El 'ensayo-ficción' de Ginés S. Cutillas

El 'ensayo-ficción' de Ginés S. Cutillas

Letras

Teoría y práctica (española) del 'ensayo-ficción'

El escritor valenciano Ginés S. Cutillas publica en Sílex un ensayo donde analiza la tendencia de algunos autores españoles contemporáneos de fusionar en un mismo texto elementos de la literatura de ideas, la autobiografía y la narrativa

Publicada

Sílex edita El ensayo-ficción. Una nueva forma narrativa, de Ginés S. Cutillas, un libro que intenta mostrar por qué derroteros circula la novela más artística o exigente que se está escribiendo actualmente en nuestro ámbito cultural. El ensayo empieza así: “Las formas se agotan de forma cíclica. Hemos asistido, y seguiremos asistiendo cada tantos años, a la muerte de la novela como modelo óptimo de contar historias”. Es cierto, cuando yo estudiaba, hacia el año 2000, los escritorzuelos y paraliteratos que querían ligar o sencillamente ir de misteriosos mataban cosas: sobre todo mataban al autor, como en los últimos cuarenta años, pero muchos también, incluso en periódicos fiables (¡Adónde se nos ha marchado la credibilidad, la respetabilidad!), mataban la novela, e incluso ponían como ejemplos de ese asesinato a los escritores de la literatura mutante o nocillera” que empezaban entonces, y sobre los que Cutillas guarda un adecuado silencio, porque ningún no-miembro de la no-generación nocillera quiso ser nunca un nocillero, así que nuestro ensayista toma otra ruta más madura y destierra la cualificación para demostrar que los escritores más exigentes de los últimos tiempos (porque El ensayo-ficción, en parte, es un diagnóstico generacional) escriben o han escrito ensayos-ficción

Han pasado veinticinco años y seguimos leyendo y escribiendo novelas, no sabemos si de la misma calidad, pero lo que sí podemos decir es que hubo y sigue habiendo modelos alternativos a la autoficción más banal y a la invasión de oportunismos politicoides. Y digo politicoides y no sociales ni políticos porque no alcanzan el nivel mínimo del interés revolucionario o reformista, para quedarse en el gesto o la sensiblería hegemónica. Lo que María Zambrano llamaba novelería de la época. En su caso, la novelería eran los enredos amatorios lacrimógenos. En el nuestro, no lo escribiré aquí para no acabar en una jaula.

Así pues, lo que hoy estaríamos experimentando no sería precisamente una nueva muerte de la novela (el muerto está muy vivo) sino una crisis, o mejor dicho, un agotamiento: el fósil actual es la novela que pone el tema por delante de la escritura, y que nos agota con el emoexibicionismo y el baratillo metapersonal. La hipótesis de Cutillas, que no está del todo mal, es que el ensayo-ficción es una reacción contra el calvinismo y las poéticas acusatorias para aportar una prosa reflexiva (el autor dice distanciada), que combina la seducción del yo inmediato con la exigencia estética. O sea, por decirlo más llanamente, lo que intenta el autor es separar el grano de la paja en la narrativa actual, para que descartemos los momios dinerarios, amarillos y superficiales, basados en toda clase de victimismos, que ya van resultándonos bastante cansinos, por estar basados, hoy como ayer, en la lagrimita fácil. 

'El ensayo-ficción'

'El ensayo-ficción' SÍLEX

Hay quien exige algo más, y sobre todo no perder el tiempo, que va escaso. Pero, ¿qué es un ensayo ficción? Cutillas lo va perfilando a medida que explora el triángulo que tiene al ensayo, la autobiografía y la novela en cada uno de sus vértices: en realidad no se trataría de algo ni muy vistoso ni muy ruidoso: sencillamente, una novela en la que un yo investiga, o un ensayo con mucha presencia personal del yo. La historia de alguien que se mueve y que explora sobre un tema central.

Nada más que eso, pero mucho más que eso: “El ensayo-ficción, también denominado novela ensayística o ensayo novelado, ensayo autobiográfico según Natalia Ginzburg (1916-1991), o autoensayo según el historiador Justo Serna (1959), y demás variantes, como docu-ficción por el también profesor valenciano José Martínez Rubio (1985), aunque este último término va asociado  más a la idea de apoyar la ficción  con documentos reales en una forma de narrar que los americanos llaman Faction -de Fact y Action-, y que en español vendría a ser facción -Facto o hecho y Ficción-”. Los antecedentes serían A sangre fría (1966) de Truman Capote y Operación Masacre (1957) de Rodolfo Walsh, a quien por fin se le va haciendo algo de justicia. En 2011, parece que Vila-Matas se refirió a este género vaporoso con el término “crítica ficcional” 

Así pues, la propuesta ni es nueva ni significa una ruptura: sencillamente muchos escritores emergentes están optando por fórmulas parecidas a esta. Por ejemplo, los dos textos más relevantes de la colección de narrativa de la editorial Tusquets de este año, yo diría que podrían ser ensayos ficción: El perro negro de Miguel Ángel Oeste y El holandés de Elisa Ferrer. Yo mismo he de confesar que parece que he pecado y mi trilogía sobre un filósofo despeinado, Horváth Ferenk, que es y no es Cioran, o es un Cioran húngaro inventado, encajaría bastante bien en estas coordenadas, pero yo no lo sabía y ni mucho menos lo busqué o lo provocaba: simplemente buscaba que un señor nómada hablara por mí de las lecturas que me obsesionaban en cada momento: Spinoza en el caso de Hojas (2017), Hemingway en el caso de Una especie de aventura (2018), Julian Barnes en el de La zona sin luz (2024). 

