Joan Perucho, vampirismo para adultos
El escritor, maestro de la literatura fantástica, de cuyo nacimiento se cumple este año su primer centenario, cultivó la distorsión cómica y el humor alegórico
22 agosto, 2020 00:10Los caminos del humor son imprevisibles, pero cuando se despierta la risa se acortan las distancias, se desvanecen las reticencias, todo nos predispone favorablemente. Algo así ocurre con Joan Perucho. Había hecho dos intentonas de leer Les històries naturals (Edicions 62, 2019), unas pocas páginas, pero siempre se interponían una primera escena de prosa algo opaca y mis prevenciones hacia la literatura fantástica. En esta ocasión, impulsado por el encargo de escribir (con motivo de su centenario, que se celebra este noviembre, y para llenar una de tantas lagunas culturales), la experiencia fue mejor, pero la lectura terminó de levantar el vuelo y de adoptar una agradable velocidad de crucero que ya no abandonaría al tropezar con una breve frase, aplicada a la primera y breve aparición de un criado, que nunca volvería a aparecer: “Era de Lleida i es deia Ramon”. Un suministro de información caprichosa.
Explicar los motivos de la franca carcajada que me despertó esta frase me llevaría lejos, concurren distintos motivos (no todos razonables y casi ninguno de interés) entre los que sobresale la alegría indescriptible (compartida, entre otros, por Quimi Portet y Wallace Stevens) de ver irrumpir el resonante nombre de Ramón en el tejido una obra artística. Pero no merece la pena seguir por aquí, ni siquiera me cuesta imaginar a un lector dispuesto a defender que la frase ni es un chiste, ni una broma, ni gracia que hace. Da igual, atinado o desbarrando, tengo mi clave cómica para avanzar por Les històries naturals, nada me falta.
Joan Perucho / ELISA CABOT
Menos discutible es el magisterio de Perucho en la distorsión cómica, es más, por momentos parece incuestionable. Les histories naturales pertenecen al mismo género que El jovencito Frankestein, una variación humorística sobre el cine y la literatura de terror (aplicada aquí a los vampiros en sustitución de los Prometeos modernos), aunque contada por Augusto, el payaso serio. Perucho renuncia al histrionismo de Wilder y Brooks y prefiere desplazamientos más sutiles del original, que aunque pueden incluir la astracanada, la grosería y la escatología, suelen aparecer atenuadas por un tono impasible, envuelto de erudiciones imaginativas y de chiaroscuri propios del número de magia. Los recursos son variadísimos (y los ha estudiado todos Julià Guillamon en el documentado y exhaustivo: Joan Perucho i la literatura fantàstica, Edicions 62), pero exigen siempre la participación del lector, que debe entregarse a un humor de una malicia blanca, que se desarrolla con la paciencia propia otro tiempo.
Los personajes, la ambientación tétrica, el viaje físico y moral del protagonista y el progreso del relato en ocasiones parecen cuestiones secundarias para Perucho, los vehículos en cuyo interior progresa una prosa muy cuidada, atenta a la maravilla natural, precisa, y cargada de un lirismo contenido. Incluso cuando la imaginación, el relato o las ideas flaquean un poco, el lector encuentra la recompensa de una elección feliz o una combinación inesperada de palabras que le proporcionan un perfume de elegancia al párrafo, una pizca de pimienta a la frase.
Constituiría un auténtico fenómeno sobrehumano confundir la prosa de Perucho con los descuidos de sus antecesores en el cultivo del terror (Walpole, Ann Radcliff, Stoker), no digamos ya con el rancho de entretenimiento que nos han ofrecido tantos de sus sucesores. Las páginas de Perucho son pródigas y generosas; a menudo caprichoso y casi nunca gratuito, invita a volver atrás para recuperar una broma casi escondida o revivir un sutil detalle descriptivo. En Les històries naturals encontramos casi tantas frases que parecen allí por el puro placer de escribir como párrafos dispuestos por la sencilla apetencia de bromear.
A veces el marco se destensa (nos aburrimos un poco de trastear manuscritos, nos desinteresamos un rato del carácter de los personajes, el progreso de la acción se vuelve monótono), pero el párrafo casi nunca falla: Perucho es, sin duda (por recurrir a la útil distinción-boutade de Borges), un escritor de página.
La convivencia de un escritor de prosa adulta con un imaginario juvenil ofrece algunas complicaciones de lectura. La calidad de página nos recuerda que estamos ante un artista ambicioso, de manera que nos cuesta abandonarnos a la fantasía casi irresponsable (tumbas, murciélagos, cruces) del relato; de alguna manera buscamos en el vampiro y en sus perseguidores una lección, una interpretación adulta (que diga algo sustancioso sobre las complicaciones de nuestro mundo) más allá de la belleza de la prosa y del humorismo casi exacto.
