Cartel de la exposición dedicada a Baltasar Porcel en 2015 en el Palau Robert / LA CAIXA

Cartel de la exposición dedicada a Baltasar Porcel en 2015 en el Palau Robert / LA CAIXA

Letras

Porcel, el anarquista coronado

Sergio Vila-Sanjuán documenta el ascenso literario de Baltasar Porcel en la Barcelona de las postrimerías del franquismo, una ciudad caracterizada por el arribismo social

19 febrero, 2021 00:00

Ganó todos los premios, formó parte de los más selectos sanedrines culturales, tuvo relación con los grandes nombres de la literatura (en catalán) de su tiempo, practicó la impostura (sincera) y también el mandarinato; su vida fue –en apariencia– rica y apasionante, pero nunca dejó de ser un muchacho inadaptado de Andratx. Baltasar Porcel (1937-2009) es un caso paradigmático de escritor en permanente vaivén. Empezó como dramaturgo, se convirtió más tarde en periodista autodidacta –cofrade de la industria de las ideas– y alcanzó los laureles de la vida literaria oficial, que no es exactamente lo mismo que la literatura, con sus libros, donde mitifica el mundo mediterráneo de Mallorca, describe la China maoísta o alumbra una biografía –por supuesto, autorizada– de Jordi Pujol. Todo esto sin dejar de componer homilías para las mejores tribunas –La Vanguardia o Abc–, practicar la conspiración editorial o dejarse querer (mucho) por el catalanismo, que hizo de su figura un símbolo más del proyecto identitario de una Cataluña que decidió ignorar a la otra media. 

El joven PorcelDe su vida y milagros existen abundantes rastros bibliográficos –los libros de un tiempo perdido–, personales –fotos, encuentros, instantes– e institucionales –hay colegios bautizados con su nombre–, pero hasta ahora no contábamos con un relato sobre su ascenso a la cumbre, efímera, como casi todas las cosas de la vida. Sergio Vila-Sanjuán, novelista en tres tiempos de la ilustre Barcelona burguesa, monárquico por convicción y Premio Nacional de Periodismo Cultural, ha solventado esta laguna con un libro –El joven Porcel (Destino)– que es, al mismo tiempo, un cofre documental, una biografía voluntariamente limitada –en lugar de abordar toda la trayectoria del personaje se concentra en “sus años solares” de iniciación y ascenso público– y un retrato (libresco) de Barcelona en un tiempo, las postrimerías del franquismo, que nos ilustra, de primera mano, sobre los usos y costumbres de una cultura oficial marcada por el arribismo social, la teatralidad, los secretos, las ambiciones y las frustraciones de un mundo mitificado que, sin embargo, no resiste el cristal de una lupa. 

De su vida y milagros existen abundantes

Sergio Vila-Sanjuán posa para Crónica Global / CGEl periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán / CG

El periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán / CG

Vila-Sanjuán ha escrito una especie de bildungsroman con los materiales del archivo personal del protagonista, testimonios de personajes relevantes en su vida, registros de encuentros, conversaciones, extractos de escritos y una vocación documental que muestra los caminos secundarios del sueño del ascensor social en un entorno especialmente problemático, donde era necesario tener tiento e inteligencia para prosperar. La historia de Porcel se expande como el plumaje de un pavo real: con todos sus colores, incluidos los grises. El primer paseo incierto por unas Ramblas infinitas, sonámbulo recién salido del barco entre Mallorca y Barcelona, donde muchos años después su cadáver sería velado en el Palau Moja; los días agrios y tristes en pensiones, la juventud hirsuta, los anteojos oscuros, el atrevimiento, el pragmatismo, los amores yertos, las cartas de recomendación, los días sucediéndose, ese caudal inmenso que es la vida. Todo eso está en esta biografía a la que Vila-Sanjuán ha dedicado seis años de investigación entre papeles, entrevistas y lecturas. 

El resultado es una narración coral en la que la voz del autor, sutil y llena de finezza, cede su espacio a personajes secundarios y, cuando procede, también a los difuntos, que se expresan a través de cartas, escritos y correspondencia. La selección de textos de procedencia diversa permite enhebrar un relato vital que es público, pero también íntimo. Aparecen muchas luces, pero también ciertas sombras –tratadas con elegancia– y muchos vislumbres, esos espacios en los que la realidad se nos muestra desde una perspectiva lateral. Del retrato que Vila-Sanjuán hace de Porcel destaca su hábil gestión de las contradicciones y la explotación artística de esa infalible institución social que es el padrinazgo, practicado con devoción en aquella España –la del tránsito entre los años sesenta y setenta– que vivía el tiempo de descuento de una dictadura y la gloriosa incertidumbre de un porvenir nada concreto. 

