Las autoridades literarias recomiendan leer relatos con moderación
Carlota Gurt y Sergi Pàmies entregan dos colecciones de cuentos –Biografía del fuego (Asteroide) y A les dues seran les tres (Quaderns Cremà)– que demuestran la resistencia del género narrativo corto frente a la novela
30 octubre, 2023 14:37El cuento del estatus del relato en el mundo editorial acaba pronto. Lo ilustra bien Tom Gauld en una de sus magníficas historietas cortas: un tipo entra en el despacho de un editor con un manuscrito en la mano y le pregunta si publican libros de relatos. El editor le responde que no. Fin de la historia.
Sí, los cuentos tienen mala fama entre los actores del mundo del libro. Parecen ser víctimas de una funesta profecía autocumplida. No les gustan a los agentes porque cuestan colocarlos. Ni a la mayor parte de los críticos o reseñistas porque no es fácil escribir un buen texto sobre ellos --¿hago un resumen de todas las tramas o destaco solo tres o cuatro? ¿me lo voy a tener que leer entero para ver si los relatos están unidos o no?--. Las editoriales dicen que salvo honrosas excepciones suelen venderse poco y, por lo tanto, también se invierte menos en sus campañas promocionales e inciden menos en la opinión pública y en los medios.
Por no hablar del famoso e incómodo diálogo que todo cuentista os confesará haber mantenido por lo menos una vez en su vida.
--¿Así que escribes cuentos?
--Sí.
--Ah, de esos para niños, ¿no?
--No, para adultos.
--Ah, cuentos de esos picantillos, eróticos…
Además, aunque el lugar común del discurso optimista y equivocado --Dios guarde al relato de sus acólitos, que ya se defenderá él solo de sus enemigos-- defienda que estos son buenos tiempos: espídicos, desatentos, líquidos, ligerillos --"te lees uno entre parada y parada de metro", nos dicen— la verdad es que nada más difícil que disponer en esta realidad con el de la energía y capacidad de concentración necesaria para adentrarse en uno de los géneros literarios más exigentes. Lo explica bien –y en mayúscula-- Carlota Gurt en el índice de su último libro de relatos:
INSTRUCCIONES DE USO: LEER LOS CUENTOS EN ORDEN Y NO MÁS DE DOS SEGUIDOS.
En efecto, la ingesta de cuentos –como con las bebidas hechas a base de destilados con las que comparten grados de intensidad y tortazo sensitivo— debe hacerse con cautela y moderación. Carlota Gurt no dice nada sobre las condiciones para su escritura, aunque también podría. Nada más fácil que detectar los defectuosos para el ojo medianamente entrenado. Se pilla antes a un mal cuentista que a un novelista cojo. Incluso aunque sea escrito en gran estilo el aficionado al género detecta los impostores a leguas. Suelen aparecer en los suplementos veraniegos de algunos diarios. Suelen estar firmados por autores sin trayectoria en el género. Son chistes, anécdotas juveniles alargadas, efusiones líricas. Ese desdén hacia el género era comentado por Monterroso a su manera: “yo, entre libro y libro de cuentos, descanso escribiendo una novela”.
Pero el caso es que, pese a todo ese tropel de trabas y objeciones, cada año aparecen una buena cantidad de libros de relatos. En las escuelas de escritura los cursos se llenan año tras año de practicantes y devotos de Chejov, Munro o Cortázar. Magníficas revistas –no se pierdan la catalana y divina paperdevidre—siguen el apostolado cuentista con elegancia, perseverancia y talento.
Las traducciones, el público lector y los premios internacionales no hacen más que reconocer a escritores –y sobre todo a escritoras que escriben relatos:Samantha Schweblin, Mariana Enríquez, de alguna manera también Irene Solà. En fin, una vez comprobado que el relato cuenta con eso que los cursis llaman una mala salud de hierro, queremos ocuparnos de dos magníficas colecciones que acaban de publicarse: Biografía del fuego (Biografia del foc) de Carlota Gurt y A les dues seran les tres de Sergi Pàmies.
