Mario Muchnik y el oficio de hacer libros
La revolución digital ha sometido los centros de producción literaria a los dictados de las modas ideológicas. Las editoriales están perdiendo su intrínseca tensión entre la rentabilidad y el riesgo
11 abril, 2022 23:00“Un libro se publica si es bueno, no se publica si no lo es, y toda consideración comercial ha de plantearse una vez tomada esa decisión puramente literaria”. En más de una ocasión, Mario Muchnik (1931-2022) declaró que esa frase de Giulio Einaudi le había servido de dogma a lo largo de su vida como editor. Hoy en día puede parecer un tópico o una de las tantas proclamas con que los administradores de la cultura suelen llenarse la boca para luego traicionarlas, pero hubo un tiempo en que fue verdad.
En el año 2000, cuando Lumen cumplió cuarenta años, Esther Tusquets dio una fiesta en su casa del Paseo de la Bonanova que reunió a lo mejor de l’editoria española. Estaban los Herralde, Toni López Lamadrid y Beatriz de Moura, Jaume Vallcorba, Yvonne Barral, la viuda de Carlos. Y por supuesto Mario Muchnik y su mujer Nicole. A los jóvenes de entonces nos parecía que aquello era lo normal, a pesar de que Esther Tusquets ya había sufrido algunas amarguras desde que había vendido la editorial al grupo Bertelsmann. Pero digamos que el consenso en torno a lo que debía hacer un sello literario era aún algo compartido por todo el sector, incluyendo a escritores, libreros, críticos y editores.
En apenas veinte años, la transformación del mundo y por tanto de la cultura ha sido tremenda y en muchos aspectos difícil de calibrar aún. La revolución digital ha invertido las tornas y ha conseguido someter los centros de producción literaria a los dictados de las modas ideológicas. De la misma manera que muchos políticos, periodistas y opinadores actúan al servicio de las redes, con el ojo puesto en la reacción de los cardúmenes virtuales, el mundo editorial está perdiendo su intrínseca tensión constitutiva entre la rentabilidad y el riesgo. Es muy difícil que la decisión de la que hablaba Einaudi, tomada en soledad, en discusión con el propio criterio, un criterio forjado a lo largo de muchos años de lectura y curiosidad, sobreviva al acoso publicitario que se respira en internet, que se ha convertido en un sucedáneo del juicio. En otras palabras, es cada vez más improbable que la cultura no sea más que cultura de masas, incluyendo lo que habitualmente consideramos clásico o exquisito.
Según cuenta Carlos Barral en sus memorias, quiso la casualidad que Mario Muchnik estuviera en Frankfurt el día de 1967 en que Víctor Seix fue atropellado por un tranvía. Su padre, Jacobo, maestro de Barral y socio de Seix en Difusora Internacional, había quedado para ir a la ópera con él y, tras la función, fue a buscar a Barral, que estaba en un bar con otros editores, para compartir su inquietud. Aquella noche, Mario tenía que compartir habitación con Víctor y fue él quien a la mañana siguiente llamó a Barral para comentarle que Seix aún no había aparecido. Tras unas cuantas pesquisas, se supo que el desaparecido estaba ingresado en un hospital. Había sufrido un fuerte golpe en la cabeza al toparse con un tranvía silencioso que increíblemente circulaba en dirección contraria al tráfico.
El conductor se llamaba por cierto Adolf Hitler, según consignó Barral en su evocación. La muerte de Víctor Seix, al cabo de unos pocos días, supuso el inicio del declive de la primera etapa como editor de Carlos Barral al frente del sello familiar que había logrado convertir, gracias a la complicidad con su socio, en una de las editoriales de vanguardia de la posguerra europea. Curiosamente, la muerte prematura de Víctor Seix acabaría perjudicando también al propio Mario al final de su época en Muchnik Editores, cuando, según contó él mismo en sus memorias, los herederos del socio de su padre no cumplieron con el pacto verbal establecido entre los mayores y acabaron por robarle la editorial.
El caso de Víctor Seix sirve para recordar que las mejores editoriales han funcionado siempre gracias a un precario y complejo equilibrio entre contabilidad y gusto. Como decía Claude Gallimard, la única manera de ganar una pequeña fortuna en el negocio de los libros es invirtiendo una gran fortuna. Esther Tusquets tuvo durante muchos años el apoyo incondicional de su padre, Magín Tusquets, maestro a su vez de Toni López Lamadrid, que acabó siendo el marido y socio ideal de Beatriz de Moura.
Herralde, sin olvidar a Lali, cumplió esa doble función en su propia persona, lo mismo que Vallcorba. El tándem también ha sido posible en los grandes grupos. Durante muchos años, la afinidad entre Riccardo Cavallero y Claudio López logró que la división literaria de Random House fuera una de las más innovadoras, fértiles y aceptablemente rentables del panorama hispanoamericano. Porque no nos engañemos, la independencia no está en las editoriales sino en los editores capaces de reconocer y defender a autores como Elias Canetti, Geza Vermes o Guy Davenport, por citar solo unos pocos de los que uno le debe a Mario Muchnik en su biblioteca.
Según decía Jacobo Muchnik y recordaba a menudo su hijo, un editor es alguien que pone las comas y los puntos en un texto y lo lleva a imprenta. La reivindicación de los aspectos artesanales del oficio –compartida con Esther Tusquets– es otro de los legados más urgentes del editor que terminó su carrera trabajando en casa con un ordenador, cuidando un pequeño sello al quiso llamar taller. Su ejemplo es en ese sentido especialmente valioso, sobre todo si tenemos en cuenta que nunca se ha editado tan mal como ahora. La metamorfosis digital de la lectura ha traído un ostensible descuido de las cuestiones formales. Las ediciones originales se vuelcan en los readers, donde se convierten en textos amorfos, sujetos muchas veces al albur de los formatos que cada soporte tolera.
Hace ya bastante tiempo que el más mínimo decoro en página se ha desatendido en la edición comercial (¿cuántas editoriales saben aún encajar citas sin romper la armonía de composición? ¿Cuántos libros respetan la proporción áurea de la maqueta? A título personal diré que estos detalles eran antes obviedades que ahora hay que pelear título a título, vox clamantis in deserto), algo que está redundando en el empobrecimiento de un nuevo sistema de fijación y de difusión de libros que podamos llamar con propiedad cultura.