La historiadora Encarnación Lemus

La historiadora Encarnación Lemus @JAIMEFOTO

Ideas

Encarnación Lemus: "No hay mentira más dañina que la de los paraísos prometidos"

La historiadora, Premio Nacional por su libro sobre las mujeres de la Residencia de Señoritas (Cátedra), reflexiona sobre la idea cultural de España, el exilio, la Transición, los mitos nacionales y el deterioro del sistema educativo

30 noviembre, 2023 12:48

Encarnación Lemos, Premio Nacional de Historia 2023, dice sentirse todavía incrédula por el galardón, aunque reconoce que el libro por el que se lo han otorgado -Ellas, las estudiantes de la Residencia de Señoritas (Cátedra)– es uno de los trabajos que la han hecho más feliz. Catedrática de la Universidad de Huelva, ha centrado sus investigaciones en la relación de España con otros países, con estancias en Chile, Michigan y Francia, y ha sido vicepresidenta de la Comisión Española de Historia de las Relaciones Internacionales (CEHRIC). Confiesa sentirse elegida por los temas y no al revés. Muchos de sus trabajos los comenzó investigando otra cosa.

No se considera especialista en perspectiva de género aunque siempre busca el papel de las mujeres en la Historia y es fundadora del primer Master de Género y Ciudadanía que se hizo en España. Ha investigado sobre el exilio, la dictadura franquista, la Transición o la salida de España del Sáhara. Aunque su campo de trabajo parece no tener límite -"una cosa me lleva siempre a otra", dice- confiesa ser una apasionada de la educación. Le preocupa el rearme ideológico y retorico de la ultraderecha y la educación en España. Cree que este es uno de los deberes que no hemos hecho bien, aunque al mismo tiempo piensa que España tiene muchas razones para presumir como país. Incluido su pasado. Es menuda, enérgica y extraordinariamente amable. Y una excelente conversadora.

Encarnación Lemus

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–En los últimos veinte años, cinco mujeres con el Premio Nacional de Historia. ¿Feliz?

–Incrédula. Todavía ni soy consciente, de hecho tardé en entender para que me llamaban desde el ministerio. Muy honrada y muy agradecida, claro, aunque no soy tan ingenua para imaginar que habrá habido capotazos a favor y en contra (sonríe). La elección de este premio es larga desde que se forma el jurado hasta que cada miembro propone uno o varios libros y hay una deliberación final. Supe en junio que uno de ellos era el mío, pero no quise crearme expectativas. Cuando me llamaron me costó enterarme de que hablaban (vuelve a reír). Estoy feliz, sí, tal vez se han cruzado los astros porque he disfrutado muchísimo con este trabajo. Me alegro de que haya podido transmitir mi pasión y el placer de escribirlo. 

–Tambien, de alguna manera, es un premio a esas mujeres de la Residencia.

–Soy consciente y eso me emociona más aún. Pero deje que le diga que esa proporción de cinco mujeres premiadas sobre veinte merece que no nos tomemos el dato sin un contexto. La mayoría hemos recibido el galardón en los últimos años, y eso es un síntoma magnífico de que las cosas van cambiando. En la sociedad en la que vivimos hay que tener perspectiva… Ofelia Rey, Anna Caballé, Isabel Burdiel son autoras de grandísimos trabajos que están emergiendo en los últimos diez años, y eso es muy importante. Hace treinta años esos estudios ni se hacían ni se elegían. 

–Exilio, represión, Transición… su mirada es amplia, pero ¿cómo llega la Residencia? 

–No le miento si le digo que no fue mi decisión, que el trabajo me guió. Es fruto casi de una casualidad, como casi siempre. Los temas me eligen. Me pasó con el exilio: estaba en Chile trabajando sobre las relaciones entre los dos países y allí, en Valparaíso, me encontré con tal huella del exilio español que no pude evitar meterme de cabeza. También sucedió cuando estuve en París para otra cosa y encuentré las cartas de los niños del Winnipeg. Fui en Madrid para otra cosa, me alojé en la Residencia de Estudiantes y en un hueco que tuve se me ocurrió ir a Fortuny (sede de la Fundación Ortega y Gasset y Residencia de Señoritas en su momento) para buscar algún documento que pudiera mostrar en clase. 

