Nadal Suau: "Muchas ideas sobre la identidad individual están siendo cuestionadas"
El crítico literario mallorquín, ganador del Premio Anagrama de Ensayo con Curar la piel, reivindica la trascendencia colectiva de las experiencias individuales a través de su reflexión sobre la cultura contemporánea de los tatuajes
14 diciembre, 2023 19:00Curar la piel (Anagrama) es un ensayo sobre tatuajes, pero no solo. Es también un ensayo sobre el tiempo. Tatuajes y tiempo, de hecho, se dan la mano en este libro con el que el crítico literario Nadal Suau ha conseguido el Premio Anagrama de Ensayo. El escritor mallorquín se acerca desde una mirada semiológica y antropológica a los tatuajes, pero sin renunciar a su experiencia personal y a su biografía. Esta combinación de lo personal y lo colectivo le permiten oobservar los tatuajes como expresión cultural de un tiempo en constante transformación. En mundo de obsolescencia, el tatuaje reivindica la permanencia. Ante la conciencia de la finitud, el tatuaje –como la escritura- es aquello que puede perdurar.
-Usted descubrió el mundo de los tatuajes cuando ya había cumplido treinta años. Llegó tarde, pero ha terminado escribiendo un ensayo sobre ellos.
-Empezando por el final, en realidad, no es muy extraño que haya escrito sobre los tatuajes. Leer y escribir forma parte connatural de mí y era lógico o, por lo menos, es fácil de explicar que de mi experiencia con los tatuajes haya surgido un libro. Lo que ya no me resulta tan fácil explicar es cómo acabé tatuándome. Hasta los veintiocho años, no solo no me tatuaba, sino que, de haberme preguntado, te hubiera hablado con suspicacia acerca de los tatuajes. Lo que ocurre es que mi década de los veinte estuvo marcada por un largo proceso de transformación de algunos aspectos de mi vida y de superación de algunas limitaciones que había ido incorporando de una manera no muy reflexiva. En torno a los treinta y dos yo había llegado, en cierta manera, a dónde yo quería estar y este llegar implicaba desafiar prejuicios previos. Y es en este momento cuando aparece la idea del tatuaje, que además se presentaba como una especie de sello que dejaba inscrita la transformación vivida.
-Antes de hacerse el primer tatuaje consultó el Diccionario de Símbolos de Cirlot. Está claro que para usted tatuajes y literatura van de la mano.
-He de decir que sí, es cierto, miré el Diccionario de Símbolos de Cirlot, pero también rebusqué en páginas web y en otros sitios no tan literarios. Pero sí: en mi caso, tatuaje y literatura confluyen; de ahí que en el libro haga un paralelismo entre tatuaje y escritura que se sustenta en el carácter corporal y tangible de ambas expresiones. El ensayo reflexiona sobre cómo, sabiéndonos mortales y siendo conscientes del inevitable paso del tiempo, nos esforzamos por encontrar sentido a nuestro paso por la vida. Tanto el tatuaje como la escritura son tentativas de generar signos que construyan un relato de quiénes somos y de cómo nos vinculamos con todo lo que nos rodea. En el ensayo hay elementos autobiográficos y de memoria, pero mi preocupación era que todos sirvieran para dar un salto a lo colectivo.
-Respecto a este salto a lo colectivo e, incluso, a lo político, su libro tiene mucho que ver con su anterior ensayo, El matrimonio anarquista.
-Hay una relación clara entre ambos, efectivamente, pero también con Temporada alta y con Palma, un libro sobre mi ciudad. En los tres títulos hay un intento de que lo individual salte continuamente a lo colectivo y de que el tema escogido se convierta en el punto de vista a partir del cual observar y reflexionar sobre muchas otras cosas, siempre con una dimensión política. Eso sí, entendiendo político en términos amplios: no en sentido partidista, ni tampoco como la mera trascripción de la actualidad diaria.
Me gusta pensar Curar la piel como un baile entre memoria y transformación, porque la vida es esto. Afortunadamente, vivimos en un momento en que las ideas muy rígidas sobre la identidad individual están siendo cuestionadas, pero este cuestionamiento es compatible con la necesidad de una memoria bien arraigada acerca de quién es uno mismo y de cuáles son sus relaciones con quienes lo acompañan.
