Christina Linares: "Los prejuicios son los que castran la literatura"
La editora y traductora, directora el área comercial de la editorial Renacimiento, está detrás de la labor de recuperación de la mejor literatura española escrita por mujeres
13 julio, 2020 00:10Apenas tiene treinta años y confiesa que ha pasado la cuarentena hablando con mujeres –“maravillosas”, dice– de más de noventa. Entre ellas cita a la hija de Manuel Chaves Nogales, Pilar, a la que adora desde que era una niña. La obra del periodista sevillano fue una de las grandes recuperaciones de la editorial Renacimiento, que nació hace más de cuatro décadas como librería de viejo y editorial, por mano de su padre, Abelardo Linares, el librero de la biblioteca de un millón de ejemplares (casi una leyenda). Ella nació en Castellón, camino de Francia, donde su madre, Marie Christine del Castillo, quiso tenerla, pero ha vivido y crecido en Sevilla hasta que hace tres años se mudó a Madrid, donde ejerce como traductora, es directora comercial de Renacimiento e impulsa la edición y reedición de los libros de mujeres como Elena Fortún, Luisa Carnés, Elisabeth Mulher, Concha Méndez, María Lejárraga, Felicidad Blanc o Mercedes Formica.
Es hija de editores, pero de unos editores que no se limitan a publicar libros: su padre es un reconocido bibliófilo y un estimado poeta; su madre, traductora de poesía. Aprendió a hablar en andaluz –recalca– y en francés, con su novio en inglés, vivió en Italia y celebra que Renacimiento haya editado desde el Sevilla poesía en versiones bilingües de gallego y euskera. “¿Sabe que guiri es una palabra vasca que viene de los seguidores de la Reina Cristina?” pregunta a la periodista. Fue Premio Meridiana del Instituto Andaluz de la Mujer el año pasado y por la misma razón –el redescubrimiento de las obras de muchas e importantes autoras– ha recibido el galardón Territorio de Igualdad, que no pudo recoger por el confinamiento. También se ha quedado sin ir a Argentina, uno de los muchos viajes a un continente donde Renacimiento es conocida y reconocida.
–Usted se llama Cristina con h, una letra muda. Es una forma curiosa de marcar su identidad.
–Sí. Es casi la primera decisión personal que tomé en mi vida, muy pequeña, en el colegio. En mi pasaporte francés pone Christine, en el español Cristina y yo quise ser las dos cosas: Christina. Nací un catorce de julio y a veces bromeamos que podían haberme llamado fete nationale, y no sería la única en Francia. Le aseguro que hay muchas francesas que se llaman así: los padres miran el santo del día y como ven fete nationale llaman así a algunas niñas. Hubiera estado genial vivir en Sevilla y llamarme Fete. [Ríe o, más exactamente, ríe más, porque Christina Linares habla sonriendo siempre y sólo se pone seria cuando cree que el asunto es grave, pero hasta en temas espinosos mantiene un tono de entusiasmo casi exultante]. Nací a medio camino entre mi casa de Sevilla y la de mis abuelos en Francia, y esa es una extravagancia que me gusta, como mi nombre mixtificado. Al fin y al cabo soy hija de mis padres.
–Que son extravagantes.
–Que son extraordinarios. Me he criado entre libros, libros viejos y libros por hacer, investigadores y creadores. Me di cuenta de que era algo especial un día que el novio de una amiga me vio un libro y alucinó: “¡Pero si Renacimiento ha editado toda la poesía de la experiencia, no me digas que conoces a García Montero, a Benjamín Prado y Benítez Reyes!”. Dejé de sentirme un bicho raro para sentirme un bicho afortunado [se le sale la sonrisa de la cara].
–Difícil matar al padre, en su caso.
–Yo soy una niña buena, no he querido hacerle caso a Freud en eso, ni con mi padre ni con mi madre. Aunque siento que me construido yo misma, no a pesar de ellos, sino a partir de ellos. Pero me siento yo: he roto el cordón umbilical a mi manera, tomo mis decisiones. Si trabajo en Renacimiento, si traduzco y edito, como mi padre y mi madre, es porque quiero. Hombre, es verdad que vivir en Madrid y ser independiente económicamente cambia la relación, y que a veces me cuesta que mi padre no me proteja demasiado o no sea condescendiente conmigo. Pero no me lo tomo por lo personal. En realidad mi padre es condescendiente con todo el mundo… [ríe traviesa] porque puede. Abre la boca y da una clase magistral, y cuando no opinamos lo mismo la verdad es que me resulta más estimulante que otra cosa.
–Niña rara.
