'Dance First', atisbos de la vida de Samuel Beckett
James Marsh explora la vida del escritor irlandés que cambió para siempre el teatro contemporáneo en una película fiel a su figura intelectual y con osadía formal, pero que no logra transmitir toda la importancia de su literatura
13 diciembre, 2023 14:46“Quelle catastrophe” murmura Samuel Beckett en la primera escena de Dance First de James Marsh. Se lo dice a su mujer, sentada junto a él en la ceremonia de entrega del Nobel de Literatura, cuando anuncian su nombre para que suba al escenario a recogerlo de manos del rey. Estos primeros segundos de película contienen dos licencias: el comentario lo hizo en realidad ella cuando se enteró de que le habían concedido el galardón a su marido y Beckett por supuesto no acudió a la ceremonia. Hacerlo habría supuesto traicionar todos sus principios vitales: despreciar el éxito, no estar jamás presente en los estrenos de sus obras y poner todo el empeño en mantenerse como un enigma, como una ausencia tras la máscara de su rostro aguileño, severo y surcado de arrugas.
La continuación de la escena es prometedora, porque tratar de abordar a este autor mediante un biopic convencional sería suicida. El escritor agarra con brusquedad el diploma, sube por una escalerilla hasta un túnel y desemboca en una extraña cámara interior que bien podría servir de escenario de alguna de sus piezas teatrales. Allí se encuentra consigo mismo, con otra versión de sí mismo. Y el Beckett circunspecto y apesadumbrado que viste chaqué de gala entabla conversación con un Beckett ataviado con sus característicos jersey de cuello vuelto y americana de tweed, que muestra una actitud más irónica y cínica. Juntos va a decidir a quién donar el dinero del galardón, para lo cual proceden a repasar su vida.
Esta situación surreal de un Beckett dialécticamente desdoblado sirve de marco para la narración, mucho más convencional, de varios episodios y encuentros cruciales: la madre; la relación con Joyce en París; los años de guerra en la resistencia; la larga relación con Suzanne Dechevaux-Dumesnil, a la que a partir de cierto momento se suma la amante inglesa Barbara Bray. Por último, los tiempos de solitaria vejez, el único segmento de la película que es en color. El resto está rodado en blanco y negro, una sabia decisión, porque cómo si no en blanco y negro se puede contar la vida de Samuel Beckett, apóstol de la desesperación, experimentador del sinsentido y explorador del silencio.
Él fue, junto con Ionesco, la fuerza motriz del teatro del absurdo, pero en realidad está mucho más cerca de otro rumano que también vivía en París como un asceta y aspiraba a no ser nadie: Emil Cioran. Ambos practicaban un existencialismo irredento no exento de humor, porque a falta de trascendencia al menos nos queda la risa. No olvidemos -aunque en Dance First no hay ninguna referencia a ello- que Beckett eligió a Buster Keaton para protagonizar su film titulado a secas Film. Compartían la cara de palo, el rostro inescrutable que custodiaba el secreto del poder levantisco de la carcajada.
¿Consigue el guion de Nel Forsyth penetrar en el impenetrable Beckett? Logra presentarnos atisbos de su personalidad, que no es poco. La madre rígida y castradora que le atormentó la infancia y el contrapunto del padre vitalista que lo animaba a no rendirse, pero murió demasiado pronto; el encuentro con Joyce -tal vez lo mejor de la película-, que se dejaba adular por su joven admirador mientras él y Nora tejían una tela de araña para casarlo con su desequilibrada hija Lucia, a la que acabó plantando, lo cual provocó el resentimiento de su maestro.
Aparece también el apuñalamiento que sufrió la noche del 10 de enero de 1938 en una calle de París por parte de un proxeneta que le pidió dinero; un suceso que le revelaría el absurdo que todo lo rige. En cambio no hay referencias a la otra epifanía, crucial, de los años cincuenta, cuando regresó a Irlanda para cuidar de su madre muy enferma y paseando una noche por el muelle sintió que se le revelaba el motor que debía guiar su obra: no buscar el enriquecimiento de los textos sino su empobrecimiento, remar por tanto en el sentido contrario al de su maestro Joyce, merodear entre los despojos, caminar hacia el silencio, avanzar hacia la nada. El propio autor lo ficcionalizó en la pieza La última cinta de Krapp (que contó con una legendaria interpretación de Patrick Magee).
De la participación en la Resistencia se nos cuenta la huida de él y Suzanne cuando su célula es descubierta, a Roussillon, en la Vaucluse, en zona de Vichy, donde ella tenía familia. Su amigo Alfred Péron -con el que había traducido Anna Livia Pluravelle al francés- tuvo menos suerte, fue detenido y enviado a Mauthausen por judío. Sobrevivió, pero murió al poco de ser liberado. Beckett quitaba importancia a sus actividades en la guerra, diciendo fueron “cosas de boy scouts con armas de juguete”, pero lo cierto es que le concedieron la Medalla de la Resistencia.
El resto del metraje se dedica fundamentalmente a la compleja relación con Suzanne, que fue quien durante años paseó sus manuscritos por todas las editoriales de forma infructuosa y soportó después con estoicismo el romance del escritor con la productora de la BBC y crítica Barbara Bray.
