Adorno y la Europa del desconcierto
El filósofo alemán, representante de la Escuela de Fráncfort, advirtió en 1967 sobre la influencia del lenguaje de la ultraderecha, visible ahora en una Europa perdida
15 marzo, 2020 00:10Los intereses reales de la gente. No hay que moralizar, sino incidir en cómo se defiende a diferentes colectivos, que se ven sometidos a una enorme propaganda con fines oscuros. La táctica del ¡Chitón! no sirve, “no ha dado nunca buenos resultados”. Son los argumentos de Theodor W. Adorno, que clamó en 1967, en una conferencia ante estudiantes en la Universidad de Viena, frente al ascenso de la ultraderecha, que se había colado en algunos parlamentos regionales de Alemania, y que evidenciaba que persistía una ideología nazi que casaba mal con la joven democracia de la RFA que habían fomentado las fuerzas aliadas. La voz de Adorno, filósofo alemán de origen judío, resuena ahora en una Europa desconcertada, en la que la ultraderecha vuelve a asomar la cabeza, con viejas ideas que tratan de llegar al corazón de muchos grupos sociales que se sienten perdedores y marginados.
Esa voz, registrada en una cinta magnetofónica, se ha recuperado ahora como libro: Rasgos del nuevo radicalismo de derecha (Taurus), una verdadera guía frente a los mensajes simples de los que creen que representan al pueblo, o a la verdadera democracia. Lo que señala Adorno es que los medios para difundir esas supuestas verdades son primordiales, y que debe haber argumentos que sepan contrarrestar lo que son mentiras y manipulaciones. De ahí ese rechazo a quien quiera silenciar a la ultraderecha, con ese ¡Chitón!, como si no existiera.
El paralelismo con lo que ocurre ahora es inquietante. La canciller Angela Merkel rechazó un acuerdo en Turingia que llevaba al gobierno regional al liberal Kemmerich con los votos de los ultraderechistas de Alternativa para Alemania (AFD), y con la participación de la CDU. El pacto se frustró, por la firmeza de Merkel, pese a los problemas internos entre los democristianos alemanes. Ese bloqueo a la ultraderecha no es uniforme en otros países, y en España se ha comprobado con Vox, aunque los socios de esa ultradrecha, como el PP o Ciudadanos, entienden que la formación de Santiago Abascal es otra cosa, que presenta otros parámetros.
Adorno, uno de los representantes de la Escuela de Fráncfort, como impulsor del Instituto de Investigación Social, que volvería a instalar en Alemania después de su paso por Estados Unidos, tras huir del nazismo, reacciona en 1967 porque percibe como un auténtico peligro el ascenso de la ultraderecha: el NPD, partido fundado en 1964, y que en 1968 llegaría a entrar en siete parlamentos regionales. Se encaminaba a hacerlo en el parlamento federal, en las elecciones de 1969, pero no llegó a tener representación por la mínima.
Dynamic Hieroglyphic of the Bal Tabarin (1912) / GINO SEVERINI
La evidencia que expresa Adorno, su voz, clama de nuevo porque las circunstancias son similares. El temor al futuro, la incertidumbre reinante, la impericia de los partidos socialdemócratas, que no llegan a comprender los elementos irracionales, pero que están enraizados en la sociedad, provocan un refugio en entidades que se consideran “radicales”. De ahí el título de la conferencia en Viena, “Rasgos del nuevo radicalismo…de derecha”. Es la percepción y la convicción de que se está en el lado atrevido, en el que dice las cosas por su nombre lo que da fuerza a esos movimientos
El nacionalismo en el centro
Ayer y hoy, los indicios son parecidos. “A pesar del pleno empleo (entonces en Alemania) y a pesar de todos los síntomas de prosperidad, el espectro del desempleo tecnológico anda suelto por el mundo en tal medida que, en la era de la automatización (…) las personas que participan en el proceso de producción se sienten ya potencialmente de más, se sienten ya en realidad potencialmente desempleados. A ello se suma por supuesto el miedo a los países del Este, tanto por su bajo nivel de vida como por la falta de libertad que de forma directa y muy real sufren las personas o incluso toda la masa de la población, y se añade también la sensación de la amenaza política proveniente del exterior”, señaló en la conferencia Adorno, ahora recogida en el libro.
