Vicente Huidobro

Vicente Huidobro

Poesía

Huidobro, el poeta que saltó sin paracaídas

Hace un siglo que el escritor chileno, padre del creacionismo, publicó en Madrid los poemarios ‘Ecuatorial’ y ‘Poemas árticos’, pórticos de la vanguardia en español

26 junio, 2018 00:00

Chile es un sitio curioso. En cualquier mapa aparece como una lengua de tierra con más de 6.400 kilómetros de costa, atrapada entre los Andes y el Pacífico. Al Norte alberga desiertos; por el Sur alcanza el Antártico. Hacia el Este se extiende bajo la forma de un misterioso territorio insular. Es un país delgadísimo: entre 90, en su punto más estrecho, y 445 kilómetros, en el más ancho, separan el océano de las cumbres. Para colmo, está lleno de poetas. Algunos, como Neruda o Nicanor Parra, son jalones de la poesía escrita en español. Otros, como Pablo de Rohka o Gabriela Mistral, han tenido una influencia más discreta que no se corresponde con su extraordinaria calidad. Entre la canonización popular y el aprecio crítico se esconde otro cercano desconocido: Vicente Huidobro, acaso el poeta vanguardista, junto al argentino Oliverio Girondo, más interesante de las primeras décadas del siglo XX. 

Niño bien, hombre de traje y sombrero, siempre supo que iba a ser un escritor cosmopolita. De adolescente organizaba tertulias con sus compañeros de estudios en un internado de los jesuitas y fundaba efímeras revistas literarias –una ocupación propia de gente inconsciente–, velando las armas retóricas hasta que pudo publicar su propia poesía. Con 23 años ya había dado al genio de la imprenta seis poemarios y se largaba –en busca del Parnaso– desde Santiago a Buenos Aires, donde enunciaría –por supuesto de forma solemne: con un primer manifiesto– el creacionismo, su forma de entender la creación artística.

Vicente Huidobro. Visor

Vicente Huidobro. Visor

Edición de los tres grandes poemarios de Huidobro / EDITORIAL VISOR

No puede decirse que fuera un tipo sin carácter. En 1914 ya había lanzado su gran alarido: el célebre Non serviam. En este poema en prosa, cuyo título es la frase que se atribuye a Lucifer, el ángel rebelde de las Sagradas Escrituras, condena la mímesis aristotélica y proclama la libertad total del poeta frente al universo: “No he de ser tu esclavo, madre Natura; seré tu amo. Te servirás de mí; está bien. No quiero y no puedo evitarlo; pero yo también me serviré de ti. Yo tendré mis árboles que no serán como los tuyos, tendré mis montañas, tendré mis ríos y mis mares, tendré mi cielo y mis estrellas”. 

Huidobro inauguraba así una nueva era cósmica, aunque entonces nadie lo percibiera como tal. Razón suficiente para reiterarse: el Génesis no se escribió en un día; y el poeta chileno derramaba sus artes poéticas en plaquettes de ediciones limitadísimas, como si fueran las bombas de un terrorista del verso; por supuesto, libre. La poesía de Huidobro es básicamente insolente. Se parece a Apollinaire y Reverdy, pero abre el pórtico de la literatura de vanguardia en español, de cuyo nacimiento se cumple ahora un siglo. Fue en 1918, cuando el poeta chileno publicó en Madrid Ecuatorial y Poemas Árticos. El terremoto, como en su día sucedió con el Modernismo, llegaba de ultramar para colonizar la meseta, donde el único vanguardista empadronado era Ramón Gómez de la Serna, un castizo colorista. 

En estos dos libros, el poeta rebelde decide no copiar la realidad, sino inventarla, convirtiendo la lírica en otra forma más de autoficción. Sus poemas están llenos de imágenes. Los versos, libérrimos, huyen del corsé métrico y componen figuras tipográficas construidas con palabras. Se omiten los signos de puntuación. Se permite que los blancos de las páginas sean los que hablen y, mucho antes de que lo hiciera la literatura underground, se componen versículos llenos de letras mayúsculas, lo que en el código de la escritura equivale a gritarle al viento.

Ecuatorial está lleno de trincheras, soldados, cañones y aviones. Es un canto general a la máquina de la guerra. Pero en sus versos no se narran las batallas; se reviven. Poemas árticos, en cambio, reúne textos muy breves, fotografías verbales que describen hechos que nunca ocurrieron a través de una poesía-ficción que parece magia, pero sólo es retórica. “El adjetivo, cuando no da vida, mata (…) / Por qué cantáis la rosa ¡oh, Poetas! / Hacedla florecer en el poema; / Sólo para vosotros / Viven todas las cosas bajo el Sol / El poeta es un pequeño Dios”. 

Caligramas de Vicente Huidobro

Caligramas de Vicente Huidobro

Caligramas de Vicente Huidobro

Desde luego, no se le puede negar la audacia al poeta chileno, que no duda en ocupar el atrio divino. Algunos pensaron que la visión de Huidobro sobre el poeta como Pantocrátor fue una genialidad de los –entonces– tiempos modernos. Lo cierto es que su origen es antiquísimo. En 1921 el poeta confesó en La creación pura, un ensayo teórico, que la idea la tomó de la tradición precolombina: “La idea del artista como creador absoluto, del Artista-Dios, me la sugirió un viejo poeta indígena de Sudamérica que dijo: El poeta es un dios; no cantes a la lluvia, poeta, haz llover”. Difícilmente se puede resumir mejor el poder de un poema. 

Dos libros posteriores –Altazor y Temblor de cielo– llevarían hasta su estación término la filosofía del creacionismo, que es un salto sin red desde el espacio del lenguaje articulado al non sense. Sus poemas son como una película en cámara rápida: una sucesión infinita de imágenes en movimiento que salvan, con su presencia, la barrera cultural de la lengua. Altazor es eso: el poema de un tipo que salta desde un aeroplano sin paracaídas y que, antes de estrellarse, canta el mundo efímero que ve pasar a través de sus pupilas a toda velocidad. 

Un viaje en siete cantos desde la prosa al lenguaje abstracto, similar al llanto de un niño que todavía no sabe hablar. El recorrido poético de Huidobro termina en el mismo punto que lo dejó Mallarmé. En la música de las palabras, la melodía secreta de las estrellas cósmicas: “Cae / Cae eternamente / Cae al fondo del infinito / Cae al fondo del tiempo / Cae al fondo de ti mismo / Cae lo más bajo que se pueda caer / Cae sin vértigo / A través de todos los espacios y todas las edades / A través de todas las almas de todos los anhelos y / todos los naufragios”.