'Homenot' Rafael Cansinos Assens / FARRUQO

'Homenot' Rafael Cansinos Assens / FARRUQO

Letras

Cansinos Assens, letras, glorias y miserias

La fundación dedicada a la figura del escritor, traductor y bohemio recupera las 'Memorias de un literato', el mejor friso de la España literaria de principios del pasado siglo, en una nueva edición

27 junio, 2022 21:40

Yo quiero por amante / la hélice turgente de un hidroavión....”, escribió Guillermo de Torre, el fragmento de un poema que fue de boca en boca en el Madrid de los ultraístas sin encontrar ningún parangón que no fuera obra del mismo autor: “los motores suenan mejor que los endecasílabos”. Las letras vanguardistas del primer cuarto del siglo pasado están reflejadas exhaustivamente en La novela de un literato, de Rafael Cansinos Assens, una entrega dividida en tres tomos publicada hace años por Alianza Editorial, que ahora resurge bajo el sello de Arca Ediciones, agrupada en un solo texto en papel china, tapa dura y una encuadernación digna de bibliófilos, pero accesible al bolsillo del común de los mortales.

Es una prodigiosa reconstrucción del mundo de la bohemia madrileña, a través de una amplia galería de retratos reales de Francisco Villaespesa, Valle Inclán, Antonio y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Felipe Trigo, Julio Camba, Concha Espina, Enrique Jardiel Poncela o Gómez Carrillo, entre otros, a los que se unen figuras foráneas descollantes como el nicaragüense Rubén Darío, cumbre del modernismo poético, o el chileno Vicente Huidobro, estrella rutilante del creacionismo.

Aquella vanguardia, que abolió la rima y la sentimentalidad, iba mordiendo esquinas mientras entraba y salía del Café Pombo o se refugiaba en el gallinero del Price, en noches de representación. En las gélidas madrugadas, el futurismo, el cubismo y el dadaísmo se regaban con Anís del Mono en el Café Colonial, situado en el número tres de Alcalá, desde donde se lanzó el manifiesto ultraísta: “rompamos por una vez nuestro retraimiento y afirmemos nuestra voluntad de superar a los precursores”. Los firmantes –entre ellos, Guillermo de Torre, Pedro Garfias y José Rivas Panedas– estaban vinculados a la tertulia del local bombardeado durante la guerra, reconstruido y convertido después en caja de ahorros y más tarde en banco. Hoy, los gatos vocacionales de la antigua Villa recitan a los poetas e identifican a su paso el lugar imperecedero mellado por el mercantilismo. Los fragmentos de vida narrados por Cansinos son  literatura, remarca Luis Antonio de Villena.

Rafael Cansinos Assens / FUNDACIÓN ARCHIVO CANSINOS ASSENS

Rafael Cansinos Assens / FUNDACIÓN ARCHIVO CANSINOS ASSENS

Leyendo La novela de un literato sabemos a qué huelen las calles de entonces y resuena en nuestros oídos el caminar del autor por las aceras de Alcalá; y ese es el “verdadero misterio de este libro, porque nosotros no estuvimos allí”, añade Félix de Azúa. Los ojos de alguien capaz de sentarse en un banco pompeyano de El Retiro para ser todos los hombres y ninguno iluminaron noches abracadabrantes. Inspiran a Valle Inclán o al mismísimo Julio Camba, “feroz anarquista, flexible y sinuoso”. En una de tantas veladas, el Camba resumido por Cansinos realiza la unción comulgante de una aceituna que una mujer se ha pasado simbólicamente por el sexo.

El historicismo del autor solo epata lo justo. Sin embargo, vacía el tintero; lanza dulces dardos envenenados sobre aquel Camba verdaderamente único que recibe parabienes de Ortega y Gasset, es propuesto a la Academia por Juan March, cambia su sillón por una habitación en el Palace a cuenta del financiero mallorquín y publica La casa de Lúculo, el mejor libro de cocina escrito en castellano. Cansinos agrupa a una parte de las mejores plumas españolas en el Colonial y se encarga de canalizar con distancia los excesos de Rubén y de Huidobro en un medio marcado por la envidia y la precariedad.

El poeta chileno anuncia en su libro Horizón Carrée, la emoción como única virtud creadora. Quiere “hacer un poema, como la naturaleza hace un árbol” y descarta el adorno: “No cantes a la rosa, hazla florecer en el poema”. Huidobro residió una temporada en Madrid, en un apartamento de la Plaza de Oriente, donde celebraba veladas literarias en las que participaban los pintores cubistas Sonia y Robert Delaunay. El gran literato, traductor, autor y crítico literario, que fue Cansinos, acaba afirmando que “en nuestra lírica contemporánea no hay nada que pueda compararse a Huidobro, ni siquiera las últimas modulaciones llanas de Juan Ramón Jiménez, ni las silvas diversiformes de los modernos versilibristas”.