Para el público lector en catalán el género relato ha sido sobre el que se edificó la modernidad de su literatura a finales del siglo XX. Parece que haya una línea desde los escritos por Pere Calders antes de la guerra y los que cincuenta años después publicó Quim Monzó. Alrededor de Monzó –y de su formidable éxito crítico, comercial y popular—orbitaban una serie de escritores que se dedicaron a seguir su estela: el uso de una lengua moderna, plenamente funcional, capaz de la ironía y lo elevado sin acudir a formas caducas o en desuso, capaces de explicar lo urbano y cosmopolita a sus contemporáneos en plena igualdad con cualquier otra lengua europea. Pensamos en Empar Moliner, Josep Maria Fonalleras o el primer Jordi Puntí.
Pensamos, claro, en Sergi Pàmies. Sus primeros libros –como buen posmoderno de antaño-- huían de lo sentimental, lo político y lo autobiográfico. Lo explica bien el mismo autor, dueño de una vida excesiva –sus padres fueron la escritora Teresa Pàmies y el líder comunista Gregorio López Raimundo, vivió en el exilio y la clandestinidad toda su infancia y buena parte de su juventud-- se prometió que él debería ser el primero en tener una vida gris y sin aspavientos.
Por eso tampoco le gustaba que su vida enorme apareciera en sus ficciones. Pero con el tiempo, --para empezar Monzó hace cerca de veinte años que no saca un libro de ficción para desespero de sus fans-- aquello ha ido virando hasta casi darle la vuelta al calcetín. Como asegura Vila-Matas, “en los últimos tiempos, cuanto más brutalmente autobiográfico se muestra Pàmies, más ficción es lo que leemos”.
En A les dues serán les tres, publicado en la mítica colección Minor de Quaderns Crema, Pàmies nos entrega otro volumen –ligero, profundo e irresistible—de su autobiografía sentimental e intelectual, que en su caso son la misma cosa. Diez relatos inteligentes pero que huyen de la pedantería como de la peste, íntimos pero nunca obscenos, sentimentales –como el título de aquella primera novela suya—pero jamás cursis. Unidos por la voz autoral que es él mismo, o lo mejor de él mismo, con sus profundas marcas de estilo: el jefe del comentario humorístico y autodespreciativo y la empatía por el otro. El parisino (ejem) nos lleva de la mano por el Quebec al lado de un Vázquez Montalbán demasiado silencioso en Fires i congressos, o nos explica la cinefilia de un padre recientemente separado con hijos –gemelos-- que se hacen adultos en Díptic bivitel.lí.
Pàmies siempre decía que no escribía novelas porque eran incompatibles con la crianza y el matrimonio. Una vez divorciado y con los gemelos emprendiendo su vida adulta nos da miedo de que acabe abandonando al género. Aunque, si lo pensamos bien, en los últimos tiempos, con sus últimos, magníficos, libros no ha hecho otra cosa que escribir a retazos la novela de su vida.
Decíamos que Pàmies --tal vez para vencer esa dificultad para el lector de entrar y salir siempre en los universos que propone el relato-- utiliza una voz unitaria en todos ellos. Algo parecido sucede también en el libro de Carlota Gurt, editado al mismo tiempo en catalán por Proa y en castellano por Libros del Asteroide con traducción –magnífica-- de la misma autora. Decimos parecido y no idéntico, porque el elemento de cohesión de las piezas del libro de Gurt son temáticas, metafóricas y algunos personajes que reaparecen en diferentes historias.
El libro parece vivir en un coche que va desde Barcelona al interior rural de Cataluña y viceversa. Esa mudanza física se da también en las relaciones de los protagonistas, sumidos la mayoría en relaciones sentimentales que se acaban o han acabado hace poco, todavía doloridos por los golpes emocionales de la ruptura, por el recuerdo del fuego del derrumbamiento.
Creemos intuir el porqué de la advertencia en el índice de no leer más de dos relatos seguidos. En el libro hay una cantidad ingente de resentimiento, pasión e intensidad. Algunos de los relatos parecen versiones o, mejor, variaciones –a la manera musical o pictórica—de un mismo tema. Y, sin embargo, desoyendo toda precaución nos hemos bebido el libro de una vez, intoxicados por una prosa carnal y sonora, llena de ritmo y sentido, a la vez reflexiva y demente.
Hemos disfrutado de una maravilla exagerada llena de imágenes memorables --ese cerdo colgado bocabajo, ese tanque por la vía pública-- que trascienden su literalidad para inscribirse en lo universal. Gurt, en su tercer libro, se apuntala como una escritora dueña de un universo cada vez más identificable y poderoso. Al final tendrá razón Borges con aquello de que los cuentos son más antiguos que las novelas y, probablemente, les sobrevivan.