Octavio Paz, la poesía de las ideas
El legado ensayístico del Nobel mexicano, que toca los estudios literarios, las reflexiones sobre la poesía, escritos de arte, textos políticos y las revistas, deslumbra por su libertad de criterio
6 junio, 2023 18:55Sin entrar en los pormenores biográficos, pero sin soslayar –cómo hacerlo– el transcurso evolutivo de una vida colmada de experiencias y experimentaciones, cumple del examen del legado de Octavio Paz en el centenario de su nacimiento, tras el análisis dedicado a la poesía y a la traducción de esta (las dos ramas complementarias de lo que en sintagma suyo fue su Árbol adentro), fijarnos ahora en su amplia obra ensayística y, paralela a esta, la de creación de revistas y espacios de debate. Las prosas pacianas ocupan trece de los quince tomos de su Obra completa. ¿Se pueden sintetizar en una panorámica que le haga justicia? Lo vamos a intentar, aunque no es nada fácil.
Y no es fácil por la amplitud de sus devociones y por los campos (verdaderos latifundios) que tocó y cultivó. Naturalmente, los estudios literarios, la crítica, la reflexión sobre autores y obras, ocupó una parcela fundamental de su dedicación, pero es que también escribió de arte, orientalismo, historia o política. Para dificultar aún más las cosas, muchos títulos que fue publicando exentos luego se integraron en otras recopilaciones, frecuentemente modificados o intercalados en colecciones a veces irreconocibles. El examen cronológico, por tanto, no es siempre el más idóneo, y hay que tener en cuenta que Paz, en plena madurez creativa todavía, tuvo la voluntad y la visión de armar una obra coherente y armónica, como una sinfonía integrada por varios movimientos pero en su caso no sucesivos sino simultáneos, con ese simultaneísmo que es rasgo de la poesía moderna y se impone, y de qué forma, en obras como La tierra baldía de Eliot o los Cantos de Pound (sobre ambas creaciones Paz ejercitó la inteligencia de sus comentarios).
Esto lo explicitó él mismo cuando en 1990, en el prólogo al volumen La casa de la presencia. Poesía e historia, argumentó que: “Todos los tiempos, del tiempo mítico largo como un milenio a la centella del instante, tocados por la poesía, se vuelven presente”. Títulos de esa preocupación sobre la poesía son El arco y la lira (1955, ampliado en 1967), donde se extiende sobre el lenguaje y el ritmo, las distinciones entre verso y prosa, la revelación poética, las relaciones entre poesía e historia… Una parte del libro, 'Los signos en rotación', actúa como epílogo y al mismo tiempo umbral de dos escritos añadidos, de recapitulación bajo forma aforística y de análisis de ese binomio que parece oxímoron: poesía y tecnología. No era nada frecuente, en español al menos, este tipo de trabajo.
Los hijos del limo (1972) constituye otra obra capital de este tipo de inquisiciones a las que se dedicó Paz. Como se puede apreciar ya desde el título (al igual que en el libro anterior, al que hay que sumar Las peras del olmo, de 1957) no hay aquí academicismo, esa esterilidad a la que, sobre todo en tiempos posteriores a él, la universidad nos tiene acostumbrados. Hay por el contrario, a despecho de la erudición castrante y castrense (porque se ha convertido en un castro, un campamento cercado contra la invasión del lector), un vasto saber, múltiples lecturas bien asimiladas, sí, pero que se alían a las intuiciones del poeta, vertidas en cuanto pregona o promete el subtítulo: Del romanticismo a la vanguardia. Y en fórmula que él acuñó y que define a la perfección la literatura moderna: la tradición de la ruptura. A ambas cosas –ruptura y tradición– se aplicó como nadie en su obra creadora.
Hay poetas que se contentan con urdir sus versos como al dictado de cierta fatalidad facilitada por el oficio. Otros, sin embargo, se interrogan por el proceso creativo e incluso –es lo que ocurre con Paz– por el progreso, por el desarrollo de las ideas acerca de la poesía y su escritura, por la evolución de estas. En Los hijos del limo, el mexicano ve la evolución de la poesía del romanticismo, fijándose en figuras posteriores tan decisivas como Baudelaire, y estudia la analogía, la metáfora, la traducción. Y no elude, al hollar épocas más cercanas, juicios que claramente suponen una retractación de sus posiciones juveniles, y no tan juveniles, cercanas al comunismo: “El marxismo se inició como una crítica del cielo, es decir, de las ideologías de las clases dominantes, pero el leninismo victorioso transformó esa crítica en una teología terrorista. El cielo ideológico bajó a la tierra en la forma del Comité Central”, escribe ahora. Juicios como el anterior, claro, no le fueron perdonados por la intelectualidad de izquierdas, que es la dominante, al menos desde mayo del 68.
