El corazón de los barones del caucho / Santiago Yahuarcani

El corazón de los barones del caucho / Santiago Yahuarcani

Letras

El corazón de los barones del caucho

La exposición Amazonías, en Matadero, descubre un Perú formidable, a través de oleos, fotografías, instalaciones y vídeos

20 abril, 2019 23:30

Poeta de Arequipa, agregado cultural de la embajada de Perú en Madrid, a Alonso Ruiz Rosas seguramente tuve que conocerle en Barcelona cuando entonces, pues pasó varios años allí, frecuentábamos los mismos locales y conoció a mucha gente que yo conocía. Luego volvió a Lima, estuvo varios años destinado en París, luego otra vez Lima, y ahora le he conocido, o le he vuelto a conocer, con motivo de la presencia de Perú como país invitado de Arco y colaborador imprescindible  de la exposición Amazonias en Matadero, donde el día de la inauguración acompañó a su paisano (también arequipeño) Mario Vargas Llosa, el incesantemente admirable, en una visita guiada. Al otro día me la explicó a mí con una elocuencia, una erudición y un humor formidables. Como todos los lectores no tendrán ese privilegio, y de hecho la mayoría ni siquiera la podrá visitar –cierra el día 5 de mayo-- les recomiendo que se hagan con el catálogo, que es elegantísimo y muy informativo.

Óleos, cerámica, fotografía, instalaciones, vídeos y otros soportes, cien piezas procedentes del Museo de arte de Lima y de algunas colecciones particulares, obra de 47 autores peruanos relacionados de una manera u otra con esa enorme zona del país, cuna del gran río y donde se extiende la verde planicie que desciende por la ladera oriental de los andes. En la exposición las realizaciones ancestrales se codean con piezas contemporáneas, y las visiones mágicas inducidas por la ayahuasca, las ideas pánicas en las que la selva y sus seres visibles e invisibles se prolongan en el universo sin solución de continuidad, con escenas de la vida cotidiana en las aldeas indias el testimonio de los genocidios sufridos por diversas tribus en el siglo XX.

La Amazonía es un vasto territorio de selva, de tribus, de ciudades como Iquitos, Tarapoto, Pucallpa, Puerto Maldonado y de numerosos pueblos, del que apenas tenía yo más noción que algunas referencias como la del novelista José María Arguedas, autor indigenista conocido sobre todo por Los ríos profundos (descubrí esa novela y a su autor gracias a los entusiastas elogios del gran Echenoz: es significativo, desde luego, que un novelista autor francés me descubra a uno peruano) o algunas novelas de Vargas Llosa, entre las cuales no es la más conocida pero sí mi preferida El hablador, una de cuyas líneas argumentales fundamentales trata de los primitivos narradores que recorrían la selva llevando historias de aldea en aldea para mantener en contacto a comunidades siempre en marcha, en nomadismo permanente, porque estar en camino era la única manera de evitar que el firmamento se les cayera encima.

Se extraña Ruiz Alonso de que, habida cuenta de la intensidad, desde el Descubrimiento, de las relaciones entre su país y el nuestro, lo desconozcamos tanto. Tiene razón, es oceánica y bruta nuestra ignorancia, salvo acaso la del escritor Rafael Sender, que de joven descubrió el Perú, le dedicó novelas como la inolvidable Tendrás oro y oro  o El héroe de su historia y además una magnífica guía personal de Lima de la colección Las ciudades que publicaba Destino, y acabó instalándose a vivir allí. No sé qué habrá sido de él, salvo que en 2013 publicó su hasta ahora última novela, Los adelantados.

Volviendo al tema, a Amazonías, Ruiz Rosas me aconsejó que me fijase  en algunas obras, entre las cuales me impresionaron el espectacular Bosque anfibio de Musuk Nolte, los felinos negros –brujos que se convierten en jaguares negros según la leyenda-- de La manada del yanapuma, de Harry Pinedo, y especialmente dos óleos de estilo naif, tanto por su potencia plástica como por su testimonio de dos de los más grandes genocidios cometidos contra poblaciones amazónicas en el siglo XX. El corazón de los barones del caucho, de Santiago Yahuarcani, representa, explicada al pintor por su abuelo, superviviente de los hechos, la explotación crudelísima de la población huitoto en el Putumayo, esclavizada en régimen de terror por la Casa Arana durante el auge de la extracción de caucho a principios del siglo XX, negocio con el que se enriqueció fabulosamente Julio César Arana del Águila, sujeto que en punto a maldad y en capacidad de contratar sicarios psicópatas para que llevasen adecuadamente su negocio no tenía nada que envidiar al rey Leopoldo, protector del Congo.

La década del terrorismo, de Enrique Casanto, retrata las masacres cometidas a inicios de la década de los noventa por las guerrillas de Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru) contra el pueblo asháninca, y la organización de los pobladores en comités de autodefensa, un tema éste sobre el que también se pueden ver imágenes tomadas por la fotógrafa Vera Lentz.