Nuria Capdevila: "La Transición está llena de abuelas mudas y madres muertas"
Hispanista en el Reino Unido y activista del feminismo, la catedrática de la Universidad de Exeter reinvindica el lugar de 'las modernas', mujeres que rompieron moldes
25 noviembre, 2019 00:00Llega a la estación del Ave de Sevilla con el rostro lozano de una estudiosa británica que gasta sus horas de ocio podando dalias en su jardín. Nada más incierto. Nuria Capdevila, ardiente defensora del cuarto de atrás de las mujeres y del espacio privado para el sosiego y el pensamiento, vive en trenes y aviones porque a su cátedra en la Universidad de Exeter le arrima una desaforada actividad editando obras ajenas, publicando propias, guionizando documentales y dando charlas por el mundo hispano. Es hispanista y feminista, catedrática de Estudios de Género en Reino Unido, país en el que se ha formado, ejerce y trabaja por hacer visibles a las modernas, las mujeres de la vanguardia del siglo XX. Entre todas ellas su favorita es Elena Fortún, la creadora de Celia y autora de una novela tan transgresora como la hasta hace poco inédita Oscuro Sendero. En breve estrenará un con Paula Ortiz,: Cartas vivas, un crónica visual del epistolario de las mujeres que rompieron moldes.
–Hispanista y catedrática de Estudios de Género. ¿Hay quien sigue torciendo el gesto cuando oye esa segunda titulación?
–Claro, es una declaración de principios. Aunque yo siempre matizo que cuando hablamos de Estudios de Género estamos hablando de estudios feministas, que es en lo que yo trabajo. En realidad se trata de estudiar el impacto del género en la historia cultural, social y política de España. El género es una cuestión clave para entender la historia de nuestro país. Sobre todo en el siglo pasado.
–Hay quien cree que desde el punto de vista científico el género es una perspectiva ideológica o ideologizada.
–No me gusta nada hablar de ideología de género. Yo hablo de perspectiva de género, pero el género no es una ideología. El feminismo sí lo es y muy potente, pero el género es un factor cultural complejo que necesita ser estudiado, diseccionado y trabajado científicamente.
–Si privilegiamos el género como categoría eludimos priorizar los estudios por su excelencia y no por su sesgo, dicen algunos.
–El género siempre ha servido de sesgo, no de privilegio (ríe) pero está claro que los Estudios de Género deben demostrar su excelencia científica como cualquier otro campo. Además son trasversales. Se trata de ampliar la mirada científica a una parte de la sociedad que no ha formado parte del corpus, que se ha obviado. Es de una enorme riqueza y amplitud de miras añadir la visión de género a cualquier estudio científico. En el caso de España, además, y desde el punto de vista de una hispanista, la instrucción desde una perspectiva de género es especialmente rica porque el caso español es particularmente interesante. Llevamos hablando de regeneracionismo, por ejemplo, desde inicios de siglo XX. La clase política sigue usando ese concepto. No se puede hablar de regeneración excluyendo el papel de las mujeres de las vanguardias artísticas y políticas. No podemos dar un salto en el vacío para hablar de la España de hoy ignorando el papel de los regeneracionistas y excluyendo de ese movimiento extraordinario a las mujeres.
–¿Cuándo empieza a descubrir el papel de Las Modernas y las convierte en su causa?
–Al aproximarme a varios personajes y autoras. La abuela paterna de Malena, la protagonista de Malena es un nombre de tango, la novela de Almudena Grandes, recluida en su piso de Madrid y con una historia que contar, me interpeló cuando empecé. Y Shirley Mangini. Mis padres me regalaron Las Modernas de Madrid en una despedida en Barajas. Y en mis perennes regresos a Elena Fortún y Celia entablé un diálogo con el tipo de autoras que ellas representan.
–¿Está satisfecha con la trascendencia de su trabajo o cree que si se hubiera dedicado a otros autores tendría más resonancia?
–Como investigadora, soy lo que soy porque no podría ser otra cosa. Escribo e investigo sobre lo que me interesa de corazón. Soy una feminista que cree que el estudio de la historia de la mujer da fuerza.
–Se ha formado en Reino Unido: se doctoró en Edimburgo, ha trabajado en las universidades de Lancaster y Oxford y ejerce en Exeter desde 2005. Los hispanistas británicos han sido fundamentales para el estudio de España. ¿Por qué apenas si conocemos mujeres hispanistas? ¿Nos las hay o no están traducidas?
