Un tanque del ejército de Yugoslavia destruido por el ejército de Croacia / ARCHIVO

Un tanque del ejército de Yugoslavia destruido por el ejército de Croacia / ARCHIVO

Letras

El narcisismo europeo: Handke, Rushdie, Zizek

El nuevo Premio Nobel de Literatura es uno de los poquísimos intelectuales europeos que se levantaron contra la unanimidad de la prensa y simpatizó con el nacionalismo serbio

13 octubre, 2019 00:00

Lo satisfecha que está Europa consigo misma es algo digno de psicoanálisis. Le gusta verse como la cuna de los derechos humanos y de la democracia, el adalid de la cultura y últimamente como el territorio de la sensatez política, encajonada entre los bárbaros del Este --Rusia y China-- y del Oeste --Estados Unidos--.

Curiosamente esa idea tan positiva que tiene Europa de sí misma no la comparten ni los rusos ni los chinos ni los norteamericanos. Para los mencionados bárbaros, el viejo continente con sus docenas de pequeños Estados pugnando laboriosamente década tras década, siglo tras siglo, para ponerse de acuerdo de una vez en unirse y acabar de una vez con las guerras idiotas de vecinos, es poca cosa más que un parque temático con bonitas arquitecturas del pasado, gastronomía divertida y residencias para la tercera edad. El lugar ideal para pasar unas vacaciones y a lo mejor para enviar a la familia para que crezcan los críos sin enterarse bien de cómo funcionan de verdad las cosas, mientras uno se ocupa de los asuntos serios, allí donde éstas se deciden (a tiros). Estupendo espacio también para jubilarse al sol. Si es posible, en España.

A veces las pretensiones del narcisismo europeo de participar, incluso de ser decisivos a pesar de no disponer de un ejército poderoso ni de una diplomacia unificada y competente, en el terreno de juego de la política mundial, puede parecer ligeramente cómico o irritante --depende del carácter del observador y del daño que ese narcisismo le haya hecho--. Sobre todo si se tiene en cuenta de cómo se ha forjado la riqueza europea y lo que se oculta bajo la grata interface del Estado de Derecho y del Estado del bienestar.

Una de las páginas recientes más negras de Europa fue la voladura del Estado yugoslavo mediante una década de guerras cainitas so pretexto de los legítimos deseos de independencia de sus regiones más ricas, supuestamente incapaces de conllevarse con el centralismo reaccionario y comunista de Serbia. Cuando en realidad de lo que se trataba era de eliminar un polo geoestratégico considerable en el sureste del continente, asimilar sus regiones más acomodadas a Europa y debilitar a Rusia privándola de un aliado de considerable tamaño y población.

Para todo ello hubo que construir un imaginario maniqueo de ribetes racistas en el que Serbia era un país de natural born killers, y los separatistas, el bien.

Uno de los poquísimos intelectuales europeos que no quisieron aceptar esta explicación de los conflictos balcánicos y que se levantaron contra la unanimidad de la prensa europea fue Peter Handke, que por sus orígenes familiares, por sus repetidas visitas a Yugoslavia y por meditación propia, quizá también por ese mismo gusto narcisista de la diferencia, simpatizó con el nacionalismo serbio, o con los padecimientos de los serbios, y escribió Un viaje de invierno por los ríos Danubio, Sava, Morava y Drina, o Justicia para Serbia, con previa publicación, en dos entregas de domingos sucesivos, en un diario alemán. Año 1996.

En sus páginas se abstiene de criticar las atrocidades del ejército yugoslavo, critica la parcialidad de la prensa europea y comenta en estos términos la decisión croata de 1991 de separarse de Yugoslavia sin proveer garantías legales a su minoría serbia: “Esos serbios, hasta ahora ciudadanos yugoslavos, fueron de repente reducidos a ser un grupo de segunda. ¿Qué implica establecer un Estado de carácter étnico en un territorio donde innumerables ciudadanos verán ese acto como una amenaza mortal? ¿Quién es el agresor? ¿El que provoca la guerra o el que la empieza?". Etc.

Como este discurso coincidía con el del nacionalismo serbio, a algunos intelectuales europeos estas preguntas, y algunos silencios, o si se quiere estos acentos, les parecieron repulsivas. Hubo desgarro de vestiduras tartufescas. Se convirtió a Handke en un genocida o en un apologeta del genocidio, o sencillamente en un imbécil. Quizá algún día escribiré sobre este asunto con más profundidad y más conocimiento de causa, de momento solo puedo recordar lo que me dijo a mí Franjo Tudjman, el exgeneral y presidente croata al día siguiente de ganar las elecciones con un programa de independencia inmediata. Ya he contado alguna vez aquel diálogo que me puso los pelos de punta:

--¿Qué piensa hacer?

-- Declarar la independencia, tal como está en mi programa.

--¿Se da cuenta de que eso es la guerra?

Se puso como una hidra, se levantó:

-- ¡Nos defenderemos! ¡Europa nos ayudará!... ¡La ONU!...

Ahora el inesperado premio Nobel a Handke, el Nobel a contracorriente de la corrección política que lo quisiera reducido al ostracismo, ha sido recibido en círculos nacionalistas de Belgrado con una alegría exultante: ¡Premio al amigo que no nos abandonó ni en los momentos más oscuros, ni cuando la OTAN bombardeó Belgrado, ni siquiera en el funeral por Milosevic! En fin, con ciertos amigos no se necesitan enemigos...

Será interesante escuchar el discurso de Handke en la aceptación del nobel, si es que se refiere a aquel episodio y no prefiere olvidarlo, como sus propias críticas juveniles a la misma existencia del premio Nobel.

Para acabar con una nota de humor señalemos que entonces Salman Rushdie definió a Handke como un idiota, y ahora dice que mantiene la misma opinión: la misma, por cierto, que tenía Roald Dahl sobre él cuando a Rushdie le cayó la fatwa de Jomeini por sus Versos satánicos: le consideró un “idiota” exhibicionista por bromear con los sentimientos religiosos de cientos de millones de musulmanes.

Igualmente es graciosa la condena de Slavoj Zizek: ha definido a Handke como “un apologeta de crímenes de guerra”, en unas declaraciones desde su piso donde tanto le gusta fotografiarse bajo el retrato de Stalin. Claro que en su caso hay que tomarlo como una gracia para “épater le bourgeois”.

Mientras espero a escuchar ese discurso del Nobel voy a ver si releo Una vez más para Tucídides, una colección de preciosas miniaturas en prosa que es una derivación de Ayer, de camino, su libro de observaciones, aforismos y apuntes sobre tres años de viaje a pie por varios países.

Hay en Tucídides algunas notas sobre los viajes de Handke por España. La descripción de un charco que se está descongelando (en Llívia). Una escena nocturna en la Catedral de Santiago, a la que concurren los curas de las aldeas con sus jarros para el reparto del aceite para las custodias. Un atardecer en un solar de las afueras de Linares, en el que describe la despedida del día: se van las golondrinas a sus nidos y entran los murciélagos “como un equipo de fútbol”...