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Quería un texto manuscrito, con la firma de Victoria Kent o de María de Maeztu. Me gusta que los alumnos sientan esa sensación de ver el pasado. En aquel momento el archivo estaba indexado y bien organizado, pero no –como ahora– digitalizado y me atendieron muy amablemente, e incluso me sentaron en uno de aquellos pupitres de roble de la residencia. Imagínese mi emoción: me dejaron husmear en la correspondencia de aquellas mujeres, de las profesoras y de las alumnas. Mi interés por aquella época y esas mujeres modernas se ha quintuplicado, pero cuando yo llegué no había ido nadie a rebuscar nada. Me puse.

El archivo estaba ordenado por apellidos y localidades. De pronto encuentro una carta de María Díez de Oñate, que estaba trabajando becada en el Estado norteamericano de Vermont. Se quejaba amargamente de la soledad, del frio, de la añoranza de su tierra y de la Residencia y yo que había vivido algo parecido en Michigan, en Ann Arbot, sentí que más de cien años después esa mujer me estaba contando también a mí. Quise saber más de todas ellas, de sus miedos, sus esperanzas y su vida cotidiana. En esas cartas estaba todo. Son un tesoro. Era, como dicen los maestros del realismo mágico, mejor que la novela más estimulante. 

–Y a partir de ahí…

–Me enganché. Hice un primer proyecto, luego lo amplié y el año pasado Cátedra editó el estudio completo. Empecé a mirar casillero por casillero, todas las cartas, de los padres, de las madres, de las profesoras, de ellas. Y todas coincidían en algo que he podido comprobar hablando con las familias: la Residencia fue el mejor momento de su vida y,  de alguna manera, lo fue también el país. Fue la promesa y la esperanza de una modernidad real. Todas añoraban, de vuelta a sus casas, cada una con sus quehaceres, ese momento-epifanía de aprendizaje e independencia. Aquel Madrid era una ciudad abierta a las que todas querían volver, aunque fuera de vez en cuando.

–La palabra género va ligada, para muchos, a una determinada ideología.

–Eso es de una ignorancia supina, aunque no es inocente. Las palabras tienen el significado con el en que se usan. La perspectiva de género es un indicador científico, como cualquier otro sesgo de las ciencias. Yo fui una de las fundadoras del primer máster de género y ciudadanía. En este momento está normalizado en la academia como una de las muchas vías que hay para la investigación. Es un espacio apasionante porque depara grandes descubrimientos, amplía el foco y enriquece el conocimiento común. Soy de las convencidas que creen que se ha avanzado mucho más de lo que puede percibirse. Se ha trabajado mucho en los últimos treinta años, lo que ocurre es que las cosas mejoran cuando tienen una tradición. No es cierto que haya que innovar permanentemente y en todo; al contrario, hay que usar la tradición como soporte. No podemos perder el tiempo en empezar constantemente de cero.

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–La Historia aparece como razón irrevocable de algunos discursos políticos. No pocos colegas suyos dicen que si tuvieran que contestar a todos los bulos que escuchan no harían otra cosa.

–Hay bastantes voces autorizadas que se dedican a desmantelar esos bulos. Estoy pensando en Moradiellos o en Casanova, que son muy activos en las redes sociales, pero hay otros. Tal vez menos de lo que la situación actual requeriría... Mire, las mentiras son más peligrosas cuando toman algo de la verdad y la simplifican hasta que la convierten en tópico y funcionan en el imaginario colectivo. Tomo como ejemplo a Isabel la Católica, que fue sin duda una gran reina, pero convertida en un estereotipo que no responde a la verdad histórica. Algunos la usan como azote de la progresía, como si ese mismo término -progresismo- se pudiera usar en aquel momento. Ocurre igual con la xenofobia: los sentimientos, las actitudes, hasta la escala de valores cambian con los tiempos. No podemos aplicar conceptos de hoy a otras realidades. No podemos exportar a otro tiempo consensos morales o políticos de hoy. Me preocupa otra consecuencia de eso, que provoca una cierta vergüenza del pasado y falta de autoestima. ¡A estas alturas enfrentarnos a una Historia que debería ser motivo de orgullo…! ¡Y usar a una reina del siglo XV! ¡Pobre Isabel! 

–Hay mentiras más cercanas sobre la Guerra Civil o la Transición ¿no?

