Ulrich Seidl en Rimini
El director de cine, que se caracteriza por su humanismo, traza en 'Rimini' una peculiar visión a partir del cantante melódico Richie Bravo, admirado por legiones de alemanes de la tercera edad
28 junio, 2023 12:14La ciudad italiana de Rimini, aparte de acoger el nacimiento de Federico Fellini (1920 – 1993), cuenta con la playa más visitada del Adriático y su situación en el nordeste del país la hace especialmente atractiva para visitantes nórdicos, como los teutones que aparecen en la última película del gran Ulrich Seidl (Viena, 1952), Rimini (2022), que puede encontrarse, junto a otros ocho obras del austríaco más divertido y deprimente del momento en la plataforma Filmin (a veces, sus largometrajes llegan a nuestras salas de cine, pero no siempre y casi nunca duran mucho en pantalla: no estamos ante alguien que trabaje decididamente en favor del entretenimiento de las masas). Yo adoro a Ulrich Seidl desde que vi su Import/Export (2007) hace quince años y quedé muy impresionado por su habilidad para retratar la Europa de dos velocidades con aquellas dos historias paralelas que, violando una regla básica en la historia del cine, jamás llegaban a cruzarse porque difícilmente podían hacerlo si querían ser fieles a la realidad de ese continente en el que unos viven más o menos bien y otros, más o menos mal (y los primeros, salvo excepciones, gracias a los segundos).
Me enganché definitivamente a este buen señor, peculiar síntesis del escritor austríaco Thomas Bernhard y el cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder, cuando fabricó la que para mí es su obra maestra, la trilogía Paradies (Paraíso), compuesta por Amor (2012, sobre una madura señora austríaca que se iba a África en busca de amor negro y de pago), Fe (2012, centrada en la hermana de la mujer lúbrico-afectiva, una beata de Viena que se pasa el verano dando la chapa mística entre sus sufridos vecinos) y Esperanza (2013, sobre la hija de la aventurera sexual africana y su asistencia a un campamento estival para gordas en el que no será nada feliz, algo a lo que ya está acostumbrada en su existencia habitual). Este extraño tríptico sobre la búsqueda (¿imposible?) de la redención personal en un ambiente hostil (el norteamericano Paul Schrader la ve posible; Seidl tiene sus dudas más que razonables) me convenció de que el cineasta vienés era uno de los pocos autores europeos actuales a los que merecía mucho la pena seguir la pista. Y a eso me he dedicado durante los últimos años, incluyendo algunos de sus peculiares documentales, que comparten con sus largometrajes de ficción la misma mirada fatalista, oblicuamente humorística y, sobre todo, compasiva sobre la naturaleza humana (Modelos, de 1999, En el sótano, de 2014, o Safari, de 2016, son tres oportunas reflexiones con las que no sabes si reír o llorar sobre, respectivamente, el sector más cutre del mundo de la moda, las parafilias más absurdas del austríaco medio y los delirios de grandeza de los aficionados a la caza: las tres se encuentran en Filmin).
La vida como tragicomedia
El año pasado, Ulrich Seidl rodó dos películas seguidas, Sparta (sobre la espantosa vida de un pedófilo que carga con su cruz como buenamente puede y al que no se juzga, algo que Seidl no hace jamás, y sobre la que ya les hablé hace unos meses, cuando pillé una copia de manera no del todo legal) y Rimini, que les recomiendo fervientemente a través de este artículo y que transcurre en la ciudad adriática del mismo nombre durante un lluvioso y desapacible invierno. Es por esas fechas (temporada baja) cuando llegan a Rimini manadas de turistas germánicos de la tercera edad como las que infestan Benidorm durante todo el año. Esos turistas de Berlín o Viena son los únicos que se acuerdan de Richie Bravo (Michael Thomas), cantante melódico de una cierta edad que actúa en los hoteles y clubs más cutres de la población. Totalmente alcoholizado, vive en una resaca permanente y ni se molesta en explicarle al espectador hasta qué punto fue o dejó de ser famoso en los años 70 u 80. Para llegar a final de mes, se acuesta con señoras provectas, frecuentemente viudas, con las que cumple como buenamente puede (aunque también es verdad que ellas tampoco esperan gran cosa de él).
Como es habitual en el cine de Seidl, Rimini aborda la vida como una tragicomedia en la que lo mismo que te hace llorar puede hacerte reír. Escrita a medias, como de costumbre, con su mujer, Veronika Franz, Rimini muestra sin juzgar, dejando que sea el espectador quien decida si merece o no la pena detenerse un rato en la cochambrosa vida de Richie Bravo (yo creo que sí), al que ni la aparición de una hija a la que dejó tirada treinta años atrás consigue sacar de su estupor etílico-vital ni ofrecerle esa redención que los personajes de Schrader, más afortunados, suelen obtener, aunque sea frecuentemente a tiros o pagando con la cárcel (y hasta ahí puedo leer para no caer en el spoiler).
En un rasgo cinéfilo que le honra, Filmin acumula nueve películas del señor Seidl. Quienes ya hayan visto casi todo lo suyo, harán bien en lanzarse sin demora sobre Rimini (y Sparta). Los que no estén familiarizados con la obra de este peculiar humanista vienés, más vale que empiecen con Paradies, esa historia triplemente lograda sobre la melancolía contemporánea en la que, de vez en cuando, puede brotar la carcajada. Una carcajada muy triste, eso sí, pero muy definitoria de cómo ve la vida este cineasta austríaco que, contra todo pronóstico comercial, lleva rodadas ya un montón de películas y siempre encuentra financiación para la próxima. Algo que en un mundo dominado por los súper héroes de la Marvel se me antoja realmente súper heroico.