Vinieron luego más ensayos de carácter general que amplificaron lo ya dicho o extendieron su escrutinio a fechas más próximas, hasta muy finales de la década de los ochenta. Y están, además, los ensayos dedicados a poetas y escritores concretos, verdaderas monografías presididas por la mejor capacidad de interpretación, como las que ensambla Cuadrivio (1965), convergencia de textos agudísimos sobre Rubén Darío, Ramón López Velarde, Pessoa y Cernuda. ¡Cuánta clarividencia al examinarlos, y qué sugerente claridad, también, a la ahora de transmitir lo que ese examen le suscita! Todas y cada una de esas páginas siguen siendo vigentísimas y en muchos sentidos aún no han sido superadas.
Entre 1960 y 1962 publicó reflexiones sobre el uso de las sustancias alucinógenas y la relación de este uso con la escritura de poesía (para nada se ocupaba de la adicción a las drogas en las sociedades actuales y muchos menos al hecho social, político y espoleador de la delincuencia que es el narcotráfico, plaga que asola a México ya en tiempos mucho más oscuros de los que él pudo padecer en sus peores pesadillas). Se recogieron en diferentes textos titulados conjuntamente Corriente alterna (1967), hoy agrupados en el bifronte Excursiones/ Incursiones, suerte de baúl mundo cuya primera parte corresponde al Dominio Extranjero y la segunda a Dominio Hispánico.
No son esos volúmenes ningún manual de literatura sino el catálogo de los intereses de Paz y el testimonio de cómo leyó a autores importantísimos sobre algunos de los cuales él fue de los primeros en llamar la atención. Por otra parte, sus estancias en Oriente le proporcionaron conocimientos de primera mano de aquellas culturas y literaturas, los cuales incorporó a páginas dedicadas a Li Po, Wei Wang, Basho o Tagore. Ya muy al final de su larga trayectoria compuso Vislumbres de la India (1995), un homenaje (que ya había tenido prólogos como el de El mono gramático) al país en el que vivió unos años y donde conoció al amor de su vida, la pintora Maria-José Tramini (ya separado de Elena Garro).
La literatura no es el único ámbito artístico por el que se interesó Paz, quien extendió más allá su gula de saber, convenientemente deglutida en sus escritos para nosotros. Las artes plásticas fueron una de sus preocupaciones, y a ellas dedicó la suma de estudios que conforman Los privilegios de la vista. Duchamp, la pintura surrealista (bien servida en México por Leonora Carrington y Remedios Varo), John Cage, el muralismo… La llama doble (1993), por su parte, es una sutil indagación en el amor y el erotismo, ya escrita después de recibir el Nobel tres años antes y el Cervantes, doce, en 1981.
Pero el Paz ensayista se estrena mucho antes de todo esto, y en torno a una temática bien diferente: la naturaleza del carácter mexicano, su alteridad y su identidad (es decir, las relaciones con los otros y consigo mismo), los conflictos que la acosan, personalizados en Hernán Cortés y la Malinche, lo español y lo nativo. Se trata de El laberinto de la soledad (1950), al que siguió Postdata, sobre el mismo tema mexicano, donde llegaba a la matanza de Tlatelolco que fue el motivo de su renuncia al puesto de embajador en Delhi aquel mismo 1968. Sobre la peculiaridad del Estado mexicano escribió mucho más tarde El ogro filantrópico (1979), en el apogeo de un PRI que parecía destinado a perpetuarse tanto como una dinastía faraónica, si no más.
Pero aún hay otro ensayo admirable y acaso en el que más volcó todas sus virtudes. Publicado en 1982, Sor Juana Inés o las trampas de la fe constituye el máximo ejemplo de la capacidad de Paz para crear una gran obra intelectual en la que la información se pone al servicio de la creación poética. Porque el extenso libro combina de modo magistral la reconstrucción de la vida y la cultura de la Nueva España (aquel virreinato que aún no era México) con la obra de la gran poeta llamada Décima Musa, a partir del análisis que el poeta que él mismo era, y tan alto, podía proporcionar.
Paz emite aquí juicios ponderados desde un conocimiento enciclopédico y desde la perspectiva que le otorga, además de su intuición, su excelente conocimiento de la literatura universal, lo que le permite poner a la novohispana en relación con, por supuesto, Góngora, Calderón, Quevedo y otras voces de nuestra tradición, pero también con la primera poeta norteamericana conocida, Anne Bradstreet, de la colonia de Massachussetts; el barroco inglés John Donne, sensual y ascético; puntales de la poesía moderna como Valéry, su paisano Gorostiza, el chileno Huidobro y, sobre todo, Mallarmé; o, yendo más lejos, la poesía devocional de la India, que surge de la denominada bhakti.