–(Suspira) A veces me veo tan conservadora… Me considero progresista y respetuosa, pero es que sobre la guerra, por ejemplo, han resurgido interpretaciones perversas que ya estaban superadas, como considerar a los sublevados nacionales, comprarles el discurso… Y los símbolos. El uso de los símbolos nacionales por parte de la ultraderecha hace que me sienta robada. Cuando mi bandera la cogen otros, roban mi identidad. Tenemos cierta culpa los que no somos de esa ideología. Esto es algo que aprendí estudiando el exilio. Los exiliados se sentían muy españoles, sin titubeos ni eufemismos.

Y, sin embargo, cuando, muy joven, empecé a trabajar esa época me veía a misma dudando qué termino usar: país, Estado, en vez de la palabra España. Nos la hemos dejado arrebatar. Clara Campoamor, cuando no puede ejercer de abofada en Argentina porque no le reconocen el título, se pone a escribir biografías de sus compatriotas: los siente así, son su patria. La dictadura se apropió de los símbolos y no hemos sabido recuperarlos. Hoy hablo de una España diversa, plural en todos los sentidos, sociales, territoriales, culturales. Sin complejos. No hemos sabido construir una identidad en democracia sin romper con el uso que hizo la dictadura de nuestros símbolos o incluso de nuestra Historia. (Sonríe) Salvo tal vez, y ahora no estoy muy segura con todos estos hooligans en la calle, en el fútbol. 

–Hay quien ondea la bandera tricolor.

–¿Por qué no? Es un símbolo de unos valores que son los que construyen la democracia, no es ninguna amenaza. En democracia deben convivir todas las ideas, incluso aquellas que quieren que haya una República. Solamente los que que atentan en sus principios contra la democracia son los que se quedan fuera. Desde Berlinguer en Europa hay partidos comunistas que rompieron con el totalitarismo estalinista. ¿Los fascistas o los nazis? No, ellos son el totalitarismo. Los comunistas y socialistas han contribuido  a forjar el Estado del Bienestar en Europa. Su proceso ideológico se ha alejado de las dictaduras. 

–¿Y las mentiras sobre la Transición?

La primera es la cronología. Olvidar que fue un proceso regulado que responde a su nombre: el cambio de un régimen totalitario a una democracia con su separación de poderes, su representación, sus leyes, sus estatutos. Se trataba de construir un Estado de Derecho que tuvo objetivos claros. Y tambien sus tiempos. No se le puede achacar a la Transición lo que luego la democracia ha dejado de hacer. Hay un momento en el que acaba ese proceso; tal vez, y es mi opinión, con la entrada de España en la UE. Los mimbres ya estaban, pero luego es la democracia la que debe ir perfeccionándose siempre. Nunca se acaba la tarea y menos cuando hay que dar respuestas a una sociedad que cambia. Se habla del Régimen del 78 como si no hubiera habido un después. Es una falsedad.

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Hubo una etapa de consolidación democrática donde, desde mi punto de vista, cometimos el pecado de no trabajar la calidad, sobre todo de algunas instituciones. Cuando nos normalizamos y nos sentimos europeos olvidamos crecer social y culturalmente. Nos vendimos al becerro de oro. Las inquietudes se amansaron con un ritmo de vida que se ha demostrado frágil. Las conquistas sociales se dieron por amortizadas. ¡Qué inmenso error! Los logros sociales no se terminan nunca. Incluso en la tarea de desarrollo territorial, que estaba por hacer, no deberíamos olvidar que los países no se terminan nunca. No hay mentira más dañina que la de los paraísos prometidos. Desde los nacionalismos, y yo no lo soy, se trata de una aspiración legítima que debe contar siempre con los consensos, los acuerdos, el pacto y la convicción de que nunca nada está hecho del todo. Las naciones también cambian.  

–¿Imaginaba en la calle banderas y símbolos nazis y fascistas? 

–Estoy alucinada, como todo el mundo, creo. Aterrorizada. He dejado de ver informativos porque soy incapaz de desescalar la ansiedad que me provocan. Me pregunto dónde estaba esa gente, qué hemos hecho con los jóvenes, qué nivel de ignorancia y de ira hay que tener para organizar esos espectáculos tan amenazantes. Uno de los grandes errores que hemos cometido en los últimos años es el abandono de la educación, sobre todo en Primaria, donde se forman ciudadanos porque se inculcan hábitos de convivencia. 

