Condenado a leer
Un juez cambia la pena de cárcel a un joven por la lectura de Dickens, Shakespeare, Austen, Trollope y Hardy, con un seguimiento exhaustivo
5 septiembre, 2021 00:00Un juez en Leicester (una ciudad en Inglaterra, cerca de Birmingham) llamado Timothy Spencer acaba de dictar una sentencia peculiar contra un estudiante de la universidad, llamado Ben John, simpatizante nazi, que había conculcado las leyes antiterroristas británicas bajando de internet instrucciones para armar bombas y acumulando material racista y violento contra homosexuales e inmigrantes.
Estos delitos tienen una pena potencial de hasta quince años de privación de libertad. El veterano juez, que parece ser un hombre benigno e imaginativo, le ha impuesto solo dos, y además en suspensión, de manera que el joven no tiene que ingresar en la cárcel si en adelante anda derecho y si cumple otra pena: leer literatura.
Aunque le ha quitado hierro a los delitos cometidos por Ben, considerándolos un extravío adolescente que puede corregirse sin necesidad de destrozarle la vida, el juez ha advertido al abogado defensor de que su cliente se libraba de la cárcel “por la piel de los dientes”, o sea, por los pelos, por el canto de un duro. Y dirigiéndose al reo, le ha dicho: “Es usted una persona solitaria, con pocos amigos de verdad, si es que tiene alguno… ¿Ha leído a Dickens? ¿Ha leído a Jane Austen? ¿No? Empiece con Orgullo y prejuicio y lea Historia de dos ciudades, de Dickens. Luego, siga con Noche de reyes, de Shakespeare. Piense en Hardy. Piense en Trollope”.
El juez piensa seguir muy de cerca los avances del condenado y le ha advertido de que no se dejará tomar el pelo: “El día 4 de enero usted volverá a este tribunal, me dirá lo que ha leído y yo lo examinaré. Y si me parece que me engaña, lo va usted a pasar mal. Voy a estar vigilando cada paso que dé, Ben John. Si me falla, ya sabe lo que pasará”. Cada cuatro meses, durante dos años, el condenado tendrá que someterse al examen del bondadoso juez Spencer.
En Europa se leen novelas
Una asociación progresista llamada Hope, not Hate (Esperanza, no odio), paradójicamente ya ha denunciado ante la fiscalía, con una carta abierta, la sentencia, porque la considera “excesivamente indulgente” y un mal ejemplo para otros racistas y nazis que, alentados por la lenidad del castigo, podrían animarse a delinquir. (¡Otro caso de mezquindad camuflada de buenas palabras y bellos sentimientos!).
Este episodio me recuerda la estupenda frase del actor Hugh Grant en un momento delicado de su vida, cuando se hallaba en Hollywood promocionando Cuatro bodas y un funeral. La policía le había sorprendido en pleno trajín sexual con una chica de la calle y la prensa no hablaba de otra cosa. A Grant no le quedó más remedio que ir por los platós mostrándose compungido y arrepentido. Uno de los aspectos de aquel episodio que más chocaba a los americanos puritanos era que el actor estaba casado con Elizabeth Hurley, actriz de imponente atractivo: ¿cómo podía engañar a aquella diosa con un pingo como Divine Brown? No entendían nada. Pensaban que el tipo debía de sufrir algún tipo de dolencia mental. Un locutor de la tele le preguntó: “¿Piensa someterse a psicoanálisis?” Grant respondió: “No. En Europa leemos novelas”.
¿Chovinismo inglés?
Respuesta magnífica: mientras finge enunciar una peculiaridad cultural y terapéutica, tácitamente insulta al locutor y al pueblo norteamericano en general, llamándole iletrado. Aunque la frase es ambigua, supongo que quería decir Grant que la lectura de novelas es una vía de conocimiento psicológico, de conocimiento de los resortes del alma humana, superior al psicoanálisis, y encima las novelas no tratan de uno mismo sino de otros personajes, lo cual ayuda a salir, de vez en cuando, de la cárcel del yo. En fin, que es --por lo menos teóricamente-- formativa: una escuela de relativismo, de visión y comprensión del otro, de tolerancia.
Eso es lo que debió de pensar el buen juez Spencer cuando impuso al joven Ben John el suave castigo de leer a Jane Austen, a Dickens y a Shakespeare, a Trollope y a Hardy, en la confianza de que el contacto con esas mentes sutiles le ayudará a refinar su visión maniquea y primitiva de la sociedad humana. Seguro que Ben John los leerá muy atentamente y hasta con avidez, por la cuenta que le trae.
¡Felicidades para él, y bravo por el juez! Si cupiera reprocharle algo no es, desde luego, su “excesiva indulgencia”, como han hecho esos severos beatos de corazón reseco de Hope, not Hate sino, acaso, ese chovinismo de imponer sólo lecturas de autores ingleses. También en otras latitudes hay novelistas valiosos que transmiten al lector convicciones humanistas, que invitan a la tolerancia, que son muy simpáticos, que en sus libros perdura como un perfume la bondad de sus corazones. Por ejemplo, Leo Perutz. Joseph Roth. Robert Walser. Cervantes: a Ben John le convendría leer el Quijote.