere un poema árido, por no decir plomo. Por fortuna el libro (escrito en la primera mitad del siglo I a. C,) sobrevivió y basta con abrirlo para alterar por completo estas expectativas a la baja. Al fin y al cabo, lo primero que nos recibe al entrar es un himno a Venus, de una formidable sensualidad contenida.

La diosa a la que Tibulo y Propercio atribuirán pocas décadas después locuras y desenfrenos carnales (responsable de variadas violencias psíquicas y físicas) actúa en Lucrecio como un incansable principio generador de vida. La dulzura con la que Venus duerme las armas y acompaña a los seres recién nacidos a “las riberas de la luz” son propias de un poeta que desenvuelve una sensibilidad receptiva y compleja, en pleno dominio de su arte, y no de un filósofo metido de improviso a versificador. 

Aunque Lucrecio no prodigue mucho el vuelo libre de estas primeras páginas (preocupado como está por desplegar, sin un pliegue ni arruga, el tejido entero de la filosofía epicúrea) siempre tiene a mano sus habilidades poéticas para vivificar su modelo: las epístolas, más bien secas y concentradas (resúmenes para entendidos) donde Epicuro exponía su concepción del universo y de la sensibilidad humana. Antes he empleado el verbo encapsular, que introduce un matiz de repliegue, y si bien es cierto que una visión completa del universo queda contenida en un poema, si comparamos la breve extensión de las cartas supervivientes de Epicuro con De la naturaleza lo que se ha producido es un incremento, una expansión de las ideas; como si la fuerza poética humedeciese y revitalizase, devolviéndole todo su sabor, a un cesto de frutas desecadas. 

Esta ampliación de la mirada epicúrea se consigue combinando dos principios que parecen progresar en direcciones distintas. Por un lado destaca la insobornable disciplina con la que Lucrecio consigue que avance su tema, encadenando argumentos dentro de un plan expositivo muy deliberado y nítido donde los nuevos asuntos se apoyan en los anteriores y preparan lo que está por venir. Este despliegue orgánico (o por lo menos articulado) parece dividido en series de dos libros: el primer par aborda cuestiones físicas y la epopeya de los átomos, los dos capítulos centrales atienden a los fantasmas de la sensación y a la interdependencia entre el cuerpo y el alma, y los dos últimos examinan las andanzas de los astros y el incierto origen de los principales fenómenos atmosféricos terrestres. 

Frontispicio de una copia de De rerum natura escrito por un fraile agustino para el papa Sixto IV, c. 1483.

Frontispicio de una copia de "De rerum natura" escrito por un fraile agustino para el papa Sixto IV, c. 1483.

Por otro lado Lucrecio despliega un aliento poético que no cede en ninguna de las páginas. Se muestra infatigable a la hora de vivificar las ideas de Epicuro con un aire de imágenes plásticas, dinámicas, móviles y a menudo agresivas, que se emplean como símiles, ejemplos o metáforas del discurso, de manera que los argumentos del epicureísmo y sus objetos teóricos (átomos, fantasmas de la sensibilidad, remolinos…) brillan como seres vivos.

Da igual por dónde abramos el libro: “la edad se derrite en decadencia”, “los carros falcados, calientes de sangre, siegan tan instantáneamente los miembros, que se ve palpitar en el suelo la parte arrancada del tronco”, “las especies aladas salían de los huevos maduradas por el tiempo primaveral”, “el plomo fue descubierto por los inmensos incendios que devoraron las montañas, cuando el fuego devoró hasta las raíces más profundas, un torrente de plata, hierro y plomo manaba de las venas del suelo y se depositaba en las concavidades”,  “no puede haber sangre en la madera ni jugo en las peñas”.

El ojo de Lucrecio abre las cosas, las transforma y las mezcla, cada conversión poética supone para el lector un pellizco de intensidad que nos mantiene alerta en pasajes que se enfrentan a temas tan áridos como los dedicados a la percepción o a la constitución de los más variados fenómenos atmosféricos. Pero escuchemos una transformación más de Lucrecio antes de pasar a otro asunto: “Del repugnante lodo surgen gusanos vivos, cuando la tierra se descompone, empapada por excesivas lluvias, y que del mismo modo se transforman todas las cosas. Los ríos se convierten en follaje, y los jugosos pastos en animales, los animales traspasan su sustancia a nuestros cuerpos  y a menudo nuestros cuerpos dan vigor a los de las fieras y aves de alas potentes”.