Muchas de las reflexiones sobre la monja poeta surgieron con motivos de los cursos que impartió en Harvard y en una conferencia leída en El Colegio Nacional, en México, durante la primera mitad de los años setenta. Y aunque el término no le convence, porque aplicárselo le parece anacronismo, señala lo que sor Juana tiene de feminista y sitúa muy bien el ámbito de sus inquietudes, que no son meramente religiosas aunque profesara. Esta comparación con dos figuras que hasta hace poco estaban en nuestros planes de estudio es muy ilustrativa de lo que mueve a su paisana y colega (por poeta, no por ninguna inclinación clerical, nada más lejos de Paz): “Sus afanes intelectuales y morales están muy lejos de los de una Santa Teresa o un San Juan de la Cruz. Ella no quiere, como el santo, anular su entendimiento sino aguzarlo; no busca, como Santa Teresa, que la penetre la luz divina: quiere penetrar, con la luz de su razón, el opaco misterio de las cosas”. Aunque prosa de ensayo, el final del este párrafo es puro verso de un gran poeta.
Se ha publicado mucho sobre sor Juana después de este libro de Paz (es destacable la labor del filólogo Antonio Alatorre), pero Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe se sigue reeditando y leyendo no solo por la monumental reconstrucción de la cultura de Nueva España, sino por la perspicacia interpretativa de su autor, su agudo análisis psicológico y la cornucopia de conocimientos empleados: pocos hay que puedan manejarse con tanta soltura por los conceptos e ideas del neoplatonismo o del jesuita Athanasius Kircher, tan importante para los escritos de la Décima Musa. Por otra parte, es de lo más interesante la luz que Paz arroja sobre ortodoxias y retractaciones a partir de lo experimentado en el siglo XX bajo los tristemente famosos procesos de Moscú en el apogeo de ese crimen que llamamos estalinismo.
No menos interesante es la consideración sobre algo de lo que después se le ha acusado a él en su tiempo, anatema que persigue a sus sucesores a día de hoy, no como denuncia de actuales prebendas sino como ajuste de cuentas con las supuestamente obtenidas en el pasado. Hablando de la Nueva España de sor Juana, Paz escribe: “La poesía oficial era el resultado, como ahora, de un sistema de premios y castigos: por un lado, la protección del palacio y de la Iglesia; por el otro, la censura y la Inquisición. El ideal del intelectual orgánico que predican los revolucionarios del siglo XX fue una realidad del XVII. Contra esta realidad degradante se levantó, en el siglo XVIII, la idea del intelectual crítico, sin Iglesia y sin señor”. La de intelectual orgánico es una acusación que ha recibido a menudo Paz, por su colusión con el PRI, bien que en los últimos años de su vida el Partido Revolucionario Institucional fuera virando a posiciones de mayor apertura bajo el sexenio de Ernesto Zedillo, último presidente de México de ese partido y mandatario que benefició a Paz, subrayando su figura prominente, dándole protección y promoviendo la fundación que llevó su nombre, tan efímera.
Hasta ese momento final, convertido desde hacía tiempo en pope de la cultura mexicana, no sin contestación de muchos, Paz fue también el propulsor de importantes revistas literarias, con las que empezó ya en la Escuela Nacional Preparatoria. Así, con su implicación cómplice en algunas y la directa creación de otras publicaciones periódicas, fue alma, o parte solidaria de ese alma, de Barandal, Cuadernos del Valle de México, Taller, El Hijo Pródigo, Revista Mexicana de Literatura, Taller, Plural y la muy influyente Vuelta. Los ecos de estas aventuras editoriales han llegado a Letras Libres, continuados por algunos de sus seguidores como Enrique Krauze, quien en sus conversaciones con José María Lasalle reflejadas en Spinoza en el Parque México ha contado algunas de las vicisitudes e interioridades de aquellos empeños.
Para hacer justicia a Vuelta habría que ponerla en relación con aventuras de la talla de la revista británica The Criterion (dirigida por Eliot), la argentina Sur (de Victoria Ocampo) o la española Revista de Occidente (empresa de José Ortega y Gasset que ha cumplido en 1923 el siglo de existencia). Es decir, publicaciones que aglutinaron las mejores inteligencias y no se limitaron a la literatura sino que se abrieron al pensamiento y la crítica, saltando fronteras de todo tipo.
Lo que llama la atención de Octavio Paz, en definitiva, es que, frente a miradas hispanoamericanas más esencialistas y ensimismadas, por no hablar de una España a menudo aquejada de pereza mental, reivindicó el universalismo de la cultura y la apertura a otras lenguas y tradiciones de modo que convirtió su obra en el campo fértil para que otras semillas arraigaran. De aquí, sus frutos al alcance de quien quiera gozar de la voz de uno de los grandes intelectuales y poetas en español del siglo XX. Dejó, junto a las obra referidas que se pueden hallar en librerías, bibliotecas y hemerotecas, numerosos y nutridos volúmenes de correspondencia (bastante de ellos todavía inéditos o por armar). La pandemia y el complicado proceso testamentario tras la muerte de su viuda han retraso la puesta a disposición de los estudiosos de sus papeles, que aún pueden deparar importantes sorpresas y que todavía no han sido convenientemente catalogados. El largamente anunciado cuarto tomo de su biografía intelectual a cargo de Guillermo Sheridan sigue esperando. Seguimos esperando.