La revolución de las librerías / DANIEL ROSELL

La revolución de las librerías / DANIEL ROSELL

Letras

Tiempos de literatura bulímica

Una industria editorial que cada vez publica más títulos, obligando a los autores a una producción incesante que no los salva de la precariedad, ha convertido la lectura en un acto más de consumo

5 septiembre, 2022 19:50

Con ocasión de XXV Congreso de Librerías de Madrid, Juan Miguel Salvador, responsable de la librería Diógenes, daba a conocer un informe –Las ineficiencias del sector. Una propuesta de mejora-– en el que se señalaba que el 83 % de los libros que se publican no consiguen alcanzar los 50 ejemplares vendidos. Los medios no tardaron en destacar este dato por encima de otros que aporta este mismo informe. Entre las reacciones hubo de todo: desde quienes se mostraron sorprendidos hasta otros que, con una dosis más o menos elevada de cinismo, aceptaron el dato como un hecho asumido.

Hubo quien afirmó que un dato así es la demostración más flagrante de que el sistema editorial no funciona y hubo quien se preguntó a qué venía tanta sorpresa: ¿Acaso esto no ha sido siempre así? Lo cierto es que este diagnóstico es solo la punta del iceberg. De nada sirve saber que la mayoría de los escritores no pueden vivir de lo que escriben si no se amplía el campo de análisis para averiguar qué hay detrás de esta paupérrima cifra de ejemplares. No basta con limitarse a hablar de sobreproducción o de la falta de lectores, porque estaríamos poniendo el foco en los síntomas a expensas de una visión más completa. El análisis es mucho más complejo. Precisamente este es el tema que trata Patricio Pron en su breve, certero e iluminador ensayo No, no pienses en un conejo blanco. Literatura, dinero, tiempo, influencia, falsificación, crítica, futuro (CSIC)

9788400109769

Acelerados como el conejo blanco de Alicia

“Ahora quienes corremos somos nosotros”, afirma Pron en las primeras páginas de su ensayo; corremos como lo hacía el conejo blanco en Alicia en el país de las maravillas, siempre temeroso de llegar tarde. Corremos nosotros como corre el sistema capitalista, en un proceso aparentemente irrefrenable de producción continua, imparable, siempre más abundante y de consumo bulímico, del que la lectura y la cultura no escapan. Hay que estar al día, no se puede uno quedar atrás: ¿cómo decir que no se ha visto la última serie de ficción de la que todo el mundo está hablando? Y tras una, llega otra. Todo va demasiado rápido. Hoy toca ver esto y mañana lo otro. Visionados rápidos y lecturas también rápidas.

Hay que decir que se está leyendo un determinado libro, postear en la red social pertinente la portada y, mañana, hacer lo mismo con el nuevo must. Nada nuevo, en realidad. Como recuerda Pron, en 1957 la profesora Evelyn Wood observó que pasando el dedo debajo de las palabras era posible leer con más velocidad: de 250/300 palabras por minuto a 1500. Una ventaja cuando de lo que se trata es de acumular lecturas, si bien, como también recuerda Pron, la batalla contra el tiempo no la hemos ganado, pues, por mucho que practiquemos la lectura veloz, el número de libros que se editan es tal que siempre habrá más libros no leídos que leídos.

910kdMuuXHL

“Si alguien lee un libro diario (cinco a la semana), deja de leer 4.000 veces más que sus libros leídos. Su incultura, 4.000 veces más que su cultura”, se quejaba John Henry Wright en 1891. La cosa no ha ido a mejor, como recuerda Gabriel Zaid en su ya indispensable ensayo Los demasiados libros: “Si, en el momento de sentarse a leer, se suspendiera la publicación de libros, [un lector] necesitaría 300.00 años para leer los ya publicados”.

Sin embargo, la rueda de la publicación no cesa, más bien al contrario. Ni la crisis económica de 2008, que provocó una importante caída de las ventas, ni la reciente pandemia han servido para ralentizar la producción. Si bien en el sector se asume que se publican demasiados libros, el ritmo no solo no baja o se frena, sino que se alienta hasta el punto de que, en la última Feria del Libro de Madrid, editoriales como Es Pop Ediciones no pudieron participar con una caseta propia al no alcanzar la cifra mínima de seis novedades anuales en 2021. Los datos ofrecidos por la Federación de Gremios de Editores de España señalan que de 2009 a 2019 aumentaron un 8 % los títulos publicados. Eso sí, las tiradas se han reducido en torno al 12%. Reimprimir es más fácil y, al ampliarse la oferta, apenas ningún autor consigue alcanzar las cifras de venta que se obtenían en los noventa y en los primeros años de 2000.

Escribir en España / DANIEL ROSELL

Escribir en España / DANIEL ROSELL

La devaluación del escritor y la literatura

En la medida en que la lectura o, mejor dicho, el consumo de libros –leer es otra cosa distinta–  es cada vez más bulímico, conceptos como el del escritor o el de la propia literatura sufren un proceso de devaluación. El autor es paseado por ferias, presentaciones, clubes de lectura y eventos como un reclamo para hacer crecer las ventas. Las campañas de promoción, en ocasiones, duran meses. En estos periodos, para los autores escribir se vuelve absolutamente imposible, a lo que cabe añadir que dicha promoción no garantiza, en realidad, ganancia alguna. Porque a las bajas ventas, de las cuales el autor solo se lleva un 10%, se suman los escasos adelantos. De la misma manera que bajaron las tiradas, los adelantos se han visto también reducidos.

