Pandemia y cultura
La prensa cultural internacional analiza la debacle que ha supuesto el confinamiento para la cadena industrial del libro y aborda la pandemia desde todas las ópticas
20 mayo, 2020 00:00Vivimos una ordalía que aún no ha pasado. No es solamente que aún no hayamos recorrido todas las fases previstas como un curso lunar de astrólogo mistérico, sino que habrá otras sorpresivas, con altibajos. Durante bastante tiempo parece que vamos a tener que acostumbrarnos a no vivir en un valle o meseta, sino a ascender y descender, escalar y desescalar, desde las cumbres, que serán varias, hasta el campamento base. Los científicos se afanan en el esclarecimiento de la cadena genética del virus. El ser humano en su conjunto va a tener que investigar también de qué pasta hemos estado hechos hasta ahora, y cómo se va a configurar lo nuevo. Alba u ocaso, nos ilumina o ensombrece una luz sin duda crepuscular. Sin desatender diferentes manifestaciones culturales, todas de aspecto insignificante ante el gran tema que nos ocupa, la prensa especializada presta constante atención al coronavirus, que, aunque sea microscópico, ha venido a zarandear todo el edificio de nuestra sociedad como elefante en cristalería, tan frágiles somos.
The Paris Review ha puesto en marcha un ciclo de lecturas de poemas (ya publicados en la larga lista de sus números anteriores) a cargo de poetas confinados en sus casas. Muy apropiadamente se llama Poets on Couches, poetas desde el sofá. En el sitio de la revista se puede oír recitar versos de Mark Strand, John Ashbery o, traducido, Federico García Lorca, entre otros menos conocidos.
Joyce Carol Oates escribe en The Times Literary Supplement (TLS): “My Therapy Animal and Me” acerca de cómo su mascota, la gata Zanche adoptada en un refugio, la está ayudado a pasar entre ronroneos el encierro. Su clausura impuesta le ha hecho recordar la de Thoreau, voluntaria, que se le antoja una ingenuidad, cuando no algo peor, pues es sabido que en su cabaña de Walden Pond el autor de Desobediencia civil se hallaba solamente a una caminata de la localidad de Concord, donde vivía su familia, a la que podía visitar cada vez que se sentía solo o quería comer decentemente y que le lavaran la ropa.
Henry David Thoreau
Los últimos números del semanario abundan, como es lógico, en textos sobre la pandemia, ya sea desde la medicina, ya desde la filosofía o distintas disciplinas como la política o la literatura; por ejemplo, una relectura del citadísimo Diario del año de la peste, de Daniel Defoe (del que también se publica un texto paródico). Y en lo comercial, y como responsabilidad social, ha hecho algo tan importante como ofrecer publicidad gratuita a las librerías independientes durante la crisis.
La enfermedad no es solo un manejo de estadísticas, sino la lucha diaria de cada cual, cada persona de carne y hueso, con las circunstancias que le ha tocado vivir –y morir–. La novelista Amélie Nothomb perdió a su padre el 17 de marzo, el primer día del confinamiento en Bélgica. El difunto fue diplomático en países asiáticos, como Octavio Paz o Pablo Neruda (recomiendo Oh, maligna, la novela de Jorge Edwards aparecida en Acantilado hace unos meses sobre el primer destino, en Birmania, del autor de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada). La hija le ha dedicado semanas después una emotiva carta, escrita a bolígrafo, como quien en verdad escribe en la intimidad a un ser querido, de la que se hacen eco medios de comunicación como Le Figaro. Nothomb se resiste a que la partida del padre sea también su ausencia: “La mort n'est pas la cessation de l'amour”.
Amélie Nothomb
Como en Francia también han reabierto las librerías, Le Monde ha repasado las novedades de fechas recientes cuya distribución quedó descalabrada por el coronavirus y ahora que corren el riesgo de ser arrastradas por la avalancha de novedades de junio.
En el mismo periódico se ha publicado un artículo colectivo firmado por editores independientes y libreros cuya tesis es que la crisis sanitaria obliga a replantearse a fondo toda la cadena del libro, lastrada por una superproducción difícil de asumir y por la dictadura feroz de la novedad en detrimento del catálogo de fondo, lo cual significa fugacidad y conversión del papel en efímera presencia hoy, destinada a ser mañana guillotinada (de Francia hablamos). No se equivocan: se puede ver el atasco en las librerías como un coágulo en el cuerpo de la edición, un trombo (y de trombos inopinados están bien servidas las secuelas del virus). El comercio del libro es una autopista; si se bloquea, hay no ya atascos, sino vuelcos, derrapajes y hasta accidentes mortales.
En Italia, La Repubblica se fija también en el mundo del libro y advierte que uno de cada diez pequeños editores se halla en riesgo de cerrar. Parece optimista el periódico. ¿Quién no piensa en un porcentaje tristemente mayor? A este cronista le gustaría fijarse en otros asuntos en la próxima entrega de esta carta internacional de tendencias en la cultura. Pero a ver en qué queda todo. De momento, las especulaciones sobre si seremos mejores o peores no dejan de barajarse, y las apuestas llegan a lo temerario, y a menudo van de farol. Hagan juego, señores.