Estas prevenciones se intensifican si tenemos en cuenta la época en la que se escribió la novela: bajo la sombra de una dictadura que obligaba a los escritores a manejar símbolos, alegorías y elisiones para referirse a aquello que sabían que no les iban a dejar publicar. Si añadimos la atmósfera reticente a la literatura fantástica y escapista (convencidos como estaban tantos autores y críticos de que las novelas y los poemas servían para predisponer estados de conciencia congruentes con acciones progresistas) es comprensible que la búsqueda de una moraleja adulta entre tanto vampiro, tanto anaquel polvoriento y tanta pulga gigante se vuelva obsesiva, que roce lo paranoico. ¿Qué querría decirnos Perucho? ¿Qué mensaje ocultó entre los ajos?
Desde luego que algo de contenido político puede segregarse con buena voluntad. ¿No pueden trasladarse las guerras que reflejan Les històries naturals a la reciente Guerra Civil? ¿No puede derivarse del mutuo entendimiento entre el protagonista y sus enemigos humanos la lección de que el conocimiento mutuo puede romper barreras y promover la concordia y el entendimiento? Incluso podemos jugar la carta freudiana: ¿Dispuso el Perucho adulto todo este amable juego de tétricas sombras pensado para disipar los temores, mucho más cruentos, que debió sentir el Perucho adolescente a medida que el tiempo de adentraba en la Guerra Civil?
Todo esto es atendible si lo mantenemos en el plano de la sugerencia lúdica. Pero a quien pretenda forzar la interpretación política de Les històries naturals le esperan sorpresas desagradables. Corre el riesgo de terminar como tantos politólogos audaces que se han acercado a series como Juego de Tronos con el propósito de extraer lecciones para el mundo real. Si ya es complicado trasladar las aventuras de una ficción pseudo-medieval a los complejos problemas del presente, el asunto se vuelve realmente imposible cuando se nos obliga a encajar dragones, hechicería gore y zombis de hielo en el tablero de la política cotidiana.
Néstor Luján, Álvaro Cunqueiro y Joan Perucho, en una fotografía de los años 70
La operación en el caso de Perucho es menos bochornosa (y respetable como insinuación), pero en cualquier caso creo que de Les històries naturals no puede extraerse más que un vago aire a favor de la reconciliación como actitud más vital que política, y una apuesta por la tolerancia que devenga del mutuo agradecimiento. Una inclinación a la amabilidad que funciona mejor cuando la dejamos suspendida fuera de la cronología, aplicable a épocas, geografías y situaciones distintas e imprecisas; y que perdería toda su fuerza inspirativa si pretendiéramos que iluminase un periodo concreto.
Como fábula de la Guerra Civil y propuesta práctica para superar las heridas abiertas por la prolongada represión de una posguerra interminable Les històries naturals ofrece bien poco juego. Cualquier movimiento nos conduce a un empobrecimiento de la lectura. O diluimos los elementos particulares del relato (sucesos, personajes, diálogos) hasta desfigurarlos; o asumimos una interpretación política inadmisible: la presencia perturbadora (y un poco risible) de un mal sobrehumano no puede servirle a ninguna mente adulta para justificar una declaración de guerra contra un gobierno legítimo, el de la República, y la posterior conculcación criminal de derechos y libertades.
Joan Perucho visto por Albert Pons
Las relaciones siempre complicadas entre la política y la fábula se vuelven casi imposibles cuando la fábula adopta la forma de la parodia de un mito, y ya no digamos si se trata de un mito tan resabido como el del vampirismo, que admite poca transcripción real. Quizás se puedan entresacar elementos muy generales: ¿No podría leerse Drácula como una crítica a la aristocracia, al oscurantismo, a la seducción machista?
El isomorfismo es tan general que da apuro, y a la vista que el vampiro y su fábula seguirían vivas de ser el personaje un hidalgo empobrecido, dedicarse a morder varones o alentar su propia autodestrucción indolora (tres disolventes cómicos con los que Perucho, es casi imposible no imaginarle una sonrisa burlona en los labios, reconfigura el mito), la vía parece poco provechosa. Quizás la mejor manera de leer Les històries naturals sea resistirse a la prevención y al hábito de exigir una correlación con el mundo real y nuestras vidas a la literatura fantásticas, inducidos por la seriedad del estilo, de otro modo corremos el riesgo de perdernos, y privarnos de un placer que Perucho elaboró cuidadosamente, con la idea de ofrecérselo a un paladar adulto.