El escritor Alejandro Zambra / ANAGRAMA

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Letras

Alejandro Zambra: "La solemnidad aleja a los lectores de la literatura"

El escritor chileno reflexiona sobre los cambios que las nuevas tecnologías producen en la creación literaria y el significado cultural de la lectura como actividad intelectual

4 noviembre, 2019 00:00

Narrador y ensayista, Alejandro Zambra (Chile, 1975) vive por y para la escritura y la lectura. Comenzó escribiendo poesía, pero en 2006 se dio a conocer con Bonsai, una novela que lo convirtió en un nombre de referencia. Más tarde publicó La vida secreta de los árboles y Formas de volver a casa. En 2010, la revista Granta lo incluyó entre los 22 mejores escritores en lengua española.

Pertenece a la generación que vivió la transición de la dictadura a la democracia en Chile. Uno de los temas principales es la memoria. En concreto, la historia reciente de su país, vista a partir de la mirada de un niño de la dictadura. Además de impartir clases, ha colaborado en diversos medios como crítico; de esta experiencia surgió No leer (Anagrama), donde narraba su necesidad de dejar de escribir sobre libros para volver a disfrutar de la lectura sin obligaciones, poder abandonar los libros a medio leer y releer los textos que le entusiasmaron. Tema Libre (Anagrama) es un ensayo escrito desde la libertad absoluta, donde se reúnen textos que no encajaban en otros títulos; divagaciones, textos de corte autobiográfico, relatos. 

–Imagino que no soy la primera en comentarle la relación, en cuanto a ideas y temas, entre No leer y Tema libre

–Hay una relación entre ambos, sin duda. Son dos libros que se parecen mucho. Ambos constatan que se suele hablar de literatura de forma muy solemne e intentan desandar este camino porque la solemnidad aleja a los lectores de la literatura. Esta idea tiene que ver con mi experiencia como profesor. También son libros diferentes. En el momento de reeditar No leer  tuve claro que había unos textos que no podía incluir y que necesitaban ser recuperados en Tema Libre. No me interesa distinguir entre la ficción y la no ficción; no son la misma cosa, pero lo que a mí me interesa no es subrayar la diferencia entre lo ficcional y lo no ficcional, sino trabajar a partir de la indeterminación que hay tanto en el estatuto de la ficción como en el de la no ficción. Así como en la distinción entre ambos mundos.

–En Tema libre no solo encontramos textos que son relatos, sino artículos donde lo ensayístico se mezcla con el relato biográfico. 

–Efectivamente. Sí me parece muy determinante la diferencia entre un texto escrito para prensa con un límite de palabras y con un deadline y un texto que no está sometido a ninguna de estas presiones. Colaborar con distintos periódicos, algo que he hecho de forma ininterrumpida durante años, me hizo darme cuenta de que escribiendo para los medios se aprende y que estos se enfrentan unos desafíos completamente distintos a los que te enfrentas cuando escribes otro tipo de texto. Cuando hacía crítica literaria estaba obligado a presentar semanalmente un texto de 2.000 caracteres, siguiendo unas coordenadas marcadas por el criterio editorial del medio. Era como escribir un soneto cada semana: yo intentaba que fuera siempre el mejor, pero lo escribía sin libertad, constreñido a unos parámetros y siguiendo unas reglas.

Escribir para prensa implica asumir estos condicionantes: el tiempo de escritura disponible, el número de caracteres o las coordenadas editoriales. Para mí la escritura literaria no puede estar sujeta a tantos condicionantes: tiene que ser un divagar libre una forma de balbuceo continuo. Lo que más disfruto de la escritura es perder la idea inicial, someterla a su disolución y así hablar de cuestiones que no sabía que me interesaban, incorporando voces narrativas inesperadas. Lo que me gusta de esta escritura sin plazo es la posibilidad de su fracaso, algo que el texto en prensa no puede contemplar.

