'Barbarella', uno de los títulos editados por Eric Losfeld

'Barbarella', uno de los títulos editados por Eric Losfeld Wikipedia

Letras

Eric Losfeld: chapuzas de lujo

Dicen que se arruinó varias veces y que con 'Barbarella' le sonó la flauta por casualidad, pero no andaba falto de autoestima

31 diciembre, 2023 21:22

El editor Eric Losfeld (Mouscron, Bélgica, 1922 – París, Francia, 1979) es uno de los personajes más curiosos (y misteriosos: no se encuentra mucha información sobre él) de entre todos los que se involucraron en la evolución del comic para adultos en los años 60 (ya saben, la década prodigiosa en la que, como dijo Cole Porter muchos años antes, anything goes). Para empezar, ni siquiera se llamaba Eric, sino que atendía por Gustave Theophile. Antes de centrarse en los tebeos, nuestro hombre fundó un par de editoriales (Editions Arcanes y Le Terrain Vague), publicó una revista dedicada al cine fantástico (Midi Minuit Fantastique) y metió algo de mano en la célebre Positif, un mensual que le hacía la competencia (o lo intentaba) a los míticos Cahiers du cinema.

Mientras el comic para adultos se abría camino trabajosamente por el proceloso mundo editorial, Losfeld optó por lanzarse a sí mismo a lo grande, publicando unos libros enormes, lujosos y caros que demostraban su fe en el medio y marcaban un supuesto camino a seguir: tratar a las historietas con respeto a la hora de editarlas y convertirlas en una variante moderna y branchée (enrollada) del coffee table book (libro de mesita de centro) de toda la vida. Losfeld trató a la historieta como otros han tratado a la pintura o a la fotografía, y solo por eso ya merece el respeto de quien esto firma (y de cualquier lector de comics). El único problema de Losfeld estribaba, probablemente, en su criterio, que podemos tildar piadosamente de errático, a la hora de elegir a los autores que deseaba publicar. Recuerdo la aparición, a finales de los 60, de sus álbumes de súper lujo a precios imposibles en la difunta librería de la Diagonal barcelonesa Áncora y delfín. Para el chaval de trece o catorce años que yo era en esa época, las ediciones del señor Losfeld resultaban espectaculares, aunque uno ya se diera cuenta entonces de que, a menudo, la forma se imponía al fondo y aquellos libracos no solo te marginaban por su precio exagerado, sino por la escasa calidad gráfica de la mayoría de ellos (más valía ahorrar para hacerse con las onerosas ediciones francesas de Flash Gordon y El Príncipe Valiente).

Antes de convertirse en un ilustrador de mérito, Guy Peellaert (autor del espléndido libro Rock dreams y de las portadas del It's only rock&roll de los Stones y del Diamond Dogs de Bowie) era un dibujante tirando a chapucero al que Losfeld le editó dos de sus lujosos libros, Jodelle y Pravda, la survireuse, ambos de temática erótica, que era una de las favoritas del atrabiliario editor (Losfeld llegó a escribir el guion de una cosa llamada Emilienne, rodada en 1975 a rebufo de Emmanuelle, del año anterior). Cuando Philippe Druillet estaba empezando con las aventuras de su héroe Lone Sloane y su dibujo dejaba bastante que desear, Losfeld le publicó Le mystère des abimes (el material posterior, más logrado e interesante, acabó en Dargaud o Metal Hurlant). En 1967, el inefable Losfeld publicó Saga de Xam, escrita por el cineasta bizarro Jean Rollin y dibujada, de forma lujosamente chapucera, por Nicholas Devil. Tampoco se puede decir gran cosa en defensa de Epoxy, dibujada por Paul Cuvelier (un veterano de la revista Tintin que jugaba en terreno extraño y se le notaba) y escrita por un joven Jean Van Hamme, quien años después se convertiría en un guionista muy respetado gracias a sus series XIII y Largo Winch. Tampoco se pueden echar cohetes con Kris Kool, de Philippe Caza, aunque éste, como Druillet o Peellaert (cada uno a su manera, y descansen ambos en paz), se convertiría posteriormente en un notable

dibujante de historietas fantásticas y de ciencia ficción que editarían otros.Y así sucesivamente. Losfeld editaba muy bien un material que no solía dar la talla ni en el dibujo ni en la escritura. No entendí su criterio en su momento y sigo sin entenderlo ahora, más allá de venirme a la cabeza el famoso dicho español Ande o no ande, caballo grande. De hecho, la única obra que merece ser recordada de la factoría Losfeld es Barbarella (1964), de Jean-Claude Forest, no tanto por el álbum en sí, que tenía su gracia pop, sino, como de costumbre chez Losfeld, por la interesante evolución del autor, que acabó siendo un personaje fundamental de la historieta en francés. Pero del señor Forest ya nos encargaremos en el siguiente capítulo, tras haber rendido este peculiar homenaje a un editor igualmente peculiar que, sin duda, amaba a los comics, pero aún más al lujo asiático con el que era capaz de envolver cualquier propuesta no muy convincente. Dicen que Losfeld se arruinó varias veces (editar comics caros y feos no suena, desde luego, al negocio del siglo) y que con Barbarella le sonó la flauta por casualidad, pero él no andaba falto de autoestima, como demuestra la frase que hizo grabar en su lápida: Tout ce qu'il editatit avait le souffle de la liberté (Todo lo que él editaba tenía el aliento de la libertad).