El actor Hugh Grant

El actor Hugh Grant WIKIPEDIA

Letras

Hugh Grant es grande, y Ben John, desafortunado

El actor de cine tuvo un problema grave y señaló que no había acudido al psicólogo, porque en Europa "se leen novelas", una salida inteligente ante una pregunta incómoda, que contrasta con el caso del joven Ben John

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Hugh Grant ha venido a España, a hacer publicidad de su última película. Dicen quienes lo han conocido que además de un actor simpático y competente es culto, inteligente y gracioso. No me cabe duda.

Los periodistas que le han entrevistado no se han atrevido a preguntarle –hubiera sido una impertinencia-- por el incidente que hace muchos años a punto estuvo de acabar con su carrera como estrella del cine, pero lo recordaban a modo de coda de los artículos: “Fue cazado en plena calle con una prostituta llamada Divine Brown, detenido, llevado a comisaría, juzgado y multado”.

Lo curioso de aquel caso es que Hugh estaba casado con Elizabeth Hurley, la actriz, tan atractiva. Mientras que Divine era una mujer de aspecto más bien repulsivo y hasta sórdido. Pero el caso es que la ley del deseo suele estar vinculada a la transgresión.

Leer novelas

Meses después de aquel escándalo que casi le costó la carrera, entrevistado en la televisión americana, el locutor le preguntó a Hugh por aquel episodio –del que, claro está, él estaba muy arrepentido, etc.-- y quiso saber si había pedido ayuda psicológica. Si había ido a un psicoanalista, vamos. Grant respondió: “No, en Europa leemos novelas”.

Hugh Grant en una de sus películas más conocidas / POLYGRAM FILMED ENTERTAINMENT

Hugh Grant en una de sus películas más conocidas / POLYGRAM FILMED ENTERTAINMENT

Esto sí que fue una respuesta inteligente, pues, en efecto, las novelas son una herramienta fenomenal para el autoanálisis y para, saliendo de la cárcel del yo, entender mejor al prójimo. Aunque sea de forma teórica, pues, claro está, leer novelas no te convierte automáticamente en una persona mejor; pero sí te ayuda sensiblemente a entender mejor cómo funciona el mundo en general y a los demás en particular. Yo creo que es una herramienta humanista de primer orden. Y desde luego, más barata y portátil que el psicoanálisis.

El sinólogo Simon Leys, autor ya difunto de libros estupendos, celebraba esta respuesta de Grant (“en Europa leemos novelas”), en La felicidad de los pececillos.

Buena literatura

Hace tres años, a propósito de todo esto, escribí aquí la historia de un chico británico, intoxicado con ideas violentas y fascistoides del “supremacismo blanco”, al que la policía arrestó porque se había bajado de internet material tóxico, incluidas las instrucciones para fabricar armas caseras. El chico tenía 22 años y se llama Ben John.

Fue a juicio y tuvo la buena suerte de encontrarse con un magistrado benigno y sensible, llamado Timothy Spencer, que en vez de enchironarle le “castigó” a leer a Shakespeare y a algunos novelistas, entre ellos Dickens y las hermanas Bronte. Al cabo de cuatro meses tenía que volver al juzgado y sería sometido a un examen –y sería un examen riguroso, le advirtió el juez Spencer—para que demostrase que había leído a aquellos libros. En caso de “suspender”, ingresaría en prisión, pero si “aprobaba” seguiría disfrutando de la libertad condicional. Y el “examen” se repetiría cada cuatro meses, durante dos años.

Retrato del joven Dickens, cuando ejercía como periodista

Retrato del joven Dickens, cuando ejercía como periodista

Meses después Ben se presentó al primero y explicó la trama y el sentido de algunos de los libros cuya lectura le había sido impuesta. Shakespeare, explicó, le gustaba más que Cumbres borrascosas. El magistrado dijo quedar positivamente satisfecho y lo dejó ir, hasta la próxima comparecencia.

Un mundo cruel

En aquel artículo de hace tres años yo elogiaba al benigno y humanista juez Spencer y celebraba la gran oportunidad de formarse y corregirse de la que disfrutaba Ben John, pero la vida da muchas vueltas, y ahora, con motivo de la visita de Hugh Grant a España, me he acordado de aquel caso. He querido saber qué ha sido de Ben.

Por desgracia, la historia no acaba bien: he encontrado en una nota de la BBC que dice que el pobre al final ingresó en la cárcel.  

Una repugnante asociación de “justicieros” paradójicamente llamada “Hope, not Hate” (Esperanza, no odio), que supuestamente combate la intolerancia y el terrorismo, recurrió la sentencia; la nueva instancia le dio la razón, y determinó el ingreso del chico en prisión. 

Este es un mundo cruel, implacable. Ojalá en la cárcel donde cumple sentencia Ben tenga acceso a una biblioteca, y siga adentrándose en el rico, consolador e instructivo mundo de la literatura.