Esto lo he ido notando año a año: no es solamente la falta de conocimientos, es la actitud, la ausencia de cultura y valores democráticos. Son raros ya los alumnos que quieren estudiar Historia o Humanidades y llegan con profundas carencias en cosas tan básicas como la compresión lectora, la expresión oral o la curiosidad intelectual. A veces no hago mas que corregir faltas de ortografía. Lo mas grave es lo que hay detrás: la incapacidad para dotarse de pensamiento crítico. Nos hemos olvidado de formar ciudadanos. Y los jóvenes, en una inmensa mayoría, están a merced de las redes, de los bulos, de los likes que ponen la emoción por encima de la razón. 

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–¿Qué Historia se enseña? 

–Precisamente estoy trabajando ahora sobre los libros de texto que afecta a la Historia Contemporánea y su adecuación a la Ley de Memoria Democrática. Quiero salirme de la perspectiva del aniversario y ver qué estamos contando en las aulas. Los libros son un buen instrumento de consulta y trabajo, pero en ningún caso lo más importante en la Enseñanza. Más del 98% de la información que usan los chavales la obtienen fuera de clase. Fuera de sus casas, y mira que eso es importante. Cuando olvidamos el espíritu de la Institución libre de Enseñanza dejamos de darle la importancia que tienen a los maestros, que son el pilar de una sociedad. Los hemos ignorado y maltratado. Incluso socialmente les hemos despojado del prestigio que deberían tener.

–Hoy la universidad se presenta como una garantía para mejorar las opciones laborales, no como los templos del conocimiento.

–El conocimiento no es el referente de la educación actual. Ni las Humanidades. Ni el ser humano. Se habla de competencias, habilidades, instrumentos. Pensar no aparece entre estas prioridades. Para formar ciudadanos con pensamiento crítico hay que empezar enseñándoles a hablar, leer, pensar, deducir, debatir, acordar. Tal como está montada la enseñanza nos hemos dedicado al final de la pirámide, olvidando la base. Reconozco que soy dura, pero creo que con el PISA perdimos el Norte, cambiamos las licenciaturas por grados y nos convertimos todos en peritos, y no precisamente en lunas (sonríe).

Se nos ha olvidado el papel crucial de las aulas, de la enseñanza como experiencia compartida. El PISA ha supuesto colocar buena parte del conocimiento fuera de las aulas con expectativas que sabíamos que ni eran verdad ni iban a serlo nunca. Si yo fuera valiente y me atreviera al riesgo de perder alumnos –que no lo soy– prohibiría los móviles y los ordenadores. Las aulas deben ser ágoras. Sobre todo ahora que podemos tener tanta información de manera digital y lo importante no son los datos, es poner en común la mirada. Hay que estar abierto a las cosas que pasan en la calle, a las preocupaciones, a los libros que hayamos leído. El conocimiento debe ser una experiencia. Hablamos mucho de cifras en la educación, de cuánto, pero hemos olvidado el cómo. 

–Ha estudiado sobre el franquismo. ¿Le sorprende que haya quien se declare franquista hoy? 

–¡Ay, es la segunda vez que me equivoco con esto! Yo estaba convencida en los años de la Transición que la derecha había roto con Franco. De hecho, hubo una derecha se comportó de manera impecablemente democrática. Pero recuerdo que estando en París con una de mis maestras, Josefina Cuesta (catedrática de la Universidad de Salamanca) le discutía la idea de que ese franquismo sociológico hubiera pervivido. Ella había trabajado mucho con presas. Yo defendía que debíamos hablar de conservadores y no de reaccionarios.

Encarnación Lemus

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Me equivoqué entonces y me he equivocado ahora. No he visto venir una derecha desprovista de valores democráticos y no hablo sólo de la extrema. La democracia necesita a los conservadores. Las sociedades no pueden crecer sin acuerdos ni diversidad ideológica y política. La democracia es pacto y, para pactar, necesitas al contrario. Una derecha como la tradicional en Europa, demócrata, liberal, atenta a los cambios y a la legitimidad de las instituciones. No una derecha que resucita uno de los periodos más negros de la Historia. Quiero creer que esta fiebre es eventual, que es puro contagio del trumpismo. El trumpismo lo ha subvertido todo. Nunca imaginé que alguien como Vargas Llosa o un expresidente como Rajoy pudieran apoyar públicamente a un individuo como Milei. Nunca.