–No. Los raros son los otros [se carcajea]. Soy consciente de que somos peculiares, nuestra vida es una nave llena de libros, libros antiguos y libros recién hechos que huelen a tinta. Esa es nuestra fortuna y nuestra ruina –aclara, bajito– porque nosotros controlamos todo, el diseño, el papel, los autores, los prologuistas, las traducciones. Y luego está la gente maravillosa que nos rodea, creadores y sabios, gente tan interesante, tan impresionante. Sé que la expresión es fea, pero yo he mamado eso y me siento muy afortunada.
–Los autores no siempre son gente fácil. Hay ríos de tinta sobre las broncas entre escritores y editores.
–No es mi experiencia. Verá, mi padre es muy generoso. Lo fue cuando empezó a publicar gente que empezaba y que ahora son autores consagrados. Y lo es con su pasión por la reedición, por su obsesión de rescatar a gente valiosa, tantas obras buenas. En mi caso, además, es que no son las autoras que murieron hace mucho, son las investigadoras y los investigadores los que le dan sentido y pasión a todo lo que hacemos. Tengo un grupo de WhatsApp en el que están, por ejemplo, Nuria Capdevila y María Jesús Frada, las directoras de la colección Elena Fortún, y nos hemos llamado Las Afortunadas. Por Fortún, claro, y porque es una suerte comprobar cómo por ejemplo Celia en la Revolución se convierte en un exitazo y le interesa a tanta gente distinta. Es una maravilla devolverle a la autora esa vida que tuvo que ocultar. Y Fortún al fin y al cabo era reconocida por Celia; yo misma quería ser Matonkiki, la prima traviesa de Celia, y hasta se hizo una serie muy buena de televisión dirigida por Borau, imagínate, pero hay otras mujeres importantísimas que a lo mejor suenan pero que no se conocen. Esa complicidad que tenemos en esta tarea de recuperación nos une muchísimo, crea unos lazos que trascienden el trabajo.
–Las feministas hablan de “la ablación de la memoria”.
–Y no es una exageración ni una astracanada. Es la verdad. Incluso aquellas que en vida fueron tan activas, que estuvieron en todo, escribieron, viajaron, participaron en política y en aventuras de todo tipo, incluso esas mujeres superactivas, han sufrido, más que un olvido, una desaparición total. Es evidente que la dictadura nos robó todo aquello que se hacía en el exilio, pero cuando muere Franco y se recupera a tantos autores a ellas no les llega el turno. Han pasado cuarenta años y aún queda mucho por hacer. ¡Ojo, que hablo de autoras y ensayistas de extraordinaria calidad! No es sólo una cuestión de justicia moral, si sirve esta expresión.
En realidad para mí es una oportunidad, como si fuéramos excavadoras del valle de los Reyes en Luxor, estamos rescatando joyas. Y funciona. La gente responde. ¿Sabe que Celia [el personaje de la mayor parte de las novelas de Elena Fortún, al que Linares se refiere en muchas ocasiones y un éxito editorial de los últimos años] ha caído en la selectividad? Por fin. Y se ha estrenado una obra de teatro basada de María Folguera. ¡Es que son muy buenas! Como Carnés, como Colombine, Carmen de Burgos, que estamos editando nosotros y otros. O las memorias de todas ellas. Y es que no existían. En realidad, no las hemos olvidado, es que no las hemos conocido nunca. Yo que era tan buena estudiante nunca supe que en la Generación del 27 había mujeres, qué barbaridad tan grande. Cuando fuimos al Puerto de Santa María a visitar la Fundación Alberti, María Teresa León solo aparecía como la mujer del poeta.
–Precisamente esta es la nueva apuesta de Renacimiento, la Biblioteca Teresa León, pero antes de entrar en eso… ¿Ese olvido es por ser mujeres, por ser de izquierdas o por las dos cosas?
–Ahí hay consenso. Mujeres, de cualquier ideología. [Se pone seria]. Cuando se empezó a recuperar a los exiliados, y mira que aún queda, Max Aub, Cernuda y a los perdedores de la guerra, Antonio Machado, Miguel Hernández y Alberti a ellas se las olvidó. Pero, si me lo permite, esa misma crueldad se ha ejercido con mujeres valiosísimas que se quedaron aquí. Estos mismos prejuicios los ha habido con hombres, no digo que no, lo que suele decir Trapiello: los que ganaron la guerra pero perdieron la literatura. Pero con las mujeres el silencio ha sido el mismo para todas.
–Está hablando de Felicidad Blanc o Mercedes Formica, por ejemplo.
–Esos son dos casos paradigmáticos. Al margen de compartir esa losa por el hecho de ser mujeres, a pesar de todos los méritos, con Kent y con Formica hemos sido extraordinariamente injustos. Es verdad que Victoria Kent se opuso al voto femenino en un determinado momento, pero luego tiene toda una biografía en la defensa de derechos, su trabajo en las cárceles, con los niños, en el exilio. Ella no es sólo ese momento. Se la reduce. Y con Mercedes Formica, aún peor. Militó en Falange muy poco tiempo, cuando tenía veintitrés años y luego, aunque efectivamente trabajó con el régimen franquista, fue defensora de los derechos de las mujeres, mantuvo una lucha a brazo partido con Pilar Primo de Rivera, consiguió cambiar el código civil que nos trataba de menores de edad y se atrevió a llamar a Franco públicamente el albondigón.
Pero en lugar de juzgarla por su obra, por sus actos, la reducimos. Es como si dijéramos: “el falangista Torrente Ballester”. Sería injusto. Pues con Mercedes Formica pasa igual y peor, porque se la condena. Claro que no era feminista, pero ¿sabe?, yo creo que nos definen los actos y no lo que decimos que somos. Formica luchó por la igualdad de las mujeres, tanto por lo que hizo, como por lo que escribió. Y recomendaba la lectura de Simone de Beauvoir que estaba prohibida en España, aparte de su calidad literaria, que es indudable. Me enciendo con este tema. Nos la perdemos y la juzgamos sin conocerla. Los prejuicios son los que castran la literatura. Victoria Kent y Mercedes Formica son grandes mujeres, víctimas de una visión sesgada y alicorta de su vida y de su obra.
–Sin embargo, encendida y todo, parece disfrutar como una loca.
–Porque este rescate no me está dando más que satisfacciones. Por el trabajo de tantas personas y, sobre todo, por los lectores. Es impresionante cómo agradecen conocer novelas maravillosas, que tengamos en español obras de tanta calidad como las de Carnés o Mulder. O saber más de figuras como Clara Campoamor, de la que sabemos que le debemos el sufragio universal y el voto femenino, pero es una mujer que pasa por diferentes momentos, que tiene toda una vida que contar. O Lejárraga o Parga. Vidas de mujeres que además cuentan su tiempo de una manera que los hombres no hacen. Hablan de la vida. De verdad, los lectores lo saben, lo aprecian. No las hemos olvidado, nos las han robado.
–¿Les está pasando también fuera de España?
–Renacimiento siempre ha tenido una vocación muy latinoamericana. Estamos en la Feria de Guadalajara (Premio Princesa de Asturias 2020) desde hace muchísimos años y la relación con México o con Cuba es casi parte de nuestra identidad. De México hemos traído mucho de exiliados, y de hijos de exiliados. Pero nos ha pasado ahora una cosa estupenda en Chile y en Perú. En Chile estaban descubriendo la figura de Morla Linch [cónsul en España y el auténtico factótum de apoyo a los republicanos españoles– que, hasta que no publicamos sus memorias, era un gran desconocido, con méritos que se atribuían a Neruda. Y en Perú es maravillosa la recuperación de Rosa Arciniega, una mujer impresionante con novelas brutales, del estilo de las de Carson McCullers, piloto de aviones, una barbaridad. Vivió en el Madrid de la República, tuvo una vida apasionante. Modernísima. Y en Perú, donde nació, era una perfecta desconocida.
–Usted suele hablar de una anécdota de Josebe Martínez sobre las autoras del exilio.
–Sí. Tremendo. Cuando cuenta que empieza a reunir la vida y la obra de las exiladas en México, mujeres que habían tenido un papel y unas vidas y estaban desparecidas. Y queda con Amada Carreño en su casa. Ella era ya mayor. Lo recibe arreglada, recién llegada de la peluquería y con sus libros ordenados y pulcros encima de la mesa. Perfectamente compuesta, como si llevara toda la vida esperando esa visita, toda la vida esperando a que alguien volviera a interesarse por su obra. Es una imagen que me conmueve. Es tan injusto el olvido y a la vez tan apasionante rescatarlas.
–A otras sin embrago se las conoce mucho y mal. Hablemos de la colección María Teresa León y la flamante edición de Memoria de la melancolía después de años y años descatalogada.
–¿Sabe que María Teresa León tiene obra inédita en España? Estamos tan contentos. Por fin. [A la pregunta de si se ha tardado tanto por dificultades con la familia, sonríe negando]. Llevábamos mucho tiempo detrás de su obra, lo cierto es que nuestro director de la colección, Benjamín Prado, ha hecho un papel impagable y las herederas, la hija y la nieta, se han portado divinamente. Yo lo entiendo. Es una obra importante y la familia siempre quiere lo mejor para la obra de su autora. Yo creo que las convencimos el año pasado con la edición de su viaje a Moscú. Les gustó mucho el libro, cómo lo habíamos editado y cómo la tratamos. Entramos en este barco de la mano de Aitana y de su nieta. Rescatar a María Teresa León es muy grande.