Edición francesa de los 'Manifiestos' de Vicente Huidobro

Edición francesa de los 'Manifiestos' de Vicente Huidobro

Cuando el modernismo de desbanda, Cansinos confiesa que huye de los poetas. Villaespesa anda a salto de mata rondando en casas de huéspedes. Isaac Muñoz escribe en El Heraldo artículos de política africanista, Bargiela entra en el Cuerpo Consular y Manuel Machado oposita para ser archivero, mientras su hermano Antonio, que nunca perteneció a la corriente, calienta motores en Soria como profesor de francés. Cuando muere Rubén en la lejana León nicaragüense, la prensa española se vuelca. Mariano de Cavía le dedica en El Imparcial un “responso pagano” de prosa bellamente elegíaca y han de pasar dos años hasta que la Editorial América publique La ofrenda de España a Rubén Darío que es como un “gran ramo de siemprevivas” sobre su recuerdo.

Cansinos, el más denso y reservado, recita por dentro el responso del poeta a la muerte de Verlaine: “Padre y maestro mágico, lirófolo celeste/ que al instrumento olímpico y a la siringa agreste/...”. Rubén había llegado a España convencido de acabar con el Romanticismo, abriendo de par en par la iglesia modernista; por su parte, Huidobro anuncia la vetustez del novecentismo y su influencia es muy superior: todos descubren la novedad “alboreante” de sus poemas. Tan sólo Juan Ramón porfía por evadirse defensivamente, pero la misión precursora de los años veinte está ya cumplida. Todo se hace enormemente viejo al contacto con la juventud del poeta chileno: “Su tránsito renueva la cronología literaria y señala el único acontecimiento en los monótonos anales de nuestras letras”.

Los poetas de las Generación del 27 reunidos en el Ateneo de Sevilla 

Los poetas de las Generación del 27 reunidos en el Ateneo de Sevilla 

Cansinos vive en el interregno, situado entre el mundo finisecular del XIX y el relevo de la Generación del 27, que lo desarma. Resulta increíble ver como el sabio, que entendió a Valle y a Unamuno, se deje descolocar por la fuerza sensorial de Guillén, Lorca o Alberti como un huracán cernido sobre su nuca. Adora Madrid; desdeñaba su amago irreal, pero vuelve siempre a la urbe: “hay que beber el agua de la fuente”. Recuerda que Virgilio cantaba a la naturaleza, pero vivía en Roma igual que Enrique Mesa compuso sus serranillas desde el mismo centro de la capital.

El primer Cansinos acaba en lo que podríamos llamar la querella de las vanguardias; el segundo empieza en 1940 levantando una polvareda intelectual silenciosa y sin mesura:  traduce del árabe, el alemán, el francés y el ruso, las obras de Schiller, Balzac, Goethe y Dostoievski. Mucho antes se ha decantado por el mundo hebreo: el judaísmo se convierte para él en altar y trinchera. El narrador precoz inventa una infancia relacionada con el mundo de la sinagoga; fue alumno del primer colegio judío en España desde los tiempos de la Inquisición, el Centro de Estudios Ibn Gabirol, una figura olvidada a la que el escritor recuperó años después con la traducción de Kéter Maliut.

9788420645834 el candelabro de los siete brazos

Cansinos es un escritor filosófico, no un pensador. La filosofía discierne; la que piensa es la religión. El universo sefardí le llega a bocanadas lejanas, a través de las interpretaciones didácticas de Maimónides, el médico del último rey fatimí de Egipto, el jurisconsulto talmúdico que asentó la teología judaica sobre los principios de la razón, siguiendo a Aristóteles, en un papel similar al que jugó Averroes en el Islam o Tomás de Aquino en el mundo cristiano. En varios pasajes memoralísticos del gran escritor sevillano se cita La Guía de los perplejos (1190), la obra relevante de Maimónides. En el libro El candelabro de los siete brazos, publicado por primera vez en 1914, Cansinos muestra la belleza de su prosa y las claves de inspiración de sus obsesiones íntimas. Cada una de las partes del libro tiene como nombre una letra del alfabeto hebreo; son auténticos pórticos de las escenas que recorren un Madrid transfigurado en el que las casas de meretrices se convierten en harenes, las mujeres son bayaderas, el Café Colonial tiene divanes rojos y las tertulias son congregaciones sabáticas.