–Tal vez muchos no saben quién fue Franco. 

–Puede, en el caso de los jóvenes, pero volveríamos a hablar del fracaso de la educación. Hay actitudes que van más allá, con los insultos homófobos o la violencia misógina… Tambien con el hecho de considerar ilegítimos a gobiernos que no les gustan.

–Hay quien defiende que las leyes de Memoria democrática han roto el espíritu de la reconciliación.

–Otra falsedad. De hecho, en muchas partes se aprobaron por unanimidad. Hubo un cierto rechazo, pero anecdótico en comparación con lo que estamos viviendo ahora. La ley surge como una manera de ajustar el pasado y devolver dignidad a unas víctimas que se habían olvidado. Aunque tire piedras contra mi tejado, tengo que decir que se ha hecho mucho. Mucho. Incluso antes de la primera ley, la de Zapatero, hubo ayuntamientos que hicieron exhumaciones y honraron a las víctimas. Lo que nos ha faltado es una política de Estado sobre la memoria. No de unos determinados gobiernos sino como una cuestión de Estado.

No me preocupa tanto aquello que concierne a la guerra –porque la guerra es la ausencia absoluta de los derechos- sino a la posguerra y a la dictadura. En España no hay muertos en las cunetas… Hoy, no. O son pocos ya los casos, pero queda mucho por hacer con los campos de concentración, con las cárceles, con la represión. Y eso tiene una trascendencia tremenda porque son los mártires de la democracia. Creo que lo más importante de esta última Ley y no tiene tanto eco mediático como la anulación de los juicios de la dictadura. Es fundamental. Porque no solamente le devuelve la inocencia a quienes fueron condenados sin garantías, sino que se revocan las compensaciones económicas que se aplicaron. O sea, el rastro del patrimonio, de los bienes usurpados. Me parece un acto de justicia y de dignidad.

–Uno de los episodios históricos no resueltos es el abandono por parte de España del Sáhara.

–Hice esa investigación al estudiar la relación de España con otros países. Fue satisfactorio y muy duro. Quedan cosas por hacer. De lo que no tengo duda es del papel de Estados Unidos en esa salida vergonzante. Hay que entender el contexto: la Transición fue un proceso en el que trabajó antes de la muerte del dictador y en el que participaron no pocos intereses, también los de Estados Unidos. Dos años antes el golpe de Estado, Chile había enfrentado a EEUU con la mayoría de los gobiernos de Europa, que eran en su mayoría socialdemócratas, a excepción de Francia que nunca ha sido satélite de los norteamericanos. Sucede la revolución de abril en Portugal y se ponen nerviosos. España le interesó a Estados Unidos en dos aspectos: las bases militares y su papel geoestratégico y sus relaciones con Marruecos.

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Hay que recordar que el Mediterráneo occidental estaba ardiendo, en plena guerra del Yom Kippur y con Grecia echando a Estados Unidos de sus bases y enzarzada con Turquía. Argelia y Libia estaban en la órbita de los Países no Alineados y llegando a acuerdos con la URSS. Había tensiones entre lo que entonces se llamó el islamismo moderado y el radical. En ese escenario, Hassan II, que había sufrido ya tres atentados y estaba siendo contestado por su actitud autoritaria, se ofrece como intermediario en el mundo árabe. El precio que pide es el Sáhara. Y quien paga es España, con el Rey en funciones mientras Franco agonizaba.

Todo está documentado y probado. A partir de ahí hay un sentimiento de vergüenza que va más allá de ser de derechas o de izquierdas. Y cinismo por parte de todos. Los partidos, cuando están en la oposición, se acuerdan de los saharauis para olvidarlos inmediatamente cuando llegan al gobierno. Las resoluciones de la ONU no tienen ninguna trascendencia. Y después están las relaciones con Marruecos que por muchas cesiones que se hagan no se resuelven, y la crisis migratoria de fondo. Hay quien dice que el Sáhara hubiera sido un país inviable, con una población de setenta mil habitantes, sin estructuras ni recursos para explotar su riqueza. Puede ser, pero tenían que haberlo decidido ellos. España los abandonó en uno de los gestos más vergonzantes de nuestra Historia que sigue sin solución.