Esos temores se instalan en la población urbana y en la rural. Y lo que ocurría en 1967 retumba de nuevo ahora: “Por lo que se refiere al potencial del radicalismo de derecha en el sector agrario el miedo a la Comunidad Económica Europea y a las consecuencias que ella entraña para el mercado agrícola es sin duda en este país extraordinariamente fuerte”. El nacionalismo ocupa, como aglutinador de esos temores, un papel central. Y lo es, y esa es la paradoja, cuando es menor el poder de un país soberano, cuando el propio concepto de soberanía ha perdido fuerza. Lejos de considerarlo como algo secundario, como algo despreciable, hay que tomar conciencia de su poder movilizador. Y eso es lo que Adorno predica, una y otra vez, para no engañarnos, para no confundir los deseos con la realidad
Ese desprecio es, precisamente, el que identifica esa radicalidad de derecha para criticar a los llamados intelectuales de izquierda, o a los partidos socialdemócratas o la “derechita blanda”, en palabras de Abascal, cuando nos acercamos a España, en referencia al PP, que coloca en un plano de igualdad junto a la izquierda del PSOE, como partidos de un acomodo institucional que no habrían resuelto los problemas del pueblo.
Las palabras de Adorno vuelven a sonar con fuerza: “La libertad de movimientos de una nación aislada se halla extraordinariamente limitada debido a su integración en los grandes bloques de poder. Sin embargo, no deberíamos extraer de ello la ingenua conclusión de que, debido a esa obsolescencia, el nacionalismo ya no desempeña un papel decisivo, sino todo lo contrario; a menudo sucede que las convicciones y las ideologías adoptan su carácter demoniaco, su carácter verdaderamente destructivo, justo cuando de hecho ya no son fundamentales debido a la situación objetiva existente”.
Sangre y tierra
¿Qué hacer, entonces? En países como España esa ultraderecha ya ocupa un espacio importante, con capacidad para marcar la agenda política, para condicionar la conversación pública. La lección de Adorno, que parece que han aprendido gobernantes alemanes como Merkel –aunque no todos, como se ha visto en Turingia– es que no se debe minusvalorar esa capacidad de incidir, gracias a la propaganda y a falsos debates y proclamas.
“No deberíamos subestimar estos movimientos por su ínfimo nivel intelectual ni por su falta de teorización. Sería una enorme falta de visión política pensar por eso que no van a tener éxito. Lo característico de estos movimientos es más bien una extraordinaria perfección de los medios, y concretamente en primer lugar los medios propagandísticos en el sentido más amplio, combinada con una ceguera, con una oscuridad impenetrable de los fines que persiguen”, sentencia Adorno.Sea en Alemania, en Francia, en España o en Italia, con movimientos serios de ultraderecha, y en el seno de una Europa desconcertada, que no puede seguir el pulso en esa guerra tecnológica entre Estados Unidos y China, la respuesta sólo puede ser una, siguiendo a Adorno.
Lo explicitó ante estudiantes, con unas cuartillas repletas de notas. Y sirve ahora, aunque haya muchas dudas todavía sobre cuál debería ser la respuesta: “Creo que la táctica del ¡Chiton!, esto es, la táctica de guardar absoluto silencio sobre estos asuntos, no ha dado nunca buenos resultados, y en la actualidad este proceso ha llegado ya demasiado lejos, más de lo que se podría conseguir con él. Ya les he dicho a ustedes que no hay que moralizar, sino apelar a los intereses reales de la gente”. Es decir, “No hay que oponer mentiras a mentiras, no hay que intentar ser tan artero como él, sino luchar realmente contra él (radicalismo de derecha) con la fuerza aplastante de la razón, con la verdad realmente no ideológica”.
Esos movimientos, que son transversales, parten siempre de un equívoco cuando se analizan, y es que se considera que consiguen el apoyo de antiguos obreros o del sector industrial de las grandes ciudades. El precedente histórico desmiente esa percepción. Lo explica Francisco Uzcanga Meinecke en El café sobre el volcán (Libros del K.O). La mayor implantación del NSDAP, el partido de Hitler, a pesar de partir de la católica Baviera, se produjo en las zonas rurales del centro y norte de Alemania, fundamentalmente protestantes. Y la mayoría de votos los obtuvo el nazismo en poblaciones de menos de cinco mil habitantes.La población rural era receptiva a lemas como “sangre y tierra”, un lema que, con todas las distancias y las diferentes circunstancias, sigue teniendo una enorme fuerza. Y Adorno lo sabía perfectamente. Su voz sigue vigente hoy.