Pardo Bazán en París
La escritora gallega, que visitó la capital francesa en 1889, publicó una colección de crónicas de viaje donde reflexiona sobre Barcelona, España y la modernidad europea
15 abril, 2020 00:00No era la primera vez que iba a París ni tampoco la primera vez que visitaba una Exposición Universal. Pero esta ocasión fue diferente. Estamos en 1889. “Francia está en el atolladero, en la Exposición tendrá fijos los ojos el mundo”. Emilia Pardo Bazán, escritora, cronista y perspicaz observadora, no iba a faltar a la cita. Sus ojos fueron testigos de cuanto aconteció en París aquellos días y su escritura lo expresó en las crónicas que publicó en periódicos como La Ilustración, La Época, El Imparcial y La España Moderna.
Estos artículos fueron reunidos, tiempo después, en dos libros: Al pie de la Torre Eiffel y Por Francia y por Alemania. Ahora, 131 años después, la editorial La línea del horizonte recupera el primero, que contiene las crónicas que la escritora gallega redactó entre el 7 de abril y el 4 de octubre de 1889, a las que se ha añadido un prólogo, donde se narran los preparativos del próximo viaje, y un epílogo de la propia Pardo Bazán, que reconoce la admiración crítica que siente por Francia: “Contraería seria responsabilidad si ayudase a inducir a mis compatriotas en el error de que Francia, aunque semejante a nosotros en ciertos defectos de carácter, de los cuales he de repetir siempre in hoc non laudo, no es una nación de primer orden civilizador”.
Retrato de Emilia Pardo Bazán publicado en 1921 en la revista
Desde esa confesa reverencia, Pardo Bazán realiza en sus crónicas un interesante ejercicio de comparación con España, siguiendo, en parte, a la intelectual francesa Madame de Staël. Si ésta convertía su ensayo Alemania en una reflexión sobre la Francia napoleónica, la autora de Los pazos de Ulloa mira al país galo para observar la sociedad de la que procede, que deja atrás una vez cruzada la frontera. Sabe que los juicios comparativos no siempre son justos, pero, al mismo tiempo, es consciente de los estrechos vínculos: “Con ningún estado de Europa realiza España mayor cantidad de transacciones que con el francés y con ninguno está en más inmediato contacto, ni tiene mayor interés en conocer sus medios de adelanto y perfeccionamiento industrial”.
Es desde la conciencia de que Francia se presenta como modelo a seguir que, nada más llegar a Burdeos, una de las primeras etapas de su viaje, la escritora dedica una crónica a Barcelona, que visitó un año antes con ocasión de la Exposición de 1888 y a la que define como la ciudad “más hermosa de España”, la única “donde el espíritu comercial y cierto cosmopolitismo hicieron posible esta solemnidad moderna”. A modo de enmienda, disculpándose por la “pereza viajera” que supuso no dedicar ninguna página a la muestra de 1888, escribe en su primera crónica: “Espero que me sea lícito consagrar un memento a Barcelona y ufanarme con esta gloria de la patria, no suficientemente ensalzada, a mi ver, si se considera bien lo que significa”.
Sin embargo, el entusiasmo no la ciega. Pardo Bazán se muestra honesta; como señala Ana Rodríguez Fisher en la introducción del volumen. Es una narradora “que ha asumido resueltamente la premisa de su querido Padre Feijoo y escribe para que sus lectores no se llamen a engaño”. De hecho, confiesa su desconocimiento ante determinados temas y reconoce que sus crónicas no son resultado “de una observación profunda, de una fundada doctrina, ni de un arte reflexivo y sentido”.
Sorprende la modestia y la honradez intelectual de Pardo Bazán, que rechaza emular la impostura de quienes alardean de los conocimientos de los que carecen: “Siempre juzgué gran niñería el aparentar poseer casillas intelectuales que nos faltan”, afirma, pero no reniega de escribir de todas las cosas que ve. Eso sí, sabe que para abordar materias y cuestiones “de suyo indigestas y áridas” está obligada a “nadar a flor de agua, a presentar de cada cosa únicamente lo culminante, y más aún lo divertido, lo que puede herir la imaginación o recrear el sentido con rápido vislumbre”.
Cartel de la Exposicion Universal Internacional de Paris 1889
Emulando el lema horaciano, la escritora gallega, enseña y deleita: tras la amenidad y agilidad de su prosa, se esconden reflexiones que van desde la crítica estética hasta el análisis de las costumbres, sin obviar el cuestionamiento del culto a la máquina que caracteriza a los futuristas o el reproche a las imposturas intelectuales. En su introducción, Rodríguez Fisher destaca la variedad temática, pero también formal y de género de estos artículos: algunos de los textos “son crónicas propiamente dichas”; otros pueden definirse como narraciones de viaje, “biografías o efigies, dada su brevedad y lo que tienen de retratos y retazos autobiográficos”.
El elemento biográfico siempre está presente, como sucede en el texto que dedica a la visita que realiza, junto a sus dos hijos pequeños, al museo Gravin. La escritora escribe en primera persona y sus crónicas buscan compartir con el lector la intimidad de la experiencia viajera. Nos hace partícipes de su entusiasmo por el artificio dentro del campo artístico; censura el uso del hierro, como substituto de la piedra, en arquitectura y queda fascinada por la electricidad, esa “bacanal de luces” que es París de noche.
La fascinación por la modernidad que significa la electricidad –luces, gramófonos, teléfonos, micrófonos– sin embargo, no se extiende a la industria. Pardo Bazán, más próxima a los principios románticos que a la exaltación futurista, trata “el tema de la civilización y el progreso desde un punto de vista humano”. Queda patente en su visita a la Galería de Máquinas, donde contempla artefactos que “andan, respiran, giran, funcionan” y que compara con “monstruos de hierro y acero” carentes de inteligencia, al contrario que el ser humano.
Pardo Bazán presta particular atención a los hombres y mujeres con los que se cruza, describe a sus maneras de hacer y sus costumbres. Como en sus artículos, algunos de ellos reunidos por Cátedra en La mujer española y otros escritos, la escritora gallega vincula el progreso a la figura de la mujer.
De regreso de su viaje, en un artículo de 1908 publicado en La ilustración artística, Pardo Bazán escribe sobre la vestimenta de las mujeres, de la que extrae conclusiones sobre la sociedad de su tiempo. Para ella, la moda supone siempre cambios sociales y culturales. Si en su artículo dedica un artículo al arte del sombrero, en Al pie de la Torre Eiffel elogia la falda pantalón: “¿No hay vestidos de trote, de callejeo, de casa, de baile, de comida, de baño y de playa? ¿Pues por qué no ha de haber el de viaje y trabajo, y no ha de ser éste el divided skirt, con su gentil zuava, su bonito faldellín, sus pantalones bombachos decorosos y bien hechos?”.
De regreso de su viaje, en un artículo de 1908 publicado en