Javier Cercas, ‘back to basics’
El escritor catalán de origen extremeño explora las convenciones del género 'noir' en ‘Terra Alta’, la novela con la que, tras ganar el Planeta, ha elegido reinventarse
14 febrero, 2020 00:00Los géneros literarios componen una suerte de gramática sobre el ser humano. Son una manera de mirarnos a nosotros mismos. Esta condición universal explica que, igual que el propio concepto de cultura, no importe mucho dónde y cuándo se hayan inventado. Lo trascendente es si son eficaces para retratar el alma. En un contexto en el que algunos –sobre todo los autores que la industria editorial nos presenta como hallazgos cósmicos que unas páginas después se tornan decepciones– creen que la literatura consiste en denunciar injusticias de género o verter sus nimiedades bajo la socorrida etiqueta de novela, Javier Cercas, que desde Soldados de Salamina goza de la popularidad del verdadero prestigio, opuesta a la que procede únicamente de los índices de ventas, ha tenido el arrojo de dar un cambio a su trayectoria para regresar al sitio de donde venía, que no es otro que la tradición literaria, aunque no entendida desde el punto de vista académico –sus años como profesor universitario quedan ya lejos–, sino estrictamente creativo.
Cercas, que ha practicado con éxito la autoficción, esa retórica posmoderna que nunca aclara su verdadera condición, ha decidido regresar a casa y acometer una vuelta a lo básico. En este sentido cabe interpretar el experimento que es Terra Alta, la novela por la que ha recibido el último Premio Planeta y que encabeza la lista de los títulos más vendidos en España. Dada la trayectoria histórica del mejor dotado de los galardones de la industria editorial en español, cabría preguntarse si la elección de Cercas, editorialmente hablando, se trata de una apuesta de futuro realmente seria –en busca de una calidad que no siempre ha identificado al Planeta– o, por el contrario, se circunscribe a una operación comercial puntual.
La respuesta, a nuestro juicio, es que Terra Alta puede ser ambas cosas al mismo tiempo o ninguna de las dos. La novela de Cercas, que narra las historias entrecruzadas que confluyen en la comarca de Tarragona de la que toma su nombre, se mueve desde el principio hasta el fin en la ambivalencia: está escrita con una evidente vocación de popularidad –lo que influye en su estructura y estilo y marca su técnica narrativa– pero mantiene operativos todos los resortes de la buena literatura, dosificados con una inteligencia que nos induce a pensar que, cervantino como es de espíritu, el escritor catalán nos propone en realidad un sutil juego, sólo perceptible para los lectores verdaderamente avezados.
Portada de Terra Alta, de Javier Cercas / PLANETA
Portada de
La apariencia de Terra Alta es la de una novela común, casi vulgar. De estilo más bien chato y deudora de los clásicos thrillers cinematográficos, sus páginas están llenas de saltos en el tiempo y en el espacio, contienen descripciones visuales y un lenguaje que huye de la retórica artística. No parece haber sido pensada como alta literatura, aunque esto no es un problema. La crítica inmediata ha resaltado mucho todos estos rasgos, pero lo que no ha llegado a explicar, más allá de las confesiones del propio Cercas, es el fin último de esta aparente autolimitación. Ni tampoco si dicha apuesta, más allá de evidenciar un cambio de tono en su bibliografía, conduce en realidad a algún sitio estable, a un puerto concreto.
Nuestra intuición es que el autor de Anatomía de un instante sabe perfectamente lo que hace. Cuestión distinta es que sus lectores (anteriores) lo entiendan en toda su dimensión. Terra Alta no es una novela extraordinaria: reproduce, con fidelidad, todos los clichés y sobreentendidos habituales del género noir (en su registro policiaco) pero alza desde la nada una máquina de intriga bien dosificada. En esto reside su singularidad: en cómo, frente a las imposturas narrativas de estos últimos tiempos, las viejas convenciones genéricas, como la elegida para este libro, continúan funcionando aunque para muchos se trate de fórmulas amortizadas. Terra Alta mezcla dos tramas –un asesinato a lo Fargo y el relato sobre la forja de Melchor Marín, el protagonista del libro– para terminar haciendo una honda reflexión moral sobre la justicia (y su reverso), la fidelidad a uno mismo y el tiránico poder de los sentimientos primarios.
La narración va ganando vuelo a medida que avanza, pero su desconcertante arranque –gris y sin demasiado filo– no nos parece tanto un defecto como una reivindicación indirecta de que los códigos literarios de siempre, cuando vuelven a resucitar como tales, sin ocultar sus propias convenciones, sirven para contar cualquier historia. Cercas ha elegido una fórmula que recuerda al folletín melodramático –género con una extraordinaria capacidad para enganchar al lector– pero dotándolo de trascendencia gracias a un sistema de espejos.Melchor Marín, el mosso d’esquadra, es un hijo de Los Miserables. La referencia a la novela de Victor Hugo nos sitúa ante el marco de lectura de Terra Alta –la narración pasional romántica– y da las claves del trasfondo con el que Cercas acomete esta nueva etapa. Las referencias están tan a la vista, son tan obvias, que es difícil no creer que el escritor catalán, que ha reivindicado siempre sus orígenes extremeños, no esté haciendo un manifiesto irónico en favor y defensa de los marcos genéricos clásicos, tan denostados, que mantienen incólume su razón de ser hasta en su codificación ortodoxa.
El mensaje de Cercas es que la tradición narrativa, con sus respectivos códigos y maneras, en este caso el pastiche del popularísimo género policiaco, sin aparente nobleza cultural desde una lectura académica, tan saturado de guiños reconocibles, pervive igual que un verso estricto: gracias al arte de la métrica. Terra Alta, en este sentido, es un libro tan riguroso como eficaz para el objetivo con el que parece haber sido concebido, que es darle al lector lo que demanda: una historia, un misterio, un mapa para hacer un viaje y un final imprevisible.