–La escritura de periódico responde a una finalidad concreta: informar, reseñar un libro, opinar, reportajear un hecho…

–Por una parte tiene una finalidad concreta y, por otra, es un texto colectivo, que escribes pero en el que participan otros agentes, empezando por tu editor, quien lo evalúa, teniendo en cuenta, entre otras cosas, los criterios editoriales. 

–En sus libros hay un interés por observar cómo el medio y el contexto alteran la escritura. El medio para el que se escribe condiciona la escritura como la condiciona la herramienta con la que se escribe. No es lo mismo escribir a mano, a máquina o con ordenador. 

–Ya lo decía Nietzsche: tus herramientas de escritura modifican tu pensamiento. Es algo de lo que no se habla. Todavía persiste el mito romántico de la escritura a mano. No es que yo reniegue del aura que puede poseer la escritura a mano, pero me parece importante señalar que, hoy, el gesto de escribir a mano se nutre del diálogo que irremediablemente mantiene el hecho de escribir en procesador de textos. Escribir a mano es una elección personal, un gesto significativo en un momento en el que lo natural es escribir en el procesador. Lo que afecta a la escritura no es solo la materialidad del procesador sino su rechazo, algo que encontramos en autores, como Javier Marías, que todavía hoy escriben o a mano o con máquina de escribir. Para observar de qué manera el uso o el no uso de determinadas herramientas influyen en la escritura y el estilo, hago cosas, aparentemente idiotas, como transcribir a mano cosas que he escrito anteriormente en la computadora.

El escritor Alejandro Zambra / ANAGRAMA

–Hace de la escritura con ordenador la primera redacción.

–Exacto. Si lo considerado lógico es pasar en la computadora lo que se ha escrito a mano, yo planteo el ejercicio contrario. Cuando hablamos de cómo cambia la escritura y, por tanto, de cómo cambia el pensamiento dependiendo de las herramientas, tenemos que tener en cuenta la cuestión de la forma y la estructura. Piensa, por ejemplo, en la acción copiar y pegar que hacemos habitualmente con la computadora; alguien podría decir que le hace daño a la escritura, pero, en realidad, la reformula. Las vanguardias históricas proponían el montaje como procedimiento constructivo de las obras literarias. Ahora, se ha vuelto habitual: cualquier mensaje o texto que escribimos nace en parte de un trabajo de montaje.

La posibilidad de copiar y pegar, escribir, borrar y reescribir eliminando cualquier rastro de lo escrito, hace que cada vez nos cueste más dar por definitiva una frase. Hoy todo es escritura; escribimos continuamente, no solo los escritores. No me refiero a que se publican muchos libros, sino a que hoy todo el mundo escribe para comunicarse a través de las redes sociales, los WhatsApp, los mails… ¿Por qué lo que escribo yo merece ser impreso? Es una pregunta que puede parecer paralizante o castigadora, pero creo que es esencial preguntárselo como es esencial interrogarse sobre el sentido de publicar un libro. ¿Por qué ya publicaste antes? ¿Por qué te consideras o te consideran escritor?

–En Tema libre señala que, a diferencia de lo que podría pensarse, lo excepcional no es escribir, sino publicar. 

–Publicar no es tan natural como creemos. Yo separo mucho el acto de escribir de publicar. Para mí, escribir es un hábito del que no puedo prescindir desde que era un niño. En gran medida, empecé a escribir empujado por mi abuela materna, a la que nunca vi con un libro en la mano, pero que era una buena narradora oral y una promotora de la escritura. A todos los nietos nos decía que teníamos que escribir, ya fuera un diario, poemas o canciones. Tenía una obsesión por la escritura. Por esto te decía que para mí la escritura es, ante todo, un hábito que no quiero pervertir.

El escritor Alejandro Zambra / CRISTIÁN ORTEGA PUPPO (ANAGRAMA)

Alejandro Zambra / CRISTIÁN ORTEGA PUPPO (ANAGRAMA)

–¿Cuándo comenzó a considerar la publicación como algo ligado a la escritura?