-Su ensayo habla sobre los tatuajes pero, al mismo tiempo, aborda la cuestión del tiempo.
-Es un libro sobre nuestra relación con el paso del tiempo. Ambos temas son compatibles. Para explicar por qué nos tatuamos es necesario reflexionar sobre cómo vivimos. Y nuestra manera de vivir está condicionada por nuestra relación con el tiempo, que tiene dos derivas: por un lado, está la asunción de que somos mortales y de que el tiempo irremediablemente pasa y, por el otro lado, está la velocidad con la que experimentamos el tiempo. Por tanto, ¿es revolucionario tatuarse? Quizás sería demasiado contestar afirmativamente, pero sí que hay en el tatuaje algo de disruptivo en cuanto en una sociedad en la que todo, incluidos los vínculos, es y debe ser obsolescente, el tatuaje es lo permanente.
-El tatuaje, igual que la escritura, ¿se enfrenta al principio de finitud?
-La perdurabilidad es lo que une el tatuaje con la escritura, pero sobre todo lo que los une es el gesto. Más allá de cuánto realmente perduren, lo que cuenta es ese deseo de fijación. Lo realmente importante es el acto en sí de tatuarse, ese rato en el que te tomas tu tiempo para cambiar para siempre tu aspecto. Este gesto tiene que ver con la confianza de que sí que hay cosas para siempre y, por ello, me marco el cuerpo.
-El cuerpo es otro de los ejes del libro: muchas autoras lo han observado como un espacio de colonización y de dominio del que debemos reapropiarnos. ¿El tatuaje es una forma de autoapropiación?
-Cuando Begoña Méndez, con quien escribí El matrimonio anarquista, escribió Heridas abiertas, un libro sobre diarios íntimos sobre escritoras, comentaba la gran presencia que tiene el cuerpo en este tipo de escritos. Si bien recuerdo esas páginas, de enorme altura moral, que el escritor Guillem Simó escribe a partir de una disquisición sobre sus hemorroides en su dietario, es cierto han sido las mujeres quienes han sabido explorar todo lo literario y político que podía recogerse desde la experiencia del cuerpo y lo han hecho de una manera poco común entre los escritores. Siempre he leído a muchas escritoras y a través de ellas he ido descifrando la importancia que tiene el cuerpo; de ahí que esté presente en mi escritura, pero para mí no es fácil. De hecho, el tatuaje ha sido un tema idóneo para poderme acercar a mi propio cuerpo y escribir sobre él como intermediario simbólico.
-Un tatuaje adquiere una connotación u otra dependiendo de en qué cuerpo se encuentre.
-Sin duda. A la hora de estudiar los tatuajes hay que tener presentesla cuestión de género y también la de clase. No descubro nada si digo que hay un abismo entre la percepción que se tiene de un hombre con tatuajes y la que se tiene de una mujer con ellos. Es una obviedad, pero es importante señalarla. En la percepción que se tiene de la persona tatuada no solo interviene el género, sino la clase social, pero en este caso hay que señalar que el tatuaje ha experimentado un proceso de gentrificación. Me explico: para la generación de mi padre, alguien que iba tatuado o era un macarra de barrio, alguien que había estado preso o un marino o un legionario. La de la generación de mi padre era una mirada externa al mundo del tatuaje. Si lo observamos desde dentro veremos que entre los que se tatuaban había perfiles diversos y que nada tenían que ver uno con otro. Piénsalo bien, ¿qué tiene que ver un marinero con un preso? Pero, desde una determinada perspectiva eran lo mismo y acababan en el mismo saco por el hecho de llevar tatuajes. Ha cambiado la percepción de quienes no tiene tatuajes sobre los que sí los tienen y también la percepción de los que sí tienen tatuajes sobre ellos mismos. Hace cuarenta años, para ellos, tatuarse era una seña de identidad, de orgullo gremial…. ¿Qué pasa ahora? ¿Qué sucede cuando todos comenzamos a tatuarnos?
-¿Se pierde su singularidad?