En la posguerra el escritor y símbolo de las vanguardias se convierte en traductor casi exclusivo a partir del día en que el Antiguo Régimen le retira el carnet de prensa. Afronta el lento declive y olvido de su obra; algo que se corrige ahora de forma determinante gracias a la Fundación Archivo Rafael Cansinos Assens y Arca Ediciones, que ha promovido sus textos, rescatando piezas desconocidas y su rico epistolario. El sello ha recuperado trabajos inéditos como la Antología de la poesía persa (2006) o la traducción de La religión del hombre, de Rabindranath Tagore (versión papel, 2016). La obra de Cansinos como traductor abarca un arco enorme: M. Nordau, A. Dumas hijo, M. Gorki, L. Pirandello, Maquiavelo, Flavio Claudio Juliano, G. Lombroso, R. W. Emerson y fragmentos del Talmud, Las mil y un noches y El Corán . En revistas como Cervantes o Grecia, Cansinos actúa como intermediario en el proceso de evolución desde el simbolismo hacia la vanguardia traduciendo versiones poéticas de  Apollinaire, Aragón, Picabia, Valéry, Sassoon o  Reverdy.

Poesía completa, Jorge Luis Borges

A Cansinos no queda más remedio que leerlo despacio. Él y sus amigos no dan tregua: “He conocido a un hombre que sentía la terrible belleza de cada instante y el tiempo me ha dejado unas anécdotas, un poco de ceniza y la intransferible convicción de que era genial”, escribe Jorge Luís Borges tras su primera visita sentida a España. Es bien conocida la presencia del gran maestro argentino en la tertulia del Café Colonial, donde el escritor sevillano afincado en Madrid oficia la ceremonia con una mezcla sutil de severidad y humor. Pasan los años y Cansinos es injustamente olvidado, aunque el mago de Buenos Aires le reconoce como su maestro; no quiere olvidarlo como le ha ocurrido con otros; no soporta el vació pero lo acepta: “Ya somos el olvido que seremos / El polvo elemental que nos ignora / y que fue el rojo Adán y que es ahora/ todos los hombres y los que seremos...”. Es por Cansinos que Borges se ha detenido en el Madrid bohemio, dispuesto a contemplar, con enorme placer, las contextualizaciones del brillante emboscado que han quedado reflejas en La novela de un literato.

En un momento cumbre, el ultraísmo eleva la mirada; se niega a ser una corriente castiza y Borges ayuda lo suyo al apostar por Chesterton, De Quincey, Whitman o Kafka. Un día, Colombine, la escritora Carmen de Burgos, le muestra a Cansinos un número de la Revista Crítica, y otro de Prometeo, creada por Ramon Gómez de la Serna. Ramon alterna sus artículos con el trabajo de traductor-negro para Colombine. En aquello días se impone Pepe Francés por el que todos han conocido al Mirbeau de El jardín de los suplicios, y también han ofrendado ante el fatalista Jean Lorrain. Pepe es un bien amado hasta que Gómez de la Serna se hace llamar futurista y expresa a grito pelado frases tornadas del Manifiesto de Marinetti. Llega el momento en que Javier del Val crea la Academia de Poesía a la que por linaje pertenecen  Villaespesa, los Machado y Juan Ramón. Todo va bien hasta que De la Serna salta a la yugular y exclama tomando prestadas estas palabras de Rubén: “de las epidemias de horribles blasfemias / de las academias, / líbranos, Señor”.

Los futuristas Russolo, Carrà, Marinetti (en el centro de la imagen), Boccioni y Severini (1916).

Los futuristas Russolo, Carrà, Marinetti (en el centro de la imagen), Boccioni y Severini (1916).

El retablo geoestratégico de la España de entonces está delimitado, hasta bien entrado el siglo, por la huella de la guerra de Annual. Mientras al 98 de Ortega y Unamuno le duele España, el mundo abigarrado de los vanguardistas vive refugiado en los cafés de Madrid; y desde entonces, la tertulia es una linterna que ya nunca se apagará. Barcelona responde con el Ateneu laminando su poesía infectada de ruralismo a través de Eugeni d’Ors, que ha puesto pies en polvorosa para lanzar sus crónicas desde París, bajo el seudónimo de Xenius, en La Veu de Catalunya. Pero De la Serna siempre es más: presenta su libro El circo, montado en un trapecio del Price y riega a los invitados con anís salido de la cueva del Café Pombo.