–No sé. En torno a los 20 empecé a fantasear con la idea de ser escritor y cuando todo se fue a la mierda me aferré a la escritura como si se tratara de un salvavidas. Y, a pesar del tiempo transcurrido, sigo viendo la escritura como un ancla a la que aferrarse día tras día. La escritura cotidiana es, para mí, como un balbuceo continuo en el que, de repente, surgen ideas que me interesa desarrollar y la decisión de publicar, nada fácil por otra parte, es lo último que llega. 

–De la misma manera que no asocia la escritura a la publicación en No Leer quiere recuperar la lectura como hábito, desligada de la obligación de la reseña. 

–Efectivamente. De repente, tras años ejerciendo la crítica, me harté de la lectura obligatoria. Nunca tuve la posibilidad de escribir sobre lo que quería: desde el inicio los medios me pidieron que escribiera sobre libros o sobre tendencias literarias, tema que me aburre muchísimo. Entiendo la exigencia de los medios: funcionan a partir de pautas asociadas a la contingencia general o a su propia contingencia. No exijo ni puedo exigir nada, pero es cierto que esta ausencia de libertad a la hora de elegir sobre qué escribir convirtió la lectura ya no en un hábito, sino en una obligación. Cuando dejé la crítica, me volví mucho más caprichoso en la elección de mis lecturas y más libre a la hora de abandonar los libros a medio leer. Dejé novelas simplemente por el hecho de haberlas empezado. Si me aburren las dejo. Siempre hay algo más fascinante que leer.

–Afirma que, como lector, busca lo mismo que buscaba cuando tenía nueve años: no aburrirse. 

–Es un deseo que puede resultar un poco raro hoy, cuando el concepto de entretenimiento está bastante desprestigiado, pero no es un hecho. Desde siempre se ha separado lo legitimado de lo entretenido, división que está en la propia definición de arte, por mucho que, al menos en mi opinión, se trate de una división falsa. Yo lo pasé muy bien leyendo novelas tan dispares como El Quijote o La montaña mágica, pero a oídos de muchos resulta bastante frívolo afirmar que la lectura de estas dos obras es entretenida. A mí no me importa, lo digo claramente; me he entretenido con novelas como las que te acabo de citar y en la lectura lo que busco, antes que nada, es no aburrirme. 

–Habría que definir qué se entiende por entretenimiento. 

–¿Has visto alguna vez una película con realizadores del cine al lado? Los comentarios que hacen durante el visionado son muy interesantes. Escuchándolos parece que no están viendo la misma película que tú porque se fijan en detalles y cuestiones a las que tú no prestas atención. Yo miro las películas de una manera más inocente a la que pueda tener cualquier realizador, pero esta inocencia con la que me enfrento a las películas la fui perdiendo a la hora de enfrentarme a una novela. Tras mucho tiempo leyéndolas y escribiendo sobre ellas me volví más sensible a las intenciones que el texto proyecta y a la conciencia del autor. Dejando la crítica y recuperando la lectura como habito quiero desprenderme de esta mirada nada inocente.

–¿Es difícil recuperar la inocencia como lector una vez que se ha perdido?

–No es tan difícil, con los textos que me vuelan la cabeza lo consigo en parte. No sé muy bien cómo teorizar todo esto que te estoy diciendo, pero sí que creo que puede ser interesante tener otro tipo de mirada sobre la literatura. En ocasiones el conocimiento técnico puede malear tu lectura. 

–Usted hace también hincapié en el hecho de que el placer de la lectura radica en la no comprensión total del texto.

–A mí me gusta mucho no entender por completo los textos. Los textos que te aburren son aquellos que entiendes demasiado. Tenemos una lengua, el español, que se habla de forma distinta en los diferentes países de habla hispana y para mí esta diversidad siempre ha sido una fuente de placer inagotable, en parte porque implica una mayor dificultad de comprensión. Sin embargo, hay lectores que no soportan no entender el texto y buscan que el texto no ofrezca complejidad. De esta manera se entiende el éxito generalizado de los best sellers, cuyo afán es llegar a todo tipo de lector sin plantear dificultad alguna. La idea de entretenimiento es muy relativa: para algunos el reside en la compresión completa, mientras que para otros, como es en mi caso, en la no compresión total. 

