Azul galés, literatura venerable
Seix Barral y Periscopi publican, en español y catalán, 'El Libro Azul de Nebo', la exitosa la novela de Manon Steffan Ros traducida por primera vez desde el galés
18 marzo, 2022 00:10En España se traduce mucho. Probablemente, demasiado, si se ven las cifras. El número de mediocridades que cobra carta de naturaleza entre nosotros es muy alto y, como consecuencia natural, tanto árbol no deja a menudo ver el bosque. Por comodidad y pereza, la mayoría de las traducciones que nos llegan –no es descubrir el Mediterráneo– son del Atlántico: de ese Mare Alienum que si en su prolongación meridional sabe a ron de caña, mezcal o mate, en una línea trazada del puerto de Southampton al de Nueva York, y de ahí al norte, es anglosajón y angloparlante.
Pero al Oeste de Inglaterra hay un país, Gales, que, aunque subsumido en ese mundo, no es exactamente anglosajón. Es la última aldea gala, como la de su primo Astérix, no dominada por el imperio; pero no gala, sino galesa. En ese territorio británico que no es Inglaterra la lengua más hablada es, qué duda cabe, el inglés. También, claro, hay emigrantes que hablan urdu, árabe o polaco. Pero también se habla (de hecho es la más hablada de las lenguas célticas que sobreviven) el galés, resultado de la evolución del idioma que habló el rey Arturo histórico, un caudillo del siglo V durante el desmoronamiento de Roma y la llegada de las primeras oleadas de hostigadores, primero, y, seguidamente, invasores germánicos (los estrictamente anglosajones que crearon esa literatura tan estudiada y difundida por Borges).
Fueron estos los que dieron el nombre Welsh al idioma y al gentilicio (de wealh, “extranjero”). Los galeses se llamaron a sí mismos cymry, (paisanos), y aunque se piensa que es palabra ya acuñada en el siglo VII su primera aparición por escrito es de hacia 1200. En los tiempos anteriores al siglo IX, en lo que hoy es Inglaterra y Gales se hablaba el britónico, idioma que por las citadas luchas e invasiones se fue replegando al Oeste y fue a dar, bifurcado, en los idiomas galés –al Norte– y, en la península de Cornualles –al Sur del canal de Bristol–, el córnico. Este prácticamente ha desaparecido; sin embargo, el galés posee relativamente buena salud, como el también bastante hablado bretón en Francia, a cuya otra península, la armoricana, llegaron quienes, migrando ellos mismos, huían de las migraciones anglosajonas (también desembarcaron en Galicia, pero eso ya es otra historia).
Siendo tan importante y antigua, la literatura galesa de cualquier época es muy poco conocida entre nosotros (incluso entre el resto de británicos). De nada sirve que en el siglo VI Taliesin escribiera una docena de cantos representantes de un ethos hoy perdido, por no hablar de los muchos poemas que se le atribuyeron en la Hanes Taliesin (Historia de Taliesin) y las elucubraciones fantasiosas que llegan hasta Robert Graves y nuestros días. De nada, que también en el mismo siglo Aneirin compusiera una epopeya hecha de teselas elegíacas, Y Gododdin (Los gododinos), sobre el ataque infausto de una tribu a la ciudad que hoy es Catterick, en Yorkshire. De nada tampoco que en el siglo IX se urdieran los poemas de Llywarch Hen, antecedentes del Cantar de Roldán en el tema de la negación del héroe a tocar el cuerno para pedir refuerzos. Y que, paralelos a esos englynion (estrofas de tres versos), se tejieran con la misma forma ciclos de poemas como el del rey Urien de Rheged, el de Heledd y otros.
Lo único que conocemos de la literatura galesa medieval por estos pagos son los Mabinogion (ya del siglo XII y XIII y traducidos entre nosotros por Victoria Cirlot, hija del gran alucinado de lo céltico Juan Eduardo Cirlot, pero a partir de traducciones inglesas y francesas). Dafydd ap Gwilym, enorme contemporáneo de Chaucer, es un poeta secreto fuera de Gales. Y qué decir de la literatura posterior, de la que prácticamente no sabemos nada, como de su lengua, aunque al ver Qué verde era mi valle, la obra maestra de Ford ambientada en un valle minero galés, identifiquemos como raros los nombres de los protagonistas: Angharad, Huw, Bronwyn, Ifor, Cyfartha… Cerradas las minas, hoy podemos decir que la única mina aún abierta, no ya de carbón sino de oro, es la de la literatura.
Ahora ese desconocimiento se rompe un poco porque se acaba de traducir tanto al castellano como al catalán la novela de más éxito de la escritora Manon Steffan Ros: El Libro Azul de Nebo (El llibre blau de Nebo). La excelente noticia no es ya la traducción de la obra en sí, de esa pepita de oro, sino que ambas traducciones no se hayan realizado a partir de la versión inglesa o (como era habitual hace cien años y más) del francés. Hemos avanzado mucho y nos podemos congratular de las dos traducciones directas en sendas lenguas cooficiales españolas a cargo de Sara Borda Green (en castellano) y Emyr Gruffydd ayudado por Miquel Saumell (en catalán) para las editoriales Seix Barral y Periscopi, respectivamente. Ambas ediciones han contado con apoyo del Cyfnewidfa Lên Cymru/Wales Literature Exchange, organismo que promueve la traducción de obras galesas a otras lenguas, ya estén escritas originalmente en galés, ya en inglés.