–Las hay y grandes, Roberta Johnson, por ejemplo. Yo adoro el trabajo de mis colegas, conozco grandes hispanistas angloamericanas pero, y no es una crítica, me gustaría que su trabajo estuviera más presente en España. El inglés es un idioma tan internacional que muchas veces se desiste de la traducción al español, y eso me parece una pérdida, la verdad. Es curioso, porque el amor a España es fortísimo y, sin embargo, de la misma manera que los hispanos expertos en filología inglesa publican en inglés es una pena que los hispanistas no se sientan obligados a hacerlo en nuestra lengua. Dicho esto, le debemos muchísimo al hispanismo anglosajón.
Yo hago un experimento en el aula cada inicio de curso. Tengo un alumnado mayoritariamente británico, pero también de otros sitios de Europa y, gracias a la beca Erasmus, de España. Les pregunto siempre por el pacto del olvido y todos saben de qué hablo porque lo han estudiado. Todos, menos los españoles. Ningún español de ninguna universidad.Eso me impresiona muchísimo y a la vez me ilusiona, porque lo que yo hago, con la recuperación de la vida y la obra de todas esas mujeres, es romper ese pacto del olvido y recuperar el capital de la memoria. En España ha habido dos transiciones a la democracia: la primera a principios de siglo XX y la otra tras la muerte del dictador. La segunda cuajó, la primera no, pero fue vital y, sin embargom la ignoramos. Yo creo que mi país tiene que recobrar ese momento fundamental de nuestra Historia y a sus protagonistas.
–Ese olvido ha afectado sobre todo a las mujeres, dice usted.
–Tenemos una herencia cultural que es la del patriarcado pero, a la vez que ocurre esto, me gusta decir que el siglo XX es el siglo del feminismo. Esto no ha hecho más que empezar. Hay una imagen que lo explica casi visualmente, la de los armarios, el mundo escondido en armarios que ahora podemos y debemos abrir. Las mujeres han resistido dentro de esos espacios secretos y abrirlos, descubrirlos, para mí no ha sido solo una gratificante tarea académica, sino que me ha ayudado a saber quién soy. La Transición está llena de abuelas mudas y madres muertas. Hay que darle vida a los muertos porque, si nom se convierten en fantasmas y una sociedad que vive con fantasmas es una sociedad irreal, incierta. Yo me siento interpelada por esas muertas que tienen tantas historias que contar.
–Usted trabaja con el concepto de identidad de la escritora.
–Se ha trabajado mucho con la idea de la identidad de la escritora desde los tiempos de Martínez Sierra [el nombre que María Lejárraga usaba para firmar, y que era el de su marido]. Pero la que fue fundamental para la modernidad es la figura de la mujer pintora. Y sin embrago es el capital que más hemos perdido y que, de hecho, resulta casi imposible recuperar: obras destruidas, desaparecidas, rotas. Perdemos las fuentes. Para mí es una obsesión, tengo prisa porque nuestro legado es muy frágil y está en peligro. En España no existe una cultura del culto a la huella: no se guardan cartas, ni manuscritos, ni dibujos. En Inglaterra cada pueblo tiene su memorial, y no está necesariamente ligado a una guerra o a un acontecimiento especial, sino dedicado la memoria de ese pueblo y sus gentes.
–Al margen de la idea de memoria colectiva, lo que llama la atención es que la introspectiva Inglaterra sea tan cuidadosa con sus archivos personales y la extravertida España sea tan celosa con esa intimidad.
–La cultura protestante le da la importancia a la narrativa del yo. Se nota en el sistema educativo. Nosotros tenemos un modelo heredado de Napoleón en el que hay espacios para todas las historias menos la personal, al contrario de lo que sucede en el Reino Unido. Aun así, mi trabajo seria impensable sin la complicidad de las familias y de las personas que ejercían, sin pretenderlo y desde el cariño, de carceleros de la vida de sus abuelas, madres y tías. Yo creo que la memoria de los artistas, de las personas que han significado mucho ya nos pertenecen a todos. El caso de Carmen Martín Gaite es clarísimo: hay un legado importantísimo perdido porque encierra momentos muy dolorosos, con la muerte de una hija y circunstancias tan sensibles como la identidad de género. Yo, como crítica, puedo aventurar y, como persona respetar, pero después de un tiempo debe primar siempre el conocimiento sobre la privacidad.