Ambos poderes de Lucrecio (la disciplina y la intensidad poética) se combinan en un tono inconfundible, y muy distinto al de Epicuro, que viene determinado por el propósito del poema. De la naturaleza no es un poema meramente expositivo, no responde a un desafío personal ni tampoco persigue el aplauso o la fama; se trata más bien de un sofisticadísimo instrumento pedagógico y una polémica arma publicitaria, concebido para persuadir de la superioridad del epicureísmo cuando se trata de gobernar una buena vida.

Este aliento pedagógico-polémico arrastra a Lucrecio a una exposición que raras veces se permite el sosiego que asociamos a la poesía meditativa; nos exhorta y alienta (aunque el poema está dirigido a Memio, se nos invita a ocupar su sito como oyentes) con tanta intensidad que a veces nuestro por comprender se parece a una persuasión. La continua exigencia persuasiva que Lucrecio se impone puede inducir en el lector un estado de ánimo muy original: estar a la altura del poema, no defraudar al poeta.  

Lucrecio, como antes Epicuro, pretende arrancar del lector-discípulo el miedo a la muerte, al destino inquebrantable y a los caprichos de los dioses; responsables últimos de que los hombres pasamos nuestra breve y caprichosa viva entre la angustia y el tormento. No faltan en De la Naturaleza los argumentos estrella del epicureísmo: esa muerte que no existe porque cuando vivimos ella no está y cuando triunfa ya nos hemos ido, ese universo autosuficiente donde todo está previsto menos sus leves desvíos, y esos dioses que viven ajenos a nosotros, varados en los espacios intergalácticos, impotentes y paralíticos de tanta felicidad. 

Liberados de estos miedos Lucrecio nos propone una vida muy parecida a la que transcurría en más célebres de los jardines atenienses: desligada de las servidumbres de la vida política, dedicada a satisfacer en dosis homeopáticas (queso y agua fresca) los placeres sensoriales,  burlándose de las tortuosas rutas que conducen a la acumulación de fama y riqueza. 

'De rerum natura'

'De rerum natura' ACANTILADO

Lucrecio no se aparta ni un grado de la doctrina de la alegre mesura, aunque lo que estimula a fondo su imaginación poética es el examen del universo. Epicuro imaginó un mecano infinito, donde no existe este ni Oeste ni Norte ni Sur, autosuficiente desde su principio, poblado de átomos que se combinan y se separan, y donde la corrupción es apenas el principio de una nueva vida. Lucrecio hunde las manos en esta inmensa criatura, destaca su materialismo y su fuerza depredadora, examina sus estratos y fermentos, se recrea en el movimiento incesante y ciego de los átomos. De la naturaleza nunca vuela tan alto como cuando recorre el silencio de esos espacios exteriores que a cambio de drenarnos el miedo dejan a la tierra flotando (con toda la humanidad dentro) en la soledad de una indiferencia extrema. 

Conviene señalar que la estricta disciplina expositiva de Lucrecio se permite algunas líneas de fuga. Momentos en los que el poeta abandona el progreso pedagógico de los argumentos y se deja llevar por el avance desordenado de su imaginación. Destaco dos grandes momentos. El primero (justificado hasta cierto punto por el examen al que el libro V somete a los orígenes del universo) coincide con la larga tirada sobre el progreso de la en el planeta y el de la cultura dentro de la naturaleza. Las asociaciones de Lucrecio desbordan lo que ha sobrevivido del epicureísmo y el festival de detalles vívidos (herramientas, cultivos, metales, fieras, armas, sonidos) templa escenas como eslabones de un persuasivo que se non è vero, è ben trovato.

El segundo es la descripción de la peste que devastó Atenas. Mas que realista la descripción de Lucrecio es enconada, delectándose en las torturas de la carne y el padecimiento físico. Casi un ensañamiento. En ningún otro pasaje Lucrecio se desmiente tanto a sí mismo con esta acumulación de detalles escabrosos desprendidos de cualquier utilidad pedagógica. Mil quinientos años de comentarios no han logrado acordar si se trata del desenlace del poema o es solo un pasaje transitorio hacia un final perdido. ¿Dejó Lucrecio al morir el poema inacabado? Sea como sea el episodio de la peste (más extenso que cualquier otra escena del poema) nos parece todavía más inquietante al encontrarlo en un poema compuesto con el propósito de quitarnos el miedo. Como si el terror hubiese encontrado por la puerta trasera de la inspiración la oportunidad de reintroducirse en el poema y volver a sembrar de negros latidos nuestro ánimo. 

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Edición recomendada: Lucrecio. De rerum natura. De la naturaleza. Acantilado. Barcelona. 2012.