Por lo tanto, el ensayo-ficción participaría de la autoficción pero enriquecería un horizonte egoico tan limitado con la investigación medio real medio fingida, puerta de salida del ombligo literario hacia una universalidad controlada mayor y, quizás, con un plus de interés. En definitiva, escribe Cutillas, “el pacto de ambigüedad presenta a la vez el texto como ficticio y real. Lo que cautiva esta nueva forma de narrar es precisamente ese desprendimiento de la realidad que aligera el texto, no importa tanto la veracidad como la verosimilitud: aquí debería, podría o tendría que suceder y, sin embargo, también podría ser de otra manera. No se escribe bajo ninguna ley moral, lo que convierte el texto en un relato amoral, libre de prejuicios por parte del autor y de juicios posteriores por parte del lector, en un intento de abrirse a los demás, en busca del reconocimiento del otro”.

Hacia el final, el texto reivindica a una especie de precursor (Javier Cercas, de quien disecciona la novela tótem Soldados de Salamina, de 2001) y un teórico que hace años que escribe sobre el género ensayo-ficción, además de escribir él mismo ensayos ficción: el también poeta Álex Chico. A mí, personalmente, me hubiera gustado que Cutillas examinara con detención también otros casos prácticos menos conocidos por el público, pero mucho más interesantes en forma y fondo: por una parte, En la ciudad líquida (Caballo de Troya, 2017), con más peso de ensayo que de narración, pero con un indudable ingrediente autobiográfico; y en cualquier caso una obra maestra que aún no sabemos qué demonios es ni cómo pudo surgir; y Circular 22 (2022), de Vicente Luis Mora, realmente característico de lo que quieren hacer quienes quieren hacer algo con cara y ojos y ambición literaria. Más ejemplos, digo, hubieran enriquecido mucho el libro. 

Por otra parte, se nota que Cutillas lleva muchos años intentando enseñar a escribir, si es que eso es posible, y que conoce muchos esquemas y muchas propuestas interesantes para analizar lo que muchos dicen que no interesa, pero vaya si interesa a miles de lectores que no vociferan por las redes ni intentan parecer misteriosos mediante el tremendismo ibérico, por ejemplo: “Ser borgiano es precisamente eso, ser ambiguo al colocar la ficción y la realidad al mismo nivel. Piglia afirmaba que había tres tipos de escritores, según el plano en el que se encontrasen el texto y el subtexto. Si ambos están al mismo nivel, tenemos la literatura borgiana, si el subtexto va delante, la kafkiana, y si mostramos el texto, pero escondemos el subtexto, siguiendo el ya famoso método iceberg, entonces tenemos escritores tipo Hemingway”.

El mismo ensayo de Cutillas es un ejemplo de cómo se puede ser pedagógico sin escribir tratados farragosos, alegatos individualistas, ni excesivos, ni pedantes, porque se puede ser agradable, ameno y exigente sin parecer un espantajo neomoral o un histérico hipertenso; o, dicho de otro modo, que quizás nos dejamos convencer de un modelo o propuesta precisamente si su defensor no hace molinillos ridículos, no se dedica a acusar o a presentarse a sí mismo como una bomba sexual, una supervíctima o un visionario trágico. Hablar de libros con naturalidad, sin más. Sin imposturas. Sin llorar. Tenemos dos cosas que celebrar, pues: que la novela sigue viva y contraataca a los folletines victimistas, y que el ensayo está creciendo entre nosotros como opción civilizada, informadora y natural. Es un síntoma de madurez, como si nuestra literatura se afeitara, por fin, el entrecejo.   

Como decíamos al principio, hay mucho de nómina personal en este ejercicio de crítica literaria tímidamente sistemático que ha sabido construir Ginés S. Cutillas. Ha sido hábil: en lugar de redactar un manifiesto plañidero y casposo, ha sabido maniobrar desde la narratología y no desde un púlpito. Y eso le ha permitido no juzgar, no sermonear, no tirarnos de la oreja ni intentar tomarnos el pelo, y esto en los tiempos que corren es una auténtica hazaña. ¿Quiénes habrían escrito últimamente ensayos-ficción? Marta Rebón, Remedios Zafra, Isaac Rosa, Agustín Fernández Mallo, Irene Vallejo, Sergio del Molino, Jordi Carrión, Martín Llade y Alejandro Zambra. Y para tratar de filiar su trabajo se zambulle con naturalidad en San Agustín, Montaigne, Rousseau, Senancour (que adoraba Unamuno), Stendhal, o los más próximos Juan José Saer, el gran Sebald, Vila-Matas, a quien cita mucho, o Rodrigo Fresán. Modelos todos de una estética viable que se aleja de los tonos llorones y la insoportable moralina de los subproductos actuales más avejentados