–Hace unos días me decía Ida Vitale lo importante que había sido para ella no entender el primer poema que leyó de Gabriela Mistral.

–Es bonita esta anécdota. El disfrute de no comprender está directamente relacionado con la lectura. Cualquiera entiende que hay textos que son susceptibles de ser leídos una y otra vez y otros que no lo son.  La poesía, por su brevedad, está hecha para ser recitada oralmente, ser memorizada y releída. Esto no pasa con la prosa. Por esto me parece muy interesante saber cuál fue la primera novela que cada lector releyó. 

El escritor Alejandro Zambra / ANAGRAMA

–¿Cuál fue la primera novela que usted releyó?

–El coronel no tiene quien le escriba. La leí con catorce años. Era obligatoria del colegio. Recuerdo que estaba sentado terminándola y, cuando llegué al final, volví a la primera página para volver a leerla, pues me había impresionado muchísimo. Mi compañero de clase me miró sorprendido: “Pero, ¿qué te pasa?”, me preguntó. A mí me costó explicarle que quería volver a recorrer todas esas páginas.

–En Tema libre cuenta el reto que suponía para usted despertar el interés literario en alumnos completamente desinteresados.

–Pertenezco a una generación que, afortunadamente, se formó con la convicción de que era posible entender las clases y la figura del profesor de una manera distinta a la habitual. Evidentemente todavía hay profesores que entienden la clase como un monólogo, pero ni comparto ni respeto esta manera de enseñar. Hay un cierto consenso entre los pedagogos en la idea de que el profesor debería ser aquella persona que hace las preguntas correctas ante una audiencia que toma la palabra.

Yo tengo una formación académica y durante mucho tiempo desprecié los talleres de escritura porque me resultaba difícil ser profesor de uno de ellos, tener que enfrentarme a una clase reducida de diez personas con las que interactuar, a las que hacer estas preguntas correctas para que ellos tomaran la palabra. No es fácil dar talleres ni encontrar tu lugar como docente: yo no quiero ser el profesor hippie que anima a los estudiantes a escribir como mera forma de expresar los propios sentimientos, pero tampoco quiero ser el profesor autoritario que subraya la falta de talento de sus alumnos. A la hora de dar clase me costó mucho construir un método abierto a todas las ramificaciones de los procesos creativos que no fuera autoritario, pero tampoco naif.

–Usted pertenece la que llaman la Generación de la Transición en Chile.

El discurso generacional es muy complejo, puesto que plantea la pregunta sobre la representatividad en literatura. Hablar de generación es un atrevimiento: siempre es difícil internarse en ese horizonte en el que todos creemos tener el derecho de construir nuestra versión del relato y que, además, represente a los demás. Formas de volver a casa no es tanto una novela sobre el pasado o la dictadura cuanto una novela sobre el deseo de formular esa historia compartida por cualquier joven de mi generación. La voluntad de construir tu propio relato, sin embargo, implica ser consciente de que éste no va a representar a todo el mundo.

Éramos niños cuando todo pasó y por esta razón nos preguntábamos si teníamos legitimidad para contar algo. Y la teníamos: todos los de mi generación fuimos objeto de toda esa maquinaria puesta en marcha por una dictadura que no quería presentarse como dictadura. Se promovía tu silencio y tu obediencia, no estaba en tela de juicio tu legitimidad para contar algo porque directamente no se contemplaba. Nuestros padres nos decían que no sabíamos de lo que hablábamos porque no habíamos estado ahí y éramos pequeños para poder entender lo que significó la dictadura. Y nuestros profesores nos decían que no habíamos leído lo suficiente para escribir.