-Desde un punto de vista artístico, el tatuaje sale ganando, porque las virguerías que se hacen ahora no se hacían antes, pero pierde en lo referente al orgullo gremial o al hecho de ser un signo de distinción. Ahora el tatuaje se distingue por el precio, puesto que todos somos capaces de reconocer quién se ha gastado 500€ en un tatuaje y quién 80. Por tanto, el tatuaje que era un signo de orgullo de clase y de pertenencia se ha convertido en una herramienta para jerarquizar los cuerpos.
-Usted habla del futbolista Sergio Ramos. ¿El tatuaje como exhibición de poderío?
-Es así. No sé si es Sergio Ramos, pero hay un futbolista que lleva tatuadas todas las copas de Europa que ha ganado. ¡Yo lo entiendo! De hecho, hay un poeta español, no diré el nombre, que lleva tatuado el sello de la editorial de poesía que le dio un premio. Es lo mismo, ¿no? Bromas aparte, es evidente que en determinados sectores el tatuaje se ha convertido en una demostración de poder y esto ha llevado también a la mitificación de los tatuadores.
-Usted realiza un análisis semiológico de los tatuajes y observa cómo, aunque no se modifique, cambia su significado con el paso del tiempo.
-Siempre se modifican, en el sentido en que, aunque tú no los retoques, envejecen como envejece la piel. Darme cuenta de esto se lo debo a Iván Álvarez, mi tatuador, al que le hacía mucha gracia mi preocupación por controlar los posibles significados del tatuaje. Él siempre me decía que con el tiempo terminaría significando otra cosa. Yo no le hacía mucho caso, pero tenía razón:con los tatuajes pasa lo mismo que con los recuerdos, que no significan lo mismo en la medida en que pasa el tiempo porque tú reinterpretas lo que ocurrió y cobras perspectivas antes no tenías y que te llevan a releer momentos y escenas de tu vida. A mí siempre me han gustado los tatuajes más clásicos, arquetípicos como la golondrina, la rosa o los caballos, porque su universalidad es absoluta. Tienen algo de primigenio, sin duda, pero precisamente por esto son tan abiertos a acumular capas de significado.
-¿Esta preocupación por los sentidos del tatuaje la traslada a la hora de escribir?
-Yo empecé a escribir en prensa hace casi veinte años y fue coincidiendo con la redacción de Temporada alta que me fui dando cuenta de la necesidad de depurar la escritura. Me explico: yo escribo el libro que quiero escribir con el grado de complejidad que me parece oportuno y que puedo. Y esto es inamovible. Pero me di cuenta de que no podía perder lectores por torpeza propia. Yo no quiero tener más lectores que aquellos que no puedan establecer una relación de complicidad conmigo y con mis textos. Por tanto, no quiero perder a estos lectores por no hacer bien las transiciones entre las ideas, por no saber expresar lo que quiero expresar…
Escribo con muchas digresiones de tono y de estilo porque me gusta pensar en libro como algo dúctil. No quiero perder esta ductilidad y si, en algún momento, tengo que irme más lejos lo haré; pero quiero que todas estas transiciones y cambios tengan un sentido y sean amables con ese lector que quiere embarcarse en mi aventura. Esto puede sonar obvio, pero cuando comencé a escribir el gusto por la pirueta y por el ingenio hacía que no lo tuviera tan presente. Antes buscaba deslumbrar; ahora busco otra cosa y esto tiene que ver con la convicción de que el estilo y la escritura tienen que conseguir establecer un vínculo con el lector.
-¿Su acercamiento a los tatuajes es similar al que usa con los textos literarios?
-Esta era la idea: hacer un ejercicio crítico, pero también autocrítico. Por esto, decidí abordar cada tema a partir de uno mis tatuajes, porque me permitía hacer este doble movimiento hacia adentro y hacia afuera. Además tenía una intención cultural en el sentido de analizar el contexto de los tatuajes. Comprendo que puedan no gustar, pero lo que no comprendo es que un fenómeno cultural y estético como este lo dejemos caer en saco roto por prejuicio. Es un error y desperdiciamos una herramienta para comprender lo contemporáneo. Tenemos las calles repletas de signos escogidos por individuos y dejamos pasar la oportunidad de hacer una hermenéutica de ellos. Si estudiáramos estos signos comprenderíamos mucho mejor cómo habitamos nuestro tiempo.