'Homenot' Marina Abramovic / FARRUQO

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Letras

Marina Abramovic, el arte del vacío

La creadora serbia, que practica la creación conceptual, la 'perfomance' y la interacción constante con el espectador, gana el Princesa de Asturias de las Artes

13 mayo, 2021 00:00

La Novi Sad que conoció la artista Marina Abramovic fue una de las ciudades serbias más bombardeadas por la OTAN en el conflicto de los Balcanes como represalia por la ofensiva de Milosevich contra los albaneses de Kosovo. En la academia de arte de aquella ciudad del Norte del país, recibió e impartió conocimiento Abramovic, pionera de las performances y artista conceptual, recién galardonada con el premio Princesa de Asturias de las Artes. El jurado del galardón recuerda que la artista empezó en los años setenta con una serie de trabajos, bautizados con el nombre de Ritmo, en los que usaba su propio cuerpo como parte de la obra.

Su aparición en la escena creativo fue como un revés a la técnica augural propia de su género, el readymade de Marcel Duchamp, mostrado por el gran precursor francés en su cuadro Desnudo bajando la escalera junto a otras obras inicialmente inadvertidas por la vanguardia española durante el primer tercio del siglo pasado. No lo olvidemos: aquella etapa estuvo marcada por una reclinación general ante el cubismo de Picasso o ante las producciones de Joan Miró y Salvador Dalí, destacados por la pluma de Eugeni d’Ors, el enorme crítico del Novecientos.

Es posible que Marina Abramovic esté fuera de lo que muchos consideran la plasticidad de su tiempo, una idea recuperada cuando la artista serbia llevó al Teatro Real de Madrid su Vida y muerte de Marina Abramovic, dirigida por Bob Wilson. Con esta obra desnudó su trayectoria y celebró su funeral a modo de musical, con la colaboración de Anthony and the Johnsons. Había entrado en la imagen y la palabra sobre las tablas. No se arredró y llegó a 2020, casi ayer, con un éxito en la Ópera de Flandes, que no es poco: una versión de Pelleas y Mélisande.

Posteriormente, remató el trabajo de los creativos traspasados a la dirección escénica en Seven Deaths of Maria Callas, un espectáculo sobre la figura indiscutible de la Diva, con el aria especialmente lacrimosa, pero genial, Amami Alfredo, en el último acto de Traviata. El año pasado, la Royal Academy of Arts de Londres programó una retrospectiva sobre la obra de Marina, que fue finalmente pospuesta a causa de la pandemia. Pero este último obstáculo no le ha impedido mientras tanto publicar su autobiografía: Walking Thorough Walls

Marina Abramovic

Desgranando la vida de un artista, uno encuentra pequeñas maravillas olvidadas. Para los conceptuales, la pintura y la escultura comprenden la superficie de los cuerpos; su perspectiva, creciente o decreciente, no sé percibe porque un objeto que se aleje del ojo humano pierda tamaño y color en proporción a la distancia alcanzada. De ahí se deduce que el arte evita la mímesis de las cosas gracias a su función central: la filosofía. La pintura comprende los sujetos, los colores y las formas, pero solo el pensamiento crítico las ordena.

Es más fácil decirlo y comprenderlo muchos siglos después de Leonardo, pero lo cierto es que los conceptuales arrancan a partir de este mismo contexto. Y por eso,  utilizan el movimiento de los cuerpos, su desnudez, su provocativa procacidad natural. Es cierto que, aunque Abramovic haya dado un paso al frente decidido, sus dos momentos performence cumbre ya quedaron atrás. El primero fue el trabajo de Marina y Ulay, su pareja artística y sentimental –el alemán Frank Uwe Laysiepen–, que  consistió en caminar por la Gran Muralla China desde los extremos opuestos para unirse en el centro y desde allí separar sus caminos con una sola palabra: adiós.

