Perfil de George Steiner, retrato de Paul Verlaine
Acantilado dedica dos de sus excelentes cuadernos a la biografía que Stefan Zweig escribió sobre el poeta francés y al ‘compedium in honorem’ con el Nuccio Ordine despidió al último gran ensayista de Literatura Comparada
1 diciembre, 2023 16:25Todo lo que un escritor necesita decir puede resumirse en una frase –es el caso de un buen verso– o escribiendo un libro de cientos de páginas. La diferencia entre estas dos formas de expresión radica en el talento para la condensación verbal y en la capacidad de síntesis del autor, dos factores que en literatura, igual que la sinceridad, importan. Escribir libros cortos suele ser, en contra de lo que se piensa, mucho más difícil que escribir obras largas. La limitación de espacio es un reto sanísimo para un escritor, además de expresar un acto de cortesía con el lector. Borges, como es sabido, fue uno de los grandes escritores del pasado siglo (junto a Kafka) y jamás escribió una historia que superase las diez páginas. Tampoco cayó nunca en la tentación de la novela: basta leer un poema suyo, o sus colosales relatos, para descubrir el portento y el ingenio que pueden esconder las miniaturas literarias.
La editorial Acantilado tiene una colección específica –Cuadernos– para acoger algunos de estos textos brevísimos, muchos de ellos clásicos, que, sin embargo, conservan una fortaleza admirable ante el paso del tiempo. Acaba de sumar a su selección dos títulos basados en el noble arte del retrato literario. El primero es la biografía que Stefan Zweig escribió sobre Paul Verlaine. El segundo es una summa de textos –un ensayo, una entrevista póstuma y cuatro charlas breves– que Nuccio Ordine dedicó a George Steiner, el último príncipe de la cultura europea y maestro de los estudios de Literatura Comparada.
Se trata de dos libros muy distintos –como también lo fueron sus autores– en los que reverbera la luz milagrosa del recuerdo de los retratados –un poeta mítico; un intelectual irrepetible– a través de la sincera admiración de ambos retratistas. Todos difuntos. El ensayo sobre Verlaine, traducido por Carlos Fortea, es la primera biografía a la que se enfrentó Zweig, que con los años se convertiría en el gran maestro del género. Publicada en 1905 por encargo del sello berlinés Schuster & Loeffler, se trata de una monografía donde el escritor austriaco muestra su conocimiento sobre la poesía francesa e inaugura el brillante tono psicológico que usará en el resto de sus vidas ejemplares, prescindiendo –casi se diría que ocultando– la erudición que poseía antes de ponerse a escribir sobre el personaje elegido.
El Verlaine de Zweig es la historia acelerada de un artista frágil que encuentra en esta debilidad de carácter, siempre naufragando entre el exceso y el arrepentimiento, una forma de expresión que influiría a sus coetáneos y dejaría herederos. El poeta francés, “dueño de un pensamiento sin lógica, espíritu fugaz y débil”, aparece inmerso en el deseo –femenino, pero también masculino–, atrapado por el alcohol –es magnífica la descripción que hace Zweig de su sometimiento al diablo verde de la absenta– y, al mismo tiempo, como una criatura espiritual. Un pecador sin maldad que no deja de arrepentirse de sus actos para, de inmediato, volver a caer en la tentación.
Zweig hace en este breve apunte biográfico un prodigioso estudio sobre el carácter: la infancia paradisíaca, representada en la figura materna y en el mito de su prima; la juventud y el encierro en un internado, los años en los que descubre que el infierno son los otros. Esta adversidad ambiental convertiría a aquel adolescente desubicado en el autor de los Poemas saturnianos, donde se vislumbra ya la escisión capital de su vida: un lado irracional, al que se le opone una ingenuidad enternecedora.
Es esta personalidad contradictoria lo que más seduce a Zweig. “Verlaine” –escribe– “creó los más bellos poemas religiosos del catolicismo; al mismo tiempo, alcanzó la cumbre de las obras pornográficas con poemas perversos y sucios”. El torbellino íntimo de ser primitivo y complejo que transita entre la desinhibición y el tormento. Acaso esta dualidad demoniaca fuera también lo que le unió –son los años tormentosos– a Arthur Rimbaud, cuya relación homosexual Zweig refiere con suma elegancia, pero en la que, debido a su condición de declarado partidario del decoro, y probablemente también por el carácter comercial del encargo, no hurga.