La película es austera y tiende a sintetizar mucho las situaciones. Quedan fuera figuras importantes en la vida del retratado: su hermano, cuya muerte le produjo un profundo desgarro y de cuyos hijos cuidó después; Giorgio, el hijo varón de Joyce, al que en algunas veladas Beckett acompañaba al piano cuando cantaba baladas irlandesas; el editor que confió en él, Jérôme Lindon, y el director y actor que estrenó Esperando a Godot y Final de partida, Roger Blin.
Y hay más licencias: se ponen en boca de Beckett dos frases cuya procedencia es otra. Al final pronuncia el Dance first, think later (primero baila, piensa después) del título. Esto se lo dice Estragón a Vladimir en Esperando a Godot, cuando le piden a Pozzo que su esclavo Lucky piense: “Primero podría bailar y después ya pensará”, porque para él ese sería el orden natural. En otro momento, precisamente hablando sobre esta pieza, el autor sentencia para remarcar su genialidad: “Es una obra en la que no sucede nada, por duplicado”, refiriéndose a que en ninguno de los dos actos pasa nada. En realidad, la frase la escribió el crítico irlandés Vivian Mercier cuando se estrenó en Nueva York. La cita completa es esta: “Ha conseguido algo teóricamente imposible: una obra en la que no sucede nada y que sin embargo mantiene a los espectadores clavados en su butaca. Es más, dado que el segundo acto es una sutil repetición del primero, ha escrito una pieza en la que no sucede nada, por duplicado.”
Es precisamente aquí donde empiezan los problemas de la película. La vida de Beckett queda razonablemente sintetizada, con unas cuantas licencias y unos cuantos olvidos, pero la cinta fracasa en el reto más complicado. Si nos interesa la vida del escritor es obviamente por la obra que produjo y James Marsh y su guionista no logran transmitir la relevancia de esta, dado que la orillan de un modo sorprendente. Se ventilan el estreno de Esperando a Godot -nada menos que del texto que cambió el teatro contemporáneo- con el comentario de su amante inglesa cuando la lee: “No pasa nada. Es genial” y el ya mencionado matiz de Beckett de que no pasa nada por duplicado. Ni rastro de otras contribuciones fundamentales como Final de partida o Los buenos días (¡lo qué hubiera dado de sí mostrar los ensayos con la actriz semienterrada en la montaña!). La única obra que aparece fugazmente es Play, porque escenifica la relación triangular que mantenía el autor.
Adentrarse en personalidad creadora de un escritor a través del cine no es tarea fácil. Lo hizo con ambición y radicalidad Paul Schrader en su Mishima, una vida en cuatro capítulos. Y, con planteamientos más convencionales, consiguen resultados satisfactorios El editor de libros (que se centra en la mítica relación del editor Maxwell Perkins con Thomas Wolfe y está basada en la excelente biografía de Andrew Scott Berg sobre el primero); dos películas tardías de Terence Davies, en especial Historia de una pasión (sobre Emily Dickinson) y también Benediction (sobre Siegfried Sassoon); Bright Star de Jane Campion (sobre los últimos años de Keats y su amor por Fanny Bawne); la ambiciosa Molière de Ariane Mninouchkine; Tom & Viv (sobre la tormentosa relación de T.S. Eliot con Vivienne Haigh-Wood); y no podemos olvidar dos piezas televisivas escritas por Alan Bennett: 102, Boulevard Haussmann (sobre Proust) e Insurance Man (sobre Kafka).
Utilizando un personaje ficticio, quien mejor ha sabido plasmar el proceso de la creación literaria ha sido Jim Jarmush, con su conductor de autobuses poeta y admirador de William Carlos Williams, en la maravillosa Paterson. También es digna de mención la pirueta que propone Charlie Kaufman en su guion de Adaptation. El ladrón de orquídeas, dirigida por Spike Jonze.
Beckett es un hueso duro de roer para llevar su vida -y sobre todo el propósito y la relevancia de su obra- a la pantalla. A Dance First le cuesta adentrarse más allá de la superficie, pero tiene aspectos muy meritorios que merecen destacarse. Hay en ella respeto por el biografiado, cierta osadía formal, decisiones inteligentes como el uso del blanco y negro y unos actores entregados: Gabriel Byrne no se parece demasiado a Beckett, pero se mete en su piel de forma muy convincente y además por duplicado, ya que da vida a sus dos versiones dialogantes. Por su parte, Fionn O’Shea tiene más parecido físico e interpreta con solvencia al dubitativo Beckett joven; Aidan Gillen compone a un magnífico Joyce pagado de sí mismo y Sandrine Bonnaire y Maxine Peake insuflan vida a las dos mujeres de la vida del protagonista, tarea especialmente meritoria ya que son personajes con poco desarrollo dramático.
El director, James Marsh, maneja con elegancia la cámara: compone encuadres precisos y preciosos y traza movimientos que subrayan con sutileza la intensidad de algunos momentos. Se percibe mucho oficio y además amor por el personaje abordado. A sus espaldas tiene una carrera como documentalista (incluyendo un Oscar por Man On Wire) y algún biopic previo (destaca La teoría del todo, una mirada de formato mucho más ortodoxo sobre Stephen Hawking).
En Dance First hay al final un momento hermoso cuando un Beckett al borde de la muerte evoca el único momento de su vida en que fue feliz, consciente ya entonces de que esa felicidad sería efímera. Puede parecer paradójico, pero creo que esta es una película fallida que merece verse. Ya lo dejó escrito el propio Samuel Beckett en uno de sus textos tardíos, Rumbo a peor (Worstward Ho): “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better” (Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor).