La gran colección Vayreda: el naturalismo de Cocteau, Marinetti y D’Annunzio
Tras la desaparición de Vayreda se evidenció toda su influencia como paisajista, clave para fovistas e impresionistas
31 mayo, 2020 00:00La Casa Vayreda de Olot esconde en su interior joyas del arte catalán y europeo cuyo destino seguirá siendo incierto si el Ayuntamiento de la ciudad no consigue un acuerdo con la familia que permita museizar su contenido. De momento, solo hay un protocolo firmado por ambas partes en el que también tienen cabida el MNAC y su brazo territorial, el Museo de la Garrotxa. El gran paisajista Joaquim Vayreda fue fruto del entronque entre los Vayreda y los Vila Abadal, descendientes de El Caballer de Vidrà, cuyo resultado convirtió al tronco familiar en uno de los más ricos del país. Tal era la magnitud de sus tierras que, recién terminadas las últimas guerras carlistas, los Vayreda iban de Olot a Barcelona en una carlina enjaezada, sin moverse de los lindes de su propiedad. En el mundo rural, donde prima la propiedad de la tierra, los Vayreda-Vilà, fueron una réplica de lo que significó, en el mundo urbano e industrial, la unión entre los Comillas y los Güell, en la figura del vizconde Eusebio Güel Bacigalupi (vapores, textiles, compañías marítimas, mineras y grandes bancos).
Vayreda se entregó plenamente a su estilo junto a pintores como Modest Urgell, José Luis Pellicer y Josep Armet; expuso por primera vez el año 1865 en el Paseo de Gracia de Barcelona, donde presentó la obra Arri Moreu; al año siguiente, sus telas entraron en la mítica Sala Parés, donde se dio a conocer a su público natural, los adinerados emprendedores de la Revolución del Vapor. Como todas las que han pertenecido a pintores reconocidos, la colección Vayreda empezó muy pronto su diáspora aunque, posteriormente, muchos de sus cuadros fueron recuperados por sus descendientes y añadidos a las adquisiciones de arte realizadas por la familia.
El mejor paisajismo
Hoy, aquel domicilio y estudio de pintor es la sede muda y cerrada a cal y canto de obras propias (Francesc y Marià, además de Joaquim), que contiene además lienzos de Arístides Maillol, Joaquim Sunyer, Alfred Sisquella o Josep de Togores. Los expertos sitúan también en la mansión bocetos de ballets rusos, obra de Pablo Picasso, que llegaron a manos de los Vayreda tras la última visita del genio malagueño a Barcelona en 1917, con motivo del estreno de la emblemática muestra Parade a Barcelona. Parte de la Colección Vayreda, cuya suerte depende ahora del municipio y del esfuerzo del MNAC, fue propiedad del hermano del primogénito, Marià Vayreda, escritor, coleccionista y también sobresaliente pintor, cuya residencia del ochocientos, Can Trinxeria, está situada frente a la Casa familiar.
La influencia de Vayreda después de su desaparición fundamentó el regreso del mejor paisajismo, en el cruce entre los tonos casi metafísicos del pintor y el color rabioso de los fovistas e impresionistas. El pórtico del siglo pasado no fue barrido solo por las vanguardias. Se produjo también una vuelta al naturalismo de alcance mundial, como se vio en la fiebre francesa del Rapel a l’ordre, (retorno al orden) lanzada por Jean Cocteau en 1926, que provocó un lapsus creativo en Braque y Picasso, padres del cubismo. Aquel nuevo arranque del figurativismo acabó emparentándose con el clasicismo italiano, reclamado por el Manifiesto Futurista de Marinetti, con el simbolismo de Giovani Pascoli y De Chirico, y también con el decadentismo del gran escritor Gabrielle D’Annunzio, adicto al resurgimiento autoritario del fascismo. Aquella corriente se enriqueció además en contacto con la Nueva Objetividad alemana, el Novecento transalpino y el Realismo Mágico de la pintura, tal como lo bautizó Franz Roh.
Una influencia indiscutible
Después de muerto, Joaquim Vayreda acabó siendo una de las referencias de aquel momento como guía de Rusiñol y Casas. Se hizo pintor en la escuela de Barbizon (París) inspirándose en las obras ya avanzadas de Camille Corot, Millet, Théodore Rousseau y Daubigny. Viajó por toda Europa, se exilió en Londres durante la última carlinada y no quiso ser ajeno a los primeros pasos del impresionismo, cuando los trabajos de los nuevos pintores y sus vistosas paletas estaban a punto de cramelo. Pisarro y Monet habían hecho en Londres estudios de edificios envueltos en nieblas; Alfred Sisley se les había adelantado por ese camino; Renoir se hallaba bajo la total influencia de Monet; y Edgar Degas empezaba a tratar los tutús de sus bailarinas del mismo modo que Renoir las flores.
Vayreda reconoció la enorme calidad de aquella troupe que daría su gran aldabonazo el 25 de abril de 1874, el día en que Louis Leroy daba cuenta en Le Charivary (París) de la exposición organizada por unos treinta artistas en el antiguo estudio de Nadar, retomando con ironía el título del cuadro de Monet, Impression, soleil levant. Vayreda falleció en 1889, dos décadas después de la irrupción del azul de Cezanne y el rojo de las flores en los jardines de Renoir. Pero la plenitud de su reconocimiento llegaría en 1917 con el détournement naturalista de los artistas catalanes entre el final de la primera Gran Guerra, la Revolución de Octubre, la muerte del presidente Enric Prat de la Riba, impulsor del Noucentisme, la Dictadura de Primo y los conflictos sociales y laborales. El contorno social tuvo entonces su reflejo intelectual en el conocido manifiesto Art-evolució, de Torres-García. Vayreda había fundado en su ciudad una escuela de Artes y Oficios, que acabó denominándose Escola d’Olot, de dudosa memoria a causa de su quietismo.
La vuelta al clasicismo confirmó para muchos la influencia indiscutible de Joaquim Vayreda, como puede verse ahora telemáticamente en la exposición Realisme a Catalunya (1917-1936): del Picasso clàssic al Dalí surrealista, presentada por la Red de Museos de Arte de Cataluña y comisariada por la sobresaliente Mariona Seguranyes.