Sara Borda Green es una joven traductora argentina que se ha licenciado por la Universidad de Buenos Aires y es doctoranda y profesora ayudante de español en la Universidad de Bangor (ciudad del Norte de Gales próxima a donde transcurre la novela). Un dato interesante es que Borda Green procede de la zona de habla galesa que Bruce Chatwin reflejó en su libro de viajes En Patagonia, una población en cuyo seno (al igual que en Nueva Escocia, Canadá, se han mantenido las tradiciones y en parte la lengua gaélica) se han conservado las costumbres y el idioma galés. Y en Trevelin, provincia de Chubut, ha dado clases de esta lengua a los descendientes de los colonos que dejaron su vieja impronta céltica en aquellos paisajes en cuyo cielo rige la Cruz del Sur.
Se puede desvelar someramente el argumento de El Libro Azul de Nebo, distopía en la que, tras producirse una doble catástrofe (un conflicto bélico o ataque terrorista, más la deflagración de una central atómica), una madre soltera y su hijo de seis años tienen que sobrevivir en condiciones difíciles. Se puede pensar en algunos paralelismos con La carretera, de Cormac McCarthy, y también con el relato de Daphne du Maurier que inspiró a Hitchcok su película Los pájaros, pero no conviene ir demasiado lejos en las similitudes. Como obra artística o literaria independiente, y de valor, El Libro Azul de Nebo se alza en solitario por su calidad.
Manon Steffan Ros
Quizá sea conveniente explicar, llegado este punto, por qué esas mayúsculas en las palabras Libro y Azul (Nebo es una localidad) cuando en español las palabras que componen los títulos de libros o canciones van en minúscula (salvo, claro está, los nombre propios). Es que Libro Azul es el nombre de un cuaderno (lo que podría ser antaño un códice), y aquí interviene la tradición que Manon Steffan Ros reivindica: la de la cultura y la lengua galesas. En ese mundo post-apocalíptico en el que viven, Rowenna y Siôn leen y releen muchos libros, todos en galés. Este es uno de los mensajes de la novela: la pervivencia del idioma aun en el entorno más hostil. Y madre e hijo deciden escribir conjuntamente un libro en blanco, un libro, un códice, en ese pueblo ahora desierto en el que viven: Nebo.
Por eso el texto que como amanuenses de su desgracia van consignando adopta la palabra Libro más un adjetivo que alude a su color (Azul) y el lugar en el que se escribe. Rinden así homenaje con ese pequeño guiño a los grandes manuscritos de la tradición en los que se ha salvado buena parte de su literatura antigua: el Libro Rojo de Hergest y el Libro Negro de Carmarthen (que no han de ir en letra cursiva porque los suyos no son los títulos de las muy diversas obras que contienen, sino meramente el apodo, el nombre de los contenedores).
En la muy solvente traducción española, los nombres de esos manuscritos figuran en cursiva, no se puede saber si por mano de la traductora o de quien se haya ocupado de la corrección. No deberían. Esto en realidad no tiene tanta importancia como que en el texto traducido no aparezca en cursiva con la nota “en inglés en el original” una tarjeta con la leyenda “FELIZ CUMPLEAÑOS, HOY CUMPLES SEIS”. En el original se produce ese contraste entre las dos lenguas: la islita “HAPPY BIRTHDAY SIX TODAY” rodeada de un océano de texto en galés. Son detalles que tienen su importancia, y quizá en la traducción española lo mejor hubiera sido dejar el texto de la felicitación directamente en lengua inglesa. Curiosamente, nada se dice de esos códices en las notas finales donde se consignan las referencias literarias de los títulos y autores que aparecen en este Llyfr Glas Nebo (como los otros son en galés Llyfr Coch Hergest y Llyfr Du Caerfyrddin).
La antigua literatura galesa es muy rica, como lo es la moderna y acredita la lista de obras que leen los protagonistas. Que la primera novela traducida directamente del galés haya visto la luz es una excelente noticia. Otra sería que su traductora al castellano y su traductor al catalán entreguen nuevos frutos en el futuro además de este fenómeno editorial ya contratado para aparecer en varias lenguas gracias a las ayudas a la traducción que, a diferencia de las que concede la Generalitat de Cataluña, son para libros escritos tanto en galés como en inglés, las lenguas cooficiales de Gales. Distopía sería, como lo es El Libro Azul de Nebo, que la Generalitat apoyara a todos los autores que trabajan y viven en Cataluña, escriban en castellano o catalán. Eso es ciencia ficción; la literatura realista de hoy solo puede reflejar que el Govern no favorece la cooficialidad, sino la imposición de una lengua. Esto es, ya, costumbrismo, que suele ser la más chata de las expresiones literarias.