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En diez años escasos, el escritor mallorquín pasó del arroyo al reconocimiento social de un mundo cultural especialmente elitista. ¿Cómo consiguió semejante gesta un niño de pueblo? Básicamente trabajando (con inteligencia), cultivando las relaciones sociales –la red de amparo e intermediación que documenta el libro aporta una mirada prosaica que desmiente el excesivo brillo de las apariencias–, cambiando de protectores y cabalgando sobre incoherencias políticas y sociales. Porcel siempre se declaró anarquista, pero sintió una fascinación equivalente entre la China comunista y la Cataluña del pujolismo. En sus años oscuros usaba traje y corbata, pero el día en el que ganó el Premio Josep Pla escandalizó a las familias de orden al ir al Ritz, el hotel fundado por Cambó, con una rebeca y un jersey de cuello vuelto. 

Porcel aparece, como reportero estrella, en 1968 en la portada de la revista Destino / CATANY

Porcel aparece, como reportero estrella, en 1968 en la portada de la revista Destino / CATANY

Fue un hombre que huyó de sus orígenes –la comarca de la Tramontana– pero a ellos volvía y revolvía para conjurar sus fantasmas, hasta “aburguesarse y convertirse en propietario rural”, como le reprocha en una carta uno de sus valedores. Su trayectoria vital tiene mucho de sucesión de máscaras –propias y ajenas–, carrusel de afectos, interés seco, conveniencia, unas proverbiales dotes seducción y, como Camilo Jose Cela, a cuyas órdenes trabajó como meritorio en Palma, una decidida fe en sí mismo. La convicción del arribista es un motor vital inagotable, pero a veces resulta insuficiente para lograr los propósitos personales. 

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Hacen falta también –y la biografía de Vila-Sanjuán lo evidencia– unas dotes sociales mayúsculas, dominar la dialéctica de los padrinos –Porcel comenzó su carrera al cobijo del Nobel gallego, para pasar después a ser el protegido de Llorenç Villalonga, al que sustituyó por Josep Pla (el autor de El cuaderno gris terminaría siendo despedido por su pupilo de la revista Destino cuando fue adquirida por Pujol, su último benefactor)– y saber halagar a otros. Porcel lo hizo de forma intensa a través de sus series de entrevistas publicadas en la revista de Vergés y, antes, en Serra d´Or, la publicación cultural de la Abadía de Monserrat. 

De esta forma, indirecta, el escritor mallorquín obtuvo el reconocimiento de aquellos que podían, impulsados por la vanidad que les procuraba, convertirle en su igual. Porcel utilizó estos mecanismos de intermediación inmaterial, buscando incrementar con rapidez su capital social, al mismo tiempo que se declaraba anarquista o buscaba embajadores adecuados para poder entrevistar en Estoril a Juan de Borbón, rey sin corona. El periodismo, practicado por Porcel para ver mundo y ampliar sus contactos, resultó pronto más eficaz que el teatro –su primera devoción literaria– para forjarse una reputación. La que fuera.

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También servía la actividad editorial, que Porcel ejerció en Planeta por recomendación de Gironella. Sentarse al otro lado le enseñó que los escritores “tienen una vanidad a la altura de las coristas del Paralelo” y que la provocación es una forma excelente de llamar la atención en un mundo –la Barcelona del tardofranquismo– donde se practicaba el arte de la mentira con dedicación ejemplar, y en el que las amistades –a él le ocurrió con Cela y Terenci Moix, no así con Marsé, con el que desde el principio no se llevó bien– duran el tiempo necesario. Ni un minuto más.

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El joven Porcel jugó toda su vida a ser un enfant terrible, pero su trayectoria nos revela a un escritor calculador, camaleónico y tan presto a escribir en castellano –sin dejar de declararse catalanista– como a contribuir al proceso de ingeniería social comandado por Pujol, que creó el Instituto de Estudios Mediterráneos únicamente para que lo presidiera. Al contrario que Pla, que se levantaba a la una de la mañana después de largas noches de insomnio y escritura, Porcel funcionaba como un oficinista de sí mismo, madrugador y aplicado. Su influencia cultural probablemente tuvo más que ver con sus habilidades sociales que con la destreza literaria, que, sin ser menor, y casi siempre efectista, no nos parece extraordinaria. 

91omuHTHyZLVila-Sanjuán deja por desarrollar, aunque sí esbozadas, sus intensas relaciones políticas con el nacionalismo. Probablemente su descripción desfiguraría el perfil construido por el propio Porcel, ganador del Premio Espejo de España con un libro –La revuelta permanente– dedicado a Joan Ferrer, anarquista español, que fue presentado en sociedad por Aranguren, falangista de primera hora y, más tarde, autor del concepto de intelectual colectivo que tanto éxito tuvo en la Santa Transición. En esta habilidad para lidiar con los contrarios, sin duda, Porcel fue un adelantado. Practicó como nadie el consejo de los cínicos griegos que un día le enunció, categórico, su mentor, Llorenç Villalonga: “La verdad y la mentira no existen: son las dos caras de la misma moneda”. Saberlo pronto es un must.

Vila-Sanjuán deja por desarrollar, aunque sí esbozadas, sus intensas relaciones políticas con el nacionalismo. Probablemente su descripción desfiguraría el perfil construido por el propio Porcel, ganador del Premio Espejo de España con un libro –