El vínculo entre ambos poetas, oscilante entre la obsesión y la repulsión mutua, supondría el de profundis de Verlaine, que entonces huye de sí mismo para cobijarse en la seguridad (aparente) del cristianismo y transformarse. El bebedor de absenta se convierte así en devoto del agua bendita, dislocando el arquetipo de los malditos. Por último, su final dramático: el regreso a un París donde había sido olvidado y en el que se convierte en caricatura de sí mismo, máscara, inquilino de hospitales. Así murió el poeta que canta: “Ante todo la música (…) Estrangula la elocuencia”.
El breviario de Ordine sobre Steiner –El huésped incómodo–, traducido por Jordi Bayod, está alumbrado por la admiración mutua que nace entre los discípulos y los grandes maestros, un vínculo que ya parece ser de otro tiempo. Ordine elogia en su breviario del adiós a Steiner con diferentes registros. Empieza con un certero ensayo sobre el legado del intelectual franco-británico. Prosigue con una entrevista póstuma –hecha en vida y pensada para publicarse en los periódicos tras su deceso– y se completa con cuatro conversaciones (circunstanciales) entre ambos.
Se trata de un acto público de agradecimiento por parte de Ordine al ejemplo ilustrado de Steiner, aunque también cabe leer este homenaje in honorem como una reflexión sobre la ingrata y fascinante tarea de enseñar –ambos fueron profesores–, el placer de aprender, una vindicación del esfuerzo o el retrato de un hombre sabio y con carácter.
Steiner, crítico desde el principio con la conversión del sionismo en el actual nacionalismo israelí, confiesa algunos de sus arrepentimientos vitales –entre ellos, los litigios intelectuales con algunos de sus iguales–, insiste en la trascendencia cultural de los clásicos, se reitera en la mirada cosmopolita que requiere su disciplina de estudio –el comparatismo– y revela, entre otras peripecias, que fue despedido de The New Yorker, donde sucedió a Edward Wilson, tras décadas como colaborador, por la venganza de alguien muy cercano que se encargó de que trascendiera su escaso entusiasmo con la entonces directora de la publicación, Tina Brown, que lo despidió por motivos personales. Steiner es retratado por Ordine como un obstinado amante del saber, admirador de Sebastiano Timpanaro, el gran filólogo italiano, en el que ve un ejemplo moral: “Un corrector de pruebas (trabajo al que se dedicó Timpanaro durante años) es la alegoría de cualquiera que tenga la pretensión de corregir el mundo”.
El libro está lleno de ideas e imágenes. Las primeras predominan en el ensayo que da título al volumen, donde se hace el elogio a la muerte del amigo –con Petrarca y Montaigne como embajadores retóricos–, se describe la vis oratoria de Steiner, se postula el conocimiento inútil –el saber entendido como un placer, en lugar de como un negocio–, se defiende la enseñanza como destino –“los grandes maestros de escuela son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios”– y se reflexiona sobre el ejercicio de la crítica literaria.
Entre las imágenes (memorables) de este breviario cabe citar a un Steiner crepuscular, asombrado y realista, que admite con espanto que la cultura no vacuna al hombre contra la barbarie; al huésped incómodo que no tiene miedo a mostrar su opinión, aunque la sinceridad siempre le traiga problemas, al judío que sabe que la única certeza verdadera de la vida es el exilio y que la identidad de su tradición cultural se forjó en la diáspora, o el anciano que, desde su jardín de Barrow Road (Cambridge), ateo e intempestivo, pasa sus últimos días en una butaca leyendo libros de historia, filosofía o política y preguntándose si la Europa que ha conocido, antídoto de las pulsiones nacionalistas, crisol de las mejores culturas, la patria sentimental que habita en los cafés, sobrevivirá al curso de un tiempo que él ya no vivirá. Ordine cierra su homenaje con un misterio: el contenido secreto del epistolario íntimo de Steiner, registro de sus días, que por deseo de su autor permanecerá inédito en los sótanos del Churhill Collage hasta medio siglo después de su muerte. Podremos leerlo en 2070.