En la Granja El Henar, Ramón no entra si está presente Federico García Lorca, su opuesto, capaz de detener las mismísimas historias de Carlos Arniches para contar lo suyo. En medio de un jardín botánico-poético de anécdotas sin tregua, Ramón lega a la posteridad su Automorbundia, una versión de la verdad desnuda (por primera y única vez), publicado en 1948 en Buenos Aires, donde el autor se siente olvidado y humillado. Cansinos es un colega sentido; le ha pasado muchas, pero ahora, ante el testamento de Ramon denuncia la desaparición del pathos en beneficio de la forma desorbitada, argumenta Vicente Molina Foix (Enemigos de lo real; Galaxia Gutenberg). Con el tiempo, De la Serna, inventor de la greguería, se desdibuja lentamente hasta la aparición casi reciente de Hispanobundia (Acantilado), la pieza de un poeta felino de la actualidad, como Mauricio Wiesenthal, capaz de cortar las rosas en el jardín de Ronsard sobre un retrato español de familia, sin el celo de Ramón, pero con la poliglosia de otro arrebatado.

Facsímil de la revista 'Ultra' / EDICIONES ULISES (RENACIMIENTO)

Facsímil de la revista 'Ultra' / EDICIONES ULISES (RENACIMIENTO)

Los ultraístas tuvieron sus propias revistasCervantes, Grecia, Horizonte... Y Ultra, que precisamente el pasado año celebró su primer centenario. Ediciones Ulises –bajo el sello de Renacimiento– reune todos los números de Ultra en una cuidada edición facsímil en la que se incluyen las cubiertas de los ilustradores originales, Norah Borges, Rafael Barradas y Wladislaw Jahl. En las revistas CervantesGrecia o CosmópolisCansinos  utiliza el seudónimo de Juan Las. En publicaciones como El Evangelio y hasta en diarios como El País, los doctos del Madrid bohemio se muestran como el rebaño de Panurgo: siempre adelante, pero siempre en el mismo sitio.

Cansinos se hace íntimo y excelso cuando cuenta sus paseos por Fuencarral con Isaac Muñoz –“esta calle es como el valle de Josafat”- y con Alberto Bargiela, con chambergo y chaqueta de pana gruesa como su bigote retorcido, “dotado de una voz galaica y danzarina, y monótona como la prosa de Valle-Inclán”. Cansinos añora Marruecos, entre bereber y judío; un mundo circular en el que tomar el five o’clock tea, en una terraza de la plaza Yamaa de Marrakech, donde, algún día, él mismo quiso haber agrupado a los suyos actuando de prócer talmúdico, vestido con hopalandas y bonete negro. El mundo sefardí del Sur extiende sus enormes anclas sobre el triángulo de las religiones semíticas. Y casi en nuestros días, llega el momento de recuperar al inclasificable sevillano; esta vez, de la mano de Juan Goytisolo, habitante de Yamaa, hasta el último día: “Conocí a Rafael Cansinos Assens, aligerado de guion y tilde...sin saberlo, me sumergí en el universo literario de este sigiloso prócer de la literatura española del que deriva Jorge Luis Borges, según propia confesión”.

la novela de un literato cansinos assens alta

Aquella bohemia capaz de dedicar las tardes a la charla y las noches insomnes a las letras vive el contraste nunca imaginado de Juan Ramón haciendo de cuartero y falso custodio, perdido en la capital antes de su retiro definitivo en Moguer. El coñac que fermenta en casa no encaja del todo con Zenobia Camprubí, “una mujer exquisita como una reina de Bizancio”; el negocio se ha ido a pique a causa de la guerra y para sobrevivir, el poeta pide libros a sus amigos editores; los ojeaba y los vende en la tienda de Defauce, el librero de viejo. Cuando se lo cuentan las malas lenguas, Cansinos se apena pensando “en el poeta de las Arias tristes ...enfermo y ahora pobre”. En octubre del 27, la policía se lleva detenido a Valle Inclán por sus quejas sonoras al leer una nota de Primo de Rivera en la que el general le llama “escritor estrafalario”. Se lo llevan preso a comisaría y a las pocas horas sale hecho un pimpollo gritando que, si los sayones lo someten a tortura, la posteridad lo vengará. No le han tocado ni un pelo; Don Ramón lleva un amuleto de Max Estella en el hueco de la sobre manga.

En diciembre de 1930, el Borbón huele a despedida. Chaves Nogales, que dirige el diario republicano Ahora se sienta a cenar cómodamente con la peña de Cansinos y hablan animadamente de todo. Cuando se levantan el camarero pregunta ¿Y la cena de este señor? Chaves ya no está. Se “ha escamoteado a sí mismo con una pulcritud admirable”, escribe Cansinos. Es casi Navidad, cuando Ortega publica en El sol su famoso artículo titulado Delenda est Monarchía. El mismo diario anuncia la creación de la Agrupación al Servicio de la República a la que se han apuntado Pérez de Ayala, el doctor Marañón y Antonio Machado. En los próximos años los poetas reverdecen, aunque la cabeza ya les huele a pólvora.