En este contexto, la mayoría de los escritores deben buscarse la vida al margen de sus libros. Según datos de ACE y CEDRO, únicamente un 16% de ellos consigue vivir exclusivamente de su producción literaria: colaboraciones en medios, participación en mesas redondas, talleres y un ritmo de publicación acelerado hasta el punto de “publicar tres y hasta cuatro libros cada año”. Todo para compensar los escasos 1.000 euros que el 77% de escritores recibe anualmente en concepto de derechos de autor. Una de las primeras consecuencias de esta coyuntuta es la drástica reducción del tiempo para la escritura. El libro, y la dedicación que implica, pasa a estar tan descuidado como los lectores: “Cuando empobreces a los escritores de un país, empobreces a sus lectores, ya que los libros de calidad requieren a menudo un tiempo y un trabajo de investigación que no pueden ser llevados a cabo si el autor necesita además dar clases e impartir conferencias para llegar a fin de mes”, sostenía James Gleick, presidente de la Authors Guild estadounidense.

El escritor EnrIque Vila-Matas / LENA PRIETO

El escritor EnrIque Vila-Matas / LENA PRIETO

Al final, de lo que se trata es de fabricar productos para un mercado que está saturado. El término libro remite únicamente a la forma del producto, perdiendo cualquier otra connotación. El término literario ha acabado convirtiéndose en un adjetivo para referirse a novelas y obras que, a priori, escapan de la lógica del mercado; es decir, que no son meros productos. Señalar que hay una excepción ante esta tendencia ilustra lo señalado por Gleick y subraya la escisión entre libro, literatura y mundo editorial, conceptos que, si bien nunca fueron idénticos, hoy se encuentran más separados que nunca. El mercado editorial parece haber asumido la irrelevancia de la literatura y, consecuentemente, la de sus autores. Ya no sorprende que una editorial especializada en ilustración contrate a sus autores teniendo en cuenta el número de seguidores que tienen las redes sociales o que se pidan informes de lectura sobre las tendencias del momento para saber sobre qué conviene escribir y qué perfil de firmas conviene incentivar.

“Libros deshuesados”. Así los definió Enrique Vila-Matas: libros que no comprometan al lector, libros fáciles, de consumo rápido, entretenidos y complacientes. Libros que satisfacen las tendencias del mercado y que, como señalaba Gleick, empobrecen a los lectores, tratados como menores de edad. Se les alienta a leer rápidamente –no importa la comprensión lectora ni tampoco el valor de lo que se lee– de la misma manera que se urge al escritor a publicar, haciendo hincapié en que lo importante son los ejemplares vendidos y las lenguas a las que pueden ser traducidos. El lector es reconocido solamente por su capacidad de consumo, mientras que el autor y su obra lo son por su potencial de venta: “Que la noción de valor ha dejado de ser determinante en la incorporación de las obras al sistema literario, y en su evaluación, se pone de manifiesto en el hecho de que tanto autores como críticos parecen haber olvidado dónde radica su auténtico valor, así como en las listas, recomendaciones y cánones producidos por algunos de los numerosos actores de la industria editorial”.

La crítica, ¿la única vía posible?

El periodismo cultural y la crítica no escapan de este consumo bulímico. Atrapados en la vertiginosa urgencia del mercado, muchas veces se transforman en meros mecanismos de promoción, una pieza que, en lugar de funcionar como contrapunto, favorece a los intereses editoriales y comerciales. Casi nadie que se dedique a este oficio podrá decir no haber escuchado frases del tipo “a este autor hay que tratarlo bien” o “este libro no podemos dejarlo mal”, justificadas por la publicidad que el grupo editorial en cuestión invierte en los medios. O por las relaciones de amistad o los intereses del editor de la publicación por una determinada editorial –quizás, la misma en la que él mismo publica– o si el autor del libro a evaluar es también una firma del medio. Son intereses de distintos tipos, pero que debilitan el ejercicio crítico de la crítica que de esta forma pierde el sentido de su propio nombre.

El escritor argentino Patricio Pron

El escritor argentino Patricio Pron

También minusvaloran al lector y a la propia literatura, abandonados a los intereses de la industria. De ahí que, como señala Patricio Pron, es tan deseable una crítica literaria que “cuestione los prejuicios del lector y la facilidad con este es manipulado por una industria editorial que persiste en la producción apresurada, de sentimentalismos fatuos y desechables. Una que trabaje contra la lectura ingenua de la ficción, emanación de los hábitos inculcados por la institución escolar. Una que proponga una objeción razonada a la idea de que el escritor debe escribir de lo que sabe o –peor aún– de lo que pasa, que reduce la literatura a mal periodismo”. Es decir, una crítica que no sucumba a los dictámenes del mercado, que no se deje llevar por las listas de los más vendidos ni que, temerosa, enjuicie la literatura a partir del moralismo dominante. Que no infantilice al lector, que no condene la dificultad y el riesgo inherente a la literatura. En definitiva, una crítica que “aspire a ocupar un lugar central en la discusión pública sobre los libros como potenciales repositorios de proyectos utópicos de vidas y sociedades otras”.

Las leyes del mercado no cambian o, por lo menos, hacen falta más de uno o dos lectores para cambiarlas. Sin embargo, repensar la lectura crítica es imprescindible para romper con la dictadura de la producción, porque es necesario insistir en las virtudes de una lectura no bulímica, sino pausada, ajena a las prisas, a la lógica acumulativa y a los imperativos de la actualidad. Y de fomentar una escritura que tampoco sea bulímica, que no se entienda como un mero proceso para producir libros en serie.. Y esto sólo puede conseguirse volviendo a dotar de su verdadero valor a la literatura, a los autores y a los lectores.