La curiosa vida del capitán Goderville
Después de las primeras victorias, alentadas por la sorpresa, Prévost y sus guerrilleros tuvieron que replegarse ante el embate de las fuerzas alemanas, muy superiores
29 noviembre, 2020 00:00Traduciendo los diarios de André Gide (1869-1951) veo aparecer a Jean Prévost (1901-1944). Gide menciona un par de veces que se lo ha encontrado por la calle y ambas veces la entonces joven promesa de la literatura busca su compañía, se empeña en acompañarle adonde vaya, pero con una especie de rictus entre burlón y despectivo que denuncia claramente lo que opina de él. Y Gide, incómodo, se pregunta qué demonios busca en él Prévost, si es obvio que le desprecia.
Evidentemente había muchas razones para que el joven Prévost desdeñase a aquel literato ya más que maduro, rico de nacimiento, polémico, consagrado internacionalmente, homosexual y pederasta. Prévost, que era hijo del director de una escuela, y un mozo bien masculino, faldero, excelente deportista –es famoso su combate de boxeo con Hemingway, que salió del cuadrilátero con un dedo roto-- debía de ver a su antítesis, su reflejo inverso.
Prévost era novelista, ensayista, poeta, y sería también héroe nacional. Por edad había llegado tarde a la primera guerra mundial, lo cual le sabía hasta cierto punto mal, porque en su opinión, tal como la expone en Dix-huitième année (Año decimoctavo), de 1928: "Solo había una cosa que nos parecía respetable: combatir. Los combatientes tenían todos los derechos".
Prévost dejó explicado en Les caracteres, un texto que se publicaría de manera póstuma, que “ser un espíritu libre, un hombre libre, es participar en los problemas de los que dependemos todos, y que nadie puede resolver: el destino y la política. Rehusar mezclarse en ello es abandonarse a los peores espíritus, los que se creen seguros y se arrogan la autoridad – a los presuntuosos y a los fanáticos". Coherente con esta convicción, durante los “años negros” (así es como llama Ghéhenno a los años de la Ocupación, en su famoso Diario) se unió a la resistencia. Bajo el alias de Capitán Goderville, nombre del pueblo natal de su padre, estuvo al mando de las operaciones en Vercors: los preparativos de un levantamiento en esa región idealmente aislada por un circo montañoso, donde aterrizarían los paracaidistas aliados y que junto con la Resistencia de Jean Moulin abrirían un frente en el Sur.
Durante el día, Prévost circulaba en bicicleta de grupo en grupo de guerrilleros, impartiendo órdenes y animándoles, a la espera de entrar en acción. De noche escribía el ensayo que también se publicará después de su muerte, Baudelaire. Essai sur l’inspiration et la création poétiques. Con esta dual forma de vida dejaba resuelto el debate quijotesco entre las armas y las letras.
La revuelta de Vercors fue fallida. Después de las primeras victorias, alentadas por la sorpresa, Prévost y sus guerrilleros tuvieron que replegarse ante el embate de las fuerzas alemanas, muy superiores. Con cuatro compañeros, el capitán Goderville permaneció durante varios días escondido en una gruta. Cuando el hambre les obligó a bajar al valle y quisieron atravesar un puente, fueron ametrallados y muertos por un destacamento alemán que les estaba esperando.
Décadas después se publicaron también sus Derniers poèmes, (últimos poemas), de los que reproducimos aquí, como muestra, estos dos fragmentos dedicados a su mujer, que me parecen teñidos del dramatismo propio de las circunstancias en que los escribió y dotados de gracia lírica y de grandeza moral. El primero que he seleccionado dice:
Claude, nous voilà revenus
Meurtris, maigres, à moitié nus
Du fond de la guerre […]
J’ai vu la mort, fait mon devoir
Ma Croix de guerre est de pouvoir
T’embrasser encore.
O sea: “Claude, hemos vuelto / heridos, flacos, medio desnudos ( del fondo de la guerra […] He visto la muerte, hice mi deber /Mi Cruz de guerra es poder / volver a abrazarte.”
El segundo poema se titula Pequeño testamento y dice:
Claude, si la guerre incertaine
Un de ces beaux matins m’emmène
Les pieds devant,
N’écris pas mon nom sur la terre
Je souhaite que ma poussière
S’envole au vent.
Pas d’étendard avec ma chiffe
Que l’officiel et le pontife
Taisent leur bec ;
Vous-mêmes, ce matin d’épreuve,
Mes trois enfants et toi ma veuve
Gardez l’œil sec.
Pas un regret ne m’importune.
Je suis content de ma fortune
J’ai bien vécu.
Un homme qui s’est empli l’âme
De trois enfants et d’une femme
Peut mourir nu.
[…] Tu sais comment j’aimais la vie
Je détestais la jalousie
Et le tourment
Si les morts ont droit aux étrennes
Je veux qu’au bout de l’an tu prennes
Un autre amant.
O sea: “Claude, si la guerra incierta, / una de estas bonitas mañanas se me lleva / con los pies por delante, / no escribas mi nombre en la tierra, / quiero que mi polvo vuele al viento. / Nada de estandarte con mi camisa / Que el oficial y el cura /cierren el pico; / Y esa mañana de prueba / vosotros tres hijos míos, / y tú, mi viuda, /mantened los ojos secos. / No tengo nada que lamentar, / estoy contento con mi fortuna, /he vivido bien./ Un hombre que se ha llenado el alma / con tres hijos y una mujer / ya puede morir desnudo. / […] Tú sabes cuánto amaba yo la vida, / yo detestaba los celos / y el tormento. / Si los muertos tienen derecho a recibir regalos / quiero que al final del año tomes / otro amante.”
Es un efecto extraño de la lectura de dietarios personales. A veces se nos presenta a alguna persona de cuyo destino sabemos más que el diarista cuando habla de ella: esto le da a esa aparición en principio anodina una resonancia de mise en abîme, vertiginosa.
Así, por ejemplo, en los Diarios de Berlín de Marie Missie Vassiltchikov, cuando ésta se queja del carácter frío, introvertido y receloso de un personaje que trabaja en su oficina… del que no sabe (y nosotros sí) que estaba involucrado en la organización Valkiria (el atentado de Stauffenberg contra Hitler): por eso es tan taciturno; o cuando Missie describe lo gracioso que es un chico de dieciséis años que baila claqué en una fiesta en un castillo, chico del que no sabe, pero nosotros sí (por una nota del editor) que al cabo de cuatro años morirá en Stalingrado.
Lo mismo, o algo parecido, aquí con las apariciones de Prévost en las calles de París de los diarios de Gide: éste le ve como un joven extrañamente desafecto y un punto irritante, pero nosotros ya sabemos que es, que será el capitán Goderville.