El segundo, algo más reciente, tuvo lugar en 2010 en el MoMA de Nueva York, cuando la artista permaneció 716 horas sentada y en silencio frente a los espectadores que la observaban de uno en uno, y con quienes no podía hablar ni tampoco gesticular. Aquel desafío frontal a la sensibilidad del museísmo tradicional fue un éxito de difusión y tuvo de colofón la retrospectiva, The Artist is Present, en la que se volvían a representar algunos de sus trabajos clásicos. Nadie protestó; no hubo tampoco lamentos a la posible melancolía de la artista serbia rememorando el pasado. Nada; solo felicitaciones y aplausos.

Esta mujer atacada casi violentamente por su arte contra la estolidez, hoy es una musa respetada por sus frecuentes apariciones en galas artísticas, por su  amistad con Lady Gaga y por haber inspirado la creación del lema Stop Marina Ahora. Al amparo de comentarios y críticas de todos los colores, podemos preguntarnos si, con su actuación en el MoMA, entró en el imaginario del siglo actual o acaso desperdició su mejor ocasión. No es posible contestar sin herir a los admiradores de su trabajo (especialmente a los raperos de postín, que siempre la flanquean) o a los divinos artistas de paleta que la soslayan porque solo son capaces de elogiar el color y la perspectiva del óleo sobre la tela.

El término arte conceptual destruye convenciones o pone de mal humor al sabiondo. O ambas cosas. Su definición fue tomada de un ensayo elaborado por Henry Flynt del año 1961, titulado Concept art, en el que se recorrían las transformaciones de la creación plástica a lo largo del siglo XX. El conceptual information artsoftware art idea art– fue fruto de la década marcada por múltiples agendas: la guerra de Vietnam y su abrupto final tras conocerse la inutilidad de tantas muertes revelados por la prensa independiente; la investida del feminismo, la aparición y desarrollo de las tecnologías de información y las diferentes revoluciones sociales de la época. 

La centuria de las grandes guerras y holocaustos cocinó el futuro. Cuando los readymade de los nuevos artistas se popularizaron habían pasado casi cinco décadas desde el Manifiesto Dadaista de Tristan Tzara, publicado en Zurich y escrito en la servilleta de una cafetería: “He ahí un mundo mutilado…… Yo os digo: no hay comienzo y nosotros no temblamos, no somos unos sentimentales. Nosotros desgarramos como un furioso viento la ropa de las nubes y de las plegarias y preparamos el gran espectáculo del desastre, el incendio, la descomposición”. 

Una imagen del 'Marina Abramovic Institute' : OMA

Una imagen del 'Marina Abramovic Institute' : OMA

Marina Abramovic, la hija de una mujer convertida en soldado-checnick de la supremacía serbia en la Yugoslavia armada de los noventa, vibra todavía hoy con esa identidad, que atacó al mal llamado arte burgués a través de una furia más incontenible que creativa. Ella revive a menudo la performance radical; el tiempo en el que el creador se desnudaba y se infligía heridas sangrantes a los ojos de todos. Podía haberse quedado en el empacho de los verdaderos que nunca sueltan a su enemigo de clase cuando lo tiene entre los dientes. Pero contra todo pronóstico, la niña, criada por sus abuelos y acomplejada en su colegio por tener una nariz muy pronunciada, fue aceptada sin apenas proponérselo.

 En 1997 recibió el León de Oro en la Bienal de Venecia por Balkan Baroque. En 2005, presentó Seven Easy Pieces en el Guggenheim de Nueva York. En 2012 se estrenó La artista está presente, un documental sobre la retrospectiva del MoMA, dirigido por Matthew Akers, que fue nominado a mejor documental en el Independent Spirit Awards 2013 y recibió el Premio del Público al mejor documental en el Festival de Cine de Berlín 2012. De esa experiencia surgió la idea para crear el Marina Abramovic Institute (MAI), un centro de arte situado en Hudson (Nueva York, EE UU) en el que se realizan todo tipo de actos culturales. Un regalo para todos.