El campesino deslumbrado
'Halston' es un biopic sobre el diseñador que redefinió la moda norteamericana y que no evita todas sus contradicciones
29 mayo, 2021 00:00Ryan Murphy cobra un dineral de Netflix, pero a cambio, le hacen trabajar más que a los remeros del barco de Ben Hur, lo cual está llevando a una carrera cada día más errática y carente de control sobre el producto final. Su última aportación a la plataforma de streaming es una biopic en cinco episodios del modisto norteamericano Roy Halston (Des Moines, Iowa, 1932--San Francisco, California, 1990), que fue muy famoso en su país y mucho menos en Europa, donde siempre se le miró por encima del hombro y disfrutó del desprecio personalizado de Yves Saint Laurent, que lo consideraba un gañán con pretensiones o eso que en catalán se conoce como un pagés enlluernat (un campesino deslumbrado).
La miniserie se acoge a la estructura habitual de ese subgénero dedicado al auge y caída de alguien, y lo hace sin ahorrarnos ninguno de los clichés que suelen distinguir a esa clase de producciones. En el caso que nos ocupa, todo suena a algo que nos han contado cien veces: el protagonista es un niño sensible que diseña sombreritos para mamá mientras su padre, un animal de bellota, se tira de los pelos porque se huele que el chaval le ha salido sarasa; tras abandonar su poblacho en Indiana y pasar por Chicago, el niño sensible, que ya tiene una edad, llega a Nueva York y flipa en colorines con todo lo que se encuentra; tras conseguir que Jackie Kennedy popularice sus sombreros, se lanza al diseño de moda animado por su amiga Liza Minelli (Krysta Rodríguez) y secundado por la modelo y diseñadora de joyas Elsa Peretti (Rebecca Dayan); tras desprenderse de su apellido de origen noruego, Frowick, el modisto se hace llamar por su segundo nombre, Halston, y reparte su tiempo entre venderles sus trapitos a las cacatúas del Upper East Side de Manhattan y los chaperos más sórdidos que encuentra (enamorándose de un venezolano llamado Victor Hugo que lo introduce en la cocaína y empieza así a buscarle la ruina, que él mismo se trabajará a conciencia en el Studio 54 de noche y junto a un millonario explotador de día (Bill Murray) que hará con él lo mismo que Netflix con el señor Murphy: ponerlo a hacer de todo hasta que su nombre se devalúa por completo y el hombre, que además ha pillado el sida, se hunde.
Amasijo de tópicos
Si Yves Saint Laurent dio para dos biopics muy dignas, el pobre Halston aguanta a duras penas (y gracias a los personajes secundarios) los cinco capítulos de su miniserie. El actor encargado de interpretarlo, Ewan McGregor, no contribuye mucho al éxito de la misión, pues se le ve ausente casi todo el rato, como si su personaje le importara un rábano y no supiera a qué agarrarse para convertirlo en un ser humano con cierto interés: no seré yo quien se lo eche en cara, pues si el señor Frowick era tan poco interesante como resulta en la serie, dotarle de un carácter susceptible de generar empatía en el espectador era una tarea prácticamente imposible.
Podríamos decir, para simplificar, que hay dos Ryan Murphy. A mí el que me gusta es ese maestro del grand guignol perverso que alumbró series como Nip/Tuck o American Horror Story. El otro, el activista gay con tendencia a la cursilería que creó Glee o Hollywood, me resulta asaz indigesto. Halston forma parte de la vertiente humanitaria y de militancia homosexual del señor Murphy y, además, parece obedecer más a la obligación de cumplir con los jefazos de Netflix que a una elección meditada a conciencia por su creador. Quedo a la espera de la nueva temporada de American Horror Story para disfrutar del Ryan Murphy al que le veo la gracia y ya he borrado de mi disco duro los tres episodios de Halston que me tragué confiando en que la cosa despegara y dejara de ser un amasijo de tópicos, un cansino deja vu y una nueva llorera gay, cosa que dudo mucho que ocurriera en los dos capítulos que no tuve la paciencia de ver.