El escritor Milan Kundera / EFE

El escritor Milan Kundera / EFE

Letras

El asesinato de Kundera

El autor de 'La inmortalidad' no concedía entrevistas, porque su relación con el público debía ser, a su juicio, a través de sus creaciones literarias, sin que se debiera rastrear en la vida personal de los escritores

15 julio, 2023 18:37

Entre otros peligros de escribir está el de que lo que uno escribe acabe volviéndose realidad. Así, si escribe siempre sobre hombres fracasados, puede ser que esas frases, como un conjuro, se vuelvan contra el autor, que siente verdadera atracción peligrosa por el fracaso, y lo ayuden, efectivamente, a fracasar. Es como si las estructuras de la novela y de la vida se correspondieran. Es como si el destino dictase primero una cosa, los hechos, o la novela, y a continuación la otra.

La muerte de Milan Kundera, y la pervivencia post mortem de sus libros –tengo la impresión de que las nuevas generaciones ya no le leen, en parte porque el contexto en el que se ambientan las novelas, el del comunismo en la Europa central, ya suena lejano-- induce a pensar en estas cosas. En La inmortalidad Kundera pone a Hemingway conversando con Goethe en el cielo precisamente sobre el tema de su inmortalidad.

No se trata de una conversación religiosa sobre la pervivencia eterna del alma, sino de otra inmortalidad, totalmente terrenal, la de quienes permanecerán, después de fallecer, en la memoria de la posteridad. El novelista checo estaba convencido de que la vida del narrador carece de interés, lo único que cuenta es la obra; hasta el extremo de explicar que el novelista desmonta piedra a piedra su propia vida –ideas, acontecimientos, observaciones-- para luego, disponiendo esas piedras de otra manera, construir la ficción, y que ese trabajo de desmontaje y remontaje, o sea de suplantación de vida por obra, lo invierten y lo dañan los biógrafos --también los periodistas--, que desmontan la obra para encontrar en ella huellas de la vida del autor.

El asesinato de un autor

Por eso Kundera no concedía entrevistas –quería entregar de sí mismo al público sólo y exclusivamente sus libros--. Y por eso pone a Hemingway en el cielo, quejándose a Goethe de que su obra, que había sido tan popular, ya no le importa nada a la gente, porque ésta se acerca a sus novelas y cuentos exclusivamente para rastrear en ellas huellas de su vida, de sus relaciones con sus esposas, de su afición por la caza y las corridas de toros, de los motivos de su suicidio.

El escritor checo Milan Kundera, en una imagen de archivo / EFE

El escritor checo Milan Kundera, en una imagen de archivo / EFE

Y por eso también, en el año 2008, cuando la revista Respekt –una publicación checa muy considerada, dedicada a los reportajes de periodismo de investigación— publicó un largo artículo revelando que en los archivos policiales se había descubierto un informe según el cual en el año 1950 Kundera había denunciado a la policía la presencia en Praga de un desertor y espía de alguna potencia occidental llamado Miroslav Dvorácek  --denuncia que acabó con éste preso durante 14 años--, el novelista, después de negar rotundamente su participación en esos hechos, dijo una frase interesante: que la publicación de Respekt equivalía “al asesinato de un autor”.

No volvió mucho más sobre el tema, por lo menos en público, y no demandó a la revista, lo que en parte se entiende como ejercicio de coherencia con sus convicciones sobre la vida y la obra de un autor, expuestas someramente en el segundo párrafo de este artículo. Las diese o no, el aura de su obra, la imagen de sus emocionantes novelas, había quedado ya dañada con la sombra de una supuesta bajeza cometida por el autor cincuenta y ocho años antes. En realidad, hubiera hecho él aquella denuncia o no, es discutible que fuese una bajeza, ya que en 1950 era un comunista convencido, si no fanático, y la tarea de un ciudadano así es denunciar a los enemigos del Estado.

Milan Kundera

Milan Kundera

Parece que Kundera nunca se recuperó del todo de aquel “asesinato”, que acentuó su misantropía y su convicción de que el mundo es una trampa. Esa idea late en toda su obra, por lo menos desde la primera novela, La broma, hasta La inmortalidad. Late como una premonición, como un destino.