Y claro que el papel de los herederos es fundamental; sin la generosidad de Aitana, de la hija de Chaves Nogales o del nieto de Elisabeth Mulder hubiera sido imposible. Hay herederos que aman la obra y otros su valor comercial. Memoria de la melancolía es una joya, le hemos hechos promoción durante el confinamiento, una cosa distinta en las redes, con voces de escritoras, cantantes y periodistas y lo he pasado tan bien. Tenía tantas expectativas antes de leerlo que me daba hasta miedo. Pero qué va, es un texto maravilloso. Y tiene un libro sobre Cervantes y otro sobre El Cid que son magníficos. Lo bueno de estos libros, de Renacimiento, es que no competimos con novedades. Somos de fondo, nacemos para el fondo.
–Para ser editora, se queja poco.
–Ya se queja mi padre por mí. [Vuelve a reír con muchas ganas y luego hace un gesto de arrepentimiento] Y lo hace con razón ¿eh? Nosotros cumplimos un papel de rescate que debería ser una obligación del Estado. Como pasa en Francia: la cultura como una cuestión de Estado. Y mi padre, nuestra editorial, lo hacemos casi siempre solos, a pelo. Lo que me pasa es que soy una optimista incurable, no es que vea el vaso lleno, es que lo veo rebosante siempre.
–Tiene treinta años, tal vez le pegaría más editar vídeos de k-pop.
¡Soy muy vieja para eso! Pero no crea, en el mundo de las editoriales independientes ahora mismo hay gente muy joven y con muchas ganas. A mí me gusta estar en varios mundos a la vez. Por ejemplo, he participado en un libro disparatado sobre Benidorm, hice un poema hortera, hortera, una gamberrada, y pensé: a mi padre le da un ataque cuando lo lea. Pero no. Me dijo: “es lo que le pega a Benidorm, que hicieras una cosa kitsch”. Y sigo la obra de gente joven. Tenga en cuenta que seguimos apostando por nuevos creadores. Y luego está la influencia de mi madre. Gracias a ella he descubierto a las poetas simbolistas y a las surrealistas, que son de hace un siglo pero muy modernas. Comparto su pasión por Valentine Penrose, por ejemplo.
–En estos tiempos de cierres y desastres parece que las editoriales independientes están asombrosamente vivas.
–Es increíble la fuerza que tienen las editoriales independientes, seguramente porque tenemos un campo discreto, pequeño pero fiel. De todas maneras hay que reivindicarse. Acabamos de crear una plataforma de más de treinta editoriales independientes en Andalucía y nos hemos puesto a trabajar. Hemos pedido que la Junta incluya la compra de libros para bibliotecas en su plan de cultura, ahora con la pandemia, porque no hay nada. Y estamos a la espera de cómo resulta el plan anunciado por el Ministerio. Se están editando cosas geniales como Autoras de culto de Blanca Gago, que es una pasada, un cruce entre grandes como Virginia Woolf, Lucia Berlin, Vivian Gornick, Dorothy Parker o J. Carol Oates. Me da envidia sana cuando otros editan libros que habría hecho yo. Me tiran las mujeres, claro. ¡Qué envidia cuando Hoja de lata editó Tea Rooms de Carnés. Porque una cosa es tener unos baremos de calidad que yo creo que debe ser el sello de las independientes y otra renunciar a que los lectores sean cada vez más. Yo estoy emocionada con el libro que hemos publicado del autor del carnaval de Cádiz, un tipo singularísimo, Juan Carlos Aragón. Queremos muchos lectores pero los queremos mucho tiempo, que se fíen de nosotros.
–Edita y asume la dirección comercial y lee como una loca, pero empezó traduciendo.
–¿Ve como mi vida ha sido una oportunidad tras otra? Tenía diecisiete años y de pronto ponen en mis manos el único ejemplar que había de las Memorias de un recluta francés, de Louis François Gille, escritas en 1808 y editadas por su hijo en 1892. ¡Qué pasada de libro! Parece mentira que no aprovechemos para películas y series todas esas peripecias y esos libros que hay. Es un soldado raso que viene a España, de París a Cádiz, con las tropas de Napoleón y le pasa de todo. Desde el canibalismo, que descubre en Cabrera, hasta ese alcalde que le quiso casar con su hija en un pueblo de Granada. Es un libro de aventuras increíble. Solo había un ejemplar que tenía mi padre y otro en la British Library de Londres. Allá que me fui por si era mejor que el nuestro. Pero no, el de mi padre estaba en mejor estado. Esa fue mi epifanía. Ahí descubrí que hay tanta vida esperando a que la descubras… Traducir es eso, más para una hispanoparlante con millones de personas que comparten tu lengua. No somos conscientes de lo ricos que somos. ¿Cómo no voy a ser optimista si soy tan afortunada?