–¿Nunca ha callado nada?
–No, pero si lo he revelado en el momento adecuado. La lección más importante de mi vida me la dio Mary Sol Dorau, la amiga y confidente de Elena Fortùn. Ella me dijo que a Oscuro Sendero [la novela semiautobiográfica de Fortún donde aparece su homosexualidad] le llegaría su momento. Y tenía razón: cuando la sacamos del armario en este país había un ambiente de respeto y defensa de la identidad, con las leyes LGTBI y tantas cosas, muy distinto a hace unosaños. Y todo esto es parte de la ruptura del pacto de silencio. A mí ahora me importa mucho mostrar a los misóginos, reconocer el talante de muchos intelectuales que brillaron en su trabajo pero que fueron insensibles y sordos al papel de las mujeres. Ramon y Cajal es un ejemplo. Personas que jamás se hubieran definido como machistas, sino como hombres de ciencias neutrales y que, sin embargo, articulaban la misoginia, daban por única esa manera de entender la vida y, claro, la ciencia.
–¿Las posturas machistas invalidan una obra? ¿Deja de leer, oír y ver a artistas que hayan tenido una vida privada desastrosa con sus mujeres o sus hijas?
–Aparte de gustos personales, yo me he educado como crítica contra el dogma patriarcal de que la vida privada de los autores no importa. Si voy a ver una exposición de Picasso no puedo obviar quién fue. Tampoco trabajaría sobre Pío Baroja. Los hombres están sobradamente estudiados y ellas siguen siendo unas perfectas desconocidas. No podemos permitir este despilfarro. No solamente por redescubrirlas y que las disfrutemos todos, sino para proveerlas de algo que se les ha negado: la auctoritas. Las mujeres, incluso las reconocidas, no forman escuela, no son autoridad.
–Ha vivido en sus carnes una reacción adversa a la iniciativa Cartasvivas (una serie de cápsulas documentales teatralizadas con la voz de mujeres) por la inclusión de Pilar Primo de Rivera. Creo que han decidido revisar el material.
–Cartasvivas es un trabajo de documentación de la voz personal de mujeres que fueron pioneras en muchos ámbitos. Pioneras no quiere decir ejemplares o incuestionables. La ideología que suscribió Pilar Primo de Rivera representa la castración de los derechos y la libertades de las mujeres, pero en ese entramado de poder fascista, en sus inicios, y luego homologado por la dictadura de Franco, peleó por tener una voz propia en un mundo de hombres vociferantes y mujeres silenciosas. El conservadurismo fue ganando terreno en Europa desde los años veinte, consolidándose tras la Segunda Guerra Mundial. El freno a la emancipación de la mujer no ocurre sólo en España. El testimonio de Primo de Rivera tiene un valor histórico, documental, aunque tal vez no lo contextualizamos como es debido y por eso lo hemos retirado. Me han dolido algunos ataques. Como investigadora me he formado en el hispanismo anglosajón, donde el rigor y la investigación van por delante de cualquier sesgo. La academia debe investigar y divulgar y que cada cual saque sus conclusiones.
–¿Qué supone ser hispanista en la época del Brexit?
–Es increíblemente doloroso. Y eso que las ciudades universitarias son filoeuropeas, han estado y están en contra del Brexit, pero se vive con mucha incertidumbre. Mi alumnado es proeuropeo y el cuerpo docente sabe lo importantes que son para la investigación universitaria las ayudas europeas. Dicho lo cual, optimista histórica como soy, creo que el Hispanismo ha campeado muchos temporalees y este también lo salvará.
–¿Qué es lo que les interesa a sus alumnos de esas modernas de hace más de cien años?
– Les gusta mucho Carmen Laforet, muchísimo, a todos, chicos y chicas. Les gustan las poetas del 27 y La secreta guerra de los sexos de Campo Alange, un ensayo muy diáfano. Oculto sendero también fascina a los jóvenes.
–Una pregunta personal, si se deja. La cineasta Itziar Bollaín dice que ella, y las mujeres de su edad, lo tenían difícil para encontrar pareja española. Por eso ella se buscó un escocés. ¿A usted le pasa lo mismo?
–Yo tengo un maravilloso compañero que es británico. Y feminista, por cierto. Conozco a Itziar y a su marido, y sé lo que quiere decir. Mi idea de la igualdad ha sido clave en la construcción